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Don Amargo y sus ciruelas

Don Amargo y sus ciruelas

Don Amargo y sus ciruelas. Escritores argentinos. Autores de literatura infantil. Los mejores cuentos.

Tema del cuento: El egoísmo


 Don Manuel tenía un campo grande donde había plantado un montón de árboles, la mayoría de ellos, frutales. Eran árboles hermosos, grandes y llenos de las más ricas frutas.
 En este campo había ciruelos, naranjos, limoneros, árboles de mandarinas, de higos y hasta nogales que son los árboles que nos dan las nueces.
   Todos los arbolitos frutales eran amigos entre sí, y se entretenían en largas charlas. Cada uno sabía para qué había sido plantado y que, con la fruta que nacía de ellos, mucha gente se alimentaba y sólo eso les bastaba para vivir felices.
 Es cierto que cuando venía Don Manuel a sacar la fruta, les tironeaba un poquito y eso les dolía, pero a la mayoría no les importaba. Es más, muchos esperaban el momento de la cosecha para sentir esas rosquillitas que su dueño les hacía y reírse un poco.
 Sin embargo, no todos los árboles eran iguales. Había un ciruelo al que todos llamaban Don Amargo y no porque sus ciruelas fueran amargas, sino porque él era distinto al resto. El ciruelo era realmente hermoso y sus grandes y brillosas ciruelas llamaban la atención de todo el pueblo.
 A Don amargo le molestaba mucho que le sacaran sus frutos. Decía que no era justo, que eran de él y que no tenían por qué sacarle nada.
 – Nosotros estamos para alimentar a la gente. Le decía el arbolito de mandarinas, sino ¿para qué servimos?
 – Servimos para hacer el campo más hermoso, para que nos miren, para que aprovechen nuestra sombra, pero eso no significa que nos tengan que sacar lo que es nuestro.
 – ¡Ay qué comentario tan ácido y eso que no es un árbol de cítricos! Dijo Meterete, que no era un frutal, sino un pajarito que se la pasaba sobrevolando los árboles,  alimentándose de sus frutas y sobre todo metiéndose en las conversaciones ajenas.
 – ¡Ud. habla así porque también se aprovecha de nosotros pajarraco!, contestó Don Amargo, más amargo que nunca.
 – Yo antes que comer una ciruela suya, me meto dentro de una polenta, mire lo que le digo. A ver si me contagio su amargura ¡hábrase visto!
 Nadie podía hacerle entender al ciruelo que lo bueno de tener algo, es que se comparta con los demás, que de nada vale tener lo que sea si lo guardamos sólo para nosotros.
 Meterete se había propuesto convencer a Don Amargo. Tarea nada fácil. Ninguno de los otros frutales lo había logrado.
 Le habló tanto que lo durmió. Como vio que este método no funcionaba, probó otros.
– ¡Ay qué me muero! Dijo un día. No he probado bocado hace semanas, estoy deshidratado, necesito picotear una rica ciruela o moriré de hambre.

  Nada conmovió a Don Amargo. Quien ninguna ciruela ofreció al pajarito que supuestamente moría de hambre.
– ¡Me muero, me muero, adiós mundo cruel! ¡Necesito una ciruela ya!
– Pues picotee otra fruta que será lo mismo. Dijo Don Amargo, yo no comparto mis frutos con nadie.
  La cosa era realmente complicada, no había manera de hacerle entender al ciruelo que su egoísmo no era nada bueno.
 Resignado a que su actuación de pájaro a punto de morir de hambre, no había hecho cambiar de opinión al ciruelo, Meterete se puso a pensar qué otra cosa podía hacer.
 Quería hablar con Don Manuel, pero obviamente como era un pajarito,  no podía hablar con los seres humanos, pero sí con otra ave. Fue allí cuando pensó en Juanito, el lorito parlanchín que tenía Don Manuel.
 Voló hasta la casa, y le contó todo al loro quien se preocupó mucho por la actitud del ciruelo.
– Yo decía que ese árbol no era de fiar, con razón no me gustan las ciruelas, ni si quiera en mermelada, murmuró Juanito. Pero ¿qué puedo hacer yo que no salgo de esta casa? Yo sí que estoy, lo que se dice “entre cuatro paredes”.
– Repetir todo lo que te conté a Don Manuel, que mucho no te va a costar, dicho sea de paso. A este ciruelo hay que hacerlo entrar en razón.

Y así fue que Juanito le contó todo a su dueño, quien tomó una decisión: darle al ciruelo un poco de su propia medicina.

