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La casa de al lado «¿Qué está pasando? ¿Qué es lo qué yo no sé? ¿Quién es el vecino? ¿Por qué te encerró?»

Por Gina Maria Rustichelli Millán. Cuentos de terror para niños.

En un tranquilo pueblo, oculta entre sombras, se alza una misteriosa casa de dos pisos, allí vive Emilia, una anciana de cabellos plateados y mirada amable, junto a su nieto Carmelo. Pero esta casa guarda un oscuro secreto que acecha en la casa vecina, abandonada y llena de misterio.

En «La casa de al lado«, el cuento de la escritora infantil Gina Rustichelli, el lector será testigo del enfrentamiento entre el valiente Carmelo y un vengativo vecino, en un juego macabro de supervivencia. Los lazos familiares, la oscuridad de la venganza y el peligro acechante crean una atmósfera de suspenso que te mantendrá en vilo hasta último momento.

¿Podrá Carmelo desentrañar los secretos de la casa de al lado y liberar a su abuela? Adéntrate en esta historia de terror para niños y descubre qué horrores se esconden tras sus puertas.

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La casa de al lado

La casa de al lado - Cuento de terror

Hace unos pocos años, en un pueblito lejano, vivía una señora mayor, su nombre era Emilia, de cabello blanco, delgada y algo encorvada por su edad. Tenía una mirada bondadosa. No salía a ningún lugar, su casa era enorme: de dos pisos, escaleras interminables y se encontraba alejada del pueblo.

Emilia vivía con su nieto Carmelo de ocho años, buen alumno y excelente compañero. Todos lo querían porque era un ángel. Sus padres habían desaparecido una noche de invierno en esa misma casa, cuando Carmelo apenas tenia tres años. Él encontrado en la casa abandonada de al lado. Del niño se hizo responsable su abuela.

Carmelo todas las noches después de cenar, se encerraba en su habitación; se ponía frente a la ventana en medio de la oscuridad y observaba por muchas horas la casa de al lado, hasta que Emilia le daba unos golpecitos a su puerta; señal que ya era hora de irse a dormir.

Luego del colegio, Carmelo se iba a un parque con muchísimos árboles, altos y con su bicicleta comenzaba a dar vueltas hasta que empezaba a oscurecer, y regresaba a la casa por un camino angosto que casi nadie lo conocía.

Una tarde después del colegio, Carmelo se dio una vuelta y regresó a su casa.

Cuando llegó, dejó la mochila sobre la mesa y salió, se sentó en la entrada de la casa, mirando hacia la calle. Después de unos minutos un auto pasa muy despacio por delante de él. Un hombre de unos cincuenta años, calvo, de estatura baja, conducía y lo miraba atentamente. Estacionó en la casa vecina y mirando al vecino se bajó del auto, abrió el baúl  y cargó con un montón de valijas hacia la casa abandonada. Sin sacarle la mirada a Carmelo, entró a lo que sería su nuevo hogar.

Carmelo se dirigió hacia allí, tocó la puerta, unos pasos se escuchaban que venían cansados, el hombre lo atendió, Carmelo entró callado y comenzó a recorrer la casa, la miraba asombrado. El hombre, sin perder más tiempo, continuó llevando las valijas hacia una habitación muy amplia de segundo piso. Carmelo se sentó quedándose inmóvil y le preguntó a su nuevo vecino cómo se llamaba, a lo que él contesto con una voz suave y bajita: «Lisandro«, y continuó ordenando el lugar.

Era una casa muy grande y antigua. Parecía un hombre ordenado y prolijo. Carmelo lo miraba mientras él sacaba las telas de araña, el polvo y acomodaba sus cosas. El niño se puso de pie y subió al segundo piso: recorrió todas las habitaciones y luego regreso a su casa.

Emilia estaba en el jardín, cuando sintió que algo se le acercaba, no hizo caso y siguió juntando hojas secas.

La tarde se estaba oscureciendo, y de pronto, el sol había desaparecido.

Carmelo se encontraba en su habitación, mirando por la ventana hacia donde estaba su abuela y de vez en cuando miraba la casa vecina; se quedó así por largas horas. En un momento estaba soñando despierto, pensaba, hasta que escuchó un golpe en el piso de abajo, volvió en sí y miró a su abuela, pero ella ya no estaba allí, miró la casa vecina y pudo ver a Lisandro acomodando su habitación.

Le pareció raro que su abuela hubiera producido ese golpe, ya que ella era muy tranquila, entonces bajó y no la encontró allí. Salió a buscarla y tampoco la encontró. Decidió ir a lo de su vecino para preguntarle si la había visto. Toco la puerta y Lisandro abrió, mirando al chico con mala cara dejó la puerta abierta y siguió acomodando sus cosas.

Carmelo era muy pocas palabras y no se animaba a hablarle, entonces lo seguía por todos lados.
Hasta que Lisandro se cansó que lo siguiera y le pregunto con un tono de voz fuerte que era lo que quería.

