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Mi vecina es una musa. Novelas cortas para grandes y niños.

mi vecina es una musa

Prólogo

Cuenta una antigua tradición que una vez concluida la beligerancia con los Titanes, los dioses le solicitaron al poderosísimo Zeus que creara unas nuevas deidades preparadas para entonar el nuevo mandato establecido en el universo.

Cumpliendo los designios demandados, el Dios del olimpo, ataviado como un pastor amó nueve noches seguidas a la hija de Urano y Gea, fusionando de ese modo el cielo con la tierra.

De los frutos engendrados en su vientre durante una novena la titánica Mnemosine–– la personificación de la memoria, la poseedora del más absoluto conocimiento que estaba al corriente del presente, pasado y futuro eternos––, dio vida a las MUSAS: divinidades femeninas que tutelan las artes y las ciencias, inspirando a los artistas, especialmente a los filósofos, poetas y músicos.

Sin embargo, las nietas del Cielo- Urano y La Tierra- Gea no se limitaban únicamente a la ilustre ocupación de inspirar y regir las nueve artes de Apolo, también eran sublimes cantantes, músicas y bailarinas.

Sus virtudes rivalizaban con su inteligencia y su belleza, y su dulzura con su grandeza.

CALÍOPE era la primogénita, la más distinguida de ellas, evocada con un estilete y una tabla de escritura, regía la elocuencia y la poesía épica; auxiliaba a los honorables reyes con palabras convincentes, adecuadas para serenar a sus súbditos y restablecer la paz entre los mortales, y le enseñó el cantó al famoso héroe troyano Aquiles.

CLÍO, representada manteniendo entre sus manos un rollo de pergamino, era la musa de la poesía heroica y de la historia.

La tercera de ellas era ÉRATO, divinidad que protegía la poesía amorosa y la composición lírica, y amiga intima del Dios del amor.

La cuarta deidad tenía por nombre EUTERPE e inseparable de su flauta protegía la música.

MELPÓMENE fue llamada la quinta musa de la tragedia, y POLIMNIA la sexta que acostumbraba con actitud seria y pensativa a apoyar sus codos en su pedestal divino mientras presidía los himnos sagrados.

A TERPSÍCORE se le otorgó la inspiración de la danza.

A TALÍA los atributos de la mascara de la comedia, el bastón del pastor y la poesía pastoril, y finalmente URANIA se encargó de proteger a los astrólogos y astrónomos, cubierta con su manto de estrellas sosteniendo en su mano izquierda una esfera y una espiga en la diestra.

Pero estas generosas, sabias, jubilosas y hermosas mujeres no fueron las únicas engendradas por el apasionado dios de los dioses; que al igual que sucedió con Alcmenea la esposa de Anfitrión, el todopoderoso, se enamoró perdidamente de una bella mortal a la que sedujo y con la que tuvo una hija. Cuyo nombre e identidad la mantuvo en completo secreto por temor a que la furia de su esposa, la diosa Hera, se vertiera sobre ella del mismo modo que muerta de celos se derramó contra Hércules el hijo de Zeus y Alcmenea.

Tras el alumbramiento, desgraciadamente, la hermosa doncella perdió la vida y Zeus al enterarse le ordenó a una divinidad menor, que subiera al bebe al olimpo, haciéndola pasar por su hija.

Fue inmortalizada compartiendo los honores divinos del olimpo, y aunque su espíritu era divino de su corazón tierno nunca pudo desterrar su condición medio humana.

El día que cumplió quince años su progenitor le contó toda la verdad de su linaje, y como regalo de cumpleaños la dotó de todas las cualidades y virtudes que poseían sus otras hijas, convirtiéndola de ese modo en la musa más completa de la mitología. Aunque nunca compartió protagonismo con sus hermanas fue desde el más absoluto anonimato la más cualificada y capacitada para inspirar a escritores, músicos, filósofos y pintores.

Se cree que pasa más tiempo paseando por la tierra que en el olimpo, que le gusta mezclarse entre los mortales como uno más de ellos, y que siente debilidad por la ciudad de la luz y especialmente por los pintores…

  Capitulo primero

Atardecía en Paris y sobre un lienzo inmaculado, Julius, trazaba el esquema sencillo de los volúmenes elementales de un paisaje de montaña.

