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Hospital de corazones – Capítulo I

La construcción

Esta es la historia de un hospital muy especial, donde nadie tenía miedo de ir y donde todas las personas se curaban si o si y la historia empieza así:

En una ciudad muy grande, cuyo nombre es tan difícil de escribir que he preferido olvidarlo, existía un lugar abandonado, donde hacía años no había ni una casa, ni un negocio, ni pelotas abandonadas, ni perros que persiguieran esas pelotas y menos aún niños que persiguieran a los perros que perseguían pelotas.

Un día llegaron grandes camiones que llevaban a muchos hombres que a su vez llevaban muchas herramientas, muchos materiales y muchos cascos puestos y otros de repuesto.

Ante la curiosa mirada de todos los habitantes de la ciudad, los hombres con casco comenzaron a tomar medidas, a preparar mezclas, a contar ladrillos, y muchas otras tareas.

Los vecinos miraban y miraban para arriba y para abajo, para un costado y para el otro. Cada uno tenía una idea diferente de lo que sería finalmente esa construcción.

-Seguro construirán un gran hotel, escuché hablar de varias habitaciones-Decía un policía que tocaba a cada rato su silbato.

-No creo, no creo –dijo una maestra con una tiza en la mano- seguro será una escuela modelo donde todos los niños sacarán un diez felicitado.

-Se equivocan ambos-interrumpió un abuelito que apuntaba con su bastón hacia la construcción, eso no se parece ni a una escuela, ni a un hotel, les aseguro que será un club con una gran piscina.

-Prrrrrrrrrrrrrr! Nada de eso caballero-gritó el policía luego de dejar casi sordos a todos con su silbato- será un hotel, yo soy la autoridad y sé lo que les digo.

-Usted será la autoridad, pero lamento decirle que tiene un uno, esto no será un hotel, será una escuela modelo, va a tener que trabajar mucho para levantar la mala nota que se acaba de sacar.

Nadie sabía en realidad qué estaba construyendo los hombres con casco. Todo era confusión en esa región: camiones con arena, baldes con cal, ladrillos apilados y todos intrigados. No se sabe bien por qué nadie se animaba a preguntar a los constructores cuál sería la construcción que causaba tanta revolución.

Los días pasaban y la construcción más bonita quedaba. La intriga crecía pero nada acerca de ella se sabía.

Cuando ya casi terminaban, se reunieron nuevamente los vecinos para ver los últimos detalles.

-Han pintado todo de blanco, ya decía yo que era una escuela-dijo orgullosa la maestra.

-Hay hoteles pintados de blanco señorita-dijo el policía ya con un poco de miedo de la nota que le pondría la maestra.

-Cállese y aprenda, tiene otro uno, esto será una escuela hecha y derecha-repitió la señorita muy segura.

-Nada de eso, nada de eso-volvió a interrumpir el abuelito con bastón-tendremos un nuevo club ya verán, ya verán y se convencerán.

-Abuelo si insiste con esa idea deberé ponerle un uno a usted también y ya está grandecito para eso ¿no le parece?

En medio de la discusión llegó un hombre un poco extraño, nunca nadie lo había visto antes. Tenía los cabellos rojizos y alborotados y vestía un guardapolvo blanco, cosa que a la maestra preocupó un poco.

El hombre saludó a todos y con una gran sonrisa se quedó mirando cómo se iba terminando lo que en él si sabía bien que sería.

-Disculpe caballero-dijo el policía- ¿Es nuevo en la ciudad?

-¿Es maestro?-preguntó la señorita.

-¿Será miembro del club? –preguntó el abuelo apuntándolo con el bastón.

-Nada de eso-dijo el caballero-soy doctor y estoy aquí porque he tenido una gran corazonada, la más grande de mi vida-y sin decir más se fue como había llegado.

Todos quedaron intrigados por la presencia de ese desconocido tan extraño, un tanto desprolijo y con poco aspecto de doctor -hay que decirlo-. Tampoco habían entendido bien lo que había dicho acerca de la corazonada grande. De todos modos, más intrigados estaban por el edificio que aún casi terminado, no se sabía que era.

Nadie volvió a ver al extraño doctor hasta que llegó el gran día en que el edificio estuvo terminado.

Una mañana la ciudad despertó con una bella construcción pintada de blanco, una gran puerta de entrada, muchas pero muchas ventanas con coloridas cortinas y un gran corazón pintado en la fachada. Sobre ella, un cartel gigante que decía HOSPITAL DE CORAZONES.

La gente se agolpó para ver lo que para sorpresa de todos resultó ser un hospital. La maestra estaba preocupada, ya que como ella también se había equivocado, temía que el policía y el abuelo le pusieran una mala nota. La gente se agolpaba, el policía estaba feliz, porque si bien él tampoco había acertado, el alboroto que había le permitía tocar una y otra vez el silbato.

El abuelo se abría paso con el bastón al tiempo que pregunta por qué un hospital y no un club, por qué salas de espera e inyecciones en vez de piletas y canchas de futbol.

En medio de todo ese gentío, el sonido del silbato, los bastonazos del abuelo y los unos que iba poniendo la maestra a las personas que tan mal se estaban portando, llegó el extraño doctor de los cabellos desprolijos.

Todos callaron y lo miraron esperando que él les dijera algo, nadie sabía muy bien qué esperar, pero ese hombre seguramente algo tenía para decirles.

Y no se habían equivocado.

Continuará…

Todos los derechos reservados por Liana Castello

Ilustración de MARIA GRANADEROS
[email protected]

web  Art  Maria Granadero

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