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Hospital de corazones – Ultimo capítulo

Cuento infantil sobre los valores sugerido para niños a partir de nueve años.

Capítulo IX- Y se enfermó el doctor.

Hacía dos días que nadie veía al doctor. Pensaron algunos que se había tomado vacaciones, otros que había cambiado de trabajo y los más inteligentes decidieron ir al hospital a preguntar qué sucedía.

Eran tantas las personas que se habían encariñado con el doctor que la enfermera estaba feliz de repetir una y otra vez que el doctor estaba con gripe.

-¿Lo podemos ir a ver a su casa?-preguntó el abuelito.

-¿Está solito?-preguntó Nico con su peluche en las manos.

-¿Quién le hace la comida?-preguntó Anita.

-¿Tiene alguien que le lea cuentos?-preguntó Juan.

-¿Cuántas inasistencias tiene en el hospital?-preguntó la maestra-¿Quién le hará un certificado?

-Bueno, bueno demasiadas preguntas para una sola enfermera, mejor les doy la dirección y averiguan solitos todo lo que quieren saber.

Y así fue que, con dirección en mano, el abuelo y la maestra fueron a la casa del doctor. En el camino se sumó la enfermera repetidora también.

-Bueno niños, nosotros nos adelantaremos, ustedes ya saben lo que tienen que hacer-dijo la maestra y les guiñó un ojo.

Tocaron el timbre y el doctor tardó en atender, tocaron nuevamente y luego de escuchar cuatro “achis” seguidos, la puerta se abrió.

Hay que decirlo, el doctor no tenía buen aspecto, lucía más despeinado que nunca, lo cual ya era mucho decir, tenía los ojos llorosos y la nariz muy colorada.

La sorpresa fue muy grande, el doctor nunca espero que tantas personas estuviesen allí en su casa, preocupados por su salud.

-Disculpe doctor-dijo la enfermera-todos hacían demasiadas preguntas y yo no tenía las respuestas, les dije que sólo tenía una gripe ¡pero bueno viera usted la batahola que hicieron en el hospital!

El doctor se apuró a decirle a la enfermera que no importaba, que no se preocupase, todo esto antes de que empezara a repetir todo lo que le había dicho.

Invitó a todos a pasar, el abuelo se sentó a conversar con el doctor que no dejaba de estornudar.

Era reconfortante también para el doctor tener compañía y alguien con quien conversar mientras se sonaba la nariz, pues a veces él también se sentía un poco solito.

Al tiempo, el timbre volvió a sonar, esta vez atendió la maestra para que el doctor no tomase frío.

Uno a uno, entraron los pequeños pacientes para cuidar a quien primero había cuidado de ellos.
Anita traía una sopa casera y tibia que había aprendido a hacer su mamá, también un plato y una cuchara y se la iba dando a tomar despacito al doctor entre estornudo y estornudo.

Juancito traía un libro de cuentos. Se sentó al lado de la cama y comenzó a leer una de las historias que el doctor le había regalado y que era la que más le gustaba. El abuelo también escuchaba atentamente y la enfermera repetía algún que otro párrafo por si alguno no había escuchado bien.

Nico le regaló un peluche que había elegido especialmente para el doctor y le recomendó que durmiese con él toda la noche.

Tomy llevó juegos de mesa para que el doctor no se aburriese y Clarita le prometió llevarlo a dar una vuelta en su triciclo cuando se curase.

La tarde pasó muy rápido para el doctor y cuando todos se fueron, se sentía mucho mejor.

Se sentía feliz, su corazonada no había fallado, había tenido un sueño y lo había hecho realidad.

Todos en la ciudad habían aprendido que si bien las inyecciones, los quirófanos y los tratamientos son necesarios en muchas ocasiones, hay un remedio mucho más poderoso que cualquier otro y que no es ni más ni menos que el amor.

Fin

Cuento sugerido para niños a partir de nueve años.

Todos los derechos reservados por Liana Castello.

Ilustración de MARIA GRANADERO

[email protected]

web Art Maria Granadero

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