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Por Gisela de la Torre. Cuentos fantásticos

Las Voces

Era un día soleado y Maikel deseó que las nubes taparan el sol pues ya había caminado un buen trecho y aún le faltaba el doble para llegar a casa de sus padrinos a quienes les llevaba unos regalos por el aniversario de su boda.

Se sentó a descansar bajo la sombra de un copioso árbol y sintió sed, ¡que olvido! Se me olvidó traer agua, se dijo. Al momento una rama se arqueó y una hoja comenzó a chorrear el ansiado líquido. Como era tanto su asombro no se atrevió a beberlo. Su sed aumentó por segundos y entonces llenó la cuenca que hizo con sus manos y ya iba a beberla cuando escuchó una voz.

—No lo hagas, te producirá sueño, no despertará en días y cuando despiertes, te ocurrirán cosas desagradables.

Miró a su alrededor y no vio a nadie, se preguntó quién había hablado. Pese a la advertencia, se acercó las manos a la boca. De nuevo se oyó la voz, esta vez como una orden:

—Te dije que no la bebas. ¡Cuidado!

Del susto abrió las manos y el agua cayó encima de un perro que por allí merodeaba. Enseguida quedó dormido y comenzó a roncar fuerte.

El niño huyó despavorido, solo se detuvo cuando llegó a la orilla del río, bebió de sus aguas y posteriormente siguió su camino.

Cuando llegó a casa de sus padrinos, les entregó los regalos luego de felicitarlos y en la noche recordó todo cuanto le había sucedido. Cuando amaneció deseó de revelar lo que le había ocurrido. Desistió pues pensarían que había perdido la razón.

Ya de regreso a su casa, a mitad del camino, oyó la misma voz.

—Cambia de rumbo, no debes pasar cerca del árbol que quiso darte de beber agua; las ramas trataran de alcanzarte.

Se detuvo y luego tomó otra dirección. Cuando había andado un tiempo sintió sed, se acordó del recipiente con agua que le había puesto su madrina en su bolsa junto con unos emparedados, bebió un poco y continuó la marcha. Ya cerca del medio día, se sentó en una piedra que había bajo la sombra de un árbol y comió un bocadillo y cuando bebió el primer sorbo de agua la sintió salobre. ¿Cómo era posible, si la primera vez no tenía ese sabor? Y arrojó el líquido.

Caminó de prisa un buen trecho, sintió mucha sed, tomó la vasija y ya iba a darse el primer trago cuando la misma voz le dijo que no lo hiciera, pues le podría hacer el mismo efecto que aquella que no tomó de la rama de árbol cuando iba camino a la casa de sus padrinos. Esta vez se dijo: no puede ser, mi madrina fue quien puso esta agua en mi bolsa, quizás mi paladar haya cambiado con tanto calor y fatiga, aunque dudó de sus conjeturas.

Decidido se dispuso a tomar el agua.

— ¡Te dije que no lo hicieras! ¡Eres testarudo! —dijo la voz casi como un regaño.

El recipiente se le cayó y las hierbas que fueron bañadas con el agua quedaron resecas. Perplejo corrió. La voz iba repitiéndole que no se dejara llevar por las tentaciones, que otras pruebas le esperaban.

— ¡Basta, me tienes harto. No quiero oírte, no quiero oírte, cállate ya, no quiero oírte! —repitió Maikel.

—No debiste decir que no querías oírme, solo quise cuidarte, si alguna vez me necesitas llámame por mi nombre: Salvadora — y la voz acabó escuchándose como en un susurro.

El niño sintió como si alguien pasara por su lado, se volteó y no vio a nadie. Se arrepintió de no haber permitido que su hermano lo acompañara. En su andanza precipitada fue a dar cerca del árbol que tanto le había pedido la voz que no fuera. Las ramas se fueron alargando hasta atraparlo, después se encogieron hasta llevarlo hasta el tronco del árbol. Sin libertad de movimiento y sintiendo como si le faltara la respiración gritó fuerte, sin embargo, su voz no la oyó. Sintió sed, de una de las ramas vio verterse agua que comenzó a rodar por su cara y cuando estuvo a punto de rozar con sus labios gritó desesperado el nombre de Salvadora y esta vez sí oyó su voz que retumbó en el bosque.

