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Un cuento al revés es un cuento de la colección cuentos infantiles de nuestra escritora Liana Castello sugerido para niños a partir de ocho años.

Cuentan que hace mucho tiempo, un visitante llegó a un pueblo muy especial. Lo que hacía tan especial a ese lugar no era precisamente que tuviese algo de magia, que le tenía por cierto, sino que allí todo o casi todo parecía estar al revés.

Desde pequeño, Gaspar había sido un gran lector, siempre le habían gustado las cuentos de hadas, brujas, valerosos príncipes, bellas princesas encerradas en torres, sapos encantados, pócimas, hechizos y todo lo que suele encontrarse en los cuentos tradicionales.

Un día y con muchos, muchísimos cuentos en su memoria, emprendió un viaje sin destino cierto, tal vez llegaría a algún reino encantado o quizás a un lugar embrujado. Gaspar salió sin un rumbo seguro, pero seguro de que encontraría un lugar similar al que los cuentos le habían contado. Esa era su gran fantasía.

Gaspar se equivocó y eso lo sorprendió. Aquí ya empiezan las contradicciones pues cualquiera podría pensar “Pobre Gaspar, no encontró aquello qué buscaba”, “¡Qué lástima, tomó el rumbo equivocado!” “¡Qué desilusión se habrá llevado el pobre muchacho!”.

Sin embargo, fue una gran suerte que se equivocara. Por extraño que parezca fue una gran alegría pues aprendería más de ese supuesto error que de cualquier acierto.

Cuando llegó al pueblo creyó de verdad estar en uno de los tantos libros de cuentos que había leído. A simple vista, el lugar se parecía a tantas y tantas ilustraciones que guardaba en su memoria.

De pronto, se encontró con una bruja de nariz puntiaguda, tanto o más que su sombrero, vestida de negro con una gran verruga en su rostro y una escoba en su mano. Hasta aquí, nada que nos pueda sorprender. Gaspar pensó que la bruja montaría la escoba y saldría volando, sin embargo nada de eso sucedió. La bruja se puso a barrer, lo miró y con un tono muy dulce le dijo:

-¡Buen día caballero! ¿Cómo está usted? ¿Viene de lejos?

Gaspar saludó a la amable bruja, sin dejar de mirar la escoba.

-Quiero dejar todo bien limpito, así nadie se tropieza. El otro día se cayó la princesa Margarita por pisar una cáscara de banana ¡Pobrecita qué golpe se dio! No sabe todas las cosas que decía ¡Con el mal carácter que tiene! Pero yo la comprendo, no todos podemos ser amables y pacientes.

Gaspar no dejaba de mirar a la bruja que, excepto por su apariencia, no parecía una bruja, era dulce y considerada.

-Disculpe caballero-dijo la bruja-debo irme, he puesto mi caldero al fuego y no quiero correr riesgo.

Y ahí no más estaba Gaspar pensando que la bruja seguramente estaría haciendo una pócima maloliente para transformar a alguien en algo o algo en alguien, cuando escuchó.

–Debo cuidar la sopa que estoy haciendo para el príncipe. Cuando la princesa lo libere la podrá y tomar y recobrará las fuerzas perdidas luego de tanto encierro.

Gaspar no entendía nada. La bruja no parecía bruja, creyó haber escuchado que un príncipe estaba encerrado y que lo tendría que liberar una princesa ¿no era siempre a la inversa?

-Disculpe pero no entiendo mucho, soy tan nuevo aquí—dijo Gaspar a la bruja para que le contase más cosas.

-¡Tiene razón buen hombre! ¡Qué desconsiderada he sido! Le explico: el príncipe Simón ha sido encerrado en una torre y si una valerosa princesa no lo rescata y le da un beso de amor, no saldrá, quedará allí para siempre.

-Creo no haber entendido bien-dijo Gaspar- ¿quién está encerrado? ¿El príncipe o la princesa?

-¡El príncipe por supuesto! ¿Quién iba a ser sino?

-¿Y lo liberará la princesa?

-¡Por supuesto! ¿Quién sino?-respondió riendo la brujita y pensando que ese hombre no tenía muchas luces.

-Pero –continuó Gaspar-¿el príncipe no es lo suficientemente fuerte como para liberarse él mismo?

