Por Gisela de la Torre Montoya. Historias de fantasía para niños
Rafael era un niños al que le gustaba caminar por el bosque y recolectar frutas, pero esta vez fue muy distinto y Rafael se encontró con una fruta muy especial a la cual no se pudo resistir. Las frutas del árbol encantado es un cuento infantil de la escritora cubana Gisela de la Torre Montoya.
"Porque leer hace más hermoso al mundo y así ayudo a que las personas de cualquier edad aprendan o al menos se interesen por las cosas bellas que nos rodean".
Gisela de la Torre Montoya
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Las frutas del árbol encantado
Érase una vez un niño llamado Rafael, le gustaba caminar por el bosque, recolectar frutas para llevarlas a la escuela y brindárselas a sus amigos y maestra. Un día, sin saber cómo, llegó a un lugar que se iluminó de pronto, vio un árbol con frutas nunca antes vistas; se sintió tentado a probar una, pero no se atrevió a hacerlo. ¿Y si no eran comestibles?
Se acordó del consejo que le diera un día su abuela: "Nunca te dejes tentar por el aspecto de algunas cosas".
Apartó ese pensamiento y arrancó una para examinarla:
- "Puedes comerme, soy muy sabrosa" -habló la fruta.
El niño se sorprendió.
- "Puedo conversar, caminar, cantar y muchas cosas más".
A Rafael se le cayó la fruta, que dando brincos comenzó a decir:
- "¡Ay, ay, me lastimé!, ¿por qué me dejaste caer? Cómeme y verás qué apetitosa soy. ¡Cómeme!" -insistió.
- "No te comeré, no acostumbro a hacer lo que otros me mandan" -le dijo aún lleno de sorpresa.
La fruta comenzó a cambiar de aspecto, era como si se estuviera riendo.
- "¡Eso sí que no me lo esperaba!" -comentó Rafael aún más asombrado.
- "Claro que no te lo esperabas" -dijo ella y dio inicio a un canto en una jerga que el niño no entendía y se sonrío.
La fruta le habló nuevamente:
- "Veo que me estás tomando confianza, ven, que te voy a llevar a un sitio más bonito" -y comenzó a andar dando saltos.
Entraron en una abertura que había al comienzo de una montaña y lo condujo a donde los árboles eran diferentes a los que conocía: algunos con hojas como rayos de sol y frutas con los colores del arco iris, otros que tenían unos ramilletes de frutas negras.
Al tomar uno de esos raros frutos, este empezó a sonar como una campana, sorprendido se detuvo un instante, sin embargo se lo comió, era tan dulce como el azúcar. Le llamó la atención otro que tenía las frutas azules en forma de triángulos, ¡eso sí que nunca se lo hubiera imaginado!
Las frutas dijeron:
- "Si quieres, cambiamos de forma. Cuadradas ahora" -exclamó una con voz melosa y así lo hicieron.
- "Pruébame, no soy tan dulce, pero sí jugosa y saciaré tu sed".
Rafael se preguntó cómo sabía que tenía sed. Ella le respondió que era adivina. Él no salía de una sorpresa para entrar en otra. Apareció una en forma de rectángulo y, echando una llamarada, chilló amenazadoramente:
- "¡Te ahogaré!".
El niño sintió que se estaba asfixiando, pero la fruta que lo había llevado emitió un silbido y desapareció la humareda.
Le explicó entonces:
- "Es la fruta de la perversidad, siempre haciendo sus fechorías, hace tiempo que la estaba buscando, por su culpa muchas han muerto. Ahora te llevaré de regreso, aunque primero quiero que veas la fruta más sabrosa de todas, y lo condujo a un inmenso árbol de hojas rojas, rozó un par de veces el tronco que se abrió y apresuradamente apareció una escalera. La fruta comenzó a ascender invitándolo a seguirla".
El niño titubeó:
- "¿Y si luego no podemos salir?".
- "Sí se podrá, este árbol no desea que estén mucho tiempo dentro de él, solo permite que vean su tesoro y luego hay que marcharse".
- "¿Y cuál es su tesoro?".
- "Ya verás, sígueme".
Comenzó a subir detrás de ella hasta llegar casi a la cima, la fruta se apartó y dijo:
- "Ahora ve delante, para que observes lo que nunca habías imaginado ver".
Así lo hizo Rafael y cuando pisó el último escalón vio una enorme flor roja con destellos amarillos; tenía un brillo tan grande que le cegó la vista, se pasó varias veces las manos por los ojos y, cuando volvió a mirar, distinguió a una sirena.
