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El Hada Helada, siempre tiene frío y siempre va abrigada, si quieres que en calor entre, haz el bien y sé un poco valiente.

Por Dolores Espinosa. Cuentos infantiles en capítulos

El Hada Helada es un muy entretenido cuento sobre las estaciones del año, que fue el primer cuento en capítulos que publicamos en el sitio EnCuentos. Agradecemos a Fernanda Forgia, docente e ilustradora, quien ilustró con su magia este hermoso cuento escrito por Dolores Espinosa. Los invitamos a conocer este mundo mágico de la mano de Dolores y Fernanda, quienes con sus palabras y dibujos dan vida a esta bella historia.

Originalmente el cuento salió publicado a razón de un capítulo por semana y, ahora lo hemos compilado en una sola publicación. ¡Qué disfruten de cada capitulo!

Al final, si te gusta el cuento en capítulos «El hada helada» de Dolores Espinosa, por favor, deja algunos comentarios (✍🏼), califica con estrellas el cuento para que otros los encuentren (⭐) y compártelo con otros niños y niñas a través de las redes sociales o descárgalo como PDF y envíalo por e-mail o Whatsapp (🙏🏼). ¡Gracias!

El Hada Helada

Capítulo I

El hada helada - Capítulo 1

La historia que voy a contar me la contó quien puede contarla.
La historia que voy a decir me la dijo quien puede decirla.
Si es mentira o es verdad, serás tú quien lo decida.

Yo creo que es cierta porque me la contó quien la puede contar, me la dijo quien puede decirla.
Me contó, pues, quien puede y quien sabe que, existía -existe- un país llamado, según algunos, Fantagia, según otros Magasia y, según alguno más Fantilusia. En realidad nadie, absolutamente nadie, sabe cómo se llama este maravilloso país, ni los sabios más sabios, ni los tontos más tontos, ni tan siquiera sus habitantes.

Ellos, sencillamente, lo llaman hogar y con eso les basta.

En este extraordinario país habitan brujos (y brujas), magos (y magas), hechiceros (y hechiceras), encantadores (y encantadoras), nigromantes (¿y nigromantas?), hadas (¿y hados?), augures y clarividentes. También viven duendes, elfos, silfos, gnomos, dragones, trolls, algún que otro ogro… en fin, cualquier criatura mágica que conozcas y hasta más de una que no conoces.

Muchos y grandes exploradores han intentado llegar hasta este lugar que no está lejos ni está cerca; que no está en este mundo ni tampoco fuera de él; al que es difícil llegar pero es fácil de descubrir. No existe nadie que pueda indicarte el camino hacia Fantilusia -o Fantagia o Magasia o el hogar…-. No hay ningún mapa que te diga dónde está. A él no llegan ni aviones, ni barcos, ni trenes.

Sólo hay algo que puede ayudarte a encontrarlo, tu arma más poderosa, tu brújula más potente, tu mapa más infalible: tu imaginación.

Tu poderosa, maravillosa, grandiosa imaginación.

Con eso, más un inmenso y puro anhelo y un poco de suerte, podrás llegar al país más hermoso que puedas imaginar. Se encuentra Fantagia -o Magasia o Fantilusia o el hogar…- siempre envuelto en una niebla espesa, iridiscente y musical.

Una niebla formada por pequeñas, pequeñísimas, partículas de magia en suspensión. Estas titilantes chispas, estas chispeantes centellas, estas luminosas porciones de magia están en continua agitación, produciendo una música cristalina, unas veces melancólica, otras veces inquieta, a veces enojada y otras, la mayoría, alegre.

Esta radiante y armoniosa bruma rodea a Magasia – o Fantilusia o Fantagia o el hogar…- como una bella joya, como un primoroso collar o una exquisita corona que separa el mundo real del reino de la ilusión.