-No le voy a mentir –dijo la bruja dejando la escoba y sentándose en el umbral de la casa- el príncipe es pequeño, sus ancas no son muy grandes, no camina solo salta y si bien salta lindo, no tanto como para alcanzar a la ventana. A pesar de sus ojos saltones, no ve demasiado bien, se complica el escape.

Gaspar entendía cada vez menos.

-¿Cómo ancas? ¿Cómo que no camina ese pobre hombre?

-Es que no es un hombre, es un sapo. Antes sí era un joven no muy apuesto que digamos, pero bueno ese es otro tema. Un hada malvada lo hechizó y quedó sapo para siempre.

-Pero las hadas son buenas-respondió Gaspar.

-Eso será en su pueblo, acá las hadas son bastante malvadas debo decirle.

-¿Y usted cree que una dulce y frágil princesa será capaz de rescatar al príncipe?-preguntó preocupado Gaspar.

-Lo de frágil y dulce corre por su cuenta-contestó la brujita-pero bueno, tal vez no le sea sencillo…

-¿Podré ayudarla? ¿Le parece? ¿Dónde queda el casillo? ¿Aceptará mi ayuda?

-¿No le parecen demasiadas preguntas? Mire yo le digo donde está el castillo y usted verá. No le será fácil tratar con la princesa, ya le dije tiene pocas pulgas, pero el que no arriesga no gana.

Respecto del castillo tome por ese sendero y camine hasta que lo encuentre. Este es un pueblo humilde no abundan las buenas construcciones.

-¿Y la torre donde está encerrado el pobre hombre… quiero decir el pobre sapo?

-Queda en las afueras del pueblo, la princesa le dirá dónde.

-Será hasta luego-dijo Gaspar.

-Le preparo una sopita para el regreso, sea con la princesa, el sapo o solo, venga que lo espero con comida rica y calentita.

Y ahí se fue Gaspar no más pensando en qué dulce era esa bruja, qué extraño resultaba todo, si podría ayudar a la dulce y frágil princesa y muchas cosas más.

Cuando llegó al castillo, se anunció, pidió hablar con la joven y se sentó a esperar.

De pronto se escuchó:

-¡No tengo tiempo para visitas, debo rescatar al pobre príncipe!

La voz no era muy dulce que digamos, es más, era ronca y fuerte muy fuerte.

De pronto bajó una joven que en nada se parecía a las princesas sobre las que tanto había leído Gaspar. Era robusta, no llevaba coronita en su cabeza, sino un rodete desprolijo, tampoco un bello vestido, tenía puesto un pantalón y botas, chaleco y camisa.

-Dime el motivo de tu visita, no tengo tiempo que perder-dijo la princesa sin más ni más.

Y Gaspar le explicó sus ganas de ayudarla, pero a la princesa no le convenció para nada la idea.

-Por favor princesa, déjame ayudarte.

-Le agradezco pero no necesito ayuda, mi valentía todo lo puede. Como toda princesa que se precie de tal, soy aguerrida, valiente, osada y fuerte muy fuerte. Rescataré sin problemas al pobre príncipe que debe están languideciendo de angustia y temor. Su fragilidad me conmueve, lo imaginó ahí recostadito, templando de miedo ¡Oh mi bello y dulce príncipe ahí voy a tu rescate!

Gaspar no podía creer lo que escuchaba, era evidente que en ese reino las cosas no eran como él creía que debían ser, como se suponía que debían ser o al menos, como los libros habían contado que eran.

-Princesa, no entiendo bien, pero bueno… si en algo puedo ayudarla…

-Si quieres ayudarme, vete no demores mi hazaña. Si quieres ve a la casa del hada malvada y de paso le preguntas por qué razón ha hechizado a mi amado.

Gaspar pensó que no era mala idea saber por qué el hada había hecho lo que había hecho, porque sabiendo, es como se pueden solucionar las cosas.

En el camino se encontró con varios enanitos que medían más de dos metros, un ogro dulce y simpático y varios gigantes pequeños por extraño que parezca.

Con las indicaciones que le dio la princesa antes de partir al rescate de su amado, llegó sin problemas a la casa del hada.

Golpeó y no bien la puerta se abrió, quedó impactado por la belleza del hada. Casi, casi se enamora a primera vista, pero el gesto adusto que tenía la muchacha lo hizo pensar que tal vez necesitaba una segunda mirada para enamorarse de alguien que no transmitía bondad.

Tampoco el hada era lo que siempre Gaspar había imaginado, si bien era bella, no era dulce, ni simpática, ni bondadosa.