Al finalizar el esbozo con sumo cuidado humedeció con una esponja pequeña la franja del cielo con un aguado en ocre clarísimo para posteriormente manchar las nubes azules, dejándolo secar varios minutos antes de pintar las primeras montañas con fríos colores violeta y azules, sirviéndose así la base de tonalidades posteriores.

Con acuarelas rojizas y verdes pintó contrastes sobre los montes más distanciados y cuando se disponía a cubrir las zonas despobladas del paisaje con tonos rojizos, sonó el “dinggg-donggg” de su puerta y una mujer desconocida se presentó con voz tímida.

––Bonsoir, Je m` appelle Myriam…, Soy su vecina, “comment-dit-on, en francés ?”

––Voisin…, encantada de conocerla, vecina!––respondió en perfecto español el caballero francés.

––Parlez- vous espagnol?––inquirió Myriam sorprendida.

––Perfectamente, mi madre es española, cuando era niño pasaba mis vacaciones de verano con mis abuelos en su país.

¿En qué puedo ayudarla?

––La agencia que me alquiló el piso me dio una llave de la azotea y la he perdido.

––Tengo una copia de esa llave y otra del portal, ahora mismo se la traigo.

El pintor fue a su habitación y del primer cajón de su mesita de noche cogió una copia de la llave y se la prestó a su vecina.

––Merci beaucoup.

––De rien, ¿desea algo más?

––No, gracias…, por el momento eso es todo. Espero no tener que molestarle más veces.

––Au revoir, Myriam.

––Hasta la vista.

El pintor cerró suavemente la puerta y regresó frente al lienzo y cuando comenzó a manchar con sombras tostadas los troncos de los árboles, nuevamente fue interrumpido por el sonido del timbre.

––Paul, ¿qué haces aquí?, habíamos quedado a las diez.

––Lo sé pero me he cansado de dar vueltas por el centro comercial y no encontrar lo que buscaba.

El pintor dirigió la vista a una bolsa con la serigrafía de una famosísima librería parisina.

–– ¿Qué llevas en esa bolsa?

––He comprado un libro––respondió su amigo mostrándoselo.

Julius observó la portada y posteriormente le dio la vuelta deteniendo su mirada en la enorme fotografía de la autora que la cubría.

–– ¡Yo conozco a esta mujer!

––Tú y millones de lectores. ¡Es la reina de la literatura fantástica!

––Paul esa mujer acaba de pedirme la llave de la azotea.

––Imposible, la habrás confundido con otra persona.

––Jamás olvido un rostro––afirmó con rotundidad––. Soy pintor y recuerdo perfectamente los rasgos de su fisonomía.

Paul quedó pensativo dudando de las palabras de su amigo.

––Si no me crees llama a su puerta y compruébalo por ti mismo. Se aloja en el piso que alquila tu agencia inmobiliaria.

–– ¿Y que le digo?

––Pídele un poco de sal, en las películas funciona.

–– ¡Estás loco!––dijo cogiendo la novela e introduciéndola en la bolsa––. Me voy a dar una ducha y luego nos vemos.

Una vez en el rellano, Paúl, se detuvo un buen rato delante de la puerta de la escritora y en un impulso repentino dejó su dedo pegado al timbre.

––Disculpe, soy su vecino, ¿tiene un poquito de sal?––le pidió en su idioma natal.

–– ¿Es usted español?––preguntó la escritora con una sonrisa.

––No, pero hablo perfectamente cinco idiomas.

Myriam prestó atención a las trémulas manos del caballero de cabello azabache rizado, con ojos algo rasgados, pestañas bastante largas para ser un hombre y labios pronunciados.

––Espere un segundo que le traigo un salero.

Antes de ir a buscar la sal Myriam se fijó en el sonrojo de sus pómulos, pero lo que no pudo sentir cuando se alejaba por el largo pasillo de la casa era como el corpulento cuerpo de Paul, por segundos, se estremecía.

––Aquí tiene.

––Se lo devolveré en seguida––dijo con voz entrecortada.

––Quédeselo, tengo otro de repuesto.

––Prefiero devolvérselo––insistió en voz baja, con la única intención de volver a verla.

––Como quiera…––dijo la escritora y cerró despacio la puerta.