En cuanto el viajero se sumerge en esta niebla la magia comienza a cosquillear en su piel, llena su corazón, reverbera en su alma, la nota bailar en su boca -algo picante, algo ácida, algo burbujeante- y, sobre todo, siente como se le mete por la nariz provocando que Aaa… provocando que Aaa…. Digo que provocando que Aaaatchíiiisss… sniff… eso, que estornu… Aaaaatchússss… que estornude sin parar durante un rato.
 
Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss… Aaaatchíiiiisssss…

Y, una vez pasada esa preciosa niebla, nos encontramos, por fin, en el hogar -o Fantagia o Fantilusia o Magasia– pero eso, si no te importa, te lo contaré otro día.

Pronto. Bien pronto. Antes de lo que imaginas…

Capítulo II

El hada helada - Capítulo 2

Bien, bien, bien. Aquí estamos otra vez dispuestos a seguir con esta historia que me contó quien sabe, quien puede y quien quiso.

Decíamos hace nada que, tras atravesar una argentada y argentina bruma y estornudar una docena de veces, nos encontramos, por fin, en el maravilloso, portentoso y hermoso país de Fantilusia.

Cuando llegas a este país tienes la curiosa y simultánea sensación de estar en un lugar completamente desconocido y tremendamente familiar; es normal, a este país acudimos todos -absolutamente todos- cada vez que soñamos ya sea dormidos o despiertos, y cada vez que imaginamos alguna historia, y cada vez que nos sumergimos en la lectura de algún relato, y cada vez que nos cuentan un hermoso cuento… En fin, accedemos a Fantagia con nuestra fantasía cada vez que algo aviva y activa nuestra imaginación, por eso nos resulta tan familiar aunque nunca lo hayamos pisado con nuestros pies.

El país es extenso, muy extenso, tan extenso como tu mente, tan amplio como tu ingenio, tan vasto como tu capacidad de crear. Todo cuanto puedas imaginar, todo cuanto otros puedan imaginar está aquí y cada vez que alguien usa su imaginación, Magosia crece.

En el extremo norte del Fantilusia, justo ahí, según se entra, a la derecha, hay un gran Bosque.

No un bosque de esos domesticados donde vas de picnic o a coger setas, no, es un gran, gran Bosque, un Bosque así, con mayúsculas, un Bosque con árboles milenarios, con senderos sombríos, con claros escondidos, con lugares oscuros. Es un Bosque lleno de susurros de plantas y ajetreo de animales.

En este bosque no hay nada verde, ni verde claro, ni verde oscuro ni verde botella ni verde azulado ni ningún tipo de verde, no, en este bosque todo es de color rojizo, anaranjado, marrón, ocre, amarillo, púrpura… los cálidos colores del otoño. El Bosque huele a lluvia, a castañas, a hojas secas, a manzanas, a brasero, a viento y a frío. En fin, el Bosque huele a otoño porque en él siempre es otoño.

Y justo en el centro del Bosque hay un claro. Un gran claro. Y en el centro del claro hay un árbol. Un gran árbol.

Un árbol muy alto, altísimo, tan alto como el rascacielos más alto, tan alto que es imposible ver su copa a menos que fueras un pájaro y pudieras volar hasta ella. Y grueso, muy grueso, tan grueso que era imposible abarcarlo con los dos brazos, ni con los dos brazos de cien hombres, ni con los de doscientos…

Es un árbol tan grueso que abarca tanto como dos castillos juntos.

En el duro tronco de este prodigioso árbol se abre una descomunal y hermosa puerta primorosamente adornada con grabados de hojas, tallos entrelazados y frutos otoñales (castañas, avellanas, nueces…), todo ello trabajado con tanta delicadeza que podrías pasarte horas y horas contemplándolo.

Hay ventanas a docenas, a cientos casi. Ventanas grandes. Ventanas pequeñas. Tragaluces, ventanucos, ventanales, vidrieras, miradores, balconadas. Unas abiertas de par en par, otras cerradas a cal y canto.

