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La pared del ahorcado. Cuentos de casas abandonadas.

La pared del ahorcado es uno de los cuentos de casas abandonadas de la escritora María Luisa De Francesco. Cuento para niños a partir de diez años.

Mis hijos llegaban cada tarde de la escuela y se perdían en el predio de enfrente de la casa, puras paredes a medio derribar por el tiempo. Un largo terreno, con escombros llenos de yuyos que los iban invadiendo. Y que se fueran todas las tardes a jugar ahí me daba una total tranquilidad porque los veía correr entre los escombros, asustarse felices. Los tenía siempre cerca y además, me gustaba verlos correr.

Un día demoraron más que de costumbre y salí a buscarlos, era invierno y la noche llegaba en forma abrupta. Me paré en la vereda del baldío donde jugaban y los llamé dando voces:

– Ana y Gaby, ¡vengan que ya es casi de noche!

– Ya vamos mamá- sentí sus voces y crucé nuevamente la calle hacia nuestra casa.

– Mamá a qué no sabes- esa que hablaba atropelladamente era mi Any-
¿A qué no sabes mamá lo que pasó en esa casa?

– No, no sé, hace apenas unos meses que nos mudamos y todavía no recibí la información- dije riéndome un poco mientras les preparaba una leche caliente.

– No, mamá, es que si supieras…- ese era Gaby que ya maduraba en sus trece años- no nos dejas ir más.

– Uhhh- seguí bromeando- una casa embrujada….

– No, no, peor -dijo mi hija.

– ¡Uh! peor que brujas es…ah ya sé, vampiros…dije siguiendo la broma mientras les servía la leche.

– No mamá no te rías…en esa casa se ahorcó un hombre, su dueño…y después la casa como que se derrumbó…nadie sabe por qué viste…

– A ver dije sentándome a la mesa, hablen bien porque no entiendo nada…

– Sí, el hombre que era uno de mucha plata, se ahorcó ahí enfrente, quedó ahorcado hasta que lo encontraron y cuando lo encontraron, chan…-dijo gesticulando Any- lo sacaron de ahí para enterrarlo y la casa medio se cayó sin viento y sin nada…

– ¿Y quién les contó ese cuento?- pregunté con cara de no hacerles caso.

– ¿Y quién va a ser?- preguntó mi hijo-¡¡¡ la casa!!!

– Ah bueno, basta chicos…primero tengo que aceptar que un hombre se ahorcó y cuando lo llevaron a enterrar la casa en forma mágica se derrumbó y ahora les tengo que creer que la casa habla…

– Es una manera de decirlo, la casa no habló…-mi hijo con voz cautelosa explicó: pero nosotros encontramos un manuscrito escondido.

– Ah, hay más – les dije algo nerviosa ya- hay un manuscrito que hallaron y leyeron.

– Y sí mamá, no fue fácil encontrarlo…te vamos a explicar, mirá…desde el primer día que jugamos en la casa sentimos una cosa rara, como que alguien nos quería decir algo…

– Claro, porque es una casa derrumbada y eso te da cosa…- dije yo

– No, pero había algo ¿viste? Nosotros íbamos a jugar y de repente, sentíamos que quedábamos en tinieblas y afuera había sol. Cuando la casa quedaba como en sombras veíamos siempre caer un rayito de sol, el único que había, en una baldosa extrañamente bien conservada que hay todavía en el viejo baño. Muchas veces tratamos quitar la baldosa pero no podíamos. Hasta hoy, hoy quién sabe por qué, la sacamos y ahí había un cuaderno viejo con esta historia. ¿La querés leer?

– No me digan que la tienen-dije con mucha curiosidad

– Claro que la trajimos pero ya la leímos casi toda.

– A ver…

El cuadernos de hojas apenas amarillentas, contaba en letra cursiva, letra elegante y en azul oscuro una extraña historia. Comenzaba como un diario personal de alguien llamado E.F (debo mantener la privacidad porque la casa aún existe) y contaba la historia de cómo se había hecho rico de pronto. En esa casa que supo ser hermosísima vivía un matrimonio anciano, eran extranjeros y no tenían vida social ninguna. E.F llegó como jardinero y se quedó a cuidarlos. No tenía intenciones malas cuando llegó, no, según contaba, no las tenía.

