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Pancracio y su sueño dorado

Pancracio y su sueño dorado. Cuentos reflexivos.

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Pancracio era un hombre que gustaba de la vida paradisiaca, por lo cual, tratando de encontrarla, pensaba sólo en los negocios, darse una buena vida sin pensar en los demás y no tener problemas, pero esto no sucedía y sólo envejecía. Un día, tratando de solucionar lo que lo agobiaba, pensó en darse unas vacaciones para evitar sus tensiones y así alcanzar mayor tranquilidad. Su sueño dorado era llegar a ser un gran señor a su manera, sin que pasaran los años. Entre tanto, pensando en su fan-tasía se quedó dormido y soñó que volaba al cielo con la intención de que se le dijera las razones por las cuales un hombre puede ser feliz y siempre sentirse joven. Y estando ya muy cerca y sin haber comprendido lo que le iba a suceder, una ráfaga de luz lo envolvió llenándolo de paz. Y dijo:
— Esta quietud que siento, ¿no se deberá al aire que aquí respiro que hace que me sienta tan bien? Además, acabo de percibir que ya nada me afecta y estoy ligero.
Mientras hablaba, un río cristalino apareció en el camino; al acercarse y estando ya frente a él, se vio reflejado en el agua pero con el rostro más joven. Muy asombrado por esta situación que no comprendía, pensó que estaba perdiendo el juicio. Mien-tras divagaba, a lo lejos empezó a escuchar voces, hasta que apareció mucha gente joven que ve¬nían cantando muy alegres y risueños. Entonces, Pancracio, al verlos tan amigables, les preguntó:
— Quisiera saber si en este lugar viven ancianos, porque por lo que veo todos uste-des son jóvenes y yo he rejuvenecido, pues en mi tierra existen niños, jóvenes, pero también ancianos y no todos vivimos felices pues tenemos que trabajar mucho si queremos vivir cómodamente y con muchos lujos, y si no logramos nuestras metas nos sentimos desdichados. En cambio, yo veo en ustedes todo este bienestar, aparte gozan de la alegría que yo no llevo y soy como aquellos que si se les ve feliz en la mañana, en la tarde ya no lo están. ¿Y saben? Ahí los años pasan pronto, y en un abrir y cerrar de ojos nos volvemos viejos.
Los jóvenes, al escucharlo, se dieron cuenta que Pancracio no era como ellos ya que era muy terrenal y les dio lástima, pero también sabían que Pancracio podía cambiar tan sólo transformando su corazón, para que entendiera que nadie puede gozar de la riqueza material sin antes haber obtenido la riqueza espiritual, que es la que hace que nuestra vida siempre se le vea hermosa y feliz. Y le preguntaron:
— ¿Tú conoces a la señora caridad?
— No, no la conozco.
— ¿Y a don servicio?
— Tampoco –respondió él.
— ¿Y a compasión, a misericordia y a la señora bondad?
— Tampoco –volvió a decir.
— Y por si acaso, ¿conoces al señor egoísmo?
— ¡Ah!, a ese sí lo conozco, el es mi mejor amigo. ¿Por qué?
— Bueno –le dijeron ellos–, ahora conocemos cuál es la causa de tu desdicha. Con razón, nada bueno alcanzas y sólo te satisface la codicia de tener cada día más, sin pensar que con el dinero podrías hacer tantas cosas buenas, como es dar trabajo a muchos seres que necesitan que se les tienda una mano caritativa para que puedan ganarse el pan de cada día. Te das cuenta ahora, ¿por qué razón no has podido ser feliz y sentirte siempre joven? Pero como nosotros llevamos muy presente la miseri-cordia, te estamos mostrando este lugar privilegiado en el cual te encuentras, y donde nadie puede llegar sin haber alcanzado el estado celestial
Pancracio, un poco aturdido por lo que escuchaba, les preguntó:
— ¿El estado celestial? No entiendo.
— Algún día comprenderás si en verdad deseas alcanzar esta vida de gracia. Pero antes tendrás que arrepentirte de tu vida pasada. Entonces, te convertirás ya en un gran señor y todo lo que anhelas te lo dará Dios.
Pancracio, en ese momento comenzó a entender todas las cosas, y con una visión mucho más profunda empezó a reconocer que había vivido en forma irreal y tonta, porque en su vida no había tomado en cuenta a Dios. Esto le iba causando mucho dolor y llanto, y mientras dialogaba consigo mismo un río de lágrimas lo despertó. Y se dijo:
— Dios mío, siento que me has enseñado el verdadero paraíso antes del tiempo in-dicado, para que me convierta en un gran señor que todo lo ve  con claridad y desde lo más alto. Pero me falta mucho si quisiera alcanzar esta vida de gracia que hace que nos sintamos eternamente felices y jóvenes. Y gracias te doy porque he com-prendido que no hay felicidad si no se vive en el paraíso de las buenas intenciones y de las grandes actitudes. Esto debió ser mí verdadero sueño dorado, pero nunca es tarde para cambiar.

Obra protegida por el Decreto Ley Nro. 822 sobre el derecho de autor del Perú.

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