Fue a la plantación con su gran canasta bajo el brazo y empezó a arrancar las frutas de los arbolitos. Mientras hacía esta tarea y muy a propósito decía:
– He decidido no cosechar más ciruelas, a partir de ahora no arrancaré ni una. En el pueblo me han dicho que es la mermelada que menos se vende, así que no gastaré más energías en arrancarlas.
  Meterete no entendía demasiado bien lo que Don Manuel quería hacer.
– Al final le está dando el gusto a este árbol amarrete. Pensó nuestro pajarito. Iré a hablar con el loro, a ver si le dijo gato por liebre.
  Una vez que se aseguró que éste había repetido perfectamente sus palabras, se quedó más tranquilo y decidió esperar.
 Cada día Don Manuel se acercaba a la plantación con la canasta y repetía que ninguna ciruela arrancaría del árbol.
 Don Amargo estaba feliz, ya no debía compartir lo suyo con nadie, pero lo que parecía un sueño hecho realidad, pronto se convirtió en una pesadilla.
 Pasó el tiempo y Don Amargo empezó a cargarse de ciruelas que, al no ser sacadas, se pudrían y olían muy feo.
 Los otros frutales trataban de corres sus ramas para no contagiarse con el olor que salía del ciruelo. Los pájaros ya no se acercaban tampoco.
  Las ciruelas caían al piso y ensuciaban las raíces del ciruelo. Todo en él empezó a oler feo y sus raíces empezaron a pudrirse también.
– ¿Y Don Amargo cómo anda todo? Lo veo lleno de ciruelas, lástima que están todas podridas. ¿No quiere un perfumito? No huele muy bien que digamos. Dijo Meterete que seguía de cerca todo.
  Don Amargo, molesto ya por la cantidad de ciruelas acumuladas en sus raíces, el olor que salía y la soledad que sentía, ofreció a Meterete comer cuántas quisiera.
– ¡Ni loco Don Amargo! Si no las pude comer antes, menos ahora que están podridas. Además no se olvide, son suyas y sólo suyas. Dejé no más, deje. Yo me arreglo con una mandarinita que picoteo por allí y que además tienen más vitamina C.
  Los días pasaban y el ciruelo estaba cada vez más solo, más sucio y empezaba a pudrirse por completo.
 Don Manuel seguía con su plan, todos los días iba a la plantación y pasaba de largo frente al ciruelo.
– Cuando este ciruelo termine de pudrirse, ya no plantaré otro. No vale la pena. Mintió un poquito.
  Meterete, que siempre andaba merodeando por ahí, no perdía la oportunidad de meterse donde no lo llamaban.
– Vio Don Amargo, ahora tiene toda la fruta para Ud. solito y ¿de qué le ha servido amigo? ¡Pensar que sus ciruelas eran una pinturita mire vea! ¿Y ahora? ¿quién quisiera comer una de ellas? Le aseguro que nadie, sin ofender digo…
 Don Amargo de verdad entendió que lo que no se comparte se pudre, que el verdadero valor de lo que se tiene, sea lo que sea, está en compartirlo con el otro. No quería seguir viviendo de esa manera, quería cambiar y ser como todos los otros frutales del campo que generosamente ofrecían sus frutos a quien los quisiera.
 Tan mal y arrepentido  por su actitud egoísta se sentía el ciruelo que no sólo pidió perdón a sus amigos los frutales, sino que quiso hablar con Meterete, a quien no hizo falta explicarle nada porque por supuesto ya había escuchado todo.
– ¿Qué puedo hacer ahora? Sollozaba Don Amargo ¿Cómo le pido a Don Manuel que saque todas mis ciruelas, que no me deje morir?
– Déjelo por mi cuenta amigo, yo tengo mis informantes. Contestó Meterete ya algo agrandadito y con cara de misterioso.

  Una vez más habló con Juanito y le contó cuan arrepentido estaba el pobre ciruelo y le dijo que le pidiera a Don Manuel que lo siguiera cuidando como hasta ahora.
 El lorito contó todo a su dueño, quien realmente se puso muy feliz. Limpió las raíces del ciruelo, le puso fertilizante y lo regó un poquito más que al resto.
 Pronto fue el tiempo de la cosecha nuevamente, todos los frutales estaban esperando  ver cómo reaccionaba el ciruelo cuando le arrancaran la primera fruta.
 Demás está decir que Meterete estaba allí, presenciando toda la escena. 
 Cuando Don Manuel se acercó a y tomó la primer ciruela, se escuchó algo que sólo los arbolitos y los pajaritos pudieron oír.
– ¡Alto allí! Dijo el ciruelo.
– Sonamos… pensó Meterete, se arrepintió este árbol amarrete.
Pero para sorpresa de todos, Don Amargo agregó
– Que la primera ciruela sea para mi amigo Meterete, quien me enseñó el valor de compartir.
  Y como si Don Manuel hubiese podido escuchar esa conversación, cortó la primera ciruela y lejos de ponerla en la canasta se la acercó al pico de Meterete, quien la agarró feliz y fue a compartirla con su amigo Juanito que mucho había ayudado. Meterete sabía que compartiendo la ciruela con un amigo, su gusto, sin duda sería mucho más rico. 

Hecho el depósito de ley 11.723. Derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.

Para pensar y conversar con papá y mamá:

– ¿Te gusta compartir tus cosas?

– ¿Prestas tus juguetes o útiles escolares a tus amigos?

– ¿Podés darte cuenta que cuando uno comparte lo que tiene con el otro, todo es mejor?

– ¿Es mejor parecerse al ciruelo o a los demás personajes del cuentito? ¿Por qué?

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