Saltar al contenido

Sólo un deseo. Escritora de cuentos y poesías infantiles de México.  Cuento de príncipes. Cuento sobre el egoísmo y la ambición.
desierto
Cuenta una antigua leyenda que en los milenarios desiertos donde parece ocultarse el sol en el interminable mar de arena errante, existe una gigantesca montaña que sólo aparece al atardecer; dentro de ella hay cientos de corredores entrelazados formando un laberinto que protege celosamente la cima, que es la morada de un poderoso genio llamado Sidri, y se dice que aquel que logre atravesar el laberinto le serán concedidos hasta mil deseos …
La vida del príncipe Karev había cambiado radicalmente desde el día en que había escuchado a un viejo mercader contar aquella historia; día y noche se encontraba pensando si aquellas palabras serían ciertas. Pero su padre, el rey, le reprochaba cada vez que lo pescaba pensando en aquella leyenda “ hijo mío, incluso si ése cuento fuera verdad ¿para qué necesitas tú los mil deseos? Si aquí lo tienes todo” eran las palabras que el sabio rey le repetía a su querido hijo, pero el inquieto muchacho no escuchaba a nadie, sólo podía pensar en aquellos deseos y en todo lo que pediría si pudiera encontrar al genio … reinos enteros serían suyos y todos lo venerarían, tendría el mundo a sus pies, y todas las riquezas que pudiera imaginar, y habría grandes festejos todos los días en su honor, y tendría cientos, miles de amigos y todo sería suyo con tan sólo desearlo, no tendría jamás que obedecer las órdenes ni reglas de su padre, y nadie podría reprochárselo, porque todo sería solamente suyo, no tendría que compartirlas con sus hermanos ni con nadie más … el mundo entero y todo lo que hay en él … y las estrellas ¡todas serían suyas! … ¡el universo entero le pertenecería si esa fuera su voluntad! …
Con esos pensamientos girando en su cabeza, Karev decidió salir a buscar la mítica montaña de la que hablaba la leyenda, tomó su capa y su sable y se escabulló por una ventana para que nadie lo detuviera, caminó hasta los límites del palacio y con mucho sigilo saltó la barda y se perdió en las penumbras de la noche.
Largos días y noches pasó el príncipe recorriendo docenas de poblados y ciudades hasta que por fin un día llegó al desierto; y sin pensarlo dos veces se adentró en él.
Luego de vagar sin rumbo por semanas enteras Karev comenzaba a creer que el relato de aquel viejo mercader tan sólo era un cuento, y por un momento quiso regresar, pues se sentía asustado, estaba perdido y extrañaba a su familia; pero el príncipe no quería regresar con las manos vacías, no quería que pensaran que era un tonto, después de todo, ya había pasado mucho tiempo, y había recorrido un camino muy largo como para darse por vencido; pero su cuerpo estaba exhausto, sus piernas ya no le respondían y, de repente cayó desfallecido sobre la ardiente arena.
Karev no supo cuanto tiempo pasó durmiendo, pero cuando abrió los ojos el sol ya estaba por ponerse sobre el horizonte, ¡y entonces la vio! La legendaria montaña hogar del genio apareció como por arte de magia frente a sus ojos; el joven se preguntaba si estaba soñando o si acaso sería una alucinación; pero mientras Karev se acercaba comenzó a escalar la montaña y sintió las rocas frescas y duras en sus manos, y luego de escalar por varios minutos encontró una pequeña cueva y se metió, mientras más avanzaba la cueva se hacía más amplia y clara, el aire era refrescante, y a lo lejos se escuchaba el agua de una cascada.
Y más adelante se divisaban altos árboles frutales, arbustos de bayas y un sinfín de flores, de las cuales salían perfumes deliciosos que impregnaban todo el interior de la montaña, allí Karev pudo saciar su sed y hambre, y cuando recuperó la fuerza siguió explorando y vio miles de aves que lo observaban curiosas desde los riscos mientras entonaban hermosos cantos y más allá podía distinguir el mítico laberinto de piedra que se extendía hasta donde podían ver sus ojos.