Unas muy altas y otras muy bajas. En fin, ventanas de todos los tipos, tamaños y gustos, como si quien viviera dentro necesitara sentirse en contacto con el exterior. Porque sí, en este enorme árbol en el centro de este enorme claro que se encuentra justo en el centro de este enorme Bosque vive alguien, alguien importante, alguien poderoso.

Aquí vive la Gran Señora del Bosque Dorado. También llamada Reina Otoñal o Bruja del Otoño.

Capítulo III

El hada helada - Capítulo 3

Ya te veo la cara.
Ya sé lo que estás pensando.
Una bruja, te dirás, qué miedo me da.
Una bruja, pensarás, que fea y qué vieja será.
Una bruja, murmurarás, de negro siempre vestirá.

Ya, ya te veo la cara y sé lo que estás pensando… y diciendo… y asegurando… y te estás equivocando.

La Gran Señora del Bosque Dorado, la poderosa Bruja del Otoño, reina del viento y la lluvia, no es malvada, en absoluto; ni es fea, para nada; ni viste de negro, te lo aseguro. A pesar de lo que crees una Bruja no tiene por qué ser ninguna de esas cosas. Y Ella, desde luego, no lo es.

La Reina Otoñal no es fea.

Tampoco es bella. Y no es vieja pero tampoco es joven. No es malvada pero tampoco es muy bondadosa; es decir, que es como somos todos, con  sus cosas buenas y sus cosas menos buenas. Con su brillante luz y su profunda oscuridad. Como todos.

Lo más hermoso de la Bruja del Otoño es su cabello, largo como las noches otoñales, sedoso como una fina lluvia matinal y rojo, rojo como las hojas de un arce en otoño. Y su voz, su voz también es hermosa; su voz es como gotas de lluvia, como el viento, como el rumor de las hojas en el bosque.

Anda con elegancia, habla con distinción y se mueve con ligereza. No es bella, no, la Gran Señora, pero está muy cerca de la belleza.

Sus vestidos son refinados pero sencillos. A veces, viste como una fría mañana otoñal; otras, elige el color de un cálido atardecer o el color de las hojas amarillas vistas a través de una fina niebla o el tono exacto que toma una gota de lluvia al caer sobre el tronco de un árbol vestido de otoño. Le encantan el naranja, el ocre, el amarillo, el rojo, el púrpura; todos los colores de la estación que ella gobierna están presentes en su vestido y en su maravilloso árbol-castillo.

Y es aquí, en este hermoso país, en este bosque y en este castillo donde -por fin- dará comienzo nuestra historia.

Y comienza en plena guerra entre la Bruja del Otoño y el Mago del Invierno.

Comienza en medio de una lucha en la que ella, la Bruja, se desvive por defender su Bosque y en la que él, el Mago intenta apoderarse de lo que no le pertenece y nunca le ha pertenecido. Nunca habían sido enemigos, tampoco eran amigos, pero siempre habían sido buenos vecinos pero, un día, la ambición del Mago comenzó a crecer de manera desmesurada.

Quería reinar más tiempo en el mundo, quería reinar en más lugares, quería ser un Mago temido en toda Fantilusia y más allá… por eso decidió apoderarse del Bosque Dorado.

Capítulo IV

El hada helada - Capítulo 4

No es que el Gran Mago del Invierno fuera malvado. No, no lo era, en absoluto. Sus súbditos lo amaban y se sentían muy felices bajo su reinado. No, no era malvado pero, en cambio, era enormemente ambicioso y quería llegar a gobernar en todas partes, todo el tiempo.

No se conformaba con el tiempo que le correspondía, quería más, mucho más. No es mala la ambición, ni es malo se ambicioso, lo malo es dejar que la ambición te ciegue y te lleve por caminos que, normalmente, nunca seguirías.

Así que, llevado por esta pretensión de poder, el Gran Mago comenzó a extender su frío poder, en un principio, de manera disimulada, sin enfrentarse directamente con la Reina Otoñal.

