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El payaso que quería ser astronauta

El payaso que quería ser astronauta

El payaso que quería ser astronauta. Rocío Cumplido González, escritora española. Cuentos infantiles.

Existe un lugar donde todos los sueños se hacen realidad, donde todo puede pasar y donde las risas no paran de sonar.

Ese lugar es el Circo Mágico del señor Gaspar donde encontrarás tigres, elefantes, trapecistas, domadores de leones, magos que pueden volar y, por supuesto, a los mejores payasos del mundo. Todos los que trabajan en este circo son muy felices, ya que hacen lo que más les gusta: hacen sonreír a todos los niños del mundo.

Porque os voy a contar un secreto: la sonrisa de un niño es la magia más poderosa que existe, puede incluso curar heridas. Hace muchos años, en este mágico lugar, cuando no solo niños creían en la magia, nació un payaso muy especial. Sus padres le pusieron de nombre Risueño y todos estaban convencidos de que se convertiría en uno de lo mejores payasos del mundo.

Los años pasaron y Risueño creció convirtiéndose en un niño amable, valiente y soñador. Y esa cualidad, soñador, era precisamente lo que tenía muy preocupados a sus padres. Al perecer, a Risueño no le gustaba mucho ser payaso.

Risueño participaba en la función con sus padres; pero siempre parecía estar pensando en otra cosa y apenas conseguía hacer que los niños sonrieran. Porque lo que en realidad le gustaba al pequeño payaso era mirar la luna. La miraba cada noche, incluso a veces se quedaba toda la noche despierto observándola.

—Que tengas dulces sueños luna bella —decía Risueño antes de que la luna desapareciera entre las montañas al amanecer.

Y cada día al anochecer, Risueño se asomaba por la ventana de su viejo carromato de madera para decir:

—Buenos días luna bella. ¿Has dormido bien? No solo sus padres estaban preocupados.

También lo estaba el señor Gaspar; porque la vasija de la risa apenas se había llenado con la magia de la sonrisa de los niños. Magia que después el señor Gaspar regalaba a los hospitales y a otros lugares, donde hubieran niños heridos o tristes, para que volvieran a ser sanos y felices lo antes posible.

Una noche, el señor Gaspar se acercó hasta la roca donde Risueño siempre se sentaba a observar la luna para preguntarle:

—Risueño, ¿eres feliz?

—Claro que sí, señor Gaspar —respondió el pequeño payaso sin apartar la vista del cielo.

—Siempre soy feliz cuando miro la luna.

— ¿Y por qué te gusta tanto? ¡Es solo la luna! —exclamó el señor Gaspar algo molesto.

—¡Porque es preciosa, señor! Es grande, plateada y casi siempre esta ahí adornando el cielo estrellado, haciéndolo más hermoso todavía —dijo Risueño, con entusiasmo.

El Señor Gaspar no conseguía entender la fascinación de Risueño por la luna; pero como su trabajo era hacer que todos los que vivían en el circo fueran felices, le hizo a Risueño una última pregunta:

— ¿Qué quieres ser de verdad, Risueño?

El pequeño payaso apartó un momento la mirada del firmamento, miró al señor Gaspar y le respondió:

— ¡Quiero ser astronauta y viajar a la luna!

El Señor Gaspar habló más tarde con los padres del pequeño payaso y les dijo que no se preocuparan, que eran solo cosas de niños.

—Con el tiempo se olvidará de ese sueño tonto de viajar a la luna —afirmó el señor Gaspar. Pero no fue así.

Risueño no se olvidó de su “sueño tonto”. Cada noche, Risueño se escapaba para poner en práctica todas las ideas que se le ocurrían y hacer su sueño realidad.

Algunas muy peligrosas como hacer una torre hasta el cielo con todas las sillas del circo, lanzarse con el cañón del hombre bala o poner una cama elástica encima del elefante más grande del circo y saltar sobre ella. Fue haciendo esto último cuando Risueño se cayó haciéndose mucho daño en el brazo. Como castigo, sus padres le obligaron a limpiar todas y cada una de las jaulas de los animales del circo durante un mes.

Una mañana Risueño estaba dando de comer a los caballos, cuando de repente, un anciano apareció en el establo. Al principio Risueño se asustó porque no había escuchado a nadie acercándose.

El anciano se disculpó:

—Lo siento mucho, pequeño. No quiero hacerte daño. Estoy aquí porque necesito tu ayuda —dijo el misterioso anciano.

Risueño aún algo desconfiado, le preguntó al anciano en que podía ayudarle.