Los complicados pasillos eran escarpados y retorcidos, algunos se desmoronaban y otros eran muy resbaladizos, pero al príncipe lo guiaba la ambición y así se adentró en el peligroso laberinto, y a medida que avanzaba notó que el camino se hacía cada vez más estrecho y pronto se encontró rodeado de un abismo más negro que la noche, si daba un paso en falso caería y sería su fin, pero si no lograba encontrar un camino podría quedarse atrapado ahí, perdido por siempre. Pero el príncipe no se rendía, ahora más que nunca se sentía merecedor de aquellos deseos, y siguió recorriendo el camino retorcido y truculento que a veces se cerraba inesperadamente, por lo que Karev debía escalar los muros asiéndose a ellos hasta con las uñas de los pies, sus manos estaban llenas de ampollas y rasguños, pero el joven no se iba a detener; perdió por completo la noción del tiempo, y casi sin darse cuenta llegó a la cima de la montaña, donde había un enorme salón de mármol iluminado por miles de velas y un camino de suave hierba lo guiaba hasta un inmenso trono plateado donde aguardaba plácidamente el gran y poderoso genio Sidri.
– Eres un joven muy ambicioso … muy pocos han llegado hasta aquí… pero tú lo has hecho, y te aguarda tu recompensa
– ¿Los mil deseos?
– Así es.
Entonces el príncipe Karev comenzó a pedir … y pedir y pedir y pedir … pidió reinos enteros, tesoros ocultos, magníficos castillos, los más hermosos caballos y más, mucho más hasta que sólo le quedó un deseo, el cual reservó cautelosamente.
Y ése mismo día todos y cada uno de sus deseos fueron cumplidos; pronto se encontró en su propio palacio lleno de sirvientes que cumplían hasta el más ridículo de sus caprichos, y mucha gente comenzó a visitarlo, todos asistían a sus fiestas y se decían sus amigos, pero pronto sus “amigos” comenzaron a pedirle toda clase de favores y regalos y la fortuna de Karev comenzó a desaparecer, hasta que ya no tuvo ni una sola moneda, ni una sola joya … y entonces sus “amigos” desaparecieron tan rápido como habían llegado, aquello entristeció al príncipe, pero no por mucho tiempo, porque aún le quedaba un deseo, y su deseo fue tener otros mil deseos más, aquella petición enfadó mucho al genio, que exigió una explicación para su codicia.
– ¿Acaso mil deseos no han sido suficientes?
– ¡No! no lo son, y cuando se me acaben pediré otros mil y otros mil.
– Como veo que los deseos te gustan tanto te concederé ése último deseo … ¡ Y SERÁS TÚ EL GENIO QUE TENGA QUE CUMPLIR LOS CAPRICHOS TONTOS DE LAS PERSONAS! ¡PASARÁS CIENTOS Y MILES DE AÑOS CUMPLIENDO LOS DESEOS EGOÍSTAS DE LA GENTE HASTA QUE ALGUIEN, ALGÚN DÍA SE APIADE DE TÍ Y TE LIBERE … SI ACASO ALGUIEN LLEGA A HACERLO!
– ¡No! ¡espera poderoso Sidri! ¡espera!
Pero los gritos de Karev no fueron escuchados y en un abrir y cerrar de ojos se vio encerrado en una botella.
Por cientos de años el príncipe se vio obligado a cumplir toda clase de deseos, pero todos eran iguales, tesoros, palacios, reinos, poder, sirvientes … y en todo ése tiempo a nadie le importó que Karev estaba cautivo, nadie nunca lo liberó de su castigo, cumplía deseos y lo desechaban hasta que alguien más lo encontrara. El príncipe extrañaba a sus padres y hermanos, extrañaba el calor del sol, el roce del viento y las caricias de la lluvia … pero no podía hacer nada … salvo esperar.
Un día la botella fue a parar al mar y pasó mucho tiempo flotando entre las olas, siendo azotada por tormentas