Año tras año, el Mago llegaba un poco antes a su cita, se extendía un poco más allá de sus límites y se iba, también, un poco más tarde.

El primer año la Bruja pensó que habría sido un despiste.

El segundo año envió aviso en tono amistoso al Mago de que estaba excediéndose en tiempo y en espacio. El tercer año la Reina volvió a enviar aviso pero, en esta ocasión, el tono era bastante más airado.

Por fin, en el cuarto año la Señora decidió que era el momento de reclamar ante el Consejo de las Estaciones.

Se reunía el Consejo una vez al año y era, oficialmente, el lugar donde se dilucidaba cualquier conflicto que pudiera surgir, se organizaba el calendario anual, se revisaba el trabajo de cada uno…

Extraoficialmente era una excusa para que las cuatro Estaciones pudieran reunirse para charlar de sus cosas y comer y beber y celebrar festejos durante una semana.

Pero aquel año no hubo ni risas ni alegría ni fiestas.

La Bruja del Otoño acusó al Mago del Invierno de intentar invadir su territorio, le advirtió de que no continuara con sus intentos y logró que el  Consejo le amonestara duramente. Ese año hubo discusiones, gritos, miradas airadas, golpes en las mesas, desaires, furia.

Pero, en lugar de enmendarse, aceptar la amonestación y la gran sanción que se le impuso, y recapacitar sobre lo malvado de sus intenciones, el Gran Mago se sintió ofendido y humillado. Él consideraba su derecho legítimo ampliar su reino y llevar la paz blanca de su reinado a todo el mundo.

De modo que, en ese mismo momento, a gritos y ante el resto de las Estaciones, el Señor del Invierno declaró la guerra a la Bruja del Otoño.

Todos se quedaron estupefactos, boquiabiertos y asustados.

Nunca, en toda la historia de los cuatro reinos, había habido una guerra. Nunca, en toda su existencia, habían luchado entre ellos. Jamás. Eran como hermanos. Más que hermanos. Cada uno tenía su cometido en el mundo, cada uno con su reino, cada uno con sus poderes y siempre, siempre en paz.

No conocían la guerra. No tenían guerreros, ni ejércitos, ni nada que se le pareciera.

Todos se quedaron anonadados. No se lo podían creer pero así era y así dio comienzo la primera y única guerra que hayan conocido las Cuatro Estaciones.

Y la única que esperan llegar a conocer.

Capítulo V

El hada helada - Capítulo 5

Y dio comienzo la guerra, tan cruel como todas las guerras, tan absurda como todas las guerras, tan injusta como todas las guerras, tan triste como todas las guerras.

El Mago del Invierno lanzaba contra el Bosque todo su frío poder: enormes tormentas de nieve, fríos vientos polares, heladas desconocidas por aquellos lugares. El frío llegaba a ser tan intenso que hasta el aliento se helaba al salir de la boca y caía al suelo convertido en pequeños bloques de hielo.

La Bruja del Otoño se defendía como podía. Con cientos de hojas creaba mantas con las que cubrir y proteger a los habitantes del bosque del helado viento y del frío hielo. Acogió en su castillo a los más débiles, creó todos los refugios que pudo para el resto. Intentaba contrarrestar los vientos invernales con vientos otoñales. Intentaba oponer la lluvia a la nieve. Intentaba luchar y defenderse contra alguien que era mucho más fuerte que ella. Intentaba, intentaba, pero no podía…

Las otras dos Estaciones no intervenían.

Se limitaban a seguir con sus cosas, asistiendo impasibles a la lucha entre los dos grandes reyes-hechiceros. Las otras dos Estaciones no querían intervenir pues decían que era una lucha que no les concernía. Si alguien les insinuaba que, tal vez, el Mago del Invierno fuese a por sus reinos tras acabar con el Bosque Dorado, ellos se echaban a reír pues se sentían fuertes e invencibles.