Sorprendido por conocer en persona a su escritora preferida, Paul sin acabar de creérselo, entró en su casa con una sensación de vació en la boca del estómago y el corazón acelerado, y para relajar sus emociones decidió cambiar la ducha por un buen baño.

Entró en su cuarto de baño y abrió el grifo metálico del agua caliente dejándolo chorrear hasta llenar la mitad de la bañera de porcelana blanca, y vertió un buen puñado de sales relajantes que meses antes compró en un balneario.

Tras ponerse música de piano se introdujo en el agua y salió de ella cuando su piel quedó arrugada como las pasas.

Secó todo su cuerpo con suavidad con una toalla larga de algodón rizado y una vez seco, la ciño a su cintura.

El vapor del agua había empañado el espejo y con el aire caliente del secador que atusaba su cabello quitó el vaho del cristal.

Prestando atención a su rostro reflejado en el espejo mientras se recortaba la perilla, se percató que el paso del tiempo comenzaba a dejar en su piel tenues arrugas. La hidrató con una crema, y cuando se abrochó en su habitación el cinturón de su pantalón se alegró satisfactoriamente al percatarse que el deporte que llevaba practicando casi un mes había dado resultado.

Dejó pasar dos horas y media, viendo un documental de astronomía, antes de ir a devolverle el salero a Myriam y acicalado de los pies a la cabeza, manteniendo la respiración llamó por segunda vez a su puerta.

Myriam miró por la mirilla y fue a buscar un batín porque iba en pijama.

––Buenas noches.

––Buenas noches, ¿acostumbra a devolver las cosas que le prestan tan peripuesto?––bromeó Myriam observando al caballero trajeado.

Sus mejillas comenzaron a arder enrojecidas y balbuceando a la comisura de sus gruesos labios salió una frase indecisa:

–– ¿No le parece que voy bien vestido?

–– ¡Me parece que tiene usted un gusto exquisito!––exclamó con total sinceridad––. ¿Va usted a la opera?

––No, me voy a ir con mi amigo, Julius, nuestro vecino común de rellano, a la discoteca.

–– ¡¿A la discoteca con esa ropa?!

Paul bajó la cabeza.

––Debería llevar algo más informal, ¿verdad?

–– ¡Verdad!, con esta vestimenta “no se va comer usted una rosca”.

––En las discotecas parisinas no dan “roscas”, ¿es común darlas en las de su país?

Myriam lo miró y rió a carcajadas.

–– ¡Oh no…, es una frase hecha…, una expresión popular! La traducción real significa “que no va usted a ligar”.

––Pues mire…, en mi caso no es nada nuevo desde que me dejó mi novia por no querer casarme con ella, estoy bastante desentrenado––le confesó impulsivamente sorprendiéndose por ello.

––Cambiase usted ropa y a lo mejor esta noche hasta tiene suerte.

Paul asintió con la cabeza y dio medía vuelta retrocediendo ante sus pasos.

––Psss, psss––susurró Myriam, y el cuerpo de Paul se derritió por dentro invadido por el enamoramiento––. No me ha devuelto el salero.

––Lo siento–– se disculpó, siendo esta vez sus pupilas las que ardían––. Tenga y hasta mañana.

––A demain voisin.

Antes de ir a la discoteca el pintor y su amigo hicieron algunas paradas en otros locales y tres horas más tarde Julius aparcó el coche en una avenida situada entre el Palacio de la concordia y el templo de St- Marie- Madeleine.

La decoración oriental era patente en todo el local impregnado por el aroma de inciensos variados y exóticos, y una enorme figura de Buda recibía a los clientes en el salón principal. Observaba desde su templo como los bailarines en la discoteca movían sus cuerpos al ritmo de mezclas de música electrónica, y como en el restaurante los comensales degustaban exquisitos menús variados.

–– ¿Por qué hemos cambiado de planes, en esta discoteca hay más turistas que galos?––protestó al entrar Paul.

––He quedado con dos chicas y querían venir aquí––respondió Julius dirigiéndose al piso de arriba.

–– ¿Me has concertado una cita a ciegas sin mi permiso?

––Si te hubiera pedido permiso no habrías venido.

–– ¡Me voy, apáñate tú con las dos!

