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El chino mandarino es un cuento de la colección cuentos largos de gnomos de nuestro escritor de cuentos infantiles Antonio Roman Sanchez Rodriguez.

1. EL VERANO

      Alicia y Víctor eran chicos inquietos, juguetones, con mucha imaginación. La ciudad para ellos significaba el fin del verano. El tiempo estival lo disfrutaban en un pueblo pequeño, insignificante, perdido en la Tierra de Campos castellana. Nada de interesante aparentaba tener el pueblín, no había piscina, ni salas cibernéticas, ni parque con columpio. Tan sólo un árbol que había resistido la tala, daba algo de sombra junto a la Iglesia. Las calles no conocían el asfalto,  la carreta nacional que lo cruzaba  con el trasiego de automóviles, te hacía despertar del sueño de un tiempo y una forma de vida en grave declive. Era tal la sensación de abandono que sólo tenía vida con la llegada de los niños en los meses de julio  y agosto.
     Pero allí, los cantos se convertían en juguetes, la tierra en castillos fantásticos, los balones pegaban botes desafiando a la trayectoria de su lanzamiento y las bicicletas daban saltos y circulaban sin peligro alguno.
     
     Alicia y Víctor se lo pasaban muy bien. Junto a otros niños, perseguían a las gallinas y los corderos, se adentraban en los palomares y visitaban las pequeñas huertas que cultivaban los mayores para pasar el tiempo. Jugaban sin juguetes, pero era muy divertido, ante ellos, todo un mundo mágico por descubrir: charcas con ranas, grillos cantores, chicharras encantadas…
     Los mayores no eran cascarrabias, sino los que les enseñaban y contaban historias de otros tiempos y mostraban con orgullo los aperos de labranza. Nada de eso tenían en la ciudad. Lo mas bonito era el espectáculo de verlos jugar bajo la mirada atenta de los abuelos, convertidos en esos meses en personas que recobraban su vitalidad, y se sentían agradecidos, llenos de cariño.
       Disfrutaban de mucha armonía, y la soledad para jugar era algo que no conocían, los corrillos de niños no marginaban a nadie. Aprendían a convivir, a divertirse sin playstation, a hacer las paces de inmediato si tenían una discusión.
     Y llegaban las fiestas, y bailaban sin parar con esas orquestas itinerantes que anunciaban días alegres con traca y desfile del Santo Patrón. Los chicos se arremolinaban junto a los mayores para ver cómo preparaban esas brasas para asar sardinas y curioseaban todo lo que pasaba. Aprendían a descubrir con ojos de fascinación y respeto un mundo mágico, sin miedo a reprimendas por volver a casa con la ropa sucia y los zapatos llenos de pajas secas.
      Por la noche salían junto con todos los chicos sin hacer distinciones por edades, a tomar el fresco y compartir historias. Se apelotonaban junto a  una de las farolas que alumbraban el pueblo, olvidando y condenando a la televisión al olvido. Si hacía frío,  se reunían en el local del pueblo,  jugaban a las cartas y organizaban excursiones para el día siguiente. Bajaban hasta la vega andando, con un bocadillo, sin temor al tiempo empleado en comerlo, y con el ánimo de encontrarse con algún pastor y su rebaño de ovejas.
      Para todos aquellos chicos los días veraniegos pasaban sin someterse a horarios, salvo el de las horas de comer, que era cuando en el pueblo se escuchaban las voces de los mayores obligándoles a volver a casa para sentarse a la mesa.
   
      Pero pasaban los días y llegaba el fin del mes de agosto. El pueblo iba despidiendo a sus pequeños de forma escalonada, y los que iban quedando reforzaban aún mas los lazos de unión. Poco a poco se iban todos.
      Y también les llegaba su hora de partir a Alicia y Víctor. Volver a hacer el equipaje era un martirio, entre lloros y promesas de volver al verano siguiente, ayudaban a su madre con las maletas.

     Era tan grande su pesar, que sus lamentos llegaron a los gnomos. Los gnomos que habitaban en el pueblín, se reunieron unos días antes del día de su marcha y decidieron que esos niños no podían volver a la ciudad abandonando toda la fantasía e imaginación que habían adquirido en el verano. De manera que decidieron convencer a uno de ellos, que vino de Oriente antaño, y que llamaban el Chino Mandarino para que habitara dentro del oído derecho del padre y les contara cuentos.
      Escucharon la lección de anatomía del gnomo Nicolás y decidieron que de la cadena de huesecillos formada por el yunque, estribo, martillo y apófisis lenticular, el lugar idóneo para que se instalara el chinito era el martillo porque allí podría permanecer tumbado cuando necesitase echar una cabezadita.
     Deberían introducirse en la casa y esperar a que el padre de los niños durmiera profundamente. Prepararon todo minuciosamente y guardaron en la mochila del chinito todo lo necesario: su gorrito rojo, su abrigo para el invierno, una linterna para poder pasear por el oído, un par de botas, un par de zapatillas y un micrófono con amplificador.
     La noche fue larga, permanecieron los gnomos merodeando. El padre, roncaba muy fuerte, y esa fue la señal inequícova de que tenían que pasar a la acción. Accedieron por la ventana del dormitorio, llevaban cuerdas para poder escalar, y antes comprobaron que todo estaba en orden en el equipaje del chinito, incluso lo equiparon con un pequeño saco de dormir y una colchoneta.
     Se despidieron los gnomos con grandes besos frotándose unos a otros con sus narices. El chinito por fin llegó a la altura del oído del padre, se aseguró de que estaba profundamente dormido. Cayó varias veces al colchón debido a que los ronquidos provocaban soplidos que para él eran como huracanes, pero finalmente pudo agarrarse de la oreja, se deslizó lentamente y se introdujo por el pabellón auditivo. Había estudiado la estructura del oído y sabía como llegar hasta el martillo, después de unas pequeñas dudas respecto de por donde debía moverse, llegó al hueso elegido.
     Empezó el chinito por sacar sus cosas de la mochila, las puso en orden y a continuación extendió su colchoneta. Cuando estaba a punto de quedarse dormido, reparó en un detalle de la máxima importancia, ¿cómo se establecería el contacto con los niños para que él empezara el cuento?
     No tenía tiempo de salir, reunirse de nuevo con los gnomos para fijar la estrategia y volver de nuevo a la casa para acomodarse en el oído del padre. De manera que se puso a pensar. De repente, eureka, se dijo a sí mismo, ya lo tengo.
     Cogió un lápiz y papel y escribió lo siguiente:
     “Querido Nicolás, olvidamos un detalle: no se en qué momento del día tengo que iniciar el cuento que debo contarles a los niños. Se me ha ocurrido una idea, pero necesito la ayuda del Ratón Pérez. Los niños deberán frotar con suavidad la oreja de su padre al tiempo que deben susurrar suavemente tres veces seguidas mi nombre.
     Tendrán que repetir : chinito, chinito, chinito, sal y cuéntanos un cuentito.
Deberán asegurarse de que su padre duerme en profundidad porque si sospechara mi presencia, acudiría a un otorrino, me metería agua a presión y saldría despedido.
     Voy a dejar esta nota con las instrucciones dentro de un pequeño paquete, saldré ahora mismo y que Dios nos proteja, les daré el plano de localización de nuestro poblado. Espero que esto llegue a tus manos.
     Deberás ponerte en contacto con el Ratón Pérez para que les enseñe lo que tienen que hacer y  que aquí te cuento.
     Un beso gnomo, muy fuerte en tus narices.”
   