Las otras dos Estaciones, en definitiva, son dos impresentables. El Hechicero del Verano es un ser arrogante y vanidoso al que sólo preocupa lucirse y bailar entre sus sembrados de trigo y el Hada de la Primavera no es una niñata tontorrona, caprichosa y presumida que siempre anda poniéndose guirnaldas de flores y admirándose en los ríos. De semejantes personajes, pues, poca -ninguna- ayuda podía esperarse.

De modo que aquí tenemos a la Reina luchando con todas sus fuerzas y aspirando tan sólo a aguantar un día más, una noche más. Mientras que el Mago continuaba, implacable, lanzando ataque tras ataque sin que pareciera agotarse jamás.

Las criaturas pequeñas y grandes que habitaban el Bosque empezaban a sentirse extenuadas, hambrientas y, sobre todo, desmoralizadas.

Sentían la derrota en sus corazones y no tardarían en pedir la rendición.

En cambio los seguidores del Invierno no tenían el menor problema en resistir los ataques del Otoño. ¿Qué miedo podían sentir ante el frío otoñal acostumbrados a las gélidas temperaturas invernales? ¿Qué daño podían causarles los vientos del otoño acostumbrados a las ventiscas del invierno. Ellos podían resistir por mucho tiempo, todo el que fuera necesario para alcanzar la victoria. Se sentían fuertes e invencibles. Sus corazones sentían la victoria y no tardarían en obtenerla.

La Bruja del Otoño comenzaba ya a plantearse la rendición incondicional cuando se presentó ante ella la jovencísima Hada Dralina para ofrecerse voluntaria para llevar a cabo una idea que había tenido hacía unos días pero que no se había atrevido a contar… hasta que vio que todo parecía perdido.

Capítulo VI

El hada helada - Capítulo 6

Dralina era un hada joven, muy joven, apenas tenía trescientos años y eso, para un hada, son muy pocos años. Su cometido en el otoño era humilde pero tan importante y necesario como el de las hadas de rango más elevado.

La pequeña Dralina pertenecía al grupo de las pequeñas hadas que se encargaban de las hojas: las ayudaban a separarse de los árboles, las hacían volar, las esparcían por campos, calles, parques, las hacían danzar y correr unas tras otras en divertidos e inacabables círculos…

Dralina se encontraba entre las más trabajadoras y divertidas de estas hadas.

Disfrutaba muchísimo jugando con las hojas y de ayudar a la Bruja a extender el otoño por su reino y por el mundo.

No era especialmente valiente, tampoco destacaba por ser la más inteligente y, sin embargo, ya véis, fue ella la que única que, en aquellos terribles momentos, fue capaz de idear un plan -bueno o malo ya se verá- y fue ella la que se presentó -temblando- ante la Reina para contárselo.

Su plan era simple, muy simple, tan simple que nadie creyó que pudiera funcionar pero, cuando la esperanza comienza a perderse, cuando la idea de la rendición comienza a rondar por las mentes, es mejor tener un plan simple o absurdo y aferrarse a él, que no tener ninguno.

Por eso la Hechicera del Otoño aceptó el plan que la pequeña Dralina le propuso.

El plan, el simple, simple plan, consistía en ir a los campos del Hechicero del Verano y robar unas Espigas del Sol. Estas espigas son las que usa el Verano para llevar el calor de un lugar a otro, en ellas está almacenada toda la luz y el calor de los largos y ardientes veranos, con un puñadito de ellas se podía descongelar el Polo Norte… y el Mago del Invierno les tenía un miedo atroz y lógico.

Si Dralina lograba hacerse con unas pocas de estas Espigas y llevarlas hasta el reino del Invierno podría amenazar al Gran Mago y conseguir -tal vez- que dejara al Bosque, a sus habitantes y al resto del mundo, en paz.

Ya he dicho que no era un gran plan, todo el mundo dudaba mucho de que funcionara pero al menos, pensó la Bruja, mantendría la esperanza y era mejor que sentarse a esperar la derrota.

