Por Jair Nieto González. Cuentos cortos para adolescentes.
En lo más profundo de la selva, un grupo de valientes aventureros se embarca en un desafiante viaje hacia el mar. Atravesando terrenos hostiles y plagados de insectos, enfrentan las dificultades con determinación. Sin embargo, su trayecto se ve interrumpido cuando escuchan el estruendo de una cascada cercana. Con emocionada curiosidad, escalan una colina y descubren «el charco» en la base de la caída de agua.
Animados por el paraíso que han encontrado, deciden descender y disfrutar de este rincón paradisíaco. Entre risas y charlas, se sumergen en las aguas refrescantes y reponen fuerzas. Pero luego, su encuentro con amigables indígenas, les revela un giro inesperado en esta historia.
Adéntrate en este cuento lleno de misterio y peligro, y prepárate para descubrir qué sucede cuando la belleza esconde un oscuro secreto y los protagonistas deben enfrentar su peor pesadilla.
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El Charco
La caminata era larga y cansona, iban varios; habían iniciado una aventura por plena selva hasta llegar al mar. Iban desde Risaralda al Chocó. Él clima era inhóspito; zancudos, jejenes, grillos, micos con su chilladera afectaban la marcha; eso sin contar la dura selva, las arañas y las serpientes que hacían mella en el ánimo de ellos. Seguían caminando, abriendo trocha a machete o siguiendo senderos poco frecuentados. Empezaron a subir una cuesta que, aunque no muy inclinada, si era cansona y después de tres días de marcha se hacía difícil y dolorosa para las piernas.
Empezaron a escuchar un rumor de caída de agua, estaban llegando a un río y a medida que ascendían el tremor era cada vez más alto en volumen; cuando el primero coronó la cima grito:
– Es una cascada, abajo forma un pequeño charco, que chimba de paraje tan hermoso.

Lanzaban exclamaciones de alegría ante el paraíso encontrado.
– ¿Que hubo?, sigan -gritó Julián.
Fabio respondió:
– No hay paso, hay piedras lamosas, no encuentro como vadear el río, es muy corrientoso.
Julián se adelantó y dijo:
– Compa, mire esos bejucos, podemos deslizarnos agarrados, vea el sendero, por ahí es la cosa -respondió Fabio.
– Pues sí, sencillo para nosotros, pero ¿las muchachas qué, las cargamos? ¿qué opinas?
– Pues claro, bajémoslas.
Dicho y hecho, empezaron a bajar hacía el charco y después ayudaron a las muchachas para el descenso.
– Tan amable vos Fabio, ¿no? -dijo Teresa.
– No solo amable sino servicial -contesto él.
– Gracias Fabio, todas sabemos que ustedes son muy amables.
Entre risas y charla llegaron al charco, se sumergieron, y después prepararon comida caliente, saliendo con los ánimos renovados. Habían andado poco tiempo, cuando se encontraron unos indígenas amables. Entablaron conversación con ellos mientras descansaban otra vez; después de un rato de charla y de que los indígenas les informaran que el mar estaba cerca, estos les dijeron que eran buenos caminantes, pues se requiere mucho esfuerzo y ustedes están bien frescos.
– Si -les dijo Julián-, somos deportistas, cortamos camino por la alta montaña y al llegar a la parte de arriba nos descolgamos por un lado de la cascada y coronamos el charco donde nos bañamos.
Los indígenas al escuchar esto y sin volverse hostiles, pero si sorprendidos preguntaron:
– ¿Qué vinieron por dónde?
– Por la montaña -ratificó Julián.
– ¿Y qué se bañaron allí? -dijo uno de los aborígenes de más edad.
– ¿Por qué? -dijo Fabio-. Sabemos nadar, el charco es bajito y agradable, casi parece lo que nosotros llamamos un jacuzzi, aunque más grande.
Ellos los contemplaban incrédulos, se hicieron a un lado y dijeron:
– Son arañeses, y mucho.
– ¿Qué somos qué? -preguntaron.
Un menor, les dijo que eran unos mentirosos.
– ¿Por qué? -dijo Julián.
Otro indígena que parecía el jefe les dijo:
– Regresemos, a la cascada y vuelven y se bañan en el charco.
Regresaron y al aproximarse los aborígenes empezaron a tomar precauciones. Ya se escuchaba el ruido de la cascada. Estos iban adelante y los blancos, atrás, sin entender lo que pasaba. Cuando llegaron a un borde desde el cual podían mirar, aquellos se asomaron con cuidado y se retiraron asustados y gritaron:
– ¡Blancos arañeses, tírense al charco!
Fabio se asomó precavido y no lo podía creer, saltó hacía atrás; tenía el rostro demudado y una expresión de terror se lo contraía.
– Asómate, Julián -dijo aterrado.
Cuando este se asomó hubo que agarrarlo, y con la curiosidad de las mujeres, Teresa corrió al borde y al mirar lanzó un grito agudo.
El charco agradable donde se habían bañado antes, en el cual estuvieron largo rato en camaradería, era en esos momentos el más grande monumento al horror.
Por alguna razón que ni aún los indígenas con su gran sabiduría sobre la selva y sus componentes sabían, ese charco solo y agradable, era en esos momentos la piscina de las serpientes; las había de todos los tamaños, colores y clases. Solo mirando desde las alturas, producía escalofríos ese horripilante espectáculo.
Los aborígenes se preparaban para proseguir su camino, pero antes mirándolos con burla les dijeron:
– ¡Vayan, báñense allí, arañeses!
Y continuaron su marcha.
Fin.
El charco es un cuento del escritor José Jair Nieto González © Todos los derechos reservados.
Sobre José Jair Nieto González

José Jair Nieto González nació el 15 de marzo de 1947 en Armenia, en el departamento de Quindío en Colombia. Jair estudió en Sevilla y Cali, ambos del departamento de Valle del Cauca.
Es tecnólogo del Sena Colombiano y trabajó 35 años en una empresa privada. Actualmente es pensionado.
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