      No tenía tiempo apenas, salió ayudado por su linterna, se dejó caer suavemente, llegó hasta el colchón y se deslizó por el cable de la luz de la lamparita de la mesita de noche. Recorrió las habitaciones hasta llegar al dormitorio de Víctor. Estaba despierto porque no quería regresar a la ciudad. El chinito necesitaba entregarle el mensaje destinado a Nicolás junto al plano de localización y asegurarse de que Víctor nada mas levantarse y antes de su marcha, depositaba la diminuta bolsita en el sitio indicado.
     Como Víctor tenía mucha imaginación y sabía que los gnomos existían, notó que algo le susurraba al oído. El chinito se dirigió a él en los siguientes términos:
     -Hola Víctor, hemos escuchado los lloros tuyos y de tu hermana, y hemos decidido hacer divertido el regreso a la ciudad. Por favor, confía en mi, lleva esto que te dejo en la almohada mañana a primera hora, al sitio que indico en el plano. Lee la nota. Es necesario que hagas lo que te digo.
   
      Víctor no daba crédito a lo que había escuchado, y aunque el chinito salió muy rápido de la habitación porque se acercaba la hora del amanecer y tenía que volverse a meter en el oído de su padre, llegó a ver la silueta del gnomo. Lo distinguió bien por el gorro rojo que llevaba porque quedó reflejado con la luz de la linterna que portaba.
     Palpó un pequeño bulto extraño en su almohada y encendió la luz de su mesita. Al percatarse su madre de que el chico tenía la luz encendida, se levantó para ver si le ocurría algo. El chinito pasó un momento de mucho apuro, las luces de la casa se habían encendido y era necesario que el padre no se despertara.
     Se acercó la madre junto a Víctor y le preguntó si le pasaba algo, el chico le dijo que no, que no tenía ganas de regresar y que estaba desvelado.
     -Bueno hijo, le dijo su madre, ya sabes que tenemos que volver y que el           próximo año pasaremos el verano aquí otra vez. Descansa.
     Víctor, que también era bastante pillo, y quería saber  qué era ese paquete, le dijo a su madre:
– Mamá, cuando salgas cierra la puerta, que voy a estar un ratito con la luz encendida y enseguida la apago, no quiero despertar a papá.
     La madre regresó al dormitorio, su marido se había despertado y estaba gruñendo.
     -Mañana tenemos un viaje pesado y necesito descansar, dijo.

     El chinito mientras, temblaba. Era necesario que el padre se volviera a dormir. Pasaban los minutos y no lo escuchaba roncar. Al cabo de un rato largo, volvió a escuchar sus silbidos. Era el momento, se dio prisa. Volvió a trepar hasta la cama escalando por el cable de la luz de la mesita de noche, se situó en la almohada a la altura de la oreja y calculó el tiempo que empleaba el padre entre ronquido y ronquido para encaramarse en su oído. Era necesario calcular bien ese tiempo, el sueño ya no era tan profundo y debido a su diminuto cuerpo, cualquier movimiento provocado por los ronquidos del padre dificultaba la operación.
     Estimó que dispondría de unos cinco segundos aproximadamente. Esperó el momento idóneo, el padre cortaba la respiración después de un ronquido fuerte y ese era el momento.  Así hizo, le echó valor, y se introdujo de nuevo en su oído. Las cosas parecían que empezaban a salir bien. Pero le quedaba la duda de si el chico cumpliría su misión. Si el sobre no llegaba a Nicolás, ¿qué sentido tendría morar fuera de los suyos? Con estos pensamientos, extendió su colchoneta a lo largo del martillo y se durmió.

