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Adrián y Santa Claus – Capítulo III

Adrián y Santa Claus – Capítulo III. Lázaro Rosa. Escritor y ex educador de Montreal, Canadá. Cuento en Capítulos.

papa noel

A diferencia de lo que suponía Consuelito, Adrián no fue a caer con su bicicleta encima de un asteroide viajero, sino sobre el trineo de Santa Claus que ya venía en dirección a su pueblo trayendo diferentes regalos para niños obedientes porque, al otro día, se celebraba la navidad.

Adrián estuvo un año muy asustado, sin saber a dónde llegaría, paseando con su bicicleta alrededor de miles de meteoritos que pasaban por su lado sonriéndole y diciéndole adiós. Santa Claus ya conocía, con lujos de detalles, lo que le había sucedido a su nuevo acompañante y el por qué se hallaba a esas alturas flotando en el espacio.

-Tienes que volverte un chico precavido porque, de lo contrario, seguirás enfrentando terribles accidentes que podrían ser peores que el que acabas de tener—Comentó el anciano de barba blanca y traje rojo sin soltar las riendas con las que guiaba a sus renos.

—Has tenido hoy la suerte de que estuve observando lo que hiciste y decidí pasar a tiempo por esta zona para evitar que cayeras dentro de un mar de estrellas, en esos sitios los astros permanecen continuamente encendidos, te hubieses quemado.

Adrián permaneció todo el tiempo en silencio. Solo observaba al ancianito que traía consigo varios trineos voladores cargados con pasteles de chocolate, ropas nuevas, libros de geografía, mochilas para las escuelas y muchos juguetes encargados por los chicos obedientes.

trineo

El caprichoso notó que algunas cajas tenían puestos los nombres de Hermes, Fermín, Consuelito, Damián y de otros de sus compañeritos que sabían escuchar y siempre hacían caso a las personas mayores cuando éstas los aconsejaban. Notó además que una pelota de futbol tenía escrito: para Hermes el precavido.

En un saxofón se leía: para Damián el buen chico músico. Y en una radio pequeña se observaba: para Consuelito, la niñita ingenua que quiere a sus amiguitos y siempre les desea lo mejor por confiar en ellos. Además había tres guantes de beisbol, dos bates, dos pelotas de baloncesto, una bicicleta (que resultó ser la de Adrián pero Santa Claus la hizo nueva y brillante dándole ahora un color azul) para entregársela a otro niño que se sentaba por las mañanas, calladito y apartado en el parque, junto a una enorme fuente de variados colores.

–Estos son los regalos que van dirigidos a tus amiguitos, ellos se los han ganado por ser precavidos y por andarse siempre con mucho cuidado, Hermes y Consuelito son chicos obedientes que saben jugar teniendo en cuenta lo que les dicen sus padres y los maestros, Damián es cauteloso y es un gran músico—Habló Santa Claus, para después continuar diciendo:

– Si me ayudas a repartir estos regalos y luego regresas conmigo a buscar los que me faltan te voy a tener una linda y grata sorpresa, tengo que hacer todas las entregas antes de que termine la madrugada del veinticuatro de Diciembre. Adrián dijo que si con la cabeza y al llegar al pueblo acompañó a Santa Claus hasta las puertas de las casas.

El chico se quedaba afuera y el ancianito barbudo entraba con los regalos para colgarlos en los arbolitos de navidad. Santa traía un inmenso llavero y sabía, perfectamente, que llave se correspondía con cada cerradura puesto que las mismas, a la hora de hacerse las entregas, se ponían doradas y le indicaban al anciano que les tocaba abrir.

Cuando terminó la primera repartición de regalos Adrián volvió a subirse al primer trineo y se marchó con Santa en dirección al cielo tocando pequeñas campanitas que se hacían más sonoras a medidas que los renos cabalgaban a mayor velocidad. No habían pasado ni treinta segundos para que los trineos aterrizaran sobre una isla intensamente verde donde podían observarse edificaciones alargadas y de bajas alturas.

Estas eran las plantas donde Santa Claus, en compañía de otros ancianitos, fabricaban los pedidos que les llegaban de parte de los niños cuando se acercaban los fines de año. Los renos continuaron cabalgando y entraron a una de las plantas. Ya estando dentro de ella Adrián pudo ver como se producían zapatos, gorras, anteojos, cámaras fotográficas, baterías para grupos musicales, guantes para jugar beisbol, pelotas de fútbol y muchos otros objetos que luego se repartirían en los pueblos entre los más pequeños.

El chico estaba perplejo y tras una señal que le hiciera Santa Claus caminó tras el anciano y se fueron hasta otro sitio donde se elaboraban inmensas cantidades de bombones, galleticas y pasteles de chocolates y de fresas, los que se iban empacando en cajas de cartón para luego almacenarse sobre anchas paletas de madera.

Según Santa Claus los ancianitos que lo ayudaban en la elaboración de los productos vivían, comían y dormían en los mismos lugares donde trabajaban. Sus familias eran los recuerdos, las fiestas y las peticiones infantiles. Esas eran las razones por las que lograban acogerse a la felicidad.