Estoy buscando a mi abuela, no la encuentro por ningún lado, ¿usted la ha visto?

El hombre miró hacia todos lados y respondió que no, le dijo:

¿Se te ofrece algo más?

Sí, quisiera saber ¿a qué ha venido a este pueblo?, ¿a qué se dedica? -preguntó el niño.

Soy empleado de comercio, y ya te puedes ir, Carmelo.

El niño sonrió y regresó a su casa, sabía que su abuela se encontraba en la casa del nuevo vecino, ya que nunca le había mencionado como se llamaba él.

Subió las escaleras, se encerró en su cuarto, apagó las luces y se sentó frente a la ventana. De vez en cuando veía a Lisandro acomodando su equipaje. Estuvo varias horas. De repente su reloj marcó las doce de la noche y él se incorporó, se apoyó en la ventana, la abrió y asomándose vio a Lisandro que salía de la casa, mirando hacia todos lados, caminando muy lento, se dirigía a su casa entonces Carmelo, con una sonrisa macabra, cerró la ventana, bajó las escaleras, apagó todas luces y se acostó en el sillón de entrada, esperando.

Hasta que Lisandro, abrió cuidadosamente la puerta, dio unos pasos, se quedó quieto para escuchar si alguien estaba cerca… comenzó a subir la escalera, cuando escuchó una voz bajita:

¿Estás buscando algo vecino?

El hombre sorprendido, se dio vuelta mirando al niño, movió la cabeza hacia ambos lados.

Entonces ya te puedes ir -le dijo Carmelo levantándose.

El hombre no se movía. Entonces el niño se dirigió a la puerta, señalándosela para que se fuera. Al niño se le pusieron los ojos brillantes. Lisandro asombrado regresó a su casa. Carmelo cerró todas las puertas y ventanas, luego salió por la principal, volviéndola a cerrar. Se dirigió a la parte trasera de la casa del vecino, que pertenecía al sótano, silenciosamente la abrió y se escabulló.

Allí comenzó a buscar a su abuela. La encontró escondida entre unas cajas cubiertas de polvo, ella estaba mareada y apenas abría los ojos. Le dijo a su nieto que debían salir de ahí. Carmelo comenzó a buscar otra salida que no fuera la puerta principal. La abuela señaló una puerta que se encontraba al lado de la ventana por la que Carmelo había entrado; estaba cerrada por una tranca de madera. El niño la quitó, la abrió y arrastró como pudo a la abuela hasta el interior de su casa.

La cubrió con una manta, ya que era una noche muy fría y lluviosa en aquel invierno. El niño le ofreció agua e intentó reanimarla. Ya un poco más repuesta, entreabrió los ojos, y Carmelo aprovechó para preguntarle:

¿Qué está pasando? ¿Qué es lo qué yo no sé? ¿Quién es el vecino? ¿Por qué te encerró?

Emilia, al no poder ocultar más la verdad, hace un esfuerzo y comienza a hablar:

Hace muchos años, cuando tú aún eras pequeño, sucedió algo terrible en la casa vecina. Regresábamos del pueblo, al bajar del auto, escuchamos unos gritos pidiendo auxilio que provenían de la casa vecina. Corrimos hacia el lugar, y al abrir la puerta, nos encontramos con un cuerpo casi sin vida de una mujer al pié de la escalera y a Lisandro en la parte superior con el rostro desencajado y gritando: «¡Yo no la maté…! ¡Yo no la maté!». Inútiles fueron nuestros esfuerzos para evitara la muerte de esa pobre mujer. Tus padres llamaron a la policía, los cuales descubrieron que Lisandro había escapado, dejando una nota que decía: «Me vengaré».

Pasaron las semanas y Lisandro no aparecía, y tus padres recibían amenazas de muerte. Ellos decidieron, por tú seguridad y la mía, irse lejos. Meses más tarde, Lisandro fue encontrado y apresado, pero las amenazas seguían llegando. Después de unos años de condena regresó, queriendo vengarse de todos, pero al no encontrar a tus padres, me presionó para que le de información.

La abuela terminó de contarle a su nieto los escalofriantes hechos, entonces Carmelo pregunta:

¿Dónde están mis padres?

Se encuentran en otros país -contestó Emilia.

¿Es cierto todo lo que me has contado abuela? ¿Ha ocurrido verdaderamente? -preguntó Carmelo¡Abuela!, ¡contéstame abuela! ¿Es cierto? ¡Respóndeme! -repetía una y otra vez Carmelo desesperado.

Estaban tan absortos, que no habían escuchado cuando Lisandro entró en la casa con un hacha, sediento de venganza.

Fin.

La casa de al lado es un cuento de la pequeña escritora Gina Maria Rustichelli Millán © Todos los derechos reservados.

Colaboradores: tia Mary, Federico, Lubo y Juan Carlos
Agradecimiento: ¡A todos ellos! ¡los quiero!
Fecha de preparación: entre el sabado 11 de julio y el martes
Lugar: Buenos Aires. Casa de tia Mary

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