Hadas Gemelas - Capítulo V
Hadas Gemelas - Cuentos de hadas y fantasía.
Por la mañana, Amanda se puso el disfraz de hada buena y anciana dispuesta a ir a la plaza a conocer a la abuela de las pequeñas y ver de qué modo podría llevar a cabo su plan.
Llegó a la plaza y allí estaban las pequeñas con su abuela. Las haditas jugaban en el césped y la abuela las miraba sentada en un banco. Amanda se sentó junto a ella y entabló conversación.
-¡Qué bellas pequeñas! dijo Amanda a la abuela.
-Muy bellas ¿Vio usted qué igualitas que son?
-Es sorprendente, ¿cómo hace para distinguir quién es una y quién es la otra?
-No, yo no las distingo, realmente explicó la anciana hada. ¿Sabe qué pasa? No es solamente que sean iguales, sino que nunca recuerdo bien sus nombres, la edad no viene sola. Además como veo muy poco y no me gusta usar mis lentes, nunca me doy cuenta quién es una y quién es la otra.
-Ajá, ya veo comentó Amanda.
-Ah ¿usted ve bien? Cuánto me alegro, se ve que la edad no la ha afectado. No la he visto nunca por aquí ¿Es nueva en el pueblo?
-Sí, he venido a visitar a unos amigos, por un tiempo nada más.
Amanda pensó que no sería difícil entablar una amistad con el hada, ganarse su confianza y así llevar a cabo su plan. Necesitaría tiempo, solo eso.
Decidió entonces que todos los días que estuviera la abuela con las gemelas iría a la plaza para ganar su de a poco. Llegaría el día en el que la abuela confiara tanto en ella que, sin saberlo, le daría la oportunidad que estaba esperando.
Y así lo hizo, salía casi todas las mañanas con ese mismo disfraz, hecho que a Julius intrigó mucho.
-Perdón, mi reina, pero no creo que tengas baile de disfraces casi todos los días, entonces ¿por qué sales vestida así cada mañana?
-Me siento cómoda dijo Amanda, porque fue lo primero que se le ocurrió.
-¿Con zapatos de taco alto, una varita en la mano, llena de tules y con peluca? Créeme que hay vestimentas mucho más cómodas.
-¿Y tú qué sabes de vestimentas? ¡Mírate por favor!, bien te vendría a ti cambiar de atuendo de vez en cuando.
-¿Cambiar de atuendo? Tú te pones ese disfraz casi todos los días y ni siquiera me dejas lavarlo.
Te diré que hasta el color le ha cambiado de la suciedad que tiene y no huele lindo precisamente.
Como de costumbre, Amanda hizo lo que quería, siguió yendo a la plaza y logró su objetivo. Se hizo amiga de la abuela, ahora debía pensar un escondite donde llevar a la pequeña una vez que lograra capturarla.
No fue difícil encontrar un lugar. Amanda tenía una tienda que había comprado al llegar al pueblo y donde había instalado un “Servicio de brujerías y hechizos varios”. La tienda resultó un gran fracaso. Los habitantes del pueblo eran nobles y buenos y no creían en hechizos y brujerías, por lo que al tiempo de abrirla, tuvo que cerrarla. Ese sería el lugar perfecto.
Una mañana llegó a la plaza y se sentó a conversar con la anciana hada. Las pequeñas jugaban con un perrito que siempre estaba en la plaza. De pronto, el perrito se asustó con un trueno que presagiaba una fuerte tormenta y salió corriendo. Una de las pequeñas salió tras él.
-¡Ven, ven aquí! –comenzó a gritar la abuela. ¡Eh… tú… tú… Blanquita, Blanquita! O… ¿no eres Blanquita? Bueno, no importa. ¡Ven aquí Clarita, ven aquí! O… ¿no eres Clarita? Bueno, lo mismo da, quien seas, por favor, no corras, ven aquí.
Amanda vio en la huida de ese perrito su gran oportunidad. La abuela seguía gritando.
-¡Clarita, Clarita… bueno, Blanquita, Blanquita! No te alejes de tu hermana, vuelve quien quiera de las dos que seas.
-Vaya tras ella, yo me quedo con la otra, sea cual sea el nombre que le corresponda.
-¿Le parece? Dejaré sola a una contestó la abuela.
-Sola no, yo la cuidaré muy bien, no se preocupe y si no se apura, Clarita o Blanquita terminará perdiéndose.
-Tiene usted razón ¡Gracias, qué amable es usted!
Y así la anciana hada, confiando en que Amanda cuidaría a una de sus nietas, fue tras la otra.
Amanda aprovechó la ausencia de la abuela que corría tras el perro y una de las gemelas y tomó de la mano a la otra y se la llevó corriendo hacia el otro lado.
-Ven pequeña le dijo. Tu abuela me ha encargado que te cuidara mientras busca a tu hermana, iremos a mi hogar porque está por llover y no quiero que te mojes.
El hadita era pequeña, no corría a gran velocidad (aunque Amanda tampoco, a decir verdad) y no decía demasiadas palabras.
Viendo que la pequeña llorisqueaba, Amanda comenzó a ponerse nerviosa.
-Mira niña, si no quieres mojarte deberás venir conmigo, ya volverá tu abuela con tu hermanita no hay tiempo para llantos. A propósito ¿Tú cómo te llamas?
Y la niña que no hablaba aún muy bien debido a su corta edad, solo dijo “ita”.
-Ita, Ita, ¡eso no es un nombre! ¡Con eso no me dices nada! Qué poco claros son los pequeños, por eso nunca he querido tener hijos.
Corrieron hasta la tienda abandonada. Amanda abrió la puerta mirando a su alrededor para no ser vista. No había nadie en la calle, no era un lugar por el cual pasara mucha gente.
-Bueno niña, yo me voy a buscar a tu abuela y a tu hermanita, aquí te quedarás esperando. Para que no te sientas sola, tienes aquí algunas cositas con las que te puedes entretener: unos sapos disecados, plumas de palomas que he cocinado y unos esqueletos de ranas con los que podrás jugar. ¿Qué te parece?
La pequeña hada estaba demasiado asustada como para decir nada, tenía miedo, había algo en esa mujer que no le gustaba.
Continuará…