— ¡Aquí estoy! Hiciste bien en llamarme.

Rápidamente la rama dejó de fluir y las otras disminuyeron su presión.

En cuanto se vio libre, marchó a gran prisa. “Tengo que disculparme con Salvadora, ¿dónde estará?”, pensó por el camino.

—Estoy cerca de ti, aunque no me veas; retrocede, quiero mostrarte algo.

—No quiero volver a encontrarme con ese engañoso árbol; no debí sentarme bajo su sombra la primera vez —le contestó el niño.

—Ya no lo verás más, ven detrás de mí.

—No te veo.

—Pero me oyes, ven —dijo la voz.

Y el niño siguiéndose por ella caminó mientras oía lo que le contaba.

“Fui una persona como tú, no sé cómo, una vez llegué a ese árbol y me senté bajo su sombra, sentí sed y bebí de la rama que me brindó su agua. De mí solo quedó la voz, nadie que pasaba por aquí me veía, aunque me escucharan, me escondí en este mismo árbol y supe sus secretos, me enteré de que había sido embrujado. Como yo había bebido de sus aguas era la única que lograría evitar que dañara a los demás. Impedí que muchas personas se dejaran atraer y llegaran hasta allí. Estaba lejos cuando lo hiciste, pero menos mal que pude estar a tiempo.

—Gracias Salvadora.

—Ese no es mi verdadero nombre, me lo inventé cuando olvidé el mío.

— ¿Cómo que olvidaste el tuyo?

—Sí. Por más que lo intento no lo recuerdo, ni mucho menos como soy ni donde vivo. Ya llegamos.

—Pero el árbol no está.

—Claro que no está. El perro sí, mira como aún duerme, lo despertaré —se oyó un murmullo y el perro se levantó y se echó a correr —. Mira como las hierbas donde derramaste el agua han cobrado vida. Un día oí a alguien decirle al árbol que solo desaparecerían sus poderes maléficos cuando alguna persona me pidiera que lo ayudara.

— ¿Y por qué solo cuando alguien te lo pidiera?

—Porque fui la primera que bebí de su agua.

—No comprendo por qué desapareció el árbol.

—Porque a quien lo embrujó le escuché decir, aunque no lo vi, que cuando eso sucediera para nada lo querría y lo haría esfumarse, que cuando yo llegara al mismo lugar donde estaba el árbol junto con quien me llamó para que lo auxiliara recuperaría mi rostro y se rió burlonamente pues dijo que era difícil que alguien me pidiera tal cosa.

— ¡Yo lo hice! Y me alegro.

—Ven conmigo, tenemos que pararnos juntos donde estaba el árbol. Es encima de esa piedra oscura.

— ¿Cómo arriba de una piedra iba a estar ese enorme árbol?

—Porque quien embrujó al árbol dijo que en cuanto desapareciera, aparecería ahí esa piedra que tiene poderes…

— ¿Buenos o malos?

—Tiene ambos, solo que debo escoger el que guste, claro que escogeré el bueno. Tengo que sentarme sobre ella contigo tomados de las manos.

—Tengo miedo. Pero, ¿cómo, tomados de las manos si no te veo?

—Yo a ti si te veo, alarga tus manos y yo te las tomaré.

Y Maikel alargó las suyas y sintió algo tibio que lo guió hasta la piedra.

—Qué bien se está aquí —dijo la voz y al momento se vio a una niña de ojos azules, pelo rubio y largo que le sonrió a Maikel.

— ¡No solo eres buena, también hermosa!— la elogió Maikel con inocencia de niño y la abrazó.

