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Rosa la pequeña amazona. Todos notaron el peligro y los caballos se pusieron nerviosos.

Por Bernabé Galán Sánchez. Cuentos de aventuras para niños y niñas

Lo que pareciera ser un divertido paseo ecuestre para que Álvaro aprenda a montar un caballo se convierte en una peligrosa aventura para Rosa y su hermano. Sin embargo, en «Rosa la pequeña amazona«, el cuento del escritor y médico español Bernabé Galán Sánchez tiene un tranquilo y feliz final. Es un cuento para niños y niñas de todas las edades.

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Rosa la pequeña amazona

Rosa la pequeña amazona - Cuento
Imagen de Uki_71

Rosa se despertó de repente al notar la luz del sol que entraba por la ventana de su habitación. La noche anterior sus papás olvidaron bajar la persiana.

La niña no había podido dormir profundamente como todos los días y por eso no le costó trabajo levantarse como le ocurría cuando su padre la despertaba para ir al cole. Dio un salto de la cama y se dirigió a la de su hermano con la intención de despertarlo.

– «¡Álvaro, Álvaro, despierta!» –le decía con insistencia. «¡Que tenemos que ir a los caballos!»

Y es que Rosa, desde hace dos años, está acudiendo a la yeguada que hay en una aldea próxima a su pueblo. Pero su interés estaba en que aquel día, su hermano, iba a comenzar a montar a caballo y estaba deseando verlo encima del poni Copito que le habían preparado para que comenzara a disfrutar de la equitación.

Álvaro no tardó en levantarse. Su hermana le ayudó a ponerse la bata de estar en casa y los dos se dirigieron a la cocina donde estaban sus papás esperándolos para desayunar juntos.

Comieron con muchas ganas las tostadas con aceite y jamón que ya estaban preparadas y se bebieron con rapidez el vaso de leche con Cola Cao. Ayudaron a recoger la mesa y Rosa corrió a su habitación a vestirse de amazona mientras su mamá vestía a Álvaro con ropa de campo para comenzar sus clases con el poni.

Cuando llegaron a la yeguada Carmen -la profesora- los estaba esperando.

Se saludaron con mucha alegría y la profe les dijo lo que iban a hacer a lo largo del día. Poco a poco fueron llegando los demás niños compañeros de cabalgada y cuando estuvieron todos, Carmen los invitó a acompañarla a las cuadras donde ensillarían y pondrían el filete en las bocas de sus respectivos caballos. A Álvaro le preparó su poni la ayudante de la profe, que se llama Alicia.

Una vez preparadas las cabalgaduras montaron en ellas y comenzaron la excursión. Harían casi todo el trayecto por caminos aunque tendrían que cruzar una carretera en dos ocasiones. Caminaban en fila india los siete niños, uno tras otro, siguiendo a Rosa que iba la primera acompañando a la profesora.

Álvaro, por el contrario, lo hacía en el último lugar cerrando la expedición, con Alicia que llevaba las riendas de su caballito, aunque él llevaba otras de simulación.

Las piedras del camino sonaban bajo los cascos de los caballos y alguna que otra salía despedida. Los niños iban entonando canciones que Carmen les había enseñado. Todas mencionaban aspectos de la vida de los caballos, el cariño que los pequeños les tienen y la importancia del amor que hay que tener a los animales y a la madre Naturaleza.

La soleada mañana animaba a todos y alegraba sus rostros. De vez en cuando algún caballo se salía de la formación e intentaba adelantar a los demás y ponerse en cabeza, pero enseguida Carmen le decía a su jinete que volviera a su sitio.

Rosa iba muy contenta encabezando la formación.

Por algo era la que mejor montaba a caballo de todos los niños de la yeguada. Su hermano, que lo sabía, mostraba el orgullo que sentía por ella y siempre que se presentaba la ocasión, decía:

– «¡Rosa es mi hermana! ¡Es la que va delante, la primera!»

En un momento dado, cuando llegaron a la carretera, Carmen hizo una señal a Rosa para que detuviera la marcha. Todos pararon y la profesora se dirigió a ellos.

– «¡Niños, prestad atención! Ahora vamos a cruzar la carretera. A partir de ahora y hasta después de haberla cruzado debemos tener mucho cuidado. Para protegernos mientras cruzamos, Rosa se va a colocar a unos doscientos metros antes y me iré a la misma distancia al otro lado para poder avisar a los posibles coches que puedan venir e indicarles que se detengan».

Comenzaron a cruzar en orden. Cuando lo estaba haciendo el penúltimo niño, oyeron cómo se aproximaba un coche que aún no veían porque había una curva unos cien metros antes de llegar a donde estaba Rosa. Se oía el motor que rugía a muchas revoluciones, lo que indicaba que venía a mucha velocidad.

