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En capítulos. Liana Castello, escritora argentina. Historias de madres e hijas. Cuentos para pensar.

No era fácil vivir con Elsa, ni siquiera para ella misma. Elsa tenía más de ochenta años, una muy precaria salud, poca movilidad y un cansancio infinito.

Ya no tenía muchas ganas de seguir luchando, tenía el cuerpo cansado y el alma también. Vivía en su departamento, al cuidado de una mujer que por empeño que pusiera, jamás lograba contentarla.

Elsa tenía una hija con la que tampoco le era sencillo vincularse y una nieta a la que adoraba pero a la que no veía con la frecuencia que deseaba.

Pasaba sus días lamentando los innumerables dolores que la acosaban, de a ratos lloraba, de a ratos se enojaba y en otros momentos se quedaba callada.

-¿Qué piensas mamá? –preguntaba una y otra vez su hija cuando la veía con la mirada perdida y lejos, muy lejos de esa silla de ruedas que la tenía casi presa.

Elsa no contestaba, tal vez porque no quería que los demás supiesen cómo se sentía realmente, o simplemente porque no tenía ganas de hablar. Quizás Elsa viajaba a otros momentos felices de su vida, los recuperaba –al menos en la memoria-, los disfrutaba, los revivía. Tal vez imaginaba otra realidad, una que la satisficiera, una realidad donde sus afectos estuviesen más presentes y sus dolores más lejos.

No, no era fácil vivir con Elsa y menos aún le resultaba fácil a Elsa misma convivir con ese presente, recordar el pasado y temer a un futuro al que veía cerca, demasiado cerca. El día se hacía largo, no podía cocinar, ni tender una cama, menos aún limpiar.

Sentada en esa cárcel de dos ruedas, como Elsa la llamaba, solo podía leer, escuchar radio o ver televisión. Sin embargo, tampoco ésas, eran buenas opciones para ella. Su vista estaba muy deteriorada como para leer y sus manos no tenían casi fuerza para sostener el libro.

La televisión, que tampoco podía ver con claridad, no le ofrecía un contenido que a Elsa le atrajera. La radio era otro tema, por años había sido una gran compañera, pero la música que ahora se podía escuchar no era de su agrado, menos aún le interesaban las discusiones sobre política o los vaivenes del espectáculo.

Cierto día, haciendo orden en viejos libros, su hija tuvo una idea. Encontró una colección de novelas que Elsa había leído y disfrutado en su juventud y a partir de ese momento, los días comenzaron a cambiar.

-¿Quieres que te lea mamá?-preguntó su hija.

-No soy una niña como para que me leas cuentos-contestó.

-Lo sé y no te leeré cuentos. Leeremos la colección de novelas que tanto disfrutabas hace años, intentémoslo.

Y a partir de ese día, su hija pasaba todos los días por la casa de Elsa, tomaba el libro y le leía un capítulo. Leía en forma lenta pero entretenida. Repetía las veces que hiciera falta, ensayaba tonos, hacía pausas interesantes y un pequeño milagro empezó a hacerse presente en la vida de ambas.

Elsa disfrutaba escuchar esas historias que tan feliz la habían hecho. Las imaginaba, las vivía de alguna manera. Se preocupaba o alegraba por el destino de esos personajes que ahora la visitaban a diario. Se dio cuenta un día que, luego de mucho tiempo, esperaba ansiosa que llegase el día siguiente y un nuevo capítulo de la historia.

Sus días cambiaron. Se hicieron más cortos porque Elsa esperaba ansiosa a que su hija llegase y cuando se iba, se quedaba pensando en lo que el capítulo del día le había ofrecido, tal vez un desencuentro, un nuevo amor, una traición, siempre algo diferente. Empezó a despegar de sus quejas y dolores, para ser parte de las alegrías y desdichas que las novelas le ofrecían.

Un capítulo por día le ofrecía a Elsa mucho más que escuchar una historia, era un encuentro con su hija, era un mimo similar al que sentimos de niños cuando nos leen antes de irnos a dormir.

Era esperar un momento y disfrutarlo por el resto del día. Esa lectura pausada, dedicada y sostenida en el tiempo fue un bálsamo a sus dolores y para su soledad. Un capítulo por día, un pequeño milagro cotidiano que se hacía presente en la voz de una hija, en la escucha de una madre.

Y poco a poco, capítulo a capítulo fueron desandando una nueva historia, porque, en definitiva, la vida, como las historias, se va escribiendo en capítulos.

Fin

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