- "Me llamo Sibeli, muy pocos pueden verme, porque casi nadie se atreve a subir hasta aquí; al que lo hace, le concedo un deseo, tiene que pedirlo en menos de tres segundos".
Rafael al instante solicitó:
- "Quiero tener un árbol así en la finca de mi padre".
- "Has sido muy rápido, te lo concederé, aunque solo podrán subir a ver el interior de ese árbol tus padres, en tres días verás hecho realidad lo que pediste. Regresa a tu casa con quien te trajo hasta mí".
Desapareció la sirena y frente a él vio a la fruta.
Apenas hablaron mientras volvían.
- "¿Sabes por qué te concedió lo que pediste?" -preguntó la fruta.
- "Porque pedí en menos de tres segundos lo que más deseaba".
Entonces la fruta soltó una carcajada y explicó:
- "Es verdad, y también porque no me comiste, porque yo soy Sibeli" -y de pronto la fruta se transformó en la bella sirena.
El niño quedó atónito y Sibeli comenzó a hablar:
- "Cuando me viste, te dije que yo podía hacer muchas cosas" -.
Y se volvió a transformar en la fruta y siguieron andando hasta llegar a la puerta de la casa del niño, entonces le dijo:
- "Entra, en la mesa verás en un recipiente muchas frutas de las que hay en la finca de tu padre pero, a un costado, hay una como yo, entrégasela a tu padre y dile que la siembre".
Rafael le dijo que debía ser la semilla. Sibeli le explicó que en este caso, debía ser la fruta y se marchó.
- "¿Dónde has estado?" -preguntó la madre al ver a su hijo.
- "Paseando por la finca".
Se acercó al recipiente que estaba sobre la mesa y tomó la fruta, se la entregó a su padre y le pidió que la sembrara, pero este quiso saber de dónde la había sacado.
- "Estaba aquí" -y señaló a la vasija.
- "No puede ser, cuando las traje, esa no estaba. Primera vez que veo una de ese tipo".
Rafael, volvió a pedirle que la sembrara.
- "Hijo, se siembran las semillas".
El niño insistió diciendo que si lo hacía, al cabo de tres días, habría un árbol con frutas iguales.
Su papá miró asombrado a su hijo; ¿se estaría volviendo loco?, luego para no contradecirlo fue y luego de mirar la fruta, la sembró sin dejar de pensar en lo rara que era. Se sentó luego al lado de Rafael y le preguntó si se sentía mal, a lo que este respondió que no, justo en el momento que escuchó la voz de Sibeli, pedía que contara todo a sus padres. Así lo hizo, pero ellos, aterrados, se miraron aturdidos pensando que su hijo deliraba.
Pasados los tres días, en el lugar donde había sido sembrada la fruta, apareció un árbol y Rafael los invitó a seguirlo. Tocó el tronco el cual se abrió. El niño le dijo a sus padres que lo siguieran y uno a uno, aunque lleno de asombro, fueron subiendo a ver a la flor roja con destellos que se convertía en sirena.
Dicen que esto era una leyenda, otros que fue cierto, pero, lo que sí se puede asegurar, es que, en un lugar muy apartado, existe un árbol enorme y que de noche se oye el canto de una sirena.
Fin.
Las frutas del árbol encantado es un cuento que nos envió a través del formulario de publicación la escritora Gisela de la Torre © Todos los derechos reservados.
Sobre Gisela de la Torre Montoya
“Soy Gisela de la Torre Montoya, escritora de Santiago de Cuba, Cuba. Tengo varios libros publicados en mi país y en revistas de México, España y en Argentina en la revista Cyber Countries. También en Argentina me publicaron en una antología donde muchos escritores del mundo tuvimos la dicha de exponer nuestros cuentos. Fue publicada por la editorial Vuelta a Casa de Buenos Aires, y presentada en el 2013 aquí en Santiago de Cuba por el argentino Ángel Kandel.”
Gisela es narradora; ha obtenido premios en certámenes como Proverso, Leer es saber, y Ángelus; también, ha integrado jurados en “Leer es saber” y “Samuel Feijoo”.
De ella son los títulos:
- “La sirena que quería las estrellas (Ediciones Santiago, 2011);
- “El nido” (Editora Abril, 2012);
- “El cerdo comilón” (Editora Abril, 2013);
- la antología Café con Letras-La Re-evolución de la Palabra (Editorial Vuelta a casa, de Buenos Ares, Argentina, 2013).
Ha publicado la antología “La fuerza del mundo”, y en varias revistas argentinas, españolas y mexicanas. También en la revista “El Papalote” y el folletín “La Chiringa”, en Bayamo, Cuba.
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