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Hadas Gemelas – Capítulo III. Cuentos con magia

Cuentos con magia

Hadas Gemelas – Capítulo III. Cuentos con magia

Pasados los nueve meses, la cunita estaba lista, la ropita tejida y cosida, y las canciones muy bien practicadas por los coros de los elfos.

Cuando anunciaron que el hada estaba por dar a luz, todos se revolucionaron, algunos paseaban de aquí para allá, otros se comían las uñas y otros imaginaban si sería niño o niña, rubio o morocha, gordita o delgado y así el tiempo se les pasaba más rápido.

Amanda estaba ansiosa por ver lo que ella creía sería un monstruo y sentir que finalmente había arruinado la vida de la pareja. Julius estaba muy nervioso, recién al nacer el bebé, él sabría si la palabra que había usado como antídoto del maleficio había sido efectiva ¿Y si no lo era? ¿Y si esa bella hada daba a luz un monstruo verde con verrugas y garrapatas, tres ojos y uñas filosas? ¡No, no, no! No debía ser esa la realidad.

De pronto, se escuchó un gran bullicio en el pueblo, el hada había dado a luz. Amanda y Julius asomaron sus cabezas por la ventana para escuchar mejor. Todos estaban muy alborotados.

_¡Nunca se ha visto nada igual! decía un duende, sorprendido.
_¿No es muy extraño? preguntaba otro. ¿Será normal esto?

Amanda ya empezaba a saborear un supuesto triunfo y Julius se tapaba los oídos para no seguir escuchando, cosa imposible porque todos gritaban alborotados.

_¡No entiendo, no entiendo, esto nunca había sucedido! gritaba un enanito.

_¿Nacimiento múltiple? ¿Qué es eso? preguntaba sorprendida el hada más anciana.

_¿Que multiplicaron qué cosa? dijo otro enanito confundido.

Amanda no entendía demasiado bien pero era claro que algo fuera de lo común había sucedido.

Julius entendía aún menos que la bruja, pero tampoco le cabían dudas de que algo extraordinario había pasado y comenzó a temer: ¿y si con la palabra que había usado había empeorado todo? Julius ya imaginaba un pequeño monstruito con múltiples brazos, múltiples ojos, muchas piernas y un sinfín de dedos. La realidad no podía ser más lejana, aunque algo de extraordinario sí había habido en ese nacimiento.

No existía tal monstruo, muy por el contrario. Habían nacido dos bellas haditas idénticas, hecho que jamás había sucedido antes. Eran muy pequeñas, muy bonitas y muy, pero muy, pero muy igualitas.

¿Cómo podía ser que hubiera dos bebés en el vientre de una sola hada?

Si bien el hada y el duende no podían sentirse más felices, llamaron al gran sabio de un pueblo vecino para que viera a las pequeñas.

_No he visto nada igual dijo el sabio pero no hay nada de qué preocuparse. Las haditas gozan de una excelente salud y serán hadas normales como cualquiera. El único inconveniente que encuentro es que distingan a una de la otra sin dificultad.

Grande fue la desilusión de Amanda cuando supo que no solo no había nacido ningún horrible monstruo, sino que el hada y el duende tenían dos bellas hijas iguales, hecho que a todos maravilló.

El disgusto y el enojo iban creciendo en el muy pequeño corazón de Amanda. Julius respiraba aliviado, era evidente que la palabra “duplicar” había dado buen resultado. Recién en ese momento el elfo decidió preguntarle a otro elfo amigo cuál era el verdadero significado de la palabra. Se dio cuenta de que había sido muy imprudente al usar una palabra cuyo significado no conocía bien y que realmente había tenido suerte de que el efecto hubiera sido un nacimiento doble o “duplicado”.

El pueblo estaba encantado con las pequeñas que crecían felices e iguales y Amanda no soportaba tanta felicidad. No solo no habían sido efectivas sus maldiciones, sino que la pareja había sido bendecida con dos pequeñas sanas, bellas y, por sobre todo, de muy buen corazón.

_Simpáticas las pequeñas gemelas ¿verdad? comentó un día Julius. El pueblo entero no hace otra cosa que hablar de su parecido.
_Una desgracia realmente, una verdadera desgracia contestó Amanda.
_¿Que se parezcan tanto una a la otra? Yo no veo nada de malo en eso. Aunque… pensándolo bien… Debe ser feo para los padres no saber quién es un hijo y quién el otro ¿verdad? Pero bueno, de ahí a llamarlo desgracia… ¡Me parece un tanto exagerado, mi reina!

_¡Yo no soy tu reina! ¡Jamás entenderás nada, elfo ignorante!

¿Qué debería entender mi reina?… perdón… digo, Amanda.
_Deja, deja, no vale la pena gruñó la bruja, que no se daba cuenta cuánto hería el enamorado corazón de Julius.
_Dime, Amanda ¿a qué te refieres con una desgracia? insistía el elfo.

La bruja no respondió, comenzó a entender que, por alguna razón, Julius, que siempre había sido un fiel compañero, no pensaba como ella acerca de las haditas, la feliz pareja, su envidia y su rencor. No era extraño que no entendiera porque la razón de Julius nacía en su corazón y de sentimientos, Amanda no entendía nada.

Continuará…

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