Así que se dispuso que la pequeña Dralina partiría inmediatamente a cumplir con su misión.

Ya sé que lo habitual en las historias que a los héroes se les concedan poderes o armas poderosas y mágicas o cualquier cosa que les resultará de ayuda en el futuro pero mucho me temo que en esta historia no hay nada de eso.

Dralina partió sola, la Reina no le dio ningún poder especial ni ninguna piedra mágica; no hubo palabras secretas ni armas extraordinarias, no señor, nada de eso. La pequeña hada sólo contaría con ella misma… y nada más.

A la mañana siguiente de ser aceptado el plan, al amanecer, Dralina se puso en marcha rumbo a los sembrados del Hechicero del Verano. Voló durante varios días y varias noches hasta llegar a los confines del gran Bosque, a la frontera donde el frescor del otoño comenzaba a ser sustituido por el tórrido verano.

Antes de pasar al reino vecino, se desprendió de su abrigada capa otoñal y de sus cálidas botitas, se aprovisionó bien de agua y se puso un enorme sombrero para protegerse del sol que le esperaba al otro lado del muro que separaba ambos reinos.

Así preparada, Dralina volvió a alzar el vuelo.

En cuanto llegó al otro lado chocó con una muralla pero no de piedra, sino de calor. Un calor intenso y denso que la golpeó con tanta fuerza que casi la hace caer. En su joven vida había sentido algo parecido. El calor parecía querer aplastarla contra el suelo, el sol abrasaba su pálida piel.

Mover las alas le suponía el triple esfuerzo que en el Bosque y no podía dejar de beber y beber y beber. ¿Cómo podía nadie vivir bajo un calor tan intenso? ¡Pobre Dralina! Acostumbrada a las suaves y frescas temperaturas otoñales, el poderoso calor veraniego era una tortura.

Pero el hada no se rendía así como así y continuó adelante con decisión. Le llevó otra semana llegar hasta el trigal en el que el Hechicero sembraba y cuidaba sus Espigas del Sol. Llegó agotada, con la piel enrojecida por el sol, casi sin agua pero con el ánimo, a pesar de todo, bien alto.

Había pensado que robar las Espigas iba a resultarle muy complicado pues suponía que los campos estarían fuertemente custodiados y que el Hechicero estaría muy pendiente de ellos pero, asombrosa y afortunadamente, los sembrados estaban sin custodia.

Nadie los guardaba, nadie los protegía, nadie se preocupaba de ellos.

Su dueño se hallaba, al parecer, inmerso en una continua fiesta junto al lago cercano, comiendo, tomando bebidas refrescantes, bailando, cantando, totalmente despreocupado de lo que pudiera ocurrir con sus Espigas o el resto de su reino.

Así que para el hada fue coser y cantar recoger un enorme puñado de ellas sin que nadie se percatara de su presencia, guardarlas y partir sin más demora… En esta ocasión rumbo al helado reino del Mago del Invierno.

Capítulo VII

El hada helada - Capítulo 7

Con las espigas a buen recaudo, Dralina, se dispuso a cruzar las aguas rosa-anaranjadas del gran Mar Asorda que separa los campos ardientes del Verano de las planicies heladas del Invierno.

Mientras sobrevolaba el insondable y extenso océano, su mente se entretuvo en recordar las cientos de leyendas que le habían contado sobre él. Historias sobre los terroríficos monstruos que habitan en sus profundidades, sobre las temibles tormentas que se desatan de manera imprevista y han hecho naufragar a grandes barcos; historias sobre hadas marinas que te atraen con subterfugios para hundirte con ellas en lo más profundo del abismo rosa, sobre vientos belicosos siempre en guerra a los que poco importa quien quede atrapado en medio de sus disputas…

Todas estas cosas -y alguna más- recordaba haber oído Dralina pero la verdad fue que no encontró ni la más mínima señal de nada fantástico en todo su largo y tedioso viaje. Durante días y días, lo único que vio fue el rosa-anaranjado del mar, el rosa-violáceo de las nubes, y la leve y rauda estela de algún animal marino afanado en sus quehaceres.