     Entretanto, Víctor examinó el paquete, el plano era tan diminuto que no podía verlo, pero no se dio por vencido. Tenían un pequeño microscopio en la casa del pueblín porque su hermana era aficionada a las ciencias naturales. Se dirigió a oscuras a su habitación, la despertó y le dijo:
– Alicia, necesito ahora mismo que cojas el microscopio.
     Alicia, respondió a su hermano:
– Tonto, me has despertado, tengo sueño.
– Si, respondió Víctor, pero esto que te pido es urgente.
– Sabes que ya está guardado en el equipaje, respondió Alicia.
– Bueno, es igual, búscalo, te digo que es urgente.
Alicia, abrió la bolsa donde sabía que estaba guardado el microscopio, lo retiró de su caja y se lo dio a su hermano.
– Dime cómo funciona, sabes que no lo utilizo.
– Toma, haber, ¿qué es lo que quieres ver?, dijo Alicia.
     Víctor depositó el paquete en el lugar indicado por su hermana y enfocó su visión ajustando la lente. Se quedó maravillado, era un plano y unas diminutas letras que consiguió leer y que decían lo siguiente:
      -Víctor, soy el gnomo chinito, ten confianza en mí y antes de marchar a la ciudad, debes ir al lugar que te indico en este plano. Oculta el paquete entre los matorrales. Si todo sale bien, recibirás en tu casa de la ciudad, la visita del Ratón Pérez.

     Víctor comprobó que el lugar donde debía depositar ese paquete se encontraba a un kilómetro aproximadamente del pueblo en dirección a la vega. Estaba perfectamente señalizado, tenía que coger la vereda que utilizaban en sus excursiones. El problema era cómo convencer a sus padres que antes de su marcha quería dar un último paseo en la bicicleta. No podía decir nada de su misión y no encontraba excusa alguna. Además la bicicleta ya se había guardado en el camarote. Tenía que buscar otro medio de llegar hasta allí.
    
     Mientras todo esto pensaba, los padres ya se habían levantado y estaban preparando el desayuno y supervisando el equipaje. El padre de Víctor iba cargando el coche. Como estaba tan ensimismado, llegó a derramar la leche de la taza, recibiendo una fuerte reprimenda de su madre.
Todo lo tenía en contra, tenía que cambiarse de ropa y apenas tenía tiempo para llegar hasta el lugar que indicaba el plano y que había memorizado. Pensó que la única opción era jugársela y desobedecer a sus padres. Salió un momento a la calle y saludó a Ramón, que era uno de los hombres del pueblo con el que pasaba ratos en su pequeña granja.
     Ramón solía estar siempre dando vueltas con su bicicleta, se detuvo junto a Víctor y entre ellos iniciaron un diálogo.
      -Hola Víctor, buenos días, qué poco te queda en el pueblo, ¿verdad?
      -No me lo recuerdes, respondió Víctor, pero antes de marchar necesito que me hagas un favor.
      -Claro, dijo Ramón, ¿qué es lo que quieres?
      -Que me dejes tu bicicleta, necesito hacer una cosa urgente.
      -No te dejarán tus padres, dijo Ramón, sabes que hoy marcháis.
      -Pues me la tienes que dejar y entretener y tranquilizar a mis padres hasta que vuelva.
     Víctor finalmente convenció a Ramón para que le dejara la bicicleta. Se subió y empezó a pedalear. Entretanto, salió su madre a buscarlo, y al preguntar a Ramón si lo había visto, éste le dijo que sí, que no se preocupara puesto que volvería pronto. 

     Víctor pedaleaba sin descanso, poco a poco se acercó hasta el lugar indicado en el plano. Tenía que localizar el matorral. Se bajó de la bicicleta y  observó el terreno.
     -Ya está, dijo, debe de ser ese que está ahí.
     Se dirigió hasta allí y empezó a levantar con cuidado las ramas. Cuál fue su sorpresa, cuando descubrió una pequeña trampilla que ocultaba unos túneles diminutos. Se quedó asombrado de lo que estaba descubriendo, había dado con la ciudad de los gnomos, pero fue respetuoso y cedió a la curiosidad de excavar con sus propias manos. Depositó el paquete que le dio el chinito y tomó el camino de vuelta a casa.

     Los padres de Víctor tenían preparada para su vuelta una fuerte bronca. Ramón intentó tranquilizar a la madre, y con mucho sentido común le dijo:
     -No te preocupes, lo peor que os puede pasar es que os tengáis que quedar un día mas en el pueblo. Así que no le des al coco y deja de enfadarte, el chico llegará pronto.
     El padre, tenía un enfado monumental porque el chico no llegaba. Le preguntó a Alicia que si sabía algo.
    -Alicia le respondió, no se nada papá, lo único que te puedo decir es que anoche me hizo sacar el microscopio y se puso a ver no se qué.
     -Este chico con sus bobadas, nunca va a madurar, le respondió a su hija.
  
       Por fin divisaron en la vereda al chico. Regresaba Víctor todo contento con su misión, estaba seguro de que si lo que le dijo el chinito era verdad, pronto llegaría a conocer al Ratón Pérez, tenía ganas de hablar con él y darle las gracias por los regalos que le había hecho tiempo atrás cada vez que se le caía un diente. Se fue acercando al pueblo ensimismado, ajeno a la reprimenda que le esperaba.
     Ramón se interpuso y no dejó que  riñeran al niño. De manera que la cosa se suavizó, aunque no se escapó de tener que dar una explicación de ese paseo de última hora en bicicleta.
     -¿Para qué has bajado por la vereda?-Le preguntó su padre.
     -Es que, dijo Víctor, el viaje es largo y de tantas horas sentado en el coche, me terminan por doler las piernas. Tenía que hacer un poco de ejercicio.

     La respuesta no fue convincente pero sirvió. El padre tenía prisa por arrancar porque el regreso a la ciudad era muy pesado y al día siguiente tenía que trabajar. Les permitió a sus hijos que se despidieran de la gente del pueblo y les emplazó a que volvieran a casa en quince minutos.