––Te quedas––le ordenó el pintor sujetándolo por el brazo––. Ya nos han visto, nos están saludando.

––Te he dicho que me voy… ¡y me marcho!

Y cuando estaba apunto de dar media vuelta e irse vio como la escritora pedía una botella de agua en la larga barra roja con forma de dragón de la discoteca, y se disculpó con su amigo accediendo a quedarse.

––La chica pelirroja es tu cita––le informó Julius, pues ambas mujeres se dirigían hacia ellos a pasos acelerados.

–– ¿Qué pelirroja de las dos?

––La del pelo largo.

–– ¡No me gusta!

––Pues te aguantas––dijo el pintor enfurruñado––. Y haz el favor de no darme la noche y compórtate como un caballero.

––Soy un caballero––declaró Paul un poquito indignado.

Una vez sentados en su mesa reservada fue Julius el que amenizó con su encanto la velada porque la conversación que Paul dio a las pelirrojas fue escasa.

––Si me disculpáis un momento ahora vuelvo––dijo Paul, al finalizar de paladear un licor oriental.

––No tardes––le dijo su compañera de mesa.

––Tranquila regreso en seguida.

Y en vez de ir al aseo, que estaba frente a su mesa, que era donde pensaba su amigo que iba, bajó las escalinatas del segundo piso e intentó localizar entre los danzantes la lacia melena rubia de Myriam.

Una vez localizada, abriéndose paso entre la multitud, se puso a bailar de espaldas a ella y le propinó, a propósito, un buen empujón que casi la tira al suelo, con la intención de enfadarla y que de ese modo se diese la vuelta y lo viera.

El plan funcionó como Paul lo había previsto y al darse cuenta que era su vecino la escritora lo saludó cordialmente y siguió moviendo su cuerpo al ritmo de la música disco.

–– ¡Qué casualidad encontrarnos aquí!––exclamó Paul, con la sonrisa de oreja a oreja––. ¿Ha venido sola?

––Ya me he dado cuenta que se ha cambiado de ropa––respondió Myriam confundiendo la frase con el ruido de la música––. Yo también me he quitado el batín y el pijama.

Paul se rió e insistió nuevamente en la pregunta:

––He venido con un grupo de amigos, están ahí enfrente sentados––respondió señalándolos.

––Le apetece una copa.

––No gracias, no bebo.

–– ¿Y un cigarro?

––Gracias, pero tampoco fumo.

––No bebe, ni fuma… ¿y tampoco sale con hombres?––se atrevió entre risas a preguntarle intentando averiguar si tenía pareja.

–– ¿Qué me ha dicho?––le preguntó Miriam, nuevamente, sin oír la pregunta por los altos decibelios.

–– ¿Qué si quiere un refresco?––inquirió, sin osar a repetir la cuestión entrándole vergüenza.

––Prefiero un botellín de agua.

––Ahora mismo se lo traigo––dijo con la mirada brillante, y dejó a Myriam bailando en el centro de la pista y se dirigió raudo a la barra a por una botella pequeña de agua.

Mientras tanto, el pintor se impacientaba esperando que regresara pero él había perdido la noción del tiempo y meneaba el esqueleto con la escritora, al ritmo de las mezclas que pinchaba el discjockey, e inquietándose por su retraso, tras un largo rato, su amigo y las pelirrojas fueron a su encuentro.

La pista de baile estaba atestada de bailarines pero con vista de lince la audaz mirada caoba de la mujer de melena larga rojiza, divisó entre la multitud el cuerpo agitado de su acompañante, y con paso seguro encaminó sus altas plataformas en su busca sorprendiendo a Paul desagradablemente.

–– ¿No encontrabas el camino de regreso?––le preguntó con voz dulce pero impregnada de sarcasmo.

Paul le sonrió forzadamente, para no hacerle un desaire, sin intención de darle explicaciones.

––Te presento a mi vecina––respondió a la mujer de cabello rojizo.

––Mucho gusto en conocerla––dijo amablemente Myriam.

La pelirroja, con cara de pocos amigos, se subió el escote, sin tirantes, de su ceñidísimo traje rojo, y sin responder al saludo de la escritora se puso a bailar al son de la música Dance; Myriam captando la directa se retiró inmediatamente de la pista despidiéndose de ambos.

