Cuentos de libros: ¿Dónde están los libros? – Capítulo III
Capítulo III - Caos en la escuela
Cuando Tiago se iba acercando al colegio, notó que todo estaba alborotado. Los niños no habían entrado a clases y en la vereda de la escuela había una ambulancia y un patrullero. No imaginó ni por un momento que todo ese lío tenía mucho que ver (o todo) con el deseo tan feo que había pedido la noche anterior.
Al acercarse más, pudo ver a la señorita bibliotecaria presa de un ataque de nervios, quien al grito de “mis libros, mis libros” tomaba al médico del guardapolvo.
-Cálmese, señora, por favor pedía el doctor.
La bibliotecaria parecía no escuchar.
-Mis atlas, mis enciclopedias, mis libros de historia y geografía ¿dónde han quedado? ¿Puede usted decirme?. Y zamarreaba al doctor de un lado para el otro.
-Eso lo averiguará la policía, que para eso está aquí, cálmese señora, por favor insistió el doctor.
-No me calmaré hasta que devuelvan todos los libros de la biblioteca del colegio ¿entiende usted lo que es un colegio sin libros? ¡Esto es el final, es el final! decía en un tono entre trágico y teatral, la pobre bibliotecaria.
Tiago miraba la escena un tanto divertido. No entendía tamaña reacción solo porque los libros habían desaparecido.
-Mujeres… -dijo. Siempre haciendo un drama de todo.
Cuando por fin entró al colegio, el panorama no era mucho mejor. Varios policías interrogaban a maestras y alumnos. Nadie entendía nada, nadie era capaz de pensar en un ladrón que robara todos los libros de una escuela.
Luego llegaron los detectives, algunos con pipa y sombrero, otros con sobretodo. También interrogaron a todos y, a criterio de Tiago, hacían preguntas un tanto tontas, como:
-Dígame señora directora, ¿qué hizo usted el 3 de junio pasado a las 22 horas? –teniendo en cuenta que corría el mes de agosto, era poco probable que la mujer se acordara qué había hecho y menos probable aún que sea lo que fuere que hubiese hecho, tuviera relación alguna con la desaparición de los libros.
Luego fue el turno de la bibliotecaria, quien si bien estaba un poco más tranquila, mucho no pudo ayudar.
-Dígame señorita ¿recuerda usted que hizo la noche del viernes? -preguntó el detective.
-¡Oh Dios! ¿Qué será de ese Martín Fierro de encuadernación tan antigua? ¿En qué manos habrá caído El Quijote?
-Señorita -dijo el detective-No está respondiendo mi pregunta.
-¿Dónde estará la colección completa de María Elena Walsh? ¡Ay, Dios! ¡No puedo ni pensar, se me estruja el corazón!
-Señorita estoy empezando a perder la paciencia.
-Todos los libros con las reglas ortográficas, ahora los niños escribirán peor, todo será un desastre, un verdadero desastre-y rompió en llanto.
El detective se dio cuenta de que nada en limpio sacaría de las respuestas de la señorita bibliotecaria y, resignado, decidió intentar suerte con otras personas.
Mientras los policías tomaban huellas digitales y los detectives hacían preguntas a los chicos más grandes, Tiago y sus amigos entraron al aula. El pequeño estaba feliz pues pensaba que sin libros mucho no se podía hacer ese día.
La verdad, el día de clases no fue en absoluto aquello que Tiago había pensado. La señorita tenía una expresión muy triste en su rostro, los chicos sentían miedo pensando en que un ladrón merodeaba por el colegio, y muchos pensaron en que si ya habían robado los libros, pronto vendrían por los mapas, las pelotas de básquet y hasta los alfajores del quiosco.
-Bueno niños, esta fatalidad que ha ocurrido no nos impedirá estudiar y ya que no tenemos libros, les dictaré un capítulo del libro que veníamos leyendo, ya que lo sé de memoria.
-¿Nos dictará un capítulo entero de un libro? preguntó Tiago, casi al punto del enojo
-No me atrasaré por un ladronzuelo de libros. ¡Vamos, niños! A copiar que es mucho realmente-contestó la maestra.
Los niños salieron con las manos casi entumecidas de copiar, y Tiago regresó a su hogar de pésimo humor. Jamás pensó que sin libros, el estudio sería aún peor.
Entró en su habitación y comenzó a quejarse de todo lo que había ocurrido en el día. Se paseaba de un lado al otro vociferando contra la maestra, la señorita bibliotecaria que había hecho un drama, los policías y los detectives.
Dindón sentadito arriba del armario miraba al pequeño. Había pasado una mañana muy aburrida sin poder leer, pero en ese momento, ver al pequeño tan ofuscado lo divertía bastante y le daba esperanzas de que entendiera la importancia y el valor de los libro .
-Bueno, como sea –dijo de pronto Tiago. Mi deseo se hizo realidad y no hay más libros a la vista, ya se tranquilizarán todos y verán cuánto mejor es vivir así
- ¡Cómo me gustaría que mañana te hicieran copiar aún más, pequeño perezoso! Terminarás aprendiendo la lección como que me llamo… ¡Caramba! ¿Cómo era que me llamaba?
Luego de hacer un poco de memoria, el olvidadizo duende recordó su nombre y respiró aliviado. Todavía faltaba la reacción de la mamá del niño, que no entendía qué había pasado con los libros de la habitación de su hijo.
Tiago, una vez más, se comportó mal y para no reconocer su fea actitud, le dijo a su madre que los había prestado.
-¿Todos?-preguntó su madre, desconfiando.
-Todos -contestó el pequeño. Dindón estuvo a punto de bajar del armario. Que al niño no le gustara leer ya era un problema, pero que encima mintiera, era mucho para un solo duende.
Esto será más difícil de lo que creí pensó el duende y no se equivocó.
Continuará…
Todos los derechos reservados por Liana Castello
Ilustración de Conny
Mail de Conny: [email protected]
¿Dónde están los libros? – Capítulo III pertenece a cuentos de libros sugerido para niños a partir de nueve años.