Todos notaron el peligro.

Los caballos se pusieron nerviosos. Apresuraron el paso rompiendo la formación. Niebla, la yegua de Rosa, comenzó a moverse dando pequeños saltos y se rodeaba de un lado hacia otro. La niña intentaba sujetarla y tranquilizarla sin éxito.

El ruido del motor aumentaba y se oía cada vez más cerca hasta que apareció de pronto el vehículo tras pasar la curva. Venía a gran velocidad. Por fin, el último jinete, que era Álvaro, cruzó la carretera. Niebla seguía nerviosa moviéndose y resoplando, con los ojos muy abiertos y desencajados.

Comenzó a dar saltos aún más grandes y a mover la cabeza intentándose librar de la tirantez de las riendas con las que Rosa pretendía retenerla. De repente comenzó a galopar sin rumbo. Nuestra protagonista se asustó pero recordó las palabras que un día le había dicho su abuelo Bernie, a quien también le gustaba montar a caballo cuando era jovencito.

– «Si algún día un caballo se te pone a galopar sin tú habérselo ordenado, no te asustes. Lo que tienes que hacer es apretar mucho las piernas, asegurarte bien encima como si fueseis un solo cuerpo, inclinarte sobre su cuello y agarrarlo para que se tranquilice y que vaya parando poco a poco».

Ella hizo lo que su abuelo le había dicho, pero el caballo no le obedeció en un principio y no disminuyó su galope. Se fueron alejando del grupo cada vez más. Rosa oía las voces de sus compañeros cada vez más lejos, hasta perderlos.

Carmen, que se había dado cuenta de lo ocurrido, salió a «galope tendido» en su búsqueda.

Pero la yegua de Rosa se había metido en un paraje donde había muchos árboles dispuestos con gran espesura y poco a poco fue corriendo más lentamente hasta que llegó un momento en que siguió su marcha trotando y Rosa aprovechó la oportunidad para ir frenándola hasta conseguir que siguiera a paso de persona y comenzó a hablarle aproximando su boca a la oreja izquierda del animal.

– «¡Hola Niebla, bonita, preciosa! ¿Te has asustado un poco, verdad? Yo también. Pero ya se me está pasando. ¿Y tú, estás más tranquila ya?».

La yegua parecía entenderla y meneaba la cabeza de arriba abajo como queriendo decir sí. De repente Rosa se dio cuenta de que se encontraba en un hermoso lugar, donde se oía el trinar de diversos pájaros desconocidos para ella y también el sonido de fondo corriendo el agua de algún arroyo que debía estar muy cerca aunque no lo veía.

Los rayos del sol entraban entre los árboles y formaban unas bonitas figuras en el suelo.

Olía a humedad. El instinto del animal le hizo buscar agua para beber, ya que tendría mucha sed después de la galopada que había dado.

Comenzó a ver un juego de luces que se movían entre los árboles con un hermoso resplandor y colorido. El paso apresurado del animal y la visión del agua del arroyo hizo comprender a Rosa que aquellas luminosas figuras que se componían sobre las hojas de los árboles, eran producidas por la incidencia de los rayos del sol sobre el agua del arroyo.

Aquella asociación de luces, sombras y sonidos le producía una satisfacción tan placentera, que le invitaba a permanecer allí sin tomar conciencia del paso del tiempo.

Niebla comenzó a beber de aquella cristalina agua teniendo cuidado de no tragarse alguno de los pececillos que nadaban en ella y que, creyendo que el hocico de la yegua era algo comestible, se arrimaban a sus labios y le daban bocaditos como si fueran besitos que le producían cosquillas por lo que ella los asustaba y espantaba moviendo la cabeza repetidamente para luego seguir bebiendo.

A la niña, le gustó tanto aquella tranquilidad, silencio y armonía que no sentía necesidad en volver ni miedo por encontrarse sola. Apretó repetidamente sus talones sobre la panza de Niebla para que comenzara a andar. Cruzaron el arroyo y siguieron en sentido contrario al que debían tomar para encontrarse con el grupo.

Pronto comenzó a oír otros sonidos.

Más trinos de pájaros que le eran desconocidos, el soplido del viento sobre las ramas de los árboles, el croar de las ranas, chillidos de animalitos, crujidos de hojas secas que indicaban que pequeños roedores se movían por el suelo aunque ella no los viera…

Dos conejitos asomaron sus cabezas detrás de un árbol y se escondían cuando ella los miraba. Rosa se divertía y ocultaba su cabeza tras el cuello de la yegua repetidas veces, jugando al escondite con los conejos, hasta que Niebla comenzó a andar y los asustó. Nuestros amiguitos salieron corriendo y desaparecieron adentrándose en el bosque.