Abriéndose paso entre la aglomeración se unió a su grupo de amigos y Paul con ademán de mala gana siguió danzando algo más de media hora. Finalmente, harto de inventar excusas para poder deshacerse de la compañía, no grata, de su pareja de baile, de modo educado pero tajante la dejó plantada y fue en busca de su vecina.

Recorrió la discoteca, varias veces, de arriba abajo, y con gesto afligido dedujo que se había ausentando, así que cogió un taxi para regresar a casa y dejó al pintor en el local disfrutando de la agradable compañía de las dos pelirrojas.

Al día siguiente algo cansado, Julius, comenzó con destreza y alternando diferentes recursos plásticos, a pintar un cuadro por encargo, utilizando la técnica del óleo: técnica en la que él particularmente hallaba un amplio abanico de posibilidades en la creación de composiciones etéreas y superposiciones opacas.

Pasado un tiempo indefinido cuando con la punta de su pincel se disponía a realizar el esgrafiado de las ramas de un árbol, irrumpió en su estudio una música estrepitosa que procedía del piso de al lado que llevaba desabitado más de dos años.

Al cabo de unos minutos el volumen de la melodía estridente subió considerablemente y el pintor bastante nervioso fue a quejarse.

Una mujer joven, de mejillas sonrosadas, hermosa mirada dulce y sonrisa seductora abrió la puerta.

–– ¿Le importaría, por favor, bajar la música?––le pidió con gesto torcido––. Estoy trabajando.

––Buenos días, soy la nueva propietaria del piso––dijo con voz cautivadora, extendiéndole la mano––. Me llamo Ángela.

––Soy Julius, vivo en el piso contiguo al suyo––declaró sintiendo el tacto delicado de su piel.

––Siento haberle importunado––se disculpó Ángela––. Bajaré la música.

––Se lo agradecería. Estoy componiendo un óleo y necesito estar concentrado.

–– ¿Es usted pintor?

––Profesionalmente me dedicó a restaurar obras de arte, concretamente pictóricas, aunque mi sueño es exponer algún día mis propias obras.

–– ¡Así que es usted una fuente de creatividad visual!

Julius quedó pensativo con la definición que había hecho de sí mismo la mujer de tez nacarada.

––Apagaré la música la inspiración artística requiere una concentración máxima.

––Y una buena dosis de dedicación y paciencia––apostilló el pintor.

–– ¿Usted es paciente, Julius?––indagó ella sin ningún reparo.

Inesperadamente, el sonido de una puerta abriéndose retrasó la respuesta, pues ambos fijaron sus miradas en la escritora que les dio los buenos días.

–– ¿Es usted Myriam Gilabert?––inquirió asombrada la nueva propietaria del piso mientras la escritora pulsaba el botón del ascensor.

Ella volteó su cabeza y asintió sonriente.

–– ¿Nos conocemos?

––No exactamente. Soy una gran admiradora suya, he leído todas sus obras.

––Mucho gusto en conocerla––dijo Myriam acercándose a ella.

–– ¡El gusto es mío!––declaró Ángela tomándose la libertad de darle un fuerte abrazo y dos besos, a los que Myriam correspondió encantada.

Y a los pocos segundos del saludo afectuoso de las damas, la puerta de Paul fue abierta por él mismo, y una expresión de disgusto creciente se reflejaba en su rostro.

–– ¿Va todo bien, Paul?––le preguntó el pintor, intuyendo que había recibido una llamada telefónica de Agnès, su ex novia.

––Sí––se limitó a contestar.

––Te presento a Ángela, nuestra nueva vecina.

––Encantado de conocerla.

––Igualmente.

Tras el saludo, Paul pensativo, volvió los ojos hacia Myriam sonriéndole débilmente y cuando el ascensor llegó se despidieron de los vecinos.

Paul entró detrás de la escritora, y el pintor y la nueva propietaria se dirigieron a sus respectivos pisos cerrando pausadamente sus puertas.

–– ¡Se ha levantado con cara de pocos amigos!––exclamó Myriam observando su semblante––. ¿No lo pasó anoche bien con la pelirroja?

Antes de responder Paul hizo un gesto muy expresivo.

––No; no lo pasé bien.

––Lo siento.

––Y usted, ¿se divirtió anoche?