    
2. LOS GNOMOS

     El día en el que Víctor había depositado el paquete del Chino Mandarino en la entrada del poblado gnomo, se encontraba de guardia Rafael. Se levantó como de costumbre, algo tarde, a mediodía. Los gnomos suelen permanecer despiertos casi toda la noche para evitar salidas diurnas que pueden ser peligrosas para su seguridad. Abrió la trampilla guardando las cautelas necesarias. Primero debía asegurarse de que no merodeaban por los alrededores ni humanos ni animales. Tenían instalada una diminuta cámara en una de las ramas del matorral, pero Víctor al depositar allí el paquete, la había movido y Rafael no podía ver nada, todo estaba desenfocado.
     En el protocolo estaba establecido que en caso de no poder ver con nitidez el exterior, no se abriría la puerta de acceso bajo ningún concepto. Se reunió con el oficial de guardia, el gnomo Facundo, y le dio novedades.
     Facundo encendió la alarma y de inmediato todos los gnomos se reunieron en la parte más profunda del poblado.
     -¿Qué ocurre?, preguntó Nicolás.
     -Aún no lo sabemos, respondió Facundo. Rafael no ha podido abrir la puerta esta mañana porque la cámara la ha movido algo o alguien.
     Nicolás, tomó la palabra:
     -Amigos, debemos formar un pelotón que salga al exterior para comprobar lo que ocurre, mientras tanto, todo el mundo debe refugiarse en el sitio convenido para estos casos, sin excepción alguna.
     Así se hizo, los gnomos empezaron a movilizarse ordenadamente al tiempo que los cinco mas jóvenes se dispusieron a abrir la puerta. Todo estaba bajo control. El pelotón seleccionado, comenzó a abrirla muy despacio, asegurándose de que en caso de emergencia, debían cerrarla bruscamente. Afortunadamente, no ocurrió nada extraño, tan solo la presencia del paquete les llamó la atención. Volvieron a colocar correctamente la cámara y cogieron el paquete. De inmediato volvió el poblado a recuperar la calma.
     Nicolás se acercó al grupo a felicitarles por lo bien que habían actuado, fue entonces cuando se percató del paquete. Podía distinguir sin duda alguna, la letra del Chino Mandarino. Abrió el mismo y dentro encontró la carta que le había escrito.
     -Zas, dijo Nicolás, lleva toda la razón. Debemos contactar con el Ratón Pérez de inmediato. Esos niños deben saber utilizar la seña y el modo de dirigirse a nuestro chinito.

     Aquella noche, Nicolás reunió al grupo de sabios. Les explicó la situación y todos ellos se lamentaron por la falta de previsión, pero convinieron en que era necesario hablar con el Ratón Pérez. Pensaron que sería difícil convencerlo porque estaba siempre muy ocupado atendiendo a los niños que perdían un diente. Tenían que saber primero cuando actuaría, y para ello hicieron un minucioso repaso de los niños en edad de perderlos.
     Sabían que había un niña que aún no había abandonado uno de los pueblos de la comarca. Se trababa de Lola, y vivía en el pueblo cercano a la vega. Volvieron a organizar un grupo de gnomos, la misión estaba clara, merodearían por la casa con mucho sigilo y cuando tuvieran noticia de la pérdida de un diente de Lola, accederían a su habitación hasta que esa noche hiciera acto de presencia el ratoncito.
      Así se hizo, y un grupo de jóvenes gnomos junto a Nicolás, se dirigieron  a la casa en la que vivía Lola.
     Se instalaron en un hueco que formaba el armario con la pared. Llevaban comida para unos días y lo necesario para acampar allí. Sería fácil determinar la noche en la que actuaría el ratoncito porque la madre depositaría el diente de su hija en la mesita de noche.
     Al día siguiente de su acampada en la habitación de Lola, escucharon con gran alborozo la noticia. Era la noche elegida. Lola fue pronto a la cama llena de ilusión, y los gnomos montaron guardia. Sabían que el Sr. Pérez era muy rápido en sus movimientos.
     Sobre las tres de la madrugada, hizo acto de presencia en la casa. Subió hasta la mesita de noche y depositó un pequeño regalo junto al diente. Bajó muy deprisa con la intención de no ser descubierto, pero al empezar a corretear, tropezó con una pequeña trampa que le habían preparado los gnomos y quedó atrapado.
     Empezó a chillar,  se  acercó Nicolás y le dijo:
      -Sr. Pérez, cálmese por favor. Soy el gnomo Nicolás, y lo necesitamos para que nos ayude en una misión.
     -El ratoncito respondió, ¿qué queréis de mi?
     -Acompáñenos por favor a nuestro poblado, será muy bienvenido y le daremos todos los detalles. Confíe en mi.
    El Ratón Pérez estaba confuso, pero quedó tranquilo cuando Nicolás acercó la linterna a su semblante, y descubrió que era un gnomo. Estaba allí junto a un grupo de ellos. Había oído hablar mucho de sus hazañas con los niños y le picó la curiosidad de conocerlos.
     Perdido el miedo inicial, les dijo:
     -De acuerdo, será un placer, os acompaño, pero no podré quedarme mucho tiempo con vosotros porque sabéis que tengo mucho trabajo.

     Por el camino hasta  al poblado gnomo, Nicolás fue dando detalles al Sr. Pérez. El Ratoncito quedó impresionado, y aceptó instruir a los niños para que el chinito les contase cuentos.
    Por fin llegaron a la ciudadela gnoma, Nicolás presentó lleno de orgullo a todos al Ratoncito Pérez, quien fue agasajado con dulces de queso especialidad de Miguel, el cocinero de las grandes ocasiones.
     En la sobremesa, el ratoncito leyó la carta del chinito. Le quedó claro que  su misión era hablar con Víctor y decirle que, cuando su padre durmiera profundamente, debían acercarse a él, frotar tres veces seguidas suavemente su oreja y susurrar en el oído derecho las siguientes palabras:
Chinito, chinito, chinito. Sal y cuéntanos un cuentito.
     -Muy bien, dijo el Ratón Pérez, sólo me falta saber dónde vive Víctor.
     Nicolás respondió que no sabía exactamente donde vivía, y la verdad es que no había reparado hasta el momento en ese detalle.
     -Bueno respondió Pérez, si me dais detalles quizá pueda acordarme de él. He visitado a todos los niños.
     Nicolás se puso a darle todo lujo de detalles, del color de su pelo, estatura, rasgos de su cara, color de los ojos…
      El Ratón Pérez le dijo:
      -Basta, ya se de quien se trata y se donde vive. Lo recuerdo bien, ha sido el único niño que ha sido capaz de verme una noche. Se puso loco de emoción y tuve que salir más deprisa que de costumbre. Corrió detrás de mi chillando con alegría, y despertó a su madre.
     -Mamá, corre, dijo Víctor, recordaba el Ratón Pérez. Por ahí se va, es blanco y lleva un petate colgando.

