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Por Juan Emilio Rodriguez. Cuentos fantásticos

En esta ocasión, el escritor venezolano Juan Emilio Rodriguez nos cuenta en «El retorno», una intrincada historia de de vivos y muertos que vuelven a la vida. Recomendado para lectores jóvenes y adultos.

El retorno

El retorno - Cuento fantástico

La noticia corrió por la tierra igual que se extiende una epidemia de sarampión entre los niños. Tanto es así, que dos horas después no se encontraba a quién darle la nueva.

La noticia despertó diversos comentarios en las personas doctas de la tierra, pues éstos opinaban que de suceder tal disparate, la humanidad, traumatizada, volvería a las cavernas…

Pero transcurrido seis días, los traumatizados fueron los grandes sabios al constatar la tranquilidad con que las personas vivas de la tierra, habían aceptado El Retorno de los muertos.

Sí, porque en eso consistió la noticia revelada por Dios al mundo a través de unas letras en forma de estrellas, que aparecieron en todos los aparatos de televisión encendidos o no, y que decían así:

«Yo, Dios, Señor de lo infinito y de lo eterno, en vista de que nadie mira hacia el cielo de noche, como lo hicieron vuestros antepasados, tengo, lamentablemente, que dirigirme a ustedes por estas pantallas, para comunicarles lo siguiente:
A partir de mañana, con carácter retroactivo de un año, todos los difuntos de la presente generación estarán de nuevo en compañía de sus familiares por espacio de un día celestial. Es decir, desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Esto será cada vez que cumpla un año de fallecido.
Es importante destacar que los muertos llegarán saludables a la tierra.
Desea vuestro Hacedor, que este cambio que se inicia mañana, contribuya a que el género humano llore menos la muerte, hable más entre sí… y vea menos esta pantalla. Bueno, es todo; los bendigo.»

Acto seguido, cada televisor del mundo volvió a su estado inicial.

La gente, conmocionada, se despegó al menos por ese día del televisor.

Y se lanzó a los bares, plazas y centros comerciales a comentar el mensaje recibido del Altísimo.

Sin embargo, seis días después –¿no lo dijimos antes?– la presencia de los muertos en la tierra dejó de ser novedad. Y de las asombradas muchedumbres que alrededor de las casas dificultaban la comunicación del difunto con sus familiares, se pasó, al sexto día, a treinta mirones tontos, que pegados del lado exterior de las ventanas espiaban los movimientos del recién desenterrado.

Total, que fueron pasando los días, semanas, meses, y todo parecía marchar a las mil maravillas.

Cada día a las seis de la mañana, aparecían los muertos en aquellas casas de las cuales faltaban hacía uno, o más años. Los familiares favorecidos por el nuevo decreto televisivo de Dios, se apresuraban a agasajarlos de diversas formas. Pues sabían que al llegar las diez de la noche, el difunto –si es que podía llamársele de esa manera– se desvanecería ante ellos, para regresar nuevamente al siguiente año.

Los muertos entraban en sus casas con cara de estar más vivos que Nerón, cuando se le metió en la cabeza incendiar a Roma. Y observando su mirar risueño, al igual que su tez aterciopelada –que de seguro hubiera hecho morir de envidia a la hermosa Cleopatra— no llegaba uno a enterarse de que se encontraba en presencia de un muerto con licencia terrenal. Y es que por más que se les detallara, no se les veía palidez o rigidez cadavérica.

Así como tampoco la menor huella delatora de tierra.

Ocurría lo mismo con la voz, porque eso de que los difuntos y que hablan con un tono de ultratumba, sería con los muertos de otro cuento. Pues éstos poseían un timbre de voz que ya hubiera querido tener Rodrigo de Triana, cuando en mala hora gritó desde lo alto aquello de «¡tierra!»

Resumiendo, diremos que la vida en la tierra, gracias a la nueva disposición del Señor, se convirtió por un tiempo en algo verdaderamente fabuloso. Las lágrimas dejaron de ser el pan de todos los días, y donde antes existía tristeza, ahora reinaba el alborozo. Debido a ello, a los velorios se les tuvo que cambiar el nombre por jolgorios. Ya que los dolientes, ante la certeza de que el velado estaría con ellos «vivito y coleando» a la vuelta de un año. En vez de llorar y rezar como se hiciera antiguamente, se entregaban ahora a fiestas y parrandeos.

Por todo lo expuesto aquí, se hizo común que las clínicas y hospitales orientaran sus tratamientos más que todo al exterminio del dolor dentro de la enfermedad. Igual sucedió con los estudios de medicina en todas las universidades del mundo.

Mientras todo esto pasaba en la tierra, allá arriba en el cielo, el Supremo Hacedor empezaba a dudar del carácter beneficioso del Retorno, y no es que al bueno de Papá Dios le espantara el sueño la declaración que subscribió la Asociación de Farmacias y Laboratorios, en conjunto con los arruinados colegios médicos de la tierra, y que horrorizado repetía por lo bajo todo el cielo: «Persona no grata».

A decir verdad, la gente ligada al mundillo del toro, desesperada por el escaso público presente en las corridas, hacía semanas que se había adelantado en esto de emitir acuerdos condenatorios y públicamente había bautizado al Señor como…

«Sepultador Irresponsable de la Fiesta Brava».

Entonces, no eran estas injurias de comerciantes descontentos, lo que mortificaba al Dios bendito. Tampoco afectaba el estado anímico del Señor, el juicio penal que le seguían tres poderosos gobiernos del mundo, por invadir, cuando hubo de notificar el regreso de los difuntos, espacios televisivos estatales.

No, definitivamente no. Eran otros enredos los que tenían al Señor cavilando desde hacía varias semanas, sobre los pro y contra de su decreto.