––Estuvo bien.

––Si no es mucha indiscreción, ¿qué va a hacer esta mañana?––se atrevió él a murmurar.

––Es mucha indiscreción…, ––respondió observando la mirada tensa de Paul––. Aunque no me importa decírselo: voy a visitar Notre-Dame.

–– ¿Es usted Católica?

––Creo en el poder de la fuerza divina, se llame Dios o como cualquier otra religión quiera nombrarle.

Al salir del ascensor Paul echó una mirada a su reloj.

–– ¿Va ir en metro?

Ella se lo afirmó.

––No llegará a tiempo, los sábados y los domingos los horarios son de 8h a 12:30h y de 14h a 19h, estando prohibido el acceso a la catedral quince minutos después del comienzo de las misas.––le informó él––. Con coche llegaría más rápido, ¿quiere que la lleve?, me viene de paso.

––Si no le es ninguna molestia, lléveme.

Frente a la fachada de Notre- Dame sujetada por dos torres de sesenta y nueve metros de altura, Myriam se quedó completamente embelesada observando con sumo detenimiento todos los detalles de una de las construcciones góticas y arquitectónicas más antiguas y más hermosas de la ciudad.

Todo un modelo de su época por su grandeza y por su enigmático equilibrio, entre la total armonía de sus líneas perpendiculares y horizontales, que da la sensación aunque no lo sea, ya que es producto de continuas transformaciones, estar diseñada por un único artista.

Una vez en el interior de una de las catedrales góticas más bonitas de Europa, admiró la nave central de Nuestra-Señora, flanqueada por dos laterales que circundaban el coro de música sacra.

Se prendó de la decoración de las estatuas y los cuadros en todas sus capillas, y especialmente con los dos rosetones del transepto por su asombrosa dimensión de diámetro. Pero lo que más llamó su atención fue el tesoro de la sacristía, aunque no pueda demostrarse la autenticidad de las reliquias: la corona de espinas, un fragmento de la vera cruz, y uno de los clavos de la pasión.

Después de su extensa visita a una de las edificaciones más representativas de la isla de la ciudad y de París, se asomó a la parte posterior de la basílica a ojear los puestos de los tradicionales “bouquinistes” que bordean el río Sena, y casualmente allí se encontró con Ángela acompañada de un joven muy apuesto.

––S’il vous plaît, donnez-moi celle-ci roman ––dijo Ángela señalando una obra de Proust.

––Buena elección––declaró Myriam mirando el título de la obra.

–– ¿Te gusta Marcel?

––Mucho.

––Cuando lea el libro te lo presto.

––Muchas gracias Ángela pero mi francés en muy limitado. He tenido suerte que tú, Julius y Paul habléis perfectamente castellano.

––Ángela habla perfectamente todos los idiomas, lo requiere su trabajo ––anotó, su guapo acompañante.

–– ¡Todos!, ¿a que te dedicas?–– inquirió la escritora

sorprendida––. Todavía no he conocido a ninguna persona que sepa hablar todas las lenguas.

Antes de contestar Ángela desvió sus ojos al cielo, con lo cual Myriam dedujo que era azafata de vuelos internacionales.

––Un trabajo apasionante poder viajar por todo el mundo y conocer diferentes culturas, ––apostilló el escultural acompañante de la azafata––. ¿Viajas con frecuencia, Myriam?

La escritora fijó su mirada celeste en la del caballero al que no le habían presentado, suponiendo al llamarla por su nombre, que quizás, habría leído algún libro suyo.

––Alguna que otra vez he salido de mi pueblecito.

–– ¿Vives en un pueblo? ¡Pensaba que a una mujer como tú le gustaría más la capital!

––Vivo en una pequeña ciudad tranquila, de costumbres sencillas rodeada de mar y montañas: un lugar privilegiado.

–– ¿Estás casada?, ¿tienes hijos?

––No, ni estoy casada ni tengo descendencia.

–– ¿Estás comprometida?

Con la última de las preguntas del joven caballero la escritora se sintió un poco intimidada y Ángela lo captó rápidamente por la expresión de su cara interviniendo con perspicacia.

––Disculpa el interés de mi hermano, ¡es un gran admirador tuyo!…, tus novelas son del dominio público pero se sabe muy poco sobre tu vida privada.

