Hospital de corazones – Capítulo V. Cuentos de valores
Cuentos de valores. Cuentos para reflexionar.
V –A Anita le duele la panza
Un día llegó al hospital una niña llamada Anita de la mano de su mamá, quien constantemente miraba el reloj.
La niña se tomaba la panza y en su rostro se reflejaba dolor.
-¿Cuál es el problema pequeña? –preguntó el doctor.
-Me duele la panza, siempre-contestó Anita.
-¿Siempre?-preguntó el doctor.
-Mire doctor para repetir estoy yo-dijo un poco molesta la enfermera repetidora.
La madre de Anita seguía mirando su reloj, parecía que el tiempo le preocupaba o que se le hacía tarde para ir a algún lado.
-¿Comes muchas golosinas?-preguntó el doctor.
-No, mi mamá no me deja-contestó la niña.
-¿Comes demasiado entonces?
- No doctor.
-¿Muy poquito?
-Tampoco.
-¿Comes apurada?
-No.
El doctor estaba un tanto desconcertado no sólo por la causa del dolor de panza de Anita, sino por la actitud de su mamá que parecía más preocupada por el pasar de los minutos que por cómo se sentía su pequeña.
-Disculpe doctor-dijo entonces la madre-yo tengo una reunión de trabajo muy importante, si pudiera apurarse a revisar a mi hija se lo agradecería.
Con el comentario de la madre de la pequeña, el doctor empezó a darse cuenta de cuál era el problema de la niña.
-Perdón señora ¿usted sabe cocinar?-preguntó.
Entre asombrada y molesta la madre respondió.
-No doctor, no me gusta y no tengo tiempo realmente, yo trabajo mucho. De todos modos siempre compro comida suficiente como para que mi niña coma, despreocúpese.
-¿Compra usted la comida?
-Si, ya le dije no tengo tiempo de cocinar-
-¿No tiene tiempo de cocinar? –repitió ahora en tono de pregunta la asombrada enfermera repetidora.
-Ya sé qué es lo que ocurre con Anita, acompáñenme por favor.
El doctor tomó la mano de la niña y junto con la madre y la enfermera ingresaron al comedor del hospital.
El comedor era un lugar mágico: había una abuela que se encargaba de hacer sopas calentitas, otra abuela que amasaba pan, una mamá con horneaba budines, un papá al que no le molestaba pelar rica fruta y un abuelo que untaba tostadas con mermelada casera.
El aroma era casi un milagro. Era una hermosa mezcla de aromas a hogar, familia, amor, vainilla, limón, guisos, caldos y panes recién salidos del horno.
-Siéntate Anita, esta sopita caliente calmará tu dolor de panza-dijo el doctor y se sentó al lado de la pequeña y compartió con ella también un plato de sopa.
-Pero ya almorzó doctor, no hace falta-dijo desconfiada la madre.
- Créame que sí hace falta, es sólo un plato de sopa, puede probar usted también si gusta.
-No gracias-contestó secamente la madre y volvió a mirar su reloj.
Anita saboreó esa sopa como si fuese el más rico de los dulces, la tomaba despacito mirando e ese doctor que compartía una comida casera con ella, sin apuro, sin mirar el reloj, conversando y compartiendo por sobre todas las cosas.
Cuando terminaron, el semblante de la niña era otro. Sus mejillas estaban rosas y la panza ya no le dolía en absoluto.
El doctor llamó a la madre y seriamente le dijo:
-Anita está curada señora, pero para que no le vuelva a dolor la panza, usted deberá aprender a cocinar.
-¿Aprender a cocinar?-repitió asombrada la madre.
-¡Está visto que todos repiten ahora!-comentó molesta la enfermera.
-Señora yo entiendo que tenga que trabajar, no la culpo, pero los niños crecen mejor si comen comida casera, hecha con tiempo y amor. No hay mal que no cure una tibia sopa, ni problema que no mejore con una comida compartida en familia, conversando y compartiendo. Un hogar es más cálido si huele a budín o pan recién horneado y un día comienza mucho mejor si alguien nos ha untado una tostada con mucho cariño. Espero pueda entender lo que le digo.
-Entiendo, pero tengo mucho trabajo-se excusó la madre.
-Pues tendrá que organizarse, Anita merece crecer de la mejor manera y sin dolor de panza ¿no le parece?
-¿No le parece? –repitió rápido la enfermera no fuese cosa que alguien repitiese antes.
-Si me parece doctor, tiene usted razón.
Anita abrazó al doctor un largo rato y éste la invitó a compartir un plato de rica sopa todas las semanas.
Antes de irse, el doctor les regaló unos panes, un budín y una mermelada casera, pero además le dio a la mamá de la pequeña un cuadernito donde estaban escritas, con letra de abuela, todas las recetas.
La mañana siguiente comenzó una nueva vida para Anita y su mamá y los dolores de panza no fueron más que un recuerdo.
Contiuará…
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Ilustración de MARIA GRANADERO
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