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Por Pablo Rodríguez Prieto. Cuentos cortos juveniles

El dentista del pueblo es un cuento, que a pesar de ser corto, realiza una detallada descripción del trabajo de un antiguo dentista y de su consultorio odontológico. Nos sitúa en un pueblo, que podría ser cualquiera de los pueblos que conocemos, y nos regala una sonrisa con algunas anécdotas que, estoy seguro, sucedieron más a menudo de lo que podemos creer. Es un breve relato del escritor peruano Pablo Rodríguez Prieto, recomendado para jóvenes y adultos.

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El Dentista del Pueblo

El dentista del pueblo - Antiguo consultorio odontológico

La mañana fresca agradaba a don Justo, porque le permitía trabajar tranquilamente. Estaba sentado frente a un artilugio a pedal que unido por correas y sogas delgadas articulaban una cadena de brazos que terminaban en una pulidora manual. No dejaba de pedalear aun cuando no pulía el pequeño diente de oro que en unos minutos debería de colocar a uno de sus clientes. Tras él una mesa desordenada, llena de piezas dentales a medio terminar y de instrumentos desperdigados sin ningún orden aparente. Trabajaba con ahínco, mientras escuchaba una llorona melodía de un “sanjuanito” en una emisora de radio. Constantemente observaba la pieza trabajada para dejarla con mínimas imperfecciones.

El improvisado taller de trabajo estaba ubicado en la segunda planta de su domicilio y constaba de dos ambientes. La primera una salita de recibo con cuatro sillas que al usarlas dejaban al ocupante frente a una pequeña ventana que permitía ver la calle y por encima de las casas vecinas tenía una vista panorámica del cementerio municipal del pueblo.

Una puerta delgada de madera daba acceso al segundo ambiente, donde al entrar se topaba uno con un almanaque grande con la figura de una mujer desnuda a la que en sus partes íntimas habían pegado con cinta adhesiva un mechón de cabello. El mobiliario constaba de un sillón odontológico construido artesanalmente en madera, el artilugio en el que estaba trabando a esas horas don Justo, la mesa con los objetos desparramados y una pequeña vitrina repleta con frasquitos de porcelana y de metal de múltiples tamaños.

Abstraído como estaba en su trabajo, don Justo no escuchó la delicada voz de una muchacha que llamaba desde la calle. Al no ser atendida a su llamado decidió subir, llamando al ocasional dentista por su nombre.

– «Se está quedando sordo usted don Justo.» -dijo la muchacha a modo de saludo.

– «¿Qué quieres Juana?» -preguntó don Justo.

– «No me llamo Juana y quiero que me saque una muela.»

– «Espérame un rato. Pero no te quedes ahí parada, pasa y échate, ahora te atiendo.»

Don Justo siguió puliendo un rato más y luego hizo espacio en la mesa y coloco ahí una cocinilla a la que le agregó ron y la encendió, sobre ella colocó una olla con instrumental para la extracción que le solicitaba la muchacha recién llegada.

– «¿Se va a demorar don Justo

– «Ahora te atiendo Julia, a ver abre la pierna.»

– «No me llamo Julia» -dijo la muchacha avergonzada.

Mientras aplicaba anestesia en la zona afectada, don justo no pudo evitar ver las piernas que se dibujaban por debajo de la falda que la muchacha cogía con fuerza estirándola hacia abajo, conteniendo el dolor. Luego con una pinza sacó de la olla los instrumentos que colocó sobre una toalla que extendió sobre la mesa.

El proceso extractivo fue rápido, de un tirón saco la muela anestesiada, le pidió que se enjuague la boca y colocó sobre la herida un algodón mientras pedía que lo mordiera con fuerza. Luego le colocó en una de las manos de la muchacha unas pastillas que le recomendó que las tomará a determinadas horas.

Le baume d'acier - Grabado
Le baume d’acier

– «Es todo Juana, no te olvides de hacer pucheros con agua y sal. Ah, y regresa mañana para verte otra vez.»

La muchacha ya no pudo responder, le alcanzó un billete que don Justo guardó en uno de sus bolsillos, mientras la acompañaba hasta el borde de la escalera donde la quedó mirando la espalda hasta que se perdió en la calle.

A la mañana siguiente la muchacha regresó, pero esta vez estaba muy seria.

– «La muela que sacó ayer no era la que estaba picada, me sacó una muela buena. Aparte de sordo, se está usted quedando ciego don Justo

– «Tranquila Juliana, a ver vamos a ver. Abre la boca.»

Le colocó varios algodones entre los labios y los dientes de tal manera que no pudo seguir reclamando y se retiró a encender la cocina y colocar los instrumentos para volver a realizar la otra extracción.

– «No te preocupes Juana. No te voy a cobrar esta vez.»

Aplicó la anestesia una vez más y mientras realizaba el trabajo, le explicó a la muchacha que había que colocar en el espacio dejado por los dientes perdidos, otros, esta vez postizos.

– «Vas a quedar más linda de lo que ahora eres Juliana

La muchacha que ya estaba roja de rabia cerró la boca y mordió el dedo del empírico dentista, quien a ese momento pensaba que el negocio no estaba en sacar las muelas, sino en colocar los postizos.

Fin.

El Dentista del Pueblo es un cuento del escritor Pablo Rodríguez Prieto © Todos los derechos reservados.

Sobre Pablo Rodríguez Prieto

Pablo Rodriguez Prieto - Escritor

“Siento que escribir es una pasión que la llevo muy dentro y lo hago desde muy joven. Hay una selección de mis cuentos que fueron autopublicados en el libro ‘La huida y otros cuentos’. Además, tengo varios cuentos y un par de novelas cortas que espero alguna vez puedan editarse.”

“El Perú es un país muy rico en paisajes y destinos turísticos, con innumerables regiones y climas muy variados. Yo nací en Pucallpa, una ciudad de la región Ucayali en la selva. De niño, por el trabajo periodístico de mi padre radicamos en muchas otras ciudades, esto enriqueció mi espíritu de usos y costumbres muy disimiles que posteriormente se traducen en mi trabajo literario.

Mis inicios fueron escribiendo crónicas que las repartía entre mis amigos sobre experiencias locales que las denominaba “Crónicas de la calle”. Prefiero escribir cuentos, pero e incursionado en novela corta y poesía. Soy casado y tengo tres hijos quienes son mis mayores críticos. Cuando ellos eran niños jugaba a escribir sus ocurrencias diarias y casi siempre fueron desechadas, aún cuando guardo esas historias en mi memoria.

Actualmente radico en Lima y desarrollo actividades vinculadas a las artes gráficas, tenemos una imprenta familiar y en las pocas horas disponibles escribo de a pocos, pero con muchas ganas que mi trabajo lo lea el mundo entero”.

“Soy un convencido que la lectura hace que los seres humanos seamos empáticos, con lo que se puede lograr un mundo más amigable y menos conflictivo. Sueño con un mundo mejor que el que tenemos hoy.”

Puede verse parte del trabajo literario de Pablo en https://pablorodriguezprieto.blogspot.com/

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