A medida que se aproximaba al reino del Mago del Invierno, el paisaje fue cambiando.

El agua rosa fue dando paso al hielo rosa y entonces Dralina, dejó descansar a sus agotadas alas y cabalgó sobre los gigantescos iceberg en compañía de unos titanes surfistas amantes del frío.

Más tarde recorrió las blancas llanuras de nieve y hielo donde los grandes -enormes- osos polares son reyes indiscutibles e indiscutidos, temibles y temidos.

Atravesó las exquisitas cuevas de Cristal Helado, donde las estalagmitas y las estalactitas, se unen y entretejen con la delicadeza de un encaje de hielo milenario, dejando ver el profundo color azul de su corazón formado por hielo milenario.

Atravesó glaciares formados con la nieve, el hielo y el frío de millones y millones de años a lomos de los mamut más descomunales que puedas imaginar y los únicos seres vivos que se atrevían a aventurarse en estos ríos de hielo.

Anduvo, y patinó, y esquió, y resbaló e, incluso, se atrevió a nadar en el Lago Gélido, el lago con las aguas más frías del mundo. Y siguió andando y avanzando un día y otro día, una noche y otra noche, con el frío llenando sus huesos, con las alas convertidas en témpanos de hielo, con manos y pies casi insensibles… pero sin rendirse en ningún momento.

Hasta que, por fin, llegó al colosal palacio de hielo del Mago del Invierno.

En contra de lo que había imaginado, no tuvo el menor problema para entrar ya que, tan seguro se encontraba el Mago de que nadie que se atrevería a atravesar su extenso y gélido país hasta llegar a él, tanto confiaba en su poder, que jamás se le ocurrió poner guardias en la entrada… ni en ningún otro lugar del palacio.

Dralina cruzó, pues, sin el menor impedimento, salas y más salas heladas; pasillos y más pasillos resbaladizos de hielo; salones que parecían de puro cristal; jardines con flores formadas por frágiles copos de nieve y cascadas de granizo. Caminó por lo que le parecieron kilómetros y kilómetros de palacio hasta llegar al Salón del Trono.

Y allí encontró, por fin, al Mago del Invierno.

Probablemente creerás que el Gran Mago se enfureció al ver a Dralina y que ordenó apresarla al instante sin permitirle hablar ni defenderse. Si es así, permíteme decirte que te equivocas por completo.

Te recuerdo que, en primer lugar, el Mago era tremendamente arrogante y, por tanto, no veía ningún peligro en un hada tan pequeña y tan joven. En segundo lugar debes saber que el Dueño del Invierno era de naturaleza curiosa y, además, se aburría bastante en su apartado palacio. Así que no, no sintió ningún enfado ante la presencia de Dralina. Sintió sorpresa, sintió curiosidad, sintió incluso admiración pero no enojo.

Por eso consintió en escuchar el discurso de Dralina

Capítulo VIII

El hada helada - Capítulo 8

– «Señor del Invierno y del Frío, Amo de la Nieve y del Hielo, Dueño de la Ventisca, las Heladas, las Cencelladas y la Escarcha» –Dralina había tenido buen cuidado de aprenderse todos esos títulos antes de salir de su país-. «Eres grande y poderoso. Eres frío y pendenciero. Durante años has demostrado tu valor y tu poder sin fin y ahora esta humilde y pequeña hada, te pide que muestres tu inteligencia y tu altruismo dando fin a esta absurda guerra y devolviendo a mi Señora, la Bruja del Otoño, la tranquilidad, su territorio y su tiempo. Te lo pido con humildad, gran señor».

El Gran Mago sonrió divertido y preguntó a Dralina:

– «¿Y por qué habría de hacer eso cuando, sin la menor duda, soy el claro vencedor de esta guerra?»