—Mi pobre nieto está muy enfermo, necesito un poco de magia de la vasija de la risa para que se ponga mejor —explicó el anciano.

Risueño sintió mucha pena por el anciano y se ofreció a ir a hablar con el señor Gaspar. Él era quien podía ayudarle; pero cuando Risueño iba a salir corriendo en su busca, el anciano le agarró del brazo y le detuvo:

—El señor Gaspar no está en su despacho y no estará en todo el día. Si tú pudieras entrar y coger un poco de magia de la sonrisa. Nadie se dará cuenda —dijo el anciano con una expresión algo extraña en los ojos.

A Risueño no le gustó nada la idea y estaba dispuesto a decir que no cuando el anciano le dijo:

— ¿Sabes que soy la única persona en la región que tiene una maquina para viajar a la luna? Vuelo cada noche hasta la luna para pasear sobre ella. Si me ayudas a salvar a mi nieto, te regalaré mi maquina para que viajes a la luna siempre que quieras.

A Risueño se le abrió tanto la boca por la impresión de la noticia que hasta empezó a dolerle. ¿Sería verdad lo que le había dicho el anciano? Pero Risueño no tardó ni dos segundos en tomar su decisión: Ayudaría al anciano.

Con mucho cuidado entraron en el despacho del señor Gaspar y cerraron la puerta. Risueño se acercó hasta el armario donde se encontraba la vasija, puso la mano sobre él y se abrió como por arte de magia. (Solo los que viven en el circo pueden abrir el armario donde se guarda la vasija de la risa).

Risueño cogió la vasija y la puso sobre el escritorio. Pero cuando el pequeño payaso se dio la vuelta para coger un frasco de cristal, el anciano lo empujó, cogió la vasija de la risa y salió corriendo del despacho. Risueño no sabía que hacer: ¡Habían robado la vasija de la risa y era su culpa! Todos se enfadarían mucho con él. ¡Puede que me expulsen del circo! Risueño no tenía elección.

Tenía que arreglar su error. Así que, salió corriendo del despacho. Con suerte, encontraría al anciano y recuperaría la vasija de la risa antes de que se dieran cuenta —pensó Risueño.

Risueño no tardó en encontrar al anciano que lo había engañado; así que decidió seguirlo hasta que se le ocurriera una idea de cómo recuperar la vasija. El anciano entró en una vieja casa abandonada a las afueras del pueblo. ¡Éste debe ser su escondite! —pensó el pequeño payaso.

Risueño entró a escondidas en la casa y esperó. Al cabo de un rato, el anciano se marchó a otra habitación y Risueño aprovechó la oportunidad para acercarse y coger la vasija.

Pero cuando estaba a punto de cogerla apareció el anciano. Risueño cogió la vasija e intentó escapar; pero el anciano, que en realidad era un mago malvado, lanzó un hechizo con el que hizo que los grandes zapatones rojos de payaso de Risueño se quedaran clavados en el suelo.

Risueño estaba muy asustado, solo quería volver a casa. Y fue ese deseo de volver a casa, el que salió de la vasija de la risa disparado como una brillante estrella fugaz fuera de la guarida del mago avisando a todo el circo de que Risueño necesitaba ayuda.

No tardaron en aparecer en la guarida del mago: el señor Gaspar, los padres de Risueño y prácticamente todos los que trabajaban en el circo.

Entre todos atraparon al mago y lo llevaron ante las autoridades del pueblo, para que le impusieran un castigo ejemplar. Risueño les dio un gran abrazo a sus padres, estaba feliz de volver a verlos y cuando volvió al circo pidió disculpas al señor Gaspar por haberse dejado engañar.

El señor Gaspar las aceptó:

—Lo más importante es que tú estés bien y que la vasija vuelve a estar a salvo —dijo el señor Gaspar mientras paseaba junto a Risueño.

En ese momento la luna apareció entre las montañas y Risueño dijo, como cada noche:

—Buenos días, luna bella.

—Risueño —dijo el señor Gaspar.

— ¿Sabes que tu sueño de viajar a la luna es casi imposible? —y Risueño con la mirada fija en la luna le respondió:

—“Casi imposible”, esa es la palabra mágica. Solo tengo que encontrar la manera de conseguirlo y la encontraré; porque siempre hay una manera de hacer que los sueños se cumplan.

Con este pensamiento Risueño se fue dormir y esa noche soñó que su deseo de viajar a la luna se hacía realidad.

Fin
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Nro. Registro de la propiedad intelectual: 1205211682932
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El payaso que quería ser astronauta. Literatura infantil y juvenil, cuentos que no pasan de moda. Lecturas para niños de primaria. Historias para aprender.

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