Era un muchacho solitario que también necesitaba compañía y se fue quedando de a poco, hasta que a los viejitos les fue imprescindible contar con él. Entonces se mudó. A los pocos días sintió que no soportaba la presencia serena pero implacable de la señora mayor que solía andar como un fantasma por la casa y estaba siempre en todos lados.

Al principio resistió pero al fin de unos pocos meses, la presencia de la anciana le era absolutamente incómoda y lo sacó de quicio. Pensó en irse pero se había acostumbrado a la casa, a la buena cama, la buena comida. Entonces comenzó a envenenarla con un potente raticida, le nació de pronto una fuerza homicida que no sabía que tenía. La anciana murió al poco tiempo y nadie sospechó nada porque era una persona muy mayor.

Al cabo de unos meses, el que comenzó a molestarlo fue el anciano que tomó la costumbre de su mujer: aparecía por todos lados y todo el tiempo, lo miraba con unos ojos extraños que lo dejaban helado. Un día, lo estaba esperando en medio del comedor, era de noche, tarde, y el anciano parecía una visión más que una presencia.

– Estoy seguro que la has matado, a mí no me engañas- le dijo- no tengo miedo, esta casa nos llevará a los dos, ahora tienes que matarme a mí.

E.F, se quedó helado. No esperaba esas palabras, tendría que matar al anciano también, pero cómo hacerlo para que no caigan sospechas sobre él. Pasó noches sin dormir pensándolo. Y luego recordó que el anciano sufría mucho del corazón, él había ido varias veces a la farmacia e incluso, al cardiólogo para acompañarlo. Decidió asustarlo repetidas noches, con luces, con aullidos, con sombras, hasta el que el anciano infartó y él, se quedó haciéndose el dormido como si no hubiera escuchado nada.

La historia no terminaba ahí: E.F, comprobó para su sorpresa que apenas enterrado el anciano, cuando él ya había vuelto a su antigua vida de jardinero y había regresado a alquilar un triste cuarto de pensión, lo llamó el escribano de los dueños de la casa y le informó que había heredado la casa más una buena suma de dinero. No podía creerlo y al principio pensó en no aceptar. Pero luego las ganas de quedarse realmente con todo lo hermoso que había visto y podido disfrutar en la casa, fueron más fuertes y terminó aceptando a herencia.

Herencia maldita que me llevaría a mi propio suicidio…

– Pero cómo…dije al llegar al final- acá no dice más nada… ¿hay más cuadernos?

– No mamá, dijo mi hijo, no hay más cuadernos pero nosotros sabemos que el hombre se ahorcó porque todos los vecinos que hace años viven acá, lo saben…

– Y porque además todavía está su marca en la pared…- dijo mi hija con un hilo de voz.

– ¿Qué marca y qué pared?- pregunté asustándome.

– Mamá ahora no se puede ver pero un día vení con nosotros y te la mostramos.

Esa noche dormimos mal los tres y nos amontonamos en la cama grande, cosa que solo permitía si había uno enfermo o como en este caso, con demasiado miedo. A mí la historia de E.F se me hacía tan extraña pero además, como que la conocía, no sé de dónde pero era como si ya la hubiera escuchado.

Y a la semana, un día de cielo plomizo y casi con garúa, me animé a entrar con mis hijos para ver en la pared, la única casi completa que aún aguantaba la historia de la casa; ahí estaba la sombra del ahorcado como dibujada en la pared. Se mecía, y en el piso, una huella de sangre y se mezclaba con la gramilla.

Nunca más entramos. Nos hicimos la promesa de no hablar más de la casa. Pasábamos rápido por su vereda o ni la mirábamos. Hasta que vimos llegar a los nuevos dueños.

Quisimos avisar y fue imposible. Nada los detendría, estaban encantados con el lugar.

Reformaron todo, gastaron una fortuna en su remodelación. No sé para qué, al poco tiempo ella se enfermó de gravedad, tampoco quisieron entender que debían irse. Ayer murió ella, tan joven y bonita y él…bueno, él no sé, tal vez en unos meses se suicide y su sombra quede en la nueva pared para otros treinta años más.

Fin

La pared del ahorcado es uno de los cuentos de casas abandonadas de la escritora María Luisa De Francesco. Cuento para niños a partir de diez años.

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