Resultaba, que los humanos, muertos y vivos, habían acogido la medida en un principio con el corazón henchido de entusiasmo y gratitud hacia Dios. Pero eso fue primero, porque ahora las noticias que habían empezado a llegar al cielo eran realmente alarmantes.

Todo comenzó con el caso de una viejecita muerta que salió de permiso, y que no más al llegar a su casa, fue apaleada por sus familiares. Pues éstos se encontraban molestos, porque la visitante había donado su inmensa fortuna a un refugio de gatos.

Luego siguió otro crimen que perturbó la paz del paraíso.

Fue el de un empresario, próximo a morir, que dejó dispuesto que sus obreros recibieran parte de la riqueza que le habían ayudado a consolidar.

Descubrir, el día que regresó de permiso, que sus familiares valiéndose de un juez corrupto habían impedido que los obreros tocaran un solo centavo de la herencia. Desquició de tal manera a aquel buen hombre que esa noche cuando se presentó en el cielo, ya le habían precedido el juez y los dos abogados que habían gestado el despojo.

También ocurrió lo que fue conocido como «El caso Carlucho«. Una madre que recibió a su hijo muerto con una descarga de padre y señor mío. Según la señora si ella hubiera castigado a tiempo a su muchacho, éste no hubiera muerto durante un enfrentamiento entre delincuentes.

Y como si todo esto fuera poco, desde las diversas puertas de entrada al cielo se reportaban a diario sucesos que inquietaban a Dios…

Puerta Uno: Muerto con licencia que en lugar de compartir el día con sus familiares, se dedicó a jugar, tomar y parrandear. Solicitamos instrucciones pues ya van siete mil ciento cuarenta y seis visitantes que regresan en circunstancias similares.

… Dos: Visitante asesinado cuando mortal, que ahora aprovechó la licencia para ajusticiar a su homicida.

… Tres: Ex ladrón que llegó a la tierra bajo la protección del decreto televisivo, y que fue obligado por sus antiguos compinches a revelar el escondite de la caja fuerte, que antes robaran todos.

Puerta Uno: Cómplice cuando mortal, en cuantiosa estafa financiera que regresa hablando pestes de la nueva medida de Dios. Según explica, fue secuestrado por las autoridades policiales de su país y sometido a agotadores interrogatorios.

Pero había un problema mayor…

… reportado de continuo desde todas las puertas de entrada al cielo.

Muertos, o muertas, que al llegar a la tierra y darse cuenta de que sus amores ya no los eran, con el cerebro achicharrado por el despecho, maldecían «el pedazo de decreto ése». Y seguidamente, lesionaban o mataban a sus rivales, o amores de otrora.

De nada valió que Dios ─como algunas empresas con trabajadores a punto de jubilarse─ organizara charlas con San Cristóbal al frente, encaminadas a preparar mentalmente a aquellos difuntos y difuntas, próximos a ser mortales por un día.

«Tienen que entender, señores ─les explicaba el fornido santo empezando a cansarse de aquel sermón, pues ya se había dado cuenta de que los muertos eran unos malditos tercos apenas se volvían vivos─, que la vida allá abajo no se detuvo porque ustedes se vinieron».

Pero a los muertos retornados les entraba por la derecha y les salía por la oreja izquierda el consejo del patrón de los choferes, porque siguieron ocasionando trifulcas y crímenes pasionales. Entonces el Señor, paciencia inagotable, dispuso que un alado mensajero bajara un día antes de la licencia de todo difunto, a la casa donde llegaría para que en ésas se prepararan. Esto ocasionó que algunas personas con parejas fallecidas, se escondieran el día que éstas aparecían por la tierra.

Cualquiera podrá imaginar entonces, el estado anímico del Creador presenciando el uso que vivos y muertos se permitían con su decreto. No obstante, Dios aún no se rendía y continuaba pensando que El Retorno en sí era altamente positivo. «¿No habían disminuido acaso los suicidios, desde que se implementara la medida?»

Para el buenazo de Papá Dios esa única razón le bastaba.

Andaban así las cosas ─con Dios de nuestra parte─, cuando para desgracia del género humano una intención, una sola, consiguió lo que no lograran las diversas protestas elevadas desde diferentes lugares, por todos aquéllos que en la muerte ajena tienen un negocio. Fue, se puede decir, la gota que rebosó el vaso, ya que el Señor, irritado, de un plumazo inolvidable lo derogó, no molestándose siquiera en notificarlo… Simplemente un cinco de agosto los muertos no volvieron más.

Ocurrió el mismo día que Dios se enteró, alertado por un tal Joe ─hombre al que le gustaban las rosas y el beisbol─, que un editor de calendarios, con estudio de filmación preparado, se aprestaba a secuestrar a una tal Marilyn Monroe, para obligarla a posar nuevamente desnuda.

Fin.

El retorno es un cuento fantástico enviado por Juan Emilio Rodriguez para su publicación en el sitio.

Sobre Juan Emilio Rodríguez

Juan Emilio Rodríguez nació en Caracas el 7 de enero de 1946.

Esposo de Carmen, padre de IsraelMaría y Noelia, y abuelo de cinco nietos. Reside actualmente en la ciudad de Guatire, sitio donde ha redactado parte de sus obras.

Juan Emilio Rodríguez Hernandez - Escritor

“Yo primero me dedique a mi familia y después que habían crecido, es decir, mis hijos ya estaban grandes y eran adultos trabajadores, fue que comencé a escribir y me di cuenta de ese don que tenia para las palabras, lo hacia porque gustaba, no porque quería figurar en ninguna parte, pero cuando te llega alguna distinción eso te da doble satisfacción” manifiesta Juan Emilio.

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