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El castillo del miedo ⟪ 🏰 ⟫ Este castillo solo existía durante la noche del 31 de octubre en la que se celebraba la noche de los difuntos.

Por Conchita Bayonas. Cuentos de terror cortos.

«El castillo del miedo» de Conchita Bayonas es uno de los cuentos de terror perfecto para niños que tenemos en EnCuentos para las fiestas de Halloween y el Día de los Muertos. En este relato, descubrimos un castillo embrujado que solo existe en la noche del 31 de octubre, donde monstruos y seres terroríficos intentan asustar a los habitantes de un pequeño pueblo. Por otro lado, un grupo de valientes adolescentes decide acampar cerca de un cementerio en esa misma noche. Lo que no saben es que la magia y los horrores se entrelazan, llevándolos a una experiencia aterradora que nunca olvidarán.

Un cuento lleno de misterio y emoción que los niños adorarán compartir y comentar con otros, y sugerido para niños a partir de ocho años.

Al final, si disfrutaste de la escalofriante historia de Conchita, te invitamos a dejarnos tus comentarios (✍🏼), calificarla con estrellas (⭐), y compartirla con tus amigos y familiares a través de tus redes sociales favoritas. También puedes descargarla en formato PDF y compartirla por medio de Telegram, WhatsApp o e-mail (🙏🏼). ¡Agradecemos mucho tu apoyo!

El castillo del miedo

Se acercaba la noche de los difuntos y todo el mundo se preparaba para recibirla.

En el castillo de la bruja Terrorífica también estaban ansiosos por que llegase esa noche. Sus moradores tenían un motivo muy especial. Este castillo solo existía durante la noche del treinta y uno de octubre en la que se celebraba la noche de los difuntos; el resto del año desaparecía a los ojos de las personas y hasta el siguiente año no volvía a existir. La gran bruja había hechizado a sus habitantes, decía que no servían para nada, y que ya no asustaban a los niños.

El castillo del miedo ⟪ 🏰 ⟫ Este castillo solo existía durante la noche del 31 de octubre en la que se celebraba la noche de los difuntos.
Imagen «Castillo espeluznante de Halloween» de Vera Kratochvil

Cuando llegaron las doce y un minuto de la noche, una niebla muy espesa se formó encima de un pequeño montículo y no se deshizo hasta que todo el castillo resucitó de nuevo.

Lo primero que apareció en el centro del monte fue edificio negro con torres muy altas y ventanas estrechas. Una pequeña luz se adivinaba dentro. De las torres salieron volando infinidad de murciélagos. Las telas de araña tejidas minuciosamente por arañas gigantes, parecían cortinajes de tul negro en donde se columpiaban los esqueletos.

Dos armaduras huecas, sin cabeza, bajaron el puente elevadizo, y un gran ruido de cadenas resonó en todo el valle. La puerta del castillo se abrió con un gran chirrido de goznes.

¡Ayyyyy! -gritó Terrorífica que estaba asomada en lo alto de una torre-. ¡Nunca os acordáis de engrasarlos de un año para otro! ¡Sois unos inútiles!

Cuando se hizo el silencio de nuevo, la puerta empezó a vomitar un gran ejército formado por engendros y seres repugnantes que hubiesen aterrorizado al más valiente.

Los fantasmas salieron en primer lugar arrastrando sus cadenas, después les siguió un gran grupo de zombis llenos de heridas sangrantes, ogros, vampiros, momias, decapitados, demonios y asesinos. Los esqueletos dejaron de columpiarse y siguieron a la comitiva y, por último, decenas de brujas montadas en sus escobas salieron volando desde las almenas llenando el oscuro cielo. Cerrando la comitiva iba Frankestein.

Cuando todo el mundo estaba fuera, se oyó la voz atronadora de la gran bruja que les gritó:

Ya sabéis estúpidos e infectos seres, con que uno solo de vosotros asuste a alguien os quitaría la maldición y volveríais a vivir, sin desaparecer, como hacíamos antes, pero estoy segura de que sois tan inútiles y necios que tampoco lo conseguiréis este año.

Al escuchar a la gran bruja Terrorífica se indignaron de tal manera empezaron a murmurar entre ellos.

Esto no hay quién lo aguante -dijo un zombie que llevaba el ojo en la mano. Se lo quitaba o ponía según necesitaba mirar hacia la derecha o hacia la izquierda.

¡Estate quieto con el ojo! -exclamó un vampiro al que le chorreaba la sangre por la comisura de los labios y goteaba hasta la camisa-. Me da repelús verte.

No debemos dejarnos avasallar por ese saco de huesos, nariz aguileña y pelos de estropajo. Este año tenemos que organizar algo terrible que nunca olviden los habitantes de Castillejo del Valle. Si desaparecemos de nuevo, le cambiaran el nombre al pueblo y dejará de llamarse así -añadió un hombre con aspecto de pordiosero que llevaba un gran saco a la espalda.

