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El gran muffin apestoso es uno de los cuentos de muffins para chicos de la colección cuentos infantiles de la escritora Salomé Torres. Para niños a partir de siete años.

¿Alguna vez te has preguntado para qué sirve el ombligo?

Óscar es un niño de ocho años. Un día después de bañarse se secaba con una toalla y justo cuando la pasaba por su barriga se quedó mirando fijamente ese hoyuelo de aspecto travieso.

En ese momento le surgió una pregunta:

¿Para qué sirve el ombligo?

Se hizo esta pregunta y no tuvo la más remota idea de cuál era la respuesta.

Sabe que las manos le sirven para agarrar objetos, las piernas y los pies los utiliza para caminar, las pompis le sirven para sentarse, los ojos para ver, la nariz para respirar, las orejas para escuchar, la boca para comer y hablar, la cabeza para pensar, el cuello para sostener la cabeza, en fin… Pero ¿El ombligo, para qué sirve?

-Para señalar la mitad del cuerpo.

-Para recordarnos que somos hijos de nuestras mamás.

-Para mostrar el lugar exacto donde se deben aplicar las inyecciones contra la rabia.

-Para saber cuándo debemos dejar de comer dulces (por el dolor que se siente alrededor del ombligo).

Estas fueron las respuestas que sus amigos le dijeron, pero ninguna lo convenció.

Como no le encontró utilidad a su ombligo, Óscar decidió dejar de asearlo; es decir, no atenderlo nunca más.

Transcurrieron seis meses, el aspecto del ombligo no era nada agradable. Emitía un olor muy feo, apestaba a queso rancio, las paredes se habían saturado de una materia parecida al migajón, en el centro del hoyuelo había una especie como de telaraña. Pero esto no logró que Óscar se preocupara por la higiene de su ombligo y lo limpiara. A fin de cuentas es parte de su cuerpo y como tal debe de tenerlo siempre limpio.

Después de unas semanas más. En completo abandono. El pobre ombligo de Óscar ya no podía contener esa materia que ahora se había vuelto viscosa. Era
demasiada, creció tanto que rebasó al ombligo borrándolo de su barriga, sólo sobresalía una bola de pelusa muy parecida a la que se forma debajo de las camas y los sillones.

Sus amigos ya no querían jugar con él por el fuerte olor a queso que lo rodeaba, pero esto no le importó. No representó problema alguno el distanciamiento de sus amigos. Óscar dijo que se entretenía mucho el solo con los videojuegos, entonces, pasaron más y más días.

Una tarde tomó una cucharita de la cocina y retiró parte del viscoso material que se alojaba alrededor y dentro de su ombligo. Pues ya abultaba las camisetas y no quería sufrir una minuciosa inspección por parte de su mama. Así que, todas las noches antes de acostarse retiraba cuatro, cinco, seis o hasta siete cucharaditas de pan de ombligo (cómo solía llamarle a esa apestosa mugre) las coleccionaba y las dejaba en su mesita de tareas.

Al cabo de unos días, Martha la hermana menor de Óscar, encontró la abundante colección de pan de ombligo de su hermano. Ella desconocía la procedencia de ese atractivo material, y creyendo que se trataba de plastilina con aroma a queso rancio se puso a jugar. Formó pastelillos y los bañó con pintura para darles el aspecto de sabor a fresa, chocolate, nuez y vainilla…

Martha dejó sus pastelillos en la sala y mientras su mamá la bañaba, Óscar llegó de la escuela, entró a la sala, vio los “pastelillos” creados por su hermana y se los comió todos en un abrir y cerrar de ojos.

Inmediatamente después se sintió raro. La panza le dolió muy fuerte, por lo que, se quedó recostado en su cama toda la tarde.

Su mamá estaba preocupada porque Óscar no había probado alimento, entonces entró a su recámara para ver que le sucedía, pero salió espantadísima porque no estaba allí, lo único que encontró fue un enorme panecillo depositado en la cama del niño.

¡Óscar se había transformado en muffin de nuez! Bueno, en realidad en muffin de mugre de su propio ombligo…

La señora salió rápidamente de su hogar para buscar a su hijo en casa de sus amigos. En ese rato, Martha se percató de la desaparición de sus panecillos, por lo que entró al cuarto de su hermano para buscar más plastilina y seguir jugando.

Entró, pero ya no encontró plastilina, lo que pasó fue que Martha escuchó la voz de su hermano pidiéndole ayuda.

