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¡Basta ya de televisión!

Basta ya de televisión

¡Basta ya de televisión! Philippe Dupasquier. Perteneciente al Proyecto Cuentos para Crecer.

Como la mayoría de familias, los Dixon tenían un televisor. Todos se divertían con la televisión. A la señora Dixon le gustaban las comedias y los programas de gimnasia para mantenerse en forma.

El señor Dixon era aficionado a las carreras de coches, y siempre seguía el curso de cocina. Pero los niños no se perdían ni un solo programa. Pasaban horas delante del televisor: al salir de la escuela, por la tarde, después de cenar y durante todo el fin de semana, cambiando sin parar de un canal a otro.

Nunca tenían bastante. No hacían los deberes ni jugaban al aire libre. A causa de la televisión, nunca ayudaban en nada. Los padres ya estaban hartos. Un día, el señor Dixon se cansó.

Desconectó el televisor, lo llevó escaleras arriba y lo metió en el viejo ropero.

—De ahora en adelante, sólo habrá televisión los fines de semana —anunció.

Los niños se pusieron furiosos. Pero, desde luego, el martes, el señor Dixon tuvo que bajar el aparato para que su esposa viera el programa de gimnasia. Y el miércoles hizo lo mismo para su curso de cocina.

El jueves, Kati tenía que ver un importante documental para su clase de historia. Y el viernes daban la segunda parte de «El corcel negro». ¡Nadie quería perdérsela! Por desgracia para el señor Dixon, el televisor era muy pesado. Una vez tropezó y se cayó escaleras abajo, y por poco se desnuca y destroza el aparato.

Finalmente desistió de tanto transporte, y los niños volvieron a su antigua costumbre. Los señores Dixon estaban desesperados. Un día, en la ciudad, el señor Dixon vio un anuncio en una tienda de objetos de segunda mano, que decía: «Se vende televisor de ocasión». El señor Dixon lo leyó con interés y sonrió. Había tenido una idea. Aquella tarde, cuando los niños regresaron de la escuela, el televisor no estaba.

—No habrá más televisión en esta casa —declaró el señor Dixon.

— He llevado el aparato a la tienda de objetos de segunda mano para que lo vendan. Los niños corrieron al piso de arriba, pero el televisor ya no estaba en el ropero. Desde luego, no podían creer a su padre.

— ¡Va, papá! Dinos dónde lo has puesto —pedían una y otra vez.

Pero a la mañana siguiente, mientras iban hacia la escuela, los niños pudieron comprobarlo… Allí, en el escaparate de la tienda, estaba su televisor. ¡Parecía imposible!

También la señora Dixon se sorprendió, aunque no tardó en reconocer que aquello no perjudicaría a nadie. Durante la semana siguiente, los señores Dixon se esforzaron al máximo para que sus hijos se olvidaran de la televisión. El señor Dixon trajo de la biblioteca un montón de libros que sin duda interesarían a Tim.

La señora Dixon compró material e hizo un conejo para completar la colección de peluches de Ben. Asimismo ayudó a Kati en sus ejercicios de piano.

El jueves, el señor Dixon se llevó de compras a los chicos, y juntos prepararon una estupenda cena. Aquella misma semana, la señora Dixon encontró los olvidados juegos de mesa en el fondo de un cajón. El sábado, el televisor había desaparecido del escaparate de la tienda de objetos de segunda mano.

¡Lo habían vendido!

Los niños estaban muy tristes.

— ¡Animaos de una vez! Esto no es el fin del mundo —dijo el señor Dixon, y aquel mismo día compró madera, cuerdas y herramientas.

Y el domingo, todos empezaron a construir una cabaña entre unos árboles del jardín. Pasaban los días y, poco a poco, los niños fueron olvidándose de la televisión. Quizá le hubiesen olvidado por completo si no hubiera sucedido algo extraordinario.

Estaban jugando a disfrazarse con las ropas antiguas descubiertas en el desván, cuando… ¡de repente lo vieron! Los niños no podían dar crédito a sus ojos… ¡Delante de ellos estaba el televisor!

— ¡PAPAAAÁ…! — gritaron todos juntos, pidiendo una explicación.

El señor Dixon lo confesó todo. Nunca había llevado el televisor a la tienda…, pero al ver un aparato igual en el escaparate había tenido la idea de esconder el suyo en el desván.

—Lo habría bajado antes o después —admitió. Todos se quedaron asombrados.

— ¿Quieres decir que podríamos haber visto «El corcel negro»? —estalló la madre.

—Bueno… lo dan esta noche. Si queréis verlo… —balbuceó el señor Dixon, que se sentía culpable.

— ¡Sí, sí! ¡Déjanos ver la tele, papá! —gritaron los niños.

Así pues, el señor Dixon bajó el televisor y todos lo disfrutaron aquel fin de semana… Y también la semana siguiente, porque el padre no tuvo valor para llevarlo de nuevo al desván.

Sin embargo, nada volvió a ser como antes, porque aquella misma semana… …

Tim terminó de leer todos los libros de la biblioteca y, además, ordenó su cuarto. Kati se convirtió una tarde en millonaria… y Ben construyó una casa para sus peluches.

Todos juntos hicieron un precioso pastel de cumpleaños para mamá. Luego, como regalo especial, organizaron un concierto. Pero lo mejor de todo fue que acabaron la cabaña del jardín y lo celebraron con sus amigos.

Todos se divirtieron mucho.

Bueno, todos menos el señor Dixon… …que miraba la televisión.

Fin
Philippe Dupasquier ¡Basta ya de televisión! Marcelona, Timun Mas, 1996
 
Basta ya de televisión. Literatura infantil y juvenil, cuentos que no pasan de moda. Lecturas para niños de primaria. Historias para aprender leyendo.

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