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El conejito elegido

El conejito elegido. Material educativo. Cuentos con moraleja. Cuentos educativos.
Tema del cuento: La adopción de un hijo

 

Había una vez una parejita de conejos que vivía en una granja con todo tipo de animales. La granja estaba llena de familias: mamás gallinas, papás gallos y sus polluelos, mamás y papás cerdos, y sus pequeños pero muy rollizos hijos cerditos; caballos, perros y muchos más. Las familias más grandes eran las familias conejunas, que no se sabe por qué siempre tienen muchos, pero muchos hijitos.
De todas maneras, a veces las cosas no son para todos iguales y efectivamente no lo eran para Orejudo y señora, quienes, a pesar de desearlo con todas sus almas, no podían tener hijitos.
Esto entristecía mucho a Orejudo y su buena esposa Pompona. Se preguntaban por qué si todos los animales en la granja podían ser padres, ellos no.
Un buen día decidieron no quejarse más y buscar una solución. Se fueron de viaje, pero no para pasear, sino para buscar algún conejito que no tuviese papás y pudieran con él armar el rompecabezas de sus vidas, pues hasta ahora les faltaba una pieza y no eran felices sin ella.
Todos sabemos que hay matrimonios que no tienen hijitos, pero también hay hijitos que, por diferentes razones, no tienen a sus papás.
Con la esperanza de encontrar algún conejito que necesitara papis buenos y cariñosos, empezaron su camino. No fue fácil, el recorrido era largo y estaba lleno de escollos, pero nuestros amigos siguieron, firmes en su propósito de volver con un hijito.
Luego de mucho tiempo, mientras bajaban una colina llena de piedras, encontraron, dormido sobre una piedrita, un conejo muy chiquito, con orejas largonas y ojitos tristones. Como lo vieron tan solito, lo tomaron en sus brazos y fueron al pueblo para ver si encontraban a su familia.
Después de muchas averiguaciones, supieron que ese bebé no tenía papás y sin dudarlo un segundo, lo adoptaron y le pusieron el nombre de “Elegido”.
Con Elegido en su regazo, Pompona volvió feliz y sintiéndose completa como nunca, Orejudo no se quedaba atrás, iba con su familia a su lado, lo cual lo llenaba de un orgullo que jamás había sentido antes.
Cuando llegaron a la granja, todos los animales se pusieron muy, pero muy contentos al ver a estos dos conejitos con el bebé en los brazos y les hicieron una gran fiesta de bienvenida a la nueva familia.
El tiempo pasó y Elegido era ya un poquito más grande, tenía muchos amiguitos en la granja y fuera de ella también, pues era un conejo bueno, simpático y alegre.
Todos sabemos que cuando uno es chiquito, tanto sea niño, conejo o delfín, es muy curioso. Un día, Elegido y sus amigos estaban conversando sobre cómo  sus papás les habían elegido los nombres a cada uno.
–Como yo siempre fui muy dulce –decía el cerdito–, mi mamá me puso “Jamón Glasé”; en cambio, a mi hermano que no lo es tanto, le pusieron “Serrano”.
–¡Qué nombre más raro para un cerdo! Por mi parte, yo siempre me porté muy bien –comentaba el pollito–. Siempre estaba quietito y durito, incluso en el cascarón, por eso me llaman “Huevo Duro”; mi hermano, que es más movedizo, se llama “Poyé”, y a mis hermanitas que se la pasan llorando, les pusieron “Pasadas por Agua”.
–¿Y vos, Elegido? ¿Por qué te llamás así? Ese también es un nombre raro… –preguntó Jamón Glasé.
–Yo me llamo así justamente porque me eligieron. Como mis papás no podían tener conejitos, me fueron a buscar y me eligieron.
–¿Cómo es eso de que te fueron a buscar? ¿En dónde te buscaron? ¿En la panza de tu mamá o en otro lado?
–Yo no estuve en la panza de mi mami.
–¡Ah! Entonces naciste de un huevo, como mis hermanitos y yo. Comentó Huevo Duro, ¿ahora resulta que sos un pollo y no un conejo? No tenés pinta de pollito, ¡qué raro!
–No, no es eso. Soy un conejo hecho y derecho –contestó Elegido.
–Pero entonces, ¿dónde te buscaron? ¿En un supermercado? ¡Ah! ¡Ya sé! En la góndola de los lácteos seguramente, por lo blanquito que sos, ¡Ja! ¡Ja! –se rió Jamón Glasé.
–No entienden, nada amigos. ¿Cómo me van a sacar de un súper? Lo que ocurre es que yo de bebé estaba solito, no tenía a mi mamá, digo, la que me había tenido en la panza.
–¡Ah!… porque estabas en la cáscara… Entonces sos un pollo, un pollo sin plumas, pero con pelos, sin pico pero con pompón…
–No salí de ningún huevo, ni soy un pollo, tampoco un cerdito ni nada que se le parezca.
–Esto es un lío bárbaro, no saliste de la panza de tu mamá, no naciste de un huevo, no te sacaron de un supermercado, ¿cómo es entonces que tenés papá y mamá? –Huevo duro se estaba poniendo nervioso, estaba empezando a parecerse a un huevo frito en plena ebullición, le costaba entender qué era lo que pasaba con Elegido.
–Ya se los dije, mi mamá no podía tener hijitos y me fue a buscar porque yo no tenía mamá, entonces nos encontramos y a partir de allí, jamás nos hemos separado. Mis papis me adoptaron.
–¿Adoptaron?… Adaptado, querrás decir. Porque si eras pollito al principio, tenían que convertirte en conejo, ¿es eso?
Elegido ya estaba perdiendo las esperanzas de que sus amigos lo entendieran. Estaba tan cansado de explicar, que sus orejas llegaban al piso y parecían dos felpuditos blancos y mulliditos.
–¡Te digo que no! ¡Que nunca fui pollo! Siempre fui conejo, ¡caramba! Con razón te llaman Huevo Duro, te cuesta entender.
–Bueno, amigo, tenés que reconocer que esto no es muy fácil de entender. Y no me llamo Huevo Duro porque sea duro de entendederas, sino porque… Bueno, ya se los conté.