– «Por generosidad, señor» -respondió el hada.

El Mago no pudo contener una condescendiente carcajada.

– «Eres, sin duda, muy divertida y, también sin duda, muy atrevida. Por supuesto no pienso hacer lo que me pides así que es mejor que vuelvas a esconderte bajo las faldas de tu Señora… y confórmate con esa generosidad».

– «Entonces, señor, me veré obligada a abrir esta caja…»

– «¿Y tengo que asustarme de una caja?»

– «No, señor, de la caja no. De lo que en ella hay, sí».

– » Y bien ¿Qué es eso que ha de aterrarme?»

– «Unas Espigas del Sol, Señor del Frío. Supongo que no os será difícil imaginar qué ocurriría si abriera y dejara caer estas espigas en vuestro palacio».

Al oír esto el Gran Hechicero, de un salto, se levantó de su trono pensando en acabar con la pequeña Dralina a base de magia… pero si es cierto que era presuntuoso y ambicioso, también es cierto que era reflexivo y razonable y se preciaba de no actuar a lo loco… Y esto salvó a Dralina, pues al Mago se le ocurrieron tres buenas razones para no dañarla.

Una, que la pequeña hada tenía su propia protección mágica y la de su Señora.

Puede que la suya no fuera una gran magia y puede que la de su Señora -debido a la distancia- se encontrará debilitada pero ambas unidas serían suficientes para que la joven hada tuviera tiempo de cumplir su amenaza.

Dos, que le bastaba un pequeño gesto para dejar caer las espigas y, por tanto, acabar con su palacio y su reino en menos de un segundo.

Y tres, la admiración que le había provocado el valor y la tenacidad de Dralina.

Así que, tras pensarlo unos segundos, el Mago del Invierno decidió abandonar la guerra y su deseo de más terreno y tiempo. Decidió, asimismo, pedir perdón a la Bruja del Otoño e intentar hacer las paces con ella y, por último, decidió regalar a Dralina, como premio a su valor, un diamante mágico tallado en forma de copo de nieve para que pudiera ponerse en contacto con él siempre que necesitara ayuda.

Y así acabó la guerra entre la Bruja del Otoño y el Mago del Invierno.

Ah, casi lo olvidaba. Te preguntarás que por qué llaman a Dralina el Hada Helada. Pues, verás, la llaman así porque desde su viaje a las tierras del Invierno la pobrecilla siempre tiene frío. Es como si se le hubiera metido dentro, muy dentro, y no hay manera de que entre en calor. Así que en el Bosque del Otoño los pequeños duendes cantan:

«La hermosa Hada Helada,
siempre tiene frío
y siempre va abrigada.
Mas si quieres que en calor entre
haz el bien y sé un poco valiente».

Porque, cuando algún niño o alguna niña, hace algo bueno o valeroso, Dralina, el Hada Helada, siente como su pequeño corazoncito se llena de un suave calor que se extiende por todo su cuerpo y que le dura durante varias horas.

Así que, ya sabes. Ayuda a Dralina de vez en cuando. Ella te lo agradecerá.

Fin.

El hada helada es un cuento en capítulos de la escritora Dolores Espinosa © Todos los derechos reservados.

Sobre Dolores Espinosa

Dolores Espinosa - Escritora

Dolores nació en Las Palmas de Gran Canaria (España). Comenzó la carrera de Filología Hispánica aunque nunca llegó a terminarla. Casada y con una hija, actualmente es ama de casa.

¿Qué consideras que se necesita para poder escribir? «Amor por las palabras y amor por la lectura. Sueños, deseos, alegrías, penas, esperanzas y vivencias. Y ganas de disfrutar compartiendo historias con los demás que, en el fondo, es compartirse porque cada relato, cada cuento, lleva algo de nosotros mismos.»

Si quiere leer más sobre Dolores Espinosa, puede ver la entrevista que le hicimos para EnCuentos Aquí.

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