Al iniciar la yegua otra vez la marcha fue cuando la niña se dio cuenta de la realidad: se había separado del grupo y estaba perdida. No sabía cómo volver y unos nubarrones muy oscuros que amenazaban lluvia, comenzaron a ensombrecer el bosque como si se fuese a poner el sol. Rosa comenzó a preocuparse y le hablaba al animal.

– «Niebla, tengo miedo. No sé cómo vamos a volver con Carmen y los demás niños».

La yegua movía la cabeza como si indicara que la estaba entendiendo.

– «¿Tú sabrás volver, preciosa?» –y Niebla meneó la cabeza arriba y abajo varias veces, dio media vuelta y apresuró el paso.

Habían recorrido unos doscientos metros cuando nuestra amiga oyó ruido de cascos de caballo y Rosa se alegró porque pensó que era Carmen que venía a buscarla. Pero… ¡qué sorpresa se llevó cuando vio que no era la profesora sino su hermano que venía montando a Copito!

– «¡Álvaro! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has venido si apenas sabes montar?»

Álvaro le contestó en su “idioma” que cuando su yegua salió corriendo y después de que Carmen fuera en su búsqueda, Alicia, la ayudante, dejó sueltas las bridas de Copito para sujetar el caballo de otro niño que se estaba poniendo nervioso y cuando el poni se dio cuenta de que estaba libre, salió andando detrás del caballo de la profesora, pero al adentrarse en los árboles se perdió y anduvieron sin rumbo hasta ahora que se han encontrado.

A partir de ahora los dos caballos, que montaban los hermanos, se pusieron en paralelo y continuaron el camino en el sentido que llevaba Niebla cuando se encontraron.

De repente detuvieron la marcha bruscamente tras oír el aullido de un lobo que asustó a los caballos y a los niños. Apresuraron el paso. El lobo seguía aullando y aproximándose a ellos. Estaban a punto de comenzar a llorar cuando de pronto oyeron el sonido de un disparo muy cerca de ellos y se asustaron aún más. Luego oyeron la voz de un hombre.

– «¿Quién va por ahí?»

Ellos permanecieron en silencio, mirándose uno al otro.

– «No tengáis miedo al lobo que con el disparo lo he asustado y se ha ido corriendo con el rabo entre las patas. ¿Dónde estáis?»

– «¡Aquí, aquí señor cazador!»

– «¡Esperadme que voy con vosotros!»

Ellos se quedaron quietos en el mismo sitio hasta que llegó el cazador. Poco después apareció Carmen y les dijo:

– «¡Menos mal que os encuentro! ¡Qué susto he pasado! Gracias señor por haberlos cuidado y haber asustado al lobo. ¡Vámonos con los demás!»

El cazador siguió en el bosque y ellos volvieron con sus amigos quienes los recibieron con mucha alegría y no paraban de aplaudirles y darles vivas.

Fin.

Rosa la pequeña amazona es un cuento de Bernabé Galán Sánchez © Todos los derechos reservados.

Sobre Bernabé Galán Sánchez

Bernabé Galán Sánchez - Escritor

“Me llamo Bernabé Galán Sánchez, soy Médico Rural (Médico de Familia o Médico de Cabecera). Me ha gustado escribir desde pequeño, que comencé a llevar un diario (que aún de vez en cuando escribo). Ahora ya estoy jubilado y he comenzado a escribirles cuentos a mis nietos y en ellos mezclo a mi experiencia y vivencias como médico de pueblo con sus ilusiones que vierto en unas líneas que les entretienen.”

Bernabé nació en Adamuz (Córdoba) el 4 de Julio de 1952. Estudió bachiller en el Colegio La Salle de Córdoba y la carrera de Medicina en la Universidad de Sevilla, y posteriormente hizo el Doctorado y la Especialidad de Medicina de Familia y Comunitaria en la Universidad de Córdoba.

“Comencé a trabajar en Monturque (Córdoba) donde acabé siendo Alcalde en las primeras elecciones municipales, aunque seguí como médico y sin cobrar una peseta como Alcalde. Allí dejé en marcha muchos proyectos al tenerme que marchar forzosamente a los cinco años y medio, por concurso de traslado como médico a Fuente Palmera (Córdoba) donde permanezco después de más de 40 años.”

“Aunque me jubilé hace casi 8 años he seguido trabajando como médico en el ámbito privado y en 2013 mis compañeros me eligieron Presidente del Colegio Oficial de Médicos de nuestra Provincia, puesto en el que estaré hasta diciembre de este año que finaliza mi segundo y último mandato, de lo que tengo ganas ya para poder dedicar mi tiempo a la familia, y especialmente a mis nietos.”

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