El que tengas alguna idea que la diga, luego se elige por votación la mejor y la ponemos en práctica ¿vale? -sugirió una momia.

De acuerdo -dijeron todos, sentándose en círculo para preparar su maléfico plan.

Las brujas, que iban volando en las escobas por encima de sus cabezas, al ver que la comitiva de monstruos se había sentado descendieron para aportar sus ideas.

Sugiero encender un buen fuego para calentarnos y realizar los conjuros –propuso Espantosa, otra bruja que tenía bien ganado su nombre.

Mientras Espantosa lo preparaba, se acomodaron lo mejor que pudieron: los vampiros colgaron sus capas en las ramas de los árboles para que no se les arrugasen, los decapitados dejaron sus cabezas en el suelo pues era una lata moverse siempre de un lado a otro con la cabeza a cuestas, las brujas soltaron sus escobas, los hombres del saco se lo quitaron pues pesaban lo suyo, los esqueletos se apoyaron en unos troncos para no desmoronarse y las momias se soltaron los vendajes que las oprimían pero todos tuvieron que pedirles que se las volviesen a poner pues apestaban de una forma insoportable.

Frankestein se sentó en una piedra para ver mejor lo que las brujas estaban echando en el fuego.

Mientras, en el pueblo, un grupo de adolescentes tenían un plan para pasar la noche de difuntos.

A mí no me dan miedo ni los muertos ni los zombis ni nada de esas tonterías, propongo organizar una acampada en las afueras del pueblo. ¿Quién se apunta? -preguntó Ismael.

Los demás chicos no estaban muy seguros, ¿precisamente esa noche tenían que ir de acampada? ¡Anda que no había días para hacerlo!

Yo no voy, con el frío que hace y encima esta noche. No contéis conmigo -dijo Pedro.

Eres un gallina. Cuenta conmigo Ismael -añadió Luis.

Quedaban tres chicos que no sabían qué decir. No les hacía gracia la idea pero tampoco les gustaba que los tomasen por miedicas.

Te lo digo esta tarde, se lo tengo que preguntar a mis padres, a lo mejor no me dejan -razonó Carlos.

Ismael no tenía ganas de más excusas así que dijo:

El que quiera venir que esté esta noche a las ocho a la salida del pueblo. Iremos a la explanada que hay al lado del cementerio y ahí pondremos las tiendas.

Los chicos se despidieron y después de rogar a sus padres que los dejasen, que era una apuesta y que no les iba a pasar nada, consiguieron su permiso. Pedro ni se molestó; con lo bien que se estaba en casa viendo la tele.

Estaban contentos aunque un poco nerviosos, ir de acampada solos y, encima, cerca del cementerio era una idea brillante que sólo se le podía ocurrir al loco de Ismael. Los demás no estaban muy de acuerdo pero se callaron para que no les tachasen de cobardes. Cuando se estaban acercando a la explanada observaron que había un grupo muy numeroso alrededor de un fuego celebrando Halloween.

Oye, vaya juerga que tienen montada, esos sí que llevan buenos disfraces -exclamó Javier sorprendido ante el realismo de los trajes.

Mira, vamos a ponernos en el otro lado. No me gusta estar cerca de un grupo tan grande, dentro de un rato estarán todos borrachos -dijo Ismael.

Se colocaron al otro lado del cementerio, detrás de unos cipreses, para ver lo que ocurría en el grupo.

Los muchachos se estaban preparando para comerse los bocadillos que les habían preparado en su casa cuando escucharon un grito. Un chillido agudo les heló la sangre.

¿Qué ha sido eso? -preguntó Javier-. Se me han puesto los pelos de punta.

Se quedaron quietos; el corazón les latía tan fuerte que casi oían sus palpitaciones.

Parecía que ellos no eran tan valientes como pensaban. Se agacharon y se quedaron muy quietos. De vez en cuando veían que la mujer que estaba disfrazada de bruja echaba unos polvos a la hoguera y el fuego chisporroteaba más fuerte produciendo llamaradas que subían hacia el cielo y llenaban los alrededores de olor a azufre.

Espantosa estaba haciendo un conjuro en voz alta. Los monstruos ya habían decidido qué hacer para que la maldición de Terrorífica terminase esa noche. Cuando se dieron cuenta de que estaban cerca del cementerio pensaron pedir ayuda a los difuntos que estaban allí enterrados.

Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos acompañéis esta noche.

Sembraremos el miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante para todos nosotros -gritaba enfurecida Espantosa, mientras todas las brujas la acompañaban bailando alrededor del fuego.

Los chicos empezaron a temblar.

Ismael, yo, yo creo que, que, que estos no están de de broma. Me parece que son de verdad -susurró Carlos en voz baja, y con la garganta tan seca que no le salían las palabras.

