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Pedro y el jardín de las flores

Pedro y el jardín de las flores

Pedro y el jardín de las flores. Los mejores cuentos infantiles.

Tema del cuento: Malos tratos en la aulas.
Pablo había llegado un poco triste a casa esa tarde, ya que Rafa, el chico más malo de todo el colegio, se había vuelto a meter con Pedro. Rafa había repetido un curso y, desde el principio, había impuesto su ley a través del miedo. Siempre iba escoltado por tres chicos que, en el fondo, le tenían pánico y preferían estar a su lado antes que enfrentarse a él.

Pedro era un buen chico, estudiaba y se portaba bien con todos y, aunque no formaba parte de la pandilla de Pablo, al menos, tres tardes a la semana volvían juntos a sus casas desde el colegio, pues vivían cerca.

Estos ratos que pasaban de camino a casa eran divertidos. Pedro tenía un gran sentido del humor y era muy aficionado a los insectos, sabía todo tipo de curiosidades acerca de ellos, algo que a Pablo le interesaba bastante. Siempre era agradable conocer nuevos temas.

Al llegar a casa, Pablo le contó a su madre lo mal que trataban a Pedro en el colegio.
-Así que, según lo que me estás contando, ese Rafa es bastante fanfarrón y no tiene agallas nada más que para meterse con los chicos menos problemáticos, ¿no? –le preguntó su madre.

-Sí, la verdad es que cuando no es uno es otro, el caso es estar sembrando el terror, pero Pedro me da lástima. No es justo que se haya metido con él –protestó Pablo.

-¿Pedro es amigo tuyo?

-Bueno, no se puede decir que sea íntimo –concretó Pablo.

-Y, ¿por qué no?

-Pues no lo sé. La verdad es que me llevo muy bien con él, tenemos muchas cosas en común y me encanta que me hable de sus insectos. Alguna vez hasta se ha llevado alguna especie disecada para enseñármela.

-¿Te das cuenta que nos pasamos la vida quejándonos de situaciones injustas cuando tenemos en nuestras manos más posibilidades de cambio de las que nos imaginamos?

-¿A qué te refieres mamá?

-Bueno, creo que será mejor que te cuente una historia.

Érase una vez un jardín habitado por las más bellas y aromáticas flores: campanillas, lirios, margaritas, gladiolos y pensamientos. Era perfecto, a no ser por su líder: una rosa roja que dominaba y oprimía a las demás.

Un día, se acercó por allí una oruga, que andaba perdida. Al verla, las coloridas habitantes del jardín, la tomaron por una de ellas y la invitaron a cantar.

-¿De qué clase de jardín vienes, querida? – le preguntó la margarita.

-Sí, eso, dínoslo, la verdad es que eres una especie muy singular –continuó el lirio.

-¿Yo? Yo no vengo de ningún jardín –respondió la oruga un poco asustada.

-Ya me extrañaba a mí. No tiene aroma, su corola está desvaída y su tallo es raquítico. Os tengo dicho que no habléis con extraños. Seguro que es una flor silvestre –sentenció la rosa.

-Oooooooh –exclamaron las flores, pues nunca habían visto una variedad silvestre.

-No, si no soy una flor –aclaró la oruga.

-Ja, peor aún, es una mala hierba. Os prohíbo que la miréis, no sea que os contagie algo de su fealdad. Éste es un jardín de auténticas flores y no queremos malas hierbas por aquí. Chicas, seguid con lo vuestro.

Las palabras de la rosa sonaban crueles y despectivas, y la oruga se vio en la obligación de sacar a las flores de su error y de defenderse ante el tono que estaban tomando los acontecimientos.

-Os estáis equivocando, soy una oruga y si he cantado es porque vosotras me habéis invitado a hacerlo.

-Ya está bien, largo de aquí, no mereces estar entre nosotras –concluyó la rosa, mientras las demás flores se burlaban y reían de la oruga, siguiendo las órdenes de la rosa.

La pobre oruga se sintió desplazada y no entendía cómo las flores podían haber cambiado así su actitud si la habían recibido tan bien al principio. Se disponía a marcharse cuando…

-Mirad, es maravilloso –dijo la margarita mirando al cielo.

La oruga se había convertido en una mariposa de impresionantes alas azules y naranjas, y alzó el vuelo. Ahora era mucho más hermosa que las flores y era libre, no como ellas que estaban ancladas al suelo por su tallo, prisioneras en aquel jardín y no podían ver más allá de sus propias narices, más allá de las tapias de aquel oasis.

-Es muy bonita mamá –cortó Pablo–, pero no entiendo muy bien qué tiene que ver con Pedro.

-Para empezar, debes saber que Rafa es como esa rosa, un chico déspota que no tiene en cuenta los sentimientos de los demás y que, si no cambia, es prisionero de sí mismo. Sus amigos son como las flores del jardín, marionetas sin voluntad propia.

-Ah, y Pedro es la mariposa –remató Pablo.

-Bueno, más bien la metamorfosis de la oruga es una metáfora. Lo que pretendía era llamar tu atención y que pensaras que el cambio es posible, tan sólo hay que quererlo y pasar a la acción.

-Es decir, que Pedro, si quiere, puede cambiar –afirmó Pablo seguro de haberlo entendido.

-O Rafa, o los demás chicos, o tú –le aclaró su madre.

-¿Yo?

-Sí. Antes me has comentado que no sabes por qué no eres amigo de Pedro. Quizá es tiempo de que reflexiones. Si Pedro formara parte de un grupo de amigos no estaría tan a tiro para Rafa. Podemos tener la solución a un problema en nuestras manos. No te lamentes y actúa.

Esa noche Pablo durmió deseando que fuera ya la mañana siguiente. Esperaría a Pedro en la puerta de su casa e irían juntos al colegio.

©Helena López-Casares Pertusa

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