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Cuentos de abuelas

María… un abuela. Cuentos de abuelas

María ¿Por qué será que cuando uno conoce a una persona ya entrada en años, no la imagina más joven o más niña y sólo ve en ella, eso que se refleja hoy? A veces, pero pocas, a través de una mirada más incisiva tratamos de descubrir lo que nos sugiere una arruga, un gesto o quizás silencios prolongados por sumisión a la autoridad, al miedo por circunstancias determinadas y otras veces, es el resultado de la excesiva prudencia o simplemente creemos que responde a la necesidad del momento.

María, regordeta, morena, dinámica, poco comunicativa, de manos callosas extremadamente limpias, es de esas mujeres que parecen haber nacido para ser madre. Pero de las madres de antes, esas que esparcen un olorcito a puré recién hecho, que brinda besos con sabor a dulces caseros y te colma de abrazos tiernos.

Había nacido en la provincia de Catamarca, cerca del Rodeo a pocos kilómetros de la ciudad capital, donde “los mil tonos de verde” se confunden de manera majestuosa; donde desde lo alto de los cerros, se divisan las innumerables sendas que acaban perdiéndose entre las malezas traviesas que ocultan ranchos, junto al infaltable horno de barro y los corrales que guardan celosos, ovejas y cabras.

Cuando deja de llover en las tardes del verano agobiante, conejos blancos, negros y grises, salen de sus madrigueras buscando raíces tiernas y entre salto y salto describen movimientos como conjuros secretos. También y a la vista de todos, desafiando cualquier peligro, aves multicolores revolotean arbustos y algarrobos añosos junto a nogales cargados de nueces maduras que anuncian su cosecha. Más allá y entre caprichosos arroyos con abundante agua cristalina bajan en rápidos recorridos donde los peces realizan piruetas entre las piedras de sus lechos.

Así es María, producto de la tranquilidad de los cerros, cálida como el clima norteño, fértil en su amor como la tierra que la vio nacer y humilde como las economías empobrecidas por la explotación de unos pocos. Fue madre muy pronto casi sin darse cuenta, primero acunó a sus hermanos menores, después al cumplir los catorce, llegó el amor de la mano de Romualdo, un primo no lejano.

Hicieron rancho antes que naciera Isabel y su llegada fue dolorosa, desde el parto mismo, anticipado y difícil que puso a las comadronas a prueba. Esta niña presagiaba desde el vamos una vida nada fácil.

Enseguida presentó algunos problemas de salud, además de llorona y demandante, chiquita y con poco peso fue María, una permanente visita a las consultas del curandero, don Pedro, que desde el ojeado, el empacho y hasta la pata de cabra, hizo de todo para sanarla. Para colmo la leche materna era escasa entonces, para completar la alimentación, una cabra fue su ama diaria. A medida que fue creciendo los miedos fueron poco a poco desapareciendo, pero debido a todo lo anterior María consintió a la niña demasiado.

Al poco tiempo se presentó la posibilidad para Romualdo de ir a trabajar a los campos de unos de los hijos del patrón que tenía en la provincia de Bs. As, cerca de Pergamino. Unos atados de ropa y algunos enseres fueron el equipaje de todos en esta ida, primero el viaje en sulky hasta la estación del tren, después un micro hasta Pergamino y desde allí una camioneta que los alcanzó hasta el destino final. María no pronunció palabra un poco por el cansancio de tantas horas de viaje y otra por el asombro de este nuevo mundo ante sus ojos.

Los esperaba una casita de material con agua corriente, gas, luz eléctrica y cloaca. Cosas que María fue descubriendo con verdadero asombro a medida que transcurrían los días. Pronto se anunció el segundo hijo. A Romualdo y sus nuevas tareas le ocupaban gran parte del día y de la noche en esos trabajos. María quedó en la casita rodeada de sus quehaceres junto a Isabel y poco después, Miguel el hijo recién nacido, un robusto y dormilón bebé que agravó el comportamiento de Isabel, un poco por celos y otro poco, por los caprichos cada vez más frecuentes.

La mala cosecha, los problemas del clima junto a una peste que mató varias cabezas de ganado, hicieron que los problemas económicos no esperaran. Entonces la escasa disposición de dinero hizo que la necesidad golpeara la puerta de María, quién empezó a servir en la casa grande, dejando a los niños al cuidado del desamparo. Para Romualdo esta situación lo hizo amigo del alcohol, con él la violencia, que se manifestó en grandes silencios al principio y después con golpes, reproches y gritos.

Todo soportaba María, por los chicos, porque buscaba en su interior la culpa y porque así fue educada. Sabía que ese no era su Romualdo, aquel joven lleno de ilusiones y ternura con el que abrazó sueños para una vida mejor, distinta, llena de promesa que se desgranaban rápidamente. Un día Romualdo no volvió más, se hizo una búsqueda sorda por los lugares cercanos sin éxito.

La ayuda, para María, vino de la mano de Alicia, la hija mayor de la cocinera de la casa grande, que sabiendo que debía abandonar su casa, en un corto tiempo, dado que otro peón remplazaría a Romualdo Ofreció y acompañó hasta el barrio de Barracas, en las afueras de la ciudad de Basas. Hacia el sur, donde había una serie de casillas entre las que se encontraba una que perteneció a unos parientes, que no se adaptaron a las exigencias de la ciudad y decidieron volver a sus pagos.

Claro que esto no era como Pergamino la casa necesitaba muchas cosas pero sabía que pronto podría dejarla como nueva. Enseguida buscó trabajo, lo encontró en una casa de familia, donde por la mañana hacia la limpieza y las compras. Pronto en el gimnasio de la Srta. Paula en Avellaneda, por la tarde limpiaba pisos, vestuarios, baños y mantenía un orden que maravilló a muchos.

Llegaba a su casa alrededor de las nueve de la noche, los chicos quedaban solos bajo la mirada de alguna vecina y empezaron la escuela primaria, algo que estaba totalmente postergado. Delantales blancos, zapatillas impecables y mochilas relucientes, los miraba orgullosa María partir hacia la escuela.

Eran esos, sus hijos que mezclados con otros del barrio, empezaban una etapa diferente, esto le parecía mentira. En poco tiempo, María, Isabel y Miguel empezaron una nueva vida. Un día recibe la visita de Carlos, un vecino del barrio, se trataba de un “hablador”, como dicen los del interior; sin reparo le ofreció una mensualidad a cambio de que abandonara sus trabajos ya que en la villa a los “suyos” los cuidaban.

La oferta le pareció tentadora a María, pero por algo no la aceptó, después supo que se trataba de un politiquero y los que estaban con él recibían beneficios en dinero y comida, pero a cambio, debían estar en todas las reuniones y movilizaciones que se le indicaran. Para María el trabajo, era EL TRABAJO, por poco que ganara esos pesos le permitían sentir una satisfacción incomparable. Era una sensación entre libertad y coraje, libertad porque era producto de su esfuerzo y coraje para seguir adelante. La visita de Carlos quedó ahí, ella una sencilla mujer que no entendía de política y él que pensó que sólo debía esperar un poco más y que no faltaría la ocasión donde esta mujer lo fuera a necesitar.

Cuando Miguel terminó la escuela primaria decidió ir a casa de sus abuelos, así que una mañana partió rumbo a Catamarca. Este fue un desprendimiento importante, lo extrañó mucho los primeros tiempos sobre todo por lo demostrativo, solidario y colaborador para con ella y su hermana. En cambio, Isabel no quiso seguir estudiando, la edad primero y su salud enfermiza fueron los obstáculos iniciales insalvables.

El hecho de quedarse sola con tantas horas vacía la hizo victima de malas compañías, al poco tiempo la noche, la droga, el sexo precoz y el robo la pusieron ante el espejo marcado por la ignorancia y la miseria. María parecía no querer ver, hasta que una tarde su vecina doña Rosa fue al gimnasio a buscarla, con la noticia de que Isabel había sido detenida. ¡Cuánto lloró María! Es el llanto de las madres ante el dolor del hijo, un doble dolor, ese que ahoga, ese que no se disimula, ese que hace compañía a la impotencia, a la injusticia y al desamor.

Es el llanto donde los porque no encuentran respuesta y se mezclan con lágrimas y reproches, con culpas y silencios que llenan de vergüenza. Son angustian tan fuertes que adormecen hasta el tiempo que transcurre. Lamentablemente esto fue sólo la primera vez. A pesar de la promesas de Isabel de no volver a caer, hubo varias más, hasta que finalmente al cumplir la mayoría de edad la pena fue mayor y el tiempo de la privación de libertad también.

Al llegar la Sra. Leticia a la vida de María, todo empezó a cambiar. No trabajaría más para el gimnasio. Por intermedio de un conocido tuvo un abogado pago, las visitas abiertas a Isabel y el traslado a otra unidad penitenciaria, la hicieron sentir mejor. Con ayuda de Inés, la periodista, amiga de la Sra. Leticia pudo hacer que Isabel retomara sus estudios en la cárcel. Con Miguel lejos que está desarrollando su vida entre rebaños y campos ajenos, supo de los retoños, sus nietos. Los conocía poco, pero igualmente con sólo pensarlos o susurrar sus nombres, le hacían estremecer hasta el corazón.

Era un pedazo de sosiego que soplaba como aire fresco. Sabía que lo de Isabel llevaría tiempo y paciencia y que ella estaría lo más cerca posible para sostenerla y acompañarla, más allá de sus fuerzas, porque la maternidad para María era un compromiso de por vida. La amistad y el trabajo con Leticia le permitió entregar un amor maternal contenido, devolver todo eso que anidaba en lo más profundo de su ser, sentimiento del cual Leticia tenía tanta sed.

Sed de orejas que escuchan, sed de ojos que miran, sed de palabras con sabor a cariño verdadero y de gestos con fuerza desinteresada por la entrega y el servicio. Su partida, la muerte implacable, la dejó nuevamente ante la encrucijada de la vida. Otra vez debía volver a empezar. Con Juan Lescovich, Paula y Micaela, supo más tarde que tendría trabajo seguro. Cerca está Isabel que sabe por ahora que su madre está, no faltara el día en que quiera verdaderamente no causarle más pena.

Sabe, María, que Miguel traza un camino que se abre con obstáculos que él puede vencer, acompañado de una familia basada en el amor filial, donde no hay tiempos. María es la representante fiel de los que dan sin espera, de los se entregan más allá de sus fuerzas, de los que transitan con un corazón abierto, para dar resguardo y abrigo al que lo necesite, donde la devolución inmediata, a veces, no está presente.

Fin

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