Elegido buscó una manera sencilla de explicar su situación, tal vez no era muy fácil, pero no podía ser tan difícil tampoco, pensaba el pobre conejo.
No todos nacemos iguales, ni con las mismas posibilidades, ¿es así?
–¡Es verdad! –contestó Jamón Glasé–. Mi hermano es más fuerte y yo más dulce.
–Yo soy un pollo y tengo plumas, y vos sos un pollo raro que tiene pelos y pompón y no nació de una cáscara, pero tampoco de ninguna panza, ¡es verdad! No todos nacemos iguales –comentó Huevo Duro.
–No se trata se eso. Ya te dije que de pollo no tengo nada. Lo que quiero explicarles es que no todos podemos hacer las mismas cosas, lo importante es no darse por vencidos y tratar de lograr lo que uno desea.
–¿Te querés convertir en pollo finalmente?

Elegido trataba de no perder la paciencia. Huevo Duro era realmente muy duro, pero igual él les siguió explicando.
–Lo que quiero decir, amigos, es que mis papis no podían tener hijos naturalmente, como los papás de ustedes. Y no me refiero a que no podían tener pollos, sino que no podían tener conejos, ¿ESTÁ CLARO?
–¡Ah, sí, sí! –respondió confundido Huevo Duro.
–Bueno, entonces, como no se querían quedar con las ganas, fueron a buscar a algún conejito que no tuviera papás.
–Y tu mamá, la que te empolló… perdón, la que te tuvo en la panza, ¿dónde está?, ¿qué le pasó?
–No lo sé, pero estoy seguro de que no le quedó otra alternativa que dejarme solito, por mi bien.
–Y vos ¿cómo te sentís sabiendo que tu mami Pompona no es la que te tuvo en la pancita? –pregunto muy interesado Jamón Glasé.
–Yo soy feliz, muy feliz. No me pongo a pensar si estuve en su panza o no, Huevo Duro tampoco estuvo en la panza de su mami y, sin embargo, la ama. En realidad, si nos ponemos a pensar un poco, nadie se acuerda del tiempo que estuvo en la panza o en la cáscara o dónde sea. Lo realmente importante viene después.
Sus amigos se quedaron pensando en las palabras de Elegido.
–Tenés razón, la verdad es que yo no me acuerdo de nada de cuando era yema y clara, y no un pollo como ahora.
–Además, hay algo que me encanta pensar –agregó el conejito–. Mis papás me eligieron, no llegué a sus vidas sin saber ellos cómo sería yo, me vieron y así como era me eligieron y me eligen cada día, como yo los vuelvo a elegir a ellos. Ese es el verdadero amor, más fuerte que la sangre, la cáscara y todo.
–Hablando de elegir… –dijo Huevo Duro– ¡hubieras elegido ser pollo!
Esta vez Elegido no se enojó, al contrario, se echó a reír a carcajadas con sus amigos. Poco importaba si Huevo Duro entendía o no el tema de la cáscara, la panza y todo lo demás. Elegido sabía que era hijo de sus papás, un hijo amado como cualquier otro. Era verdad que no se había formado en la pancita de Pompona, pero él sabía que desde el principio había ocupado otro lugar, tan cálido como la panza, el corazón de sus papás.
Mientras los tres amigos se iban a sus casas caminando despacito, Huevo Duro no dejaba de pensar…
–Lástima con este conejo… hubiera sido un buen pollito…

Autora: Liana Castello

Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

 Para pensar y conversar con mamá y papá:

– ¿Qué pensás que siente un hijo adoptado?
– ¿Conocés algùn niño que lo sea?
– ¿Te parece que son iguales o diferentes a los hijos que estuvieron dentro de la panza de las mamis?
– ¿Què pensas acerca de los papàs que no pueden tener hijitos y adoptan?

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