 

3. EL RATÓN PÉREZ

     Los gnomos y el Ratón Pérez se despidieron muy emotivamente y cargados de intenciones de volverse a reunir.
     El Ratón Pérez se dirigió a la ciudad donde vivía Víctor, estaba orgulloso de su misión y de ayudar a sus amigos los gnomos.
    Por su parte, Alicia y Víctor estaban de vuelta en casa. El curso escolar había comenzado de nuevo. Víctor presentía que recibiría la visita del ratoncito pese a que ya había perdido todos los dientes. Estaba seguro de que el paquete lo había depositado en el lugar indicado en el plano que le proporcionó el chinito.
   
      La vuelta se había hecho pesada. La despedida entre los niños estaba cargada de lágrimas, ninguno quería volver a su ciudad de residencia. El padre de Víctor le fue sermoneando durante el viaje, intentando descubrir los motivos que habían animado a su hijo a escaparse esa mañana. Pero no consiguió arrancarle nada, tampoco insistió, iba a lo suyo, a intentar llegar lo antes posible porque al día siguiente tenía que trabajar.

     Víctor buscó la complicidad de su hermana Alicia. Le contó toda la historia  y el motivo verdadero de su escapada con la bicicleta. Alicia se frotaba las manos, pensó que sería divertido poder escuchar  cuentos narrados por un gnomo. Vivieron días de ilusión esperando la visita del ratón.
    
     La experiencia del verano en el pueblo y lo bien que lo habían pasado, les hacía detestar jugar con esos juguetes electrónicos y cargados de pilas que lo hacían todo de manera autónoma. Necesitaban juguetes que despertaran su imaginación y buenos libros de aventuras. Habían aprendido a transformar cada juguete en algo animado, con vida propia, y vivían aventuras con ellos. No necesitaban encender la televisión ni manejar consolas; en sus habitaciones había castillos encantados y casitas mágicas habitadas por haditas y niñas que requerían sus cuidados.
    
     La noche en la que había decidido el Ratón Pérez visitar a Víctor, se había quedado dormido leyendo un cuento. Su madre se acercó a la cabecera de la cama y apagó la luz de la mesita.
     El ratoncito necesitaba acceder a la vivienda lo antes posible porque tenía que entregar regalos a los niños que habían perdido un diente ese día.   Su tarea no se le antojaba complicada porque estaba convencido de que el chico esperaba su visita.
     Al contrario de lo que solía hacer actuando solo cuando los niños estaban dormidos, ahora necesitaba que Víctor estuviese despierto. No esperó a que se hiciera de madrugada. Se coló rápidamente en su habitación y le hizo cosquillas con su rabo.
     Víctor despertó, y el ratoncito, tapó con sus patas la boca.
     -Silencio, le dijo, soy el Ratón Pérez, ¿sabes a lo que he venido?
     -Víctor, lleno de emoción, le respondió: Si. Has venido para enseñarme cómo tenemos que contactar con el Chino Mandarino.
     -Correcto, respondió nuestro ratoncito. Presta atención, tengo poco tiempo porque es necesario que siga con mi cometido. Cuando tu padre esté dormido, frotaréis suavemente la oreja derecha y susurraréis estas palabras:
Chinito, chinito, chinito, sal y cuéntanos un cuentito.
     -¿Has entendido todo bien?, preguntó el Ratón Pérez.
     -Si, respondió Víctor.
     -Entonces, me despido, le contestó nuestro ratoncito.

 

4. EL CHINO MANDARINO

     Víctor estaba orgulloso, había conseguido hacer llegar el paquete a los gnomos, y además había conocido al Ratón Pérez. No había cambiado de aspecto, todo su cuerpo era blanco y se acompañaba de un petate, tal y como recordaba cuando logró verlo tiempo atrás. Le costó un poco dormirse porque estaba loco de contento.
     Por la mañana tuvo que despertarlo su madre. Cuando se levantó dirigió un guiño a su hermana. Alicia percibió que algo ocurría, desayunaron juntos con mas prisa que de costumbre, querían salir pronto de casa para ir al colegio y poder hablar a solas. Su madre les ayudó a cruzar la calle y se despidió de ellos.
     -Alicia, dijo Víctor, ¿sabes que esta noche he hablado con el Ratón Pérez?
     -Cuenta, respondió Alicia.
     -Se acercó a mí, me despertó con el rabo y me dijo que lo que teníamos que hacer era aprovechar cuando papá estuviese dormido, y entonces acariciar suavemente la oreja derecha y decir muy bajito al oído:
Chinito, chinito, chinito, sal y cuéntanos un cuentito.
  -¿Si?, ¿y tú crees que saldrá el chinito? –Preguntó Alicia.
  -Hoy mismo haremos la prueba, respondió Víctor. Mamá tiene previsto salir por la tarde y papá echará una cabezada.

