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El príncipe que quería ser sapo

Iván era un joven príncipe que no estaba muy contento con pertenecer a la nobleza.

Tenía un alma libre y sencilla y no le gustaba en absoluto el protocolo y las ceremonias. Ya desde pequeño, varios habían sido los problemas por ese motivo.

-Hoy vendrán los reyes del reino vecino-dijo su madre -la reina-Tendremos una cena de muy fastuosa.

-Madre no sé qué quiere decir fastuosa, pero lo que sí sé es que no quiero cenar con ustedes. Le pediré al cocinero que por favor me haga una rica sopa y me la llevo a mis aposentos ¿Puedo?

-No puedes Iván, sabes que no puedes. El rey del reino vecino disfruta mucho de conversar contigo.

-El rey del reino vecino huele muy mal madre-contestó Iván-ese hombre no se baña.

-¡Hijo eso no lo dice un príncipe!-exclamó sorprendida la reina.

– ¡Madre, eso no lo hace un rey! Debería bañarse y tú lo sabes tan bien como yo, cada vez que viene te colocas tu pañuelo de seda perfumado en la nariz, te he visto-replicó el pequeño.

-Está muy mal que observes a los mayores y peor aún que los huelas, no se hable más, tú compartirás la cena con nosotros, olvídate de la sopa.

Pero Iván no se olvidó ni de la sopa, ni de sus ganas de vivir de otra forma: libre, tranquilo, disfrutando de la naturaleza y no de las riquezas.

El príncipe subió a sus aposentos y se puso a mirar por la ventana hacia el gran jardín del palacio.

Vio un sapo (porque tenía muy buena vista hay que decirlo) y de pronto se encontró soñando con vivir como ese pequeño animal.

-¡Suerte tienen algunos que nacen sapitos!-dijo en voz alta, aunque nadie pudiera oírlo-¡Qué bella vida han de tener! Nada de ceremonias, nada de vestimentas incómodas, nada de comidas complicadas, menos aún de conversaciones con personas que no se bañan… me gustaría ser sapo.

Esa idea comenzó a acompañarlo todos los días y a cada hora del día.

Pensó en las ventajas y desventajas: se libraría del rey que olía mal, pero no podría vivir en el castillo, no tendría que lucir esas vestimentas llenas de volados y costuras, pero debería cambiar la sopa por insectos. No asistiría a ninguna otra ceremonia, no haría reverencias, no se inclinaría, pero debería acostumbrarse a vivir saltando todo el tiempo.

-No está tan mal después de todo-pensó el niño.

Todo reino que se precie de tal tiene que tener un brujo y éste no era la excepción. Iván pensó que tal vez el brujo podría ayudarlo.

-¿Qué te convierta en un sapo? ¡Vaya pedido original que tienes pequeño! ¡Por fin alguien que viene con algo distinto! ¡Ya estaba cansado de princesas que piden conjuros de amor y luego vuelven porque se dan cuenta que el joven resultó un pelmazo! ¡Reinas que quieren verse más jóvenes y reyes que quieren que se los respete más! ¡Vaya criatura has traído aire fresco a mi vida!

Iván sonreía, pensó que estaba a punto de cumplir su sueño, cuando de repente vio que el brujo cambiaba su expresión de desmedido entusiasmo por otra no tan convincente.

-Aunque pensándolo bien, no sé si debo-dijo y preguntó: ¿has hablado con tus padres?

-No, no sé cómo decírselos, no creo que les entusiasme mucho la idea, no es que no les gusten los animales, pero de ahí a tener un hijo sapo…

-Tienes razón, a mí tampoco me gustaría francamente, pero bueno es tu deseo, debes hablar con ellos. Yo no intentaré ayudarte si primero no hablas con los reyes.

Iván regresó preocupado al palacio ¿Cómo decirles a sus padres que soñaba con ser un sapo, vivir al aire libre, disfrutar del agua, del césped de tantas otras cosas que con su vida de príncipe no podía hacer? ¿Cómo lo tomarían los reyes?

Mas el pequeño no sólo era osado para soñar, sino también para defender su sueño y para ello debía hablar y hablar con la verdad por dura que fuese para sus padres.

-¡Sapoooooooooooo! ¿Qué quieres ser un sapoooooooooo?-preguntó furioso el rey.

-Hijo ¿No será por el rey del reino vecino que no se baña y viene muy seguido?-preguntó atónita la reina.

Iván les explicó todo lo que él sentía y que realmente no era feliz con su vida en el palacio.

-Pero sapo ¿es necesario ser sapo? ¿No quieres ser cocinero, costurero o bufón?-preguntó su padre.

-Sueño con ser sapo-contestó el niño.

-¡Qué sueño tan extraño!-dijo su madre.

Es que eso tienen los sueños, pueden ser raros, locos, simples, complicados, imposibles, pero son sueños y con eso basta. Los reyes entendieron que ese sueño, por extraño que fuese, era el sueño de su hijo y que, por otro lado, no le hacía mal a nadie; aunque había algo que arreglar antes de tomar la decisión.

-¿Y nosotros hijo? Podremos verte claro está, pero no podremos conversar contigo. Yo no sé si pueda vivir con eso-dijo muy triste su madre.

-Tal vez podamos arreglarlo-dijo el rey quien no estaba muy feliz con la idea, pero decidido a que su hijo cumpliera su sueño.

Fueron a ver al brujo los tres.

-¡Albricias albricias! ¡Veo que has hablado con tus padres pequeño príncipe!-dijo el brujo muy feliz y más entusiasmado aún-Bueno bueno, no nos demoremos ¡años esperando hacer un embrujo original!

-No tan rápido-intervino el rey-hay algo que debemos arreglar primero.

-¿La paga? –preguntó el brujo-No se preocupe por ello, esto lo hago gratis mi rey.

-No es eso. Necesitamos que aún siendo sapo nuestro hijo pueda hablar-dijo firme el rey.

-Croar se los aseguro, pero hablar… dudo que pueda hacer eso.

-Entonces no hay trato-dijo la reina.

El brujo no quería perder esa oportunidad por nada del mundo. En cierto modo, también era un para él sueño poder realizar un hechizo original. No todos los días era visitado por príncipes pequeños con aspiraciones de sapos y reyes que estaban de acuerdo en cumplir sueños extraños.

-¡Lo haré! ¡Prometo que hablará como un loro, bueno quiero decir como un sapo, bueno quiero decir como un niño, bueno ya no sé, pero que hablará hablará!

No hay como ser fiel a los sueños que tenemos y no hay nada que se compare con haberlos logrado a través del tesón y el esfuerzo.

El brujo lo logró. Iván resultó un bello sapo que tenía la posibilidad de hablar, solo con sus padres, pero con eso bastaba.

En este cuento tal vez un poco extraño (o no tanto porque se trata de sueños) nadie comió perdices. A los reyes no les gustaban y los sapos solo comen insectos, pero todos fueron felices.

Iván, el sapito, vivió por siempre en el jardín del palacio, jamás se separó de sus padres y formó una hermosa familia con una ranita que allí vivía.

El joven había cumplido su sueño, el brujo también, la ranita había encontrado al amor de su vida y los reyes tenían un hijo que, aunque sapo, era el ser más feliz del reino ¿puede haber un final más feliz?

Fin
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