-No entiendo cuál es tu interés en saber porque he encerrado al príncipe en la torre ¿tú qué tienes que ver con él? ¿Qué te importa? ¿Eres amigo? ¿Eres pariente?-dijo el hada a Gaspar.

– No lo conozco si quiera-respondió el hombre.

-¿Entonces?-volvió a preguntar el hada.

-No sé qué te pudo haber hecho el príncipe, pero sea lo que fuere ¿quién eres tú para quitarle la libertad a una persona o, en este caso, a un sapo?

-Bien merecido tiene su encierro ¿Sabes lo que ha hecho? Ha elegido a esa princesa ruda y aún sabiendo cuánto yo lo amaba no se ha querido casar conmigo.

-Si lo amas de verdad, no puedes obligarlo a que te ame y menos aún encerrarlo.

-¡No me interesa tu opinión, puedes irte por dónde viniste! –dijo el hada malvada y le cerró la puerta en la cara.

Desconcertado, Gaspar volvió a la casa de la bruja a buscar consuelo y un plato de sopa rica y caliente.

No entendía nada, era evidente que nada era lo que parecía, lo que él había creído hasta ese momento. En su opinión, en ese pueblo todo estaba patas para arriba: un príncipe encerrado, una princesa ruda y valiente que lo liberaría, un hada mala y una bruja buena, enanos de gran altura, gigantes muy pequeños. No, ciertamente, todo estaba mal.

La brujita lo estaba esperando con su rica sopa, lo invitó a sentarse y Gaspar le contó todo lo sucedido.

-¿Y por qué nada es como tú suponías, dices que está mal?-preguntó la brujita.

-Pues así es, las cosas deben ser de una manera, acá está todo al revés-respondió Gaspar.

-Mira Gaspar, el hecho de que las cosas no sean tal y cómo se suponen que deben ser no hace que eso esté mal. ¿Qué importa si el ogro es dulce y simpático? ¡Cuánto mejor! ¿Y qué la princesa sea quien rescate al príncipe tiene alguna importancia? Lo importante es que alguien haga algo bueno por el ser que ama, sea quien sea ¿Entiendes? ¿No es mejor que yo te ofrezca un plato de sopa sabrosa a que te convierta en una lechuza de ojos saltones?

-Bueno… -titubeó Gaspar-mirándolo así.

-Las cosas que no son malas por más que no sean lo que creemos deben ser, hay que aceptarlas como son, por más distintas que sean.

-¿Y el hada? ¿Su maldad también hay que aceptarla?-preguntó Gaspar.

-Eso no, porque está mal y lo que está mal hay que intentar cambiarlo, no resignarse ni aceptarlo, hay que hacer todo lo posible para convertir la maldad en bondad, el resto déjalo como está. ¿Te importa el hada verdad?

Gaspar le dijo que le había parecido la persona más bella que hubiese conocido jamás, pero que no podía amar a alguien que no tuviese bondad en su corazón.

-Pues intenta por ahí, fíjate si tú puedes lograr cambiar su corazón y quizás ambos tengan las oportunidad de compartir un amor profundo y verdadero.

La brujita sabia no se equivocó, Gaspar decidió quedarse en el pueblo, con ese amor que iba naciendo en su corazón y con la esperanza de hacer del hada alguien bueno y generoso, fue día a día acercándose a ella y como el verdadero amor todo lo puede, el hada cambió.

Gaspar aprendió mucho de ese viaje que sería su destino en la vida. No solo conoció al amor verdadero, sino que aprendió que no hay por qué cambiar algo porque no sea lo que nosotros creemos que debe ser. Aprendió que muchas veces las cosas no son cómo las imaginamos o deseamos pero que eso no las hace peores ni malas. Aprendió que un buen amor puede transformar la maldad en bondad, que una princesa puede amar a un sapo y sacarlo de su encierro y que hay que esforzarse y trabajar por cambiar aquello que no esté bien, aquello que haga daño.

Eso sí, como en este cuento todo es diferente a lo conocido, no comieron perdices, pero el final fue igual de feliz que en todos los otros cuentos.

Fin

Todos los derechos reservados por Liana Castello

Ilustración de: Anita Ilustradora

https://www.facebook.com/Anitailustradora

Un cuento al revés es un cuento de la colección cuentos infantiles de nuestra escritora Liana Castello sugerido para niños a partir de ocho años.

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