-Martha, ayúdame. Mírame, no puedo hacer nada, no me puedo mover. ¡Tienes que ayudarme por favor!

Al inicio Martha pensó que se trataba de una broma, pero después de repetidas súplicas de auxilio, comprendió que Óscar se encontraba en graves problemas.

El niño, sin saber que se había comido la suciedad de su propio ombligo, de alguna manera estaba consciente de que esa transformación estaba relacionada con el pan de ombligo. Así que, se vio en la necesidad de contarle toda la verdad a su hermanita.

Le platicó lo que había pasado con su ombligo: que dejó de asearlo desde hacía mucho tiempo y que coleccionaba el pan de ombligo para que no lo regañara su mamá al notarle el bulto en su abdomen.

Martha comprendió que su hermano se convirtió en un grandísimo muffin por comer los panecillos elaborados con la mugre añejada de su ombligo. El rostro de Martha se entristeció porque no sabía cómo ayudar a su pobre hermano.

Y así lo tienen, Óscar transformado en un muffin de nuez gigante, estaba muy triste porque no sabía la manera de regresar a su forma humana.

Y todo esto por no asearse el ombligo…

Esa noche los padres de Óscar acudieron a la policía para denunciar la desaparición de su hijo, pegaron carteles por toda la ciudad con la fotografía del niño…

Al día siguiente Martha entró muy feliz al cuarto de su hermano porque ya tenía la solución al horrible problema. Óscar muy atento la escuchó.

Martha con mucha seriedad se dirigió al muffin y le dijo:

-Por mucho tiempo te dejaste de lavar el ombligo hasta que le brotó la plastilina con olor a queso -pan de ombligo -le replicó Óscar -Bueno, pan de ombligo.
Luego, por tragón te lo comiste sin fijarte que eso no era comida y por eso te convertiste en un gran panecillo. –Óscar permaneció en silencio, como aceptando la cruda pero verdadera realidad que desentrañaba su pequeña hermana.

-Pero ¿De qué manera me convertiré otra vez en un niño?

Martha se puso una camisa blanca de su papá que la hacía ver como científica y con mucha seriedad le contestó a su hermano

-Hay que hacer lo que nunca debiste de dejar de hacer.

-¿Qué? No te entiendo Martha –dijo el gran muffin apestoso-

-Hay que asearte, de esa manera te convertirás en mi hermano otra vez.

Óscar no comprendió al inicio la solución propuesta por su hermana, pero al no tener otra opción aceptó que Martha tomara una cuchara, franelas, agua y jabón y comenzara su tarea: limpiar el enorme muffin…

Primero retiró con la cuchara grandes trozos de pan de ombligo. Llenó varias cubetas con migajas mal olientes que tiró a la basura orgánica. Después se notó en el rostro de Martha una expresión de alegría porque cuando el muffin perdió su forma, se definió poco a poco la silueta de un niño en una posición muy parecida a la que tienen los bebés cuando se encuentran aún dentro de los vientres de sus mamás. Es decir, Óscar estaba de brazos y piernas flexionadas, hecho bolita.

Martha tomó la franela, la cubrió con agua y jabón y frotó la figura de masa, retirando los restos que se habían pegado al cuerpo de su hermano. Repitió esta acción muchas veces, hasta que Óscar pudo moverse, pues la viscosidad del pan de ombligo era tan fuerte que parecía pegamento y por esa razón se había quedado inmóvil.

La noche llegó y por fin Óscar pudo liberarse de esa materia asquerosa.

Martha cansadísima por todo el esfuerzo que realizó, obligó a su hermano jurar que desde ese momento se limpiaría perfectamente no sólo el ombligo, si no todo el cuerpo, incluidos aquellos lugares que a veces se olvida asear como las orejas, el espacio entre los dedos de los pies, la boca, los dientes, etc.

En realidad no había necesidad de obligar a Óscar a jurar nada, él había entendido muy bien que todo su cuerpo es importante y que siempre debe de estar limpio.

Los papás de Oscar y Martha llegaron muy desconsolados por no tener noticias de su hijo, pero al encontrarlo a su regreso, lo colmaron de abrazos y besos. Acción que Óscar agradeció, pues por unos instantes pensó que jamás volvería a sentir el cariño de su familia…

Pasó mucho tiempo para que Óscar y Martha tuvieran antojo por un muffin de nuez…

Fin

El gran muffin apestoso es uno de los cuentos de muffins para chicos de la colección cuentos infantiles de la escritora Salomé Torres. Para niños a partir de siete años.

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