Tras mirar todo aquello Adrián se notaba bien cambiado. Como por un milagro se volvió obediente y hacía todo lo que los ancianitos, con buenas maneras, le pedían.

–Toma esta caja de caramelos y ponla sobre aquella mesa, limpia el agua que ha caído en el piso por favor, llévale algunas hierbas a los renos para que coman antes de que vuelvan al pueblo con los regalos…has esto chiquillo por favor, has esto otro chiquillo…

Y Adrián iba y venía, de un lado al otro, y se ponía cada vez más contento y corría, haciendo caso de los pedidos de los ancianitos, por lo que se notaba inmensamente alegre. –

-¿Quieres llevar algún regalo para alguno de tus amiguitos, en particular?—Le preguntó Santa Claus al nuevo chico obediente. –

-Quiero llevarle una caja de bombones a Consuelito, mi amiguita de la escuela, y un pastel de fresas con una flauta al niñito apartado que todos los días se sienta solito en el parque… –

-Muy bien, eso está muy bien, así se hará– Respondió Santa Claus moviendo la cabeza de forma afirmativa, para después preguntar: ¿Me ayudas, por favor, con las cajitas de bombones para echarlas en este saco?

bombones

Y de inmediato el chico se situó junto al anciano de barba blanca y pudieron, entre ambos, hacer varios paquetes que luego se iban colocando sobre los trineos. –

-¿Conoces a ese niñito que siempre está sentadito en el parque?—Volvió a preguntar Santa Claus. –

-Se llama Pedrito y sus padres trabajan las veinticuatro horas del día, de Lunes a Domingo, y por eso nunca tienen tiempo de atenderlo ni de jugar con él—Respondió Adrián mientras llenaba otro de los sacos con cajas de bombones. –

-Eso está mal, muy, pero muy mal, pobre niñito—Dijo el Santa—Pues, además de regalarle un pastel de fresas y una flauta debemos también hacerle una abuelita para que le dé mucho cariño y permanezca siempre a su lado jugando, eso haremos, ¿qué crees tú? –

-Yo lo veo bien, muy bien, es una gran idea, comencemos a fabricar entonces la adorada abuelita—Dijo Adrián.

Rápidamente Santa Claus se puso a buscar en su ropero y encontró una varita de cristal de la cual, tras hacer varios movimientos con su mano derecha, sacó una menuda anciana que usaba espejuelitos redondos y un rojo vestido y pronto comenzó a preguntar por su nietecito. –

-Pedrito, mi Pedrito, ¿estás sentadito todavía en el parque? Pronto iré para jugar contigo mi cariñito, pronto te haré compañía mi querer…

La anciana se mostraba tan desesperada que Santa Claus le dio de beber un vaso de té caliente, para que se calmara, y luego la sentó en el primer trineo donde se quedó profundamente dormida.

La madrugada aún continuaba pero ya los ancianitos habían terminado su trabajo y todos se marcharon a descansar. Ahora los diez deslizadores se observaban desbordados por los bultos de mercancías y Santa Claus, siempre acompañado de Adrián, se regresó al pueblo para continuar yendo a las casas y colgar sus obsequios en los luminosos y resplandecientes arbolitos de navidad.

Al llegar la mañana el anciano y Adrián se fueron hasta el parque y allí encontraron a Pedrito sentadito en un banco y apartado. Santa Claus le dijo al niño algunas palabras y luego le regaló una flauta, una bicicleta y le hizo entrega de su nueva abuelita.

La anciana recién llegada saltó de alegría y abrazó a su nieto, sentándoselo en su regazo, para darle besos y jugar con él todo el día antes de llevárselo a su alejado hogar. Ahora Pedrito era un niño alegre y juguetón que se sentía protegido y, al momento, se sacó varias fotos subiéndose a las piernas de Santa Claus.

Con respecto a Adrián, todos sus amiguitos estaban admirados por su cambio y su vecina Natacha repetía constantemente: ¡quitaron un Adriancito y pusieron otro!, ¡este niño es totalmente diferente al malcriado de antes!, su abuela Regina tiene que sentirse ahora más tierna y comprendida…muy consolada.

En las presentes navidades Consuelito se miraba también profundamente conmovida. Estaba tan alegre por la caja de bombones que su amiguito le había colgado en el árbol de su casa que, en tan solo veinte minutos, se comió todos los dulces junto a sus dos hermanitos.

La chica acababa de descubrir que Adrián había venido con Santa Claus desde un lugar muy remoto y había ayudado al anciano a cargar, y a repartir, todas las encomiendas.

Adrián le prometió a su amiguita que al día siguiente le iba a contar todo lo que había observado dentro de las grandes fábricas donde trabajaban, y también vivían, más de trescientos ancianitos que eran los que elaboraban los juguetes para los veinticuatro de Diciembre.

reno

Tampoco Santa Claus había olvidado la promesa que le hiciera a Adrián por ayudarlo con los encargos y, por este motivo, le regaló al nuevo chico un reno saltarín junto a un trineo para que, cuando a él le fuera posible o así lo quisiera, regresara a visitarlo a la remota isla que permanecía, en todas las épocas, intensamente verde.

Fin

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