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El niño y el sol

El niño y el sol. Cuento sugerido para niños a partir de diez años.

Nunca lo había mirado como ahora y mirándolo bien, en aquella mañana radiante y calurosa, se sentía menos que un niño.

Allá, en lo alto, el sol palpitaba como una moneda en medio de un fuego oscuro, pero aunque el pequeño Daniel quisiera mirarlo por mucho tiempo, la vista le dolía y se le irritaban los ojos.

Para él el astro era algo distante y extraño. Siempre lo veía allí todas las mañanas cuando salía del rancho para pegarle a la pelota en solitario, pues alrededor no había más niños y el más cercano vivía a casi media hora de camino. Había dejado que la pelota rodara libremente y por primera vez las preguntas afluían a su mente en forma desordenada.

Por las tardes, cuando su madre lo dejaba salir, luego de las tareas, Daniel veía que poco a poco el sol se iba ocultando detrás de aquella colina. Le habían dicho que si el sol se llegara a caer algún día, no cabría en la tierra y todos morirían aplastados y devorados por el fuego que se consumía a temperaturas altísimas. Y quién lo había puesto allí para que alumbrara todos los días. ¿Y qué pasaría el día en que el sol se apagara definitivamente? Su madre le dijo que había un ser más poderoso que el sol y era El quien lo había puesto allí para que alumbrara todos los días. Que le decían Dios y era un ser muy bueno.

Su madre también era muy buena y él la quería y por eso era obediente con ella. Le gustaba cuando le hablaba del sol con esa sabiduría que solo ella sabía hacerlo y que aprendió en los libros de la escuela donde muchas veces lo pintó de amarillo y le puso una cara sonriente, porque el sol no podía ser triste ni malgeniado. Y Daniel brincaba como queriendo alcanzarlo algún día, mientras su madre sonreía con su pilatuna de inocencia.

Ella era muy inteligente, su padre solo sabía darle paladas a la tierra, allá en el cultivo de maíz que tenía al voltear la montaña. A ella le gustaba leer los libros de Cortázar y Jorge Luis Borges, que le regalaron los estudiantes universitarios que vinieron el año pasado a hacer un estudio de cómo vivían las personas en estos sitios montañosos.

Dice que cuando vuelve a leer los cuentos de estos autores famosos, los personajes han cambiado de lugar y las historias parecen más ricas y vistosas. Daniel también quisiera leer los cuentos de Julio y de don Jorge, pero su madre le ha dicho que tendrá que esperar un poco, hasta cuando aprenda a leer bien, de corrido, que mientras tanto se deleite con la pelota. El le ha solicitado que le compre un libro que le hable únicamente del sol, de cuántos años tiene y que si está muy viejo y cansado de tanto alumbrar y que además le diga para dónde se va en las noches.

Daniel quiere que también lo acompañe en las noches, pues desde que lo vio por primera vez, se convirtió en su amigo porque le da calor y luz sin que cobre por eso, sin protestar ni enojarse porque haya seres humanos que no lo agradezcan.

Fin
Cuento sugerido para niños a partir de diez años.
 

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