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En un día de muertos es uno de los cuentos de muertos de la colección cuentos infantiles de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para niños a partir de diez años.

Nada lo indicaba, todo parecía ser igual que los demás años. Como siempre, el día de muertos, el panteón se llenó de gente; de gente viva que iba a visitar las tumbas de la gente muerta.

Había muchas flores, principalmente cempazúchitl amarillo y cempazúchitl morado, aunque también había claveles, gladiolas, crisantemos, nardos, muchas flores blancas. Aquí se oían cantos, por allá rezos… Más allá, lloros… En alguno que otro lugar gente irreverente dejaba oír risas estruendosas. ¡Ja, ja, ja!, las visitas a los muertos pueden también pueden ser motivo de alegría.

Como siempre, muchas tumbas no tenían flores: muertos de los que nadie se acuerda, quizá porque no fueron muy queridos mientras estaban vivos, quizá porque sus familiares se han ido lejos, o quizá porque también han muerto.

Pasó la mañana, pasó el mediodía. Al llegar la tarde, cuando ya faltaba poco para que oscureciera, comenzaron a escucharse ruidos extraños. Unos golpes secos que al principio no llamaron la atención de nadie. Los de aquí pensaron que eran los de allá, los de allá creían que eran los de acá.

Al fin, los que estaban más cerca del lugar donde provenían los ruidos comenzaron a alarmarse: los ruidos se oían debajo de la tierra, dentro de una tumba solitaria. ―¡Lo enterraron vivo! ―gritó alguien.

―¡No! ―exclamó el de junto―. Esa tumba no es nueva, ¡miren la fecha, es de hace sesenta años!

Todos los que estaban junto a la tumba empezaron a alejarse de ella, mirando hacia atrás una y otra vez. Los golpes se oían cada vez más fuertes, y también más seguidos. Luego los dos floreros vacíos comenzaron a tambalearse, y después también los de las tumbas contiguas. Un angelito de piedra blanca pareció querer volar, al final se desplomó y se partió en tres pedazos.

Mucha gente trató de correr, aterrorizada, pero entre todos los que huían se hicieron bolas y no pudieron ir a ningún lado. Otros se quedaron tiesos, como de piedra. Cuando la lápida se levantó, un poco al principio y luego más, despacito, el griterío fue ensordecedor.

Finalmente apareció el inquilino de la tumba, un sonriente esqueleto. Se paró, miró a todas partes, se estiró una y otra vez y bostezó; luego de tanto tiempo sin moverse, estaba entumecido. Hasta después pareció caer en la cuenta del pandemónium que había a su alrededor, y puso cara de extrañeza.

Salió del hoyo y ya iba a preguntar qué sucedía cuando se dio cuenta de que todos huían de algo, y comenzó a correr también, asustado. Una señora gorda que corría cerca de él tropezó y cayó al suelo, por lo que se acercó a ayudarla a pararse. Ella le dio la mano sin verlo, pero cuando sintió sus dedos huesudos volteó a mirarlo y volvió a caer, desmayada.

Observó un poco a su alrededor y entonces fue cuando cayó en la cuenta de que era él de quien todos huían. “¡Ah…!”, murmuró. Caminó despacio de un lado a otro, se sentó en una tumba, se levantó y se sentó en otra, azorado, y volvió a pararse. Toda la gente seguía gritando y corriendo, y chocaban unos con otros.

Después de ir de tumba en tumba, al fin el esqueleto pareció encontrar lo que buscaba, levantó sin mucho esfuerzo una vieja lápida, adentro ya no había más que polvo, y dijo con voz tranquilizadora:

―¡Caramba! ¡Ni que fuera para tanto! Si sólo estaba incómodo, no quería más que buscar una tumba mejor.

Se acomodó y cerró él mismo la lápida.

Fin

En un día de muertos es uno de los cuentos de muertos de la colección cuentos infantiles de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para niños a partir de diez años.

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