     En el recreo se volvieron a reunir los hermanos, estaban contentos y destinaron el tiempo a ingeniárselas para quedarse en casa esa tarde sin tener que acompañar a su madre.
     -Tú camela a papá, dijo Víctor. Querrá quedarse solo para descansar mejor.
     Cuando salieron del colegio, coincidieron con su padre que les esperaba a la salida. Se acercaron los dos y le dieron un beso. Alicia, aprovechó para decirle que querían quedarse con él porque les habían puesto muchos deberes.
     -De acuerdo, le contestó su padre, pero prometerme que me dejaréis descansar, necesito dormir un poco.
     -Prometido papá, respondió Alicia.
     Cuando entraron en casa, su madre los esperaba para salir. Alicia y Víctor le dijeron que tenían que quedarse en casa porque tenían muchos deberes y preferían quedarse con su padre.
    -Espero que esté todo en orden cuando llegue a casa, les dijo su madre.

    Abrieron los libros y se pusieron a esperar a que el padre se durmiera.
    -Papá, dijo Alicia, tu duerme tranquilo, que estamos haciendo los deberes.
     El padre se metió en la cama, tenía sueño. Esperaron a oírlo roncar. Pasados unos diez minutos, un silbido fue la señal. Accedieron a la habitación con mucho sigilo.
     Alicia acarició suavemente la oreja de su padre y dijo muy bajito al oído:
Chinito, chinito, chinito, sal y cuéntanos un cuentito.

     El Chino Mandarino escuchó las palabras de Alicia, era la seña convenida. En unos segundos, recordó  las dudas que había tenido todos esos días. Llegó incluso a sopesar la idea de abandonar su misión, estaba totalmente incomunicado en ese oído y lejos de los suyos. Pero se llenó de emoción, era el momento de entrar en acción.
     Alicia y Víctor esperaban que algo mágico ocurriera. El chinito asomó su cabeza cubierta con el gorro rojo, y con la ayuda del micrófono que llevaba, respondió a los niños:
     -Hola niños, ¿queréis que os cuente un cuentito?

 

5. ALICIA Y VÍCTOR

     La aparición del chinito asomando la cabeza por el oído de su padre, les pareció lo más asombroso que habían visto en su vida. Se quedaron con la mente en blanco, de manera que nuestro gnomo tuvo que volver a repetir:
     -Hola niños, ¿queréis que os cuente un cuentito?
     Alicia, respondió esta vez de inmediato:
     -Si, chinito, cuéntanos un cuentito.
    Y el Chino Mandarino comenzó:
    -Érase una vez…
    Los niños escuchaban con mucha atención la narración  y participaban del mismo. El chino, detenía el relato frecuentemente y los convertía en sus personajes. Todo era magia, poesía, fantasía sin límites.
     Cuando terminó de contarles el cuento, se despidió y se volvió a introducir por completo en el interior del oído. Alicia y Víctor se frotaron las manos, un mundo de ilusión estaba a su alcance.
     Abandonaron la habitación de su padre y terminaron de hacer los deberes.
     En la cena no despegaron la boca, únicamente se dirigían miradas de complicidad.

     Se fueron a la cama muy pensativos. A la mañana siguiente, camino del colegio, decidieron que era mejor contar a su madre lo que pasaba, porque así no tendrían que dar excusas, y cada vez  que su padre durmiera la siesta podrían avisar al chinito. También hablaron de la posibilidad de contárselo a sus amigos, pero eso era complicado porque querrían venir a casa y era un poco lío. Estaba claro, tenían que conocer la opinión de la madre y contar con su complicidad.
   
      En la comida, Alicia le preguntó a su madre:
     -Mamá, ¿tú crees en los gnomos?
     -¿Por qué me preguntas eso?, respondió la madre.
     Víctor que era bastante pillo, se adelantó a la respuesta y dijo:
     -Es que los gnomos solo se aparecen a los niños, y estamos seguros de que en casa puede estar uno viviendo.
     -Bueno, come y calla, dijo la madre.
     -Si nosotros lo único que queremos es que cuando salgas y se quede aquí papá durmiendo, nos dejes con él, y así aprovechamos para hacer los deberes. Este año queremos sacar buenas notas. Respondió Víctor.
     -De acuerdo, dijo la madre,  mientras no se queje de vosotros vuestro padre, por mi no hay problema.

     Alicia y Víctor pensaron que era así mejor, a fin de cuentas se trataba de poder disfrutar de los cuentos del chinito. Pero querían hacer partícipes a sus mejores amigos. No les sería complicado llevarlos a casa una tarde que durmiera su padre, alegando que se tenían que reunir para hacer un trabajo del colegio en equipo.
     Al día siguiente cuando salieron al recreo, llamaron a Eva y Miguel, les querían contar lo que ocurría en sus vidas. Ni Eva ni Miguel daban crédito a la historia que les contaba Víctor: el descubrimiento del poblado gnomo, la visita del Ratón Pérez, el Chinito saliendo del oído de su padre…
     -Hemos pensado Alicia y yo, dijo Víctor, que tenéis que oír y ver al chinito gnomo. Lo tenemos todo planeado, la próxima tarde que se quede a dormir mi padre porque luego se va a trabajar por la noche,  venís con nosotros a casa y decimos que tenemos que hacer un trabajo en equipo.
     En eso quedaron. Tenían que ir preparando la estrategia. Alicia y Víctor comentaron en casa que les habían mandado hacer un trabajo en el que tenían que participar Eva y Miguel; éstos por su parte, también se lo dijeron a sus padres.
    