Se escuchó un grito de furia y luego estas palabras con voz de trueno: nunca pensé que alguien pudiera romper mi hechizo, a ese árbol lo embrujé porque le dio cobija a una que tenía tantos poderes como los míos, pero buenos, y por mucho que la busqué no pude encontrarla. Por eso me vengué de él e hice que fuera tan malo como yo. Y tú, niña andariega, por estar detrás de los trinos de los pájaros y de las mariposas llegaste hasta allí, ¿no lo recuerdas?

Y la niña se acordó que era cierto.

La voz prosiguió: llegaste en el momento en que por poco agarro a mi adversaria y como te cruzaste en mi camino, solo te dejé la voz. No imaginé que pudieras tener poderes, ahora entiendo que fue ella, sí, ella quien te los dio sin tú saberlo. Eras tan rápida como el viento, por eso nunca pude atraparte, supiste muchos secretos y has ganado. Ahora soy yo quien tengo que ver cómo atrapo a la que se cree haberme vencido.

—Me sentirás porque soy como la brisa, más no me verás, ¡agárrame si puedes! —dijo una voz musical y una fuerte corriente de aire movió todos los árboles del bosque.

Los niños se abrazaron para no ser izados y cuando todo volvió a la calma, la niña recordó su nombre, se llamaba Maleni. También dónde vivía y quiso regresar, pero no sabía cómo.

La voz suave le dijo: te llevaré cuando quieras.

Maikel miró a la niña con agradecimiento y la voz indicó: cuando quieras verla solo tienes que pronunciar el nombre de Salvadora. El nombre que ella escogió.

Los niños se despidieron y envuelta en una nube la niña desapareció.

Maikel siguió camino a su casa y esa noche no fue como la anterior, pues los recuerdos no lo dejaban dormir, lo consiguió muy tarde y al día siguiente se propuso contárselo todo a su madre, desistió cuando la oyó decir a su padre que no le gustaban las historias fantásticas y este asegurar lo mismo.

Cuando pasaron unos días ansió ver a Maleni y pronunció el nombre de Salvadora y al momento estuvieron los dos cerca de la piedra donde antes estaba el árbol.

—Aquí será donde nos veremos cada vez que lo desees.

— ¿Y sin un día eres tú quien quieres verme? —le preguntó Maikel.

—Diré el nombre de Salvador.

— ¿Se te olvidó que me llamo Maikel?

—Nunca me lo dijiste, pero de algún modo, tú también fuiste mi salvador.

 Y los dos niños conversaron y se contaron sus aventuras. Maikel le dijo que no se había atrevido a decirles a sus padres todo lo sucedido porque a ellos no les gustaban las historias fantásticas además por temor a que pensaran que había perdido la razón.

—Hiciste bien, no te hubieran creído. Los míos ni cuenta se dieron de mi ausencia, gracias al poder que se me había concedido y no lo sabía claramente, por eso, aunque estuviera aquí, también me permitía estar con ellos, hacerme visible y olvidarme de lo que me estaba sucediendo, no así en estos alrededores.

— ¿Y quién te los dio?

—No lo sé, debe haber sido un hada buena —y se sonrió con picardía.

— ¿Y de quien es la voz linda que aquella vez oímos?

—De alguien muy diferente a la de voz áspera. Pero olvidémonos de eso y hablemos de cosas agradables —dijo la niña y le prometió antes de despedirse que siempre se verían en ese mismo lugar.

— ¿Y si quien tiene la voz desagradable nos ve? —preguntó con inquietud Maikel.

—No podrá —le respondió Maleni.

— ¿Por qué?

—No todo se puede decir —le dijo la niña y le aseguró que nunca más volverían a escucharla.

— ¿Cómo haremos para regresar? —indagó Maikel.

—Al mismo tiempo hablaremos los dos, tú dirás Salvadora y yo diré salvador —y le dijo que contaría hasta tres y así lo hizo.

Y los dos pequeños convirtiéndose en seres invisibles, mediante el trayecto, cogieron rumbos diferentes. Para encontrarse hacían lo que habían acordado y como tenían tantas cosas maravillosas que contarse no hablaron nunca más sobre ese pasado.

Fin.

Las voces es una cuento corto fantástico escrito por Gisela de la Torre.

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