Schssss, si estos son monstruos de verdad, estamos en peligro, pero que muy en peligro -aseveró Tomás.

¡Callad! ¿Queréis que se den cuenta de que estamos aquí? -ordenó Ismael, dándose cuenta de que lo que había empezado en broma iba muy en serio.

Volvieron a mirar al círculo y cada vez había más monstruos bailando alrededor del fuego. Las momias, los vampiros y todos los demás. Por encima de sus cabezas, formando remolinos, otras brujas se habían montado en sus escobas acompañadas por una gran cantidad de murciélagos. Era un espectáculo espeluznante.

Los cinco chicos tenían la cabeza tapada con las sudaderas, no querían mirar lo que ocurría; bastante tenían con escuchar el conjuro y oler a azufre.

Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos acompañéis esta noche.

Sembraremos el miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante para todos nosotros -volvía a repetir una y otra vez.

De repente, cuando los chicos creían que no podrían soportar más el miedo que les producía aquella situación, la cosa empezó a empeorar. Se empezaron a oír chirridos penetrantes, unos cercanos y otros más alejados que les producían escalofríos. Eran los sonidos producidos por las lápidas que empezaron a deslizarse sobre las tumbas hasta que quedó un espacio suficiente para que salieran los muertos que estaban allí enterrados.

Era niebla con forma humana y se les notaba que disfrutaban flotando en el aire. Algunos llevaban poco tiempo enterrados y todavía no se habían deshecho del todo, así que iban caminando.

Cuando Espantosa vio que el grupo de muertos estaba fuera de sus tumbas dio un grito terrible:

¡A Castillejo del Valle! No hay que dejar a nadie indiferente ni a hombres ni a mujeres ni a niños. Nunca deben olvidar esta noche. Se quedarán helados al vernos y el frio que sentirán se les quedará en sus huesos para siempre.

Los chicos, cuando los vieron avanzar, se desmayaron.

Toda la comitiva salió en dirección al pueblo, algunos de los difuntos visitaron a sus familiares y uno de los vecinos, del susto, murió de un ataque al corazón. A los pocos minutos este otro muerto se unió al grupo.

Se introdujeron en las fiestas, calles y lugares de reunión y la gente corría aterrorizada perseguida por ese repugnante ejército. Ni dentro de sus casas se encontraban a salvo.

Empezó a amanecer y la noche de difuntos estaba llegando a su fin, los habitantes del castillo volvieron a su hogar y los muertos se introdujeron en las tumbas de nuevo.

Los chicos nunca supieron lo que pasó esa noche en el pueblo, porque nadie les habló de ello.

A partir de entonces, desde un montículo cercano, un castillo muy negro con torres muy altas y ventanas estrechas parecía que vigilaba el pueblo de Castillejo del Valle: la maldición de Terrorífica había terminado.

Fin.

El castillo del miedo es un cuento de la escritora Conchita Bayonas © Todos los derechos reservados. Cuento registrado ante el Registro de Propiedad Intelectual. Prohibida su reproducción total o parcial sin la expresa autorización de su autor.

Sobre Conchita Bayonas

Conchita Bayonas - Escritora

Concepción García de las Bayonas Blánquez nació en Madrid y actualmente reside en Murcia, España. Es maestra jubilada y escritora, lo hace animada por la satisfacción que le da la creación de historias y los comentarios de sus lectores. Participó durante varios años en los Talleres de Escritura Creativa impartidos por Lola López Mondéjar, que le han servido para desarrollar su creatividad.

Su primer contacto con el mundo del libro se produce al presentar el cuento El niño azul, al Concurso de Cuentos Infantiles Infancias Sin Fronteras durante las Jornadas infantiles de Otxarkoaga, en Bilbao, que le seleccionan por los valores educativos y ecologistas que transmite. Queda finalista en la X Edición Premio Vida y Salud de relatos para adultos convocado por el Departamento de Enfermería de la Universidad de Alicante, con el relato Terapia Alternativa.

Ha publicado con la Editorial Dylar el cuento Tango el perro pastor; con la Editorial Palabra, El repartidor de Pesadillas; y con la editorial Gerbera (en Argentina), el álbum ilustrado para niños a partir de cuatro años, Es mi mamá, adaptado al sistema braille. Con la editorial Diego Marín sacó El bosque de Yábaco, novela juvenil llena de personajes fantásticos. No estamos solos (La piedra de los sueños), novela juvenil de ciencia ficción, llegó a través de Amazon y, por último, reedita Paloma y el corzo blanco, que presenta en una nueva versión corregida, ampliada e ilustrada.

Ha participado con otros escritores murcianos en la antología de haikus, Murcia a vista de Haiku y La huerta en Haikus.

Podéis seguirla en su blog: La Abuela Atómica en el cual sube los cuentos y poesías que le inspiran sus nietos.

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