Myriam sonrió ante el comentario relajándose y contestándole con tono cariñoso:

––Seguramente vuestras vidas intimas son muchísimo más interesantes que la mía.

Sin responder a su suposición los jóvenes se encogieron de hombros cruzando una mirada cómplice y Ángela aprovechó el momento para pagar el libro que sujetaba entre sus manos.

Con una amena charla, cuyo tema era ajeno a sus vidas privadas, continuaron visitando las longitudinales librerías al aire libre.

Una pareja de ancianos con rasgos germánicos, sin perturbar su esbozo de sonrisa, enarcando las cejas y levantado los parpados de un modo exagerado saludó a Myriam y ella correspondió al saludo.

–– ¿Hablas alemán, Myriam?––indagó el hermano de Ángela.

Ella negó con la cabeza.

––Sólo entiendo algunos saludos y frases de cortesía––respondió deteniéndose delante de un puesto donde estaban expuestas todas las novelas de Verne, alcanzando con la mano veinte mil leguas de viaje submarino.

––Peculiar personaje el protagonista del libro––declaró el joven.

–– ¡Y excelente escritor su creador!––intervino Ángela.

––En efecto, Julio poseía una creatividad asombrosa, no creo que ninguna de sus novelas se llenen de polvo en los estantes de una librería. Sus narraciones minuciosamente urdidas, pese al paso del tiempo, han subsistido a los cambios de estilos de la literatura––afirmó Myriam.

–– ¿Cuál crees que fue el secreto de su éxito?––inquirió la azafata.

––Lo desconozco, esa pregunta deberías planteársela a un historiador o a un crítico literario.

––Te la estoy planteando a ti, eres escritora––insistió la joven––. Tus narraciones también son fantásticas.

Myriam antes de contestarle contrajo un poquito los labios y elevó sutilmente las cejas:

––En mi modesta opinión pienso que sabía captar la atención del lector generando una atmósfera de suspenso desde el principio narrativo; con contenidos convenientemente surtidos de sucesos entretenidamente heroicos e intrépidos, avanzadas tecnologías y conductas morales.

–– ¿Y a que se debió el carácter profético de sus ficciones; fue un visionario o un iniciado, o quizás mantuvo contacto con seres de otros mundos?

–– ¿Por qué me lo preguntas a mí?, no tuve la suerte de conocerlo personalmente ––inquirió Myriam riendo––. Debió tener una divina Musa que le inspirara. ¡Los helenos antiguos describieron a las MUSAS como aquellas que conocen todo lo que es, todo lo que fue y lo que será!

–– ¿Crees en las Musas?

––Creo en ellas––afirmó rotundamente la escritora ––. Simbolizan el poder intelectual arquetípico que nos guía hacia la cognición espiritual y la independencia, mediante la inspiración, la creatividad y la intuición.

Son la manifestación divina de las palabras y la exaltación del canto, la música y el baile.

–– ¡Feliz es aquel a quien las musas aman: Dulces fluyen las palabras de su boca!––prorrumpió el joven parafraseando a Hesíodo.

––Trago de fluyente néctar, dulce fruto de la mente––declaró Myriam parafraseando a Píndaro.

––“Canta en mí, musa, y a través mío relata la historia” ––intervino en la conversación el bouquinist citando una frase de Homero, y entonces Myriam se acordó que tenía que darle el importe del libro.

––Avez-vous papier pour cadeau?

––No, je le regrette––respondió el vendedor introduciendo el libro en una bolsa de papel reciclado.

–– ¿Necesitas papel de regalo?

––Sí; la novela es para mi hermano.

––Cerca de donde te alojas hay una papelería, tal vez cuando regreses este abierta. ––le informó Ángela mientras reanudaban el paseo.

Minutos más tarde la suave brisa que acariciaba sus rostros se tornó arrolladora y gélida, y el cielo comenzó a cerrarse llenándose de negras nubes predispuestas a descargar apresuradamente gran cantidad de agua.

––Está diluviando. Vamos a ponernos a cubierto o nos calaremos hasta los huesos––dijo Ángela alzando los ojos al cielo.

––Entremos en ese restaurante––declaró su hermano, señalando uno cercano.

Entraron en un típico bistrot, un café restaurante con asequibles precios y una atmósfera cargada con humo de los cigarrillos que impedía la respiración, donde los comensales apelotonados degustaban sus menús encima de un mantel de papel colorido, codo con codo.

––No puedo respirar en este local––se quejó Myriam.

––Yo tampoco––protestó Ángela.

–– ¿Dónde preferís ir a un snack-bar, a una hamburguesería o a un self-sercice?––les preguntó el joven––. O también podéis elegir un restaurante español, chino e italiano.

––El que esté más cerca para no mojarnos––decidió la azafata.

Salieron avivadamente a respirar aire puro y a menos de treinta pasos entraron en un lujoso restaurante de gran tradición gastronómica, de ambiente selecto y carta de especialidades.

––Los precios aquí son muy elevados––susurró Ángela para que no la oyeran.

–– ¡Os invito!––dijo su hermano mirando a ambas––. Tomad asiento.

Myriam comenzó a leer los entrantes de la carta y finalmente se decidió por un pastel de carne; la azafata prefirió una empanadilla de queso y su hermano ancas de ranas salteadas.

Elaborados con un sumo cuidado y servidos en una porcelana selecta uno de los muchos camareros, les sirvió con urgencia, parte del menú acompañado con un vino apropiado.

La salsa abundante del plato principal, preparada con especies variadas, hizo que a Myriam le entrase una sed descomunal y tuvo que pedir una botella grande de agua porque el alcohol la mareaba.

No era el caso de la azafata y su hermano que estaban acostumbrados a beber vino, puesto que los vinos en Francia poseen de una ganadísima fama, conservando una notable notoriedad culinaria: en un menú que se precie cada plato, cada queso y cada postre requiere un licor específico.

La elección de la repostería se la dejaron al camarero que se desvivió por ofrecerles un amplio refinamiento de dulces; el chantilly estaba exquisito, al igual que las cremas hechas con huevos y con leche.

Myriam que era muy golosa se atiborró comiendo beignts, unos buñuelos rellénenos de crema o fruta. Ángela optó por la degustación del Mont-Blanc: un puré de castañas con nata montada, y su hermano que no tenía problemas de sobrepeso se hinchió probando tortillas azucaradas con aroma de manzana, tortillas azucaradas con mermelada, pastelitos de almendra y merengues.

Para que la digestión no les fuese excesivamente pesada el joven que tan amablemente les sirvió, les aconsejó ingerir un famoso licor francés elaborado a base de hierbas; o una mezcla de coñac con naranja.

Al ingerir el primer sorbo del Gran Marnier, la escritora sintió como le abrasaba la garganta, pero al tercer sorbo fue degustando el licor poco a poco.

–– ¿Ha estado todo a su gusto?––preguntó el camarero al darles la cuenta.

––Delicioso––respondieron al unísono y se levantaron de sus asientos.

Justo antes de salir a la calle se cruzaron, casualmente, en la puerta del restaurante con Paul y una atractiva acompañante, que a juzgar por su aspecto físico debía doblarle la edad.

La mujer de cabello teñido, ojos oscuros y cuerpo esbelto era casi tan alta como Paul, y al topar con la mirada con Myriam, la escritora sintió curiosidad por saber la clase de relación que mantenían.

La lluvia había cesado pero el cielo seguía negro y el gélido viento azuzaba con fuerza todo lo que encontraba a su paso.

La humedad cubría las nubes, las casas, los árboles de los parques y los cuerpos de los transeúntes, avanzando lentamente por toda la ciudad sin dejar ningún rincón donde refugiarse.

A pesar del frió intenso las calles no estaban desiertas, la fuerte brisa agitaba las melenas de las señoras que se agarraban con fuerza del brazo de sus maridos por temor a salir volando como el sombrero de algunos caballeros.

Con el viento en contra el paseo hasta la boca del metro se hizo interminable. Al instante de subir, Ángela apretó en un mapa eléctrico el botón correspondiente al destino de llegada, para que iluminara el recorrido más corto hasta la estación más cercana.

La azafata y su hermano se bajaron a unos cien metros de la salida y antes de despedirse, Ángela, le indicó a Myriam el número de línea y la dirección que se dirigía al barrio latino donde la escritora había quedado con un grupo de amigos.

Continuará…

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