     El día convenido fue una fiesta en todos los sentidos, en el recreo se reunieron los cuatro chicos y empezaron a fruir. Habían memorizado el ritual para que apareciera el chinito, sabían que asomaba su cabeza cubierta con un gorro rojo y que sus cuentos les obligaba a participar como si ellos fueran los personajes. Antes  debían pasar unas sillas al dormitorio para acomodarse, pero sin hacer ruido alguno. La clave era que el padre no se despertara.
     La madre les había dejado preparada la merienda a todos. Eva y Miguel llegaron a la hora convenida, les abrió la puerta Alicia. Recibieron los pertinentes consejos de que se portaran bien,  y de que hicieran un buen trabajo. No debían molestar al padre porque esa noche tenía que ir a trabajar. Por fin se quedaron los cuatro amigos a solas, se miraban con caras de felicidad, sabedores de que algo extraordinario iba a ocurrir.
     Alicia se acercó por el pasillo a la puerta del dormitorio, su padre ya estaba roncando. Regresó al salón y dijo:
    -Manos a la obra, mi padre está dormido.
     Pasaron las sillas con mucho cuidado y se acomodaron. Alicia comenzó a acariciar suavemente la oreja de su padre y susurró al oído:
     -Chinito, chinito, chinito, sal y cuéntanos un cuentito.
     El Chino Mandarino salió de inmediato, asomando la cabeza cubierta con su gorro rojo y les preguntó a los niños:
     -¿Queréis que os cuente un cuentito?
     Los cuatro amigos respondieron:
     -Si, chinito, cuéntanos un cuentito.
    Y nuestro amigo comenzó:
     -Érase una vez….

     Eva y Miguel quedaron impresionados. El cuento del chino les hizo participar a todos. Alicia incluso se atrevió a preguntar al chino dudas que tenía sobre los deberes.
     Cuando terminó de contarles la historia de un niño muy humilde que a base de estudiar mucho, consiguió convertirse en el Consejero del Rey de Nigala, nuestro chinito se despidió y se introdujo de nuevo en su morada.
     Los cuatro niños, parecían mas amigos que nunca, se consideraban unos privilegiados. Se quedaron como mudos, no encontraban palabras para describir lo que habían vivido.

     Alicia y Víctor aprovecharon las tardes que se quedaba su padre a descansar para escuchar muchos cuentos al chinito. De vez en cuando conseguían que Eva y Miguel estuvieran en casa. Los cuatro niños juraron que no contarían esa historia a nadie, temían que algún desaprensivo intentara capturar al chinito para encerrarlo en una jaula y exhibirlo. Además, si su padre sospechaba que habitaba en su oído un gnomo, lo haría salir de allí de inmediato.

 

6. LA NAVIDAD

     Entre el gnomo y los niños empezó a  surgir una amistad muy especial, aparte de los cuentos, el chinito les daba consejos y  pequeñas clases de matemáticas y lengua.
     Les dijo en tono muy académico que si leían mucho, dominarían la capacidad de entender cualquier texto y que esa era la base para rendir en todas las asignaturas. Además aprendieron a dar vida propia a sus juguetes, desarrollando su creatividad y  capacidad para  relacionarse socialmente.
     Se habían olvidado por completo de ponerse delante de las consolas de video juegos y apenas veían la televisión. El viaje más fantástico era el que les proporcionaban los libros de lectura, los juguetes a los tenían que dar vida propia y por supuesto los cuentos del chinito.

     Por su parte, nuestro gnomo, se sentía feliz en su misión. Pasaba largos ratos meditando y recordando a sus seres queridos, estaba a gusto especialmente cuando el padre dormía y salía a contar un cuento, pero no podía disfrutar de la vida y costumbres gnomas.
     Una tarde, mientras contaba una historia fascinante sobre una niña bailarina, se le cayeron unas lágrimas.
     Alicia le preguntó:
    -¿Qué te pasa chinito?
    El chinito, detuvo el relato y le respondió a Alicia:
    -Es que echo mucho de menos a los míos.

     Alicia y Víctor pensaron que tenían que ayudar al chinito a volver con los suyos. La Navidad se acercaba y sería un gran regalo para él. Escribieron la Carta a los Reyes Magos y  pidieron en lugar de juguetes, pasar unos días en el pueblín.
    No desaprovechaban la ocasión cuando se reunían con sus padres para tratar el tema. El padre se mostraba reacio porque el viaje era muy largo y en invierno allí hacía mucho frío, pero tenían que convencerlo de alguna manera para llevar al gnomo a su poblado.
     Alicia, le dijo un día a su padre:
     -Papá, deberías llevarnos unos días en Navidad al pueblo.
     -Sabes que en estas fechas no es aconsejable, respondió su padre.
      -Pero es que es muy importante para nosotros, insistió Alicia.
      -¿Por qué?, preguntó su padre.
      -No te lo puedo decir, dijo Alicia, pero podríamos pasar unas Navidades Blancas disfrutando de la nieve, bien abrigados, y tú jugarías con nosotros recordando tu infancia.

     El padre quedó convencido. Solicitó unos días libres en su trabajo, pero no dijo nada en casa, quería darles la sorpresa a sus hijos.
     Por fin llegaron las vacaciones para los niños, y el padre, comiendo, dijo:
     -Vamos a ir unos días al pueblo en Navidad.

     Alicia y Víctor, tuvieron un sabor agridulce con la decisión de sus padres de ir en Navidad al pueblo. Sabían que lo justo era llevar al chinito a su poblado y ello suponía que a partir de ese momento dejarían de escuchar esos cuentos tan fascinantes.
     Esa tarde, el padre se acostó un poco por la tarde, y su madre salió de compras. Repitieron el ceremonial convenido y el chinito salió como de costumbre a contarles un cuento.
     Víctor le dijo:
      -Espera, que somos nosotros los que tenemos que contarte algo.
      -Bueno, decirme niños, respondió el gnomo.
      -Mis padres han decidido ir unos días al pueblo y pensamos que es una ocasión para que regreses con los tuyos y celebres la Navidad, dijo Víctor.
     El Chino Mandarino se puso muy contento y lloró de emoción. No había reparado nunca en esa posibilidad ni se lo había pedido a los niños, además el compromiso que adquirió con Nicolás no exigía tiempo alguno establecido. Pero asintió, necesitaba de sus paseos por el campo y de sus charlas con Matilde, que era su mejor amiga.

     Alicia y Víctor compraron una pequeña cajita de madera y la rellenaron de látex para que pudiera viajar cómodo el chinito. Hablaron con él, ya no querían que les contara cuentos, tan sólo preparar adecuadamente todos los detalles. El día anterior al viaje, el chinito debía salir del oído de su padre y refugiarse en la cajita, todo estaba en orden. Los chicos cuando llegaran al pueblo, bajarían por la vega hasta el poblado,  y lo dejarían allí entre los matorrales que ocultaban la entrada a la ciudad gnoma.
      Así hicieron, el chinito se puso a recoger todas sus cosas, y las guardó en su petate, asomó la cabeza y esperó la respuesta de los niños.
     -Tienes que salir ahora, dijo Víctor, mañana nos vamos de viaje.
     Ayudaron al chinito a deslizarse y Víctor puso la palma de su mano. El gnomo se sintió seguro. Con mucho mimo lo introdujo en la cajita y recibió muchos besos de los niños.
 
     Por la noche ayudaron a su madre a organizar el equipaje, Víctor escondió adecuadamente la cajita en su mochila, que siempre llevaba consigo. El viaje era pesado y de vez en cuando paraban a descansar. Alicia y Víctor prefirieron permanecer en el coche guardando su mayor tesoro y no acompañaron a sus padres para tomar algo en las cafeterías de carretera. Llegaron por fin al pueblo, ayudaron en todo lo que les ordenaron, y encendieron las estufas. Hacía mucho frío.

     Alicia y Víctor hablaron con el chinito, se despidieron de él advirtiéndole que posiblemente no tuvieran otra ocasión para hacerlo. Estaban seguros de que  no les dejarían caminar solos por la vega y tendrían que ir acompañados. Ataron todos los cabos y decidieron que Alicia se quedaría entreteniendo al personal mientras Víctor abría la cajita y dejaba al chinito en las puertas de su poblado. Así se lo hicieron saber.
     Por la mañana,  después de desayunar, convencieron a su padre para dar un paseo. La madre prefirió quedarse en el pueblo y charlar con las abuelas.
     Víctor recordaba el lugar exacto, caminaron despacio, iban entretenidos con Ramón que se sumó a la excursión con ellos. Cuando se acercaron al matorral, Víctor hizo una seña a su hermana. Alicia se dispuso entonces a distraer a Ramón y a su padre y Víctor se adelantó, llegó al lugar que había memorizado cuando el chinito le dio el plano y esperó a no ser visto por nadie. Abrió la cajita, cogió al chinito con dos dedos y lo ocultó removiendo las ramas con mucho cuidado, antes le dio un beso muy grande y le deseó Feliz Navidad.

     Rafael se encontraba de guardia. Como hacía mucho frío había recibido instrucciones de  no abrir la puerta de acceso a la ciudadela, pero tenía que vigilar a través de la cámara. Cuando vio al Chino Mandarino esperando que le abrieran, corrió a dar novedades a Facundo, pues no podía abrir la puerta sin permiso del superior.
     Facundo acudió de inmediato y ordenó su apertura. Nuestro chinito por fin volvía con los suyos. Estaba helado de frío, tiritaba, pero estaba feliz aunque echaba de menos a los niños.
     Nicolás recibió de inmediato novedades y todos los gnomos acudieron a saludar al chinito. Matilde, se retocó el pelo y se pintó los labios, se acercó a él y le dio un beso. Ambos sintieron que se trataba de un beso de amor.
    Comentó con todo lujo de detalles cómo le había ido, y la ilusión que percibía en la mirada de los niños. Por su parte Nicolás le contó cómo consiguieron contactar con el Ratón Pérez. Todos estaban embelesados en los relatos y se les hizo de noche.
    El chinito se acostó recordando a los niños y con la firme decisión de declarar su amor a Matilde. Al día siguiente, se arregló bien la barba y cepilló el gorro rojo. Fue al encuentro de su amada y le dijo todo nervioso:
     -Matilde, he pensado….um… que…
      Matilde, como percibió que sería incapaz de lanzarse, se acercó y lo besó.
     -Tonto, estaba esperando este momento, te quiero mucho cariño, le dijo Matilde tras el beso.
    
     Los gnomos empezaron a divulgar el noviazgo y Nicolás los declaró oficialmente novios. Nuestro chinito fue investido maestro oficial de los niños gnomos.
     Se puso a escribir un libro de cuentos para la comunidad, y un ejemplar decidió enviárselo a Alicia y Víctor. Los Reyes Magos debían pasar por el poblado para dejar juguetes a los mas pequeños y recibirían el encargo.
     Así ocurrió, y el diminuto libro lo cargaron en uno de los camellos.    

     Alicia y Víctor celebraron las Navidades en el pueblo. Cuando su padre terminó los días de descanso, volvieron a la ciudad. Se acordaban del chinito pero estaban felices de saber que él lo estaría junto a los suyos,  además aún quedaba la Noche de Reyes…
    
     Cuando despertaron, entre los juguetes encontraron el libro de cuentos del chinito junto a una lupa que habían considerado oportuno los Reyes regalarles aunque no se la habían pedido en la Carta. Víctor se dio cuenta de inmediato de que la letra era del chinito, llamó a Alicia y juntos empezaron a leer la primera historia.

     El padre, se fijó en sus hijos, estaban muy contentos. Alicia, llena de curiosidad por saber la opinión de su padre, le preguntó:
     -Papá, ¿tu crees en los gnomos?
     -Su padre le respondió, ¿tu crees en ellos hija?
     -Si, papá, respondió Alicia, además he conocido y visto a uno de ellos.
     -Entonces, sentenció su padre, te voy a responder que los sabios dicen que todo lo que la mente llega a imaginar y pensar, es porque es real hija mía.

El chino mandarino es un cuento de la colección cuentos largos de gnomos de nuestro escritor de cuentos infantiles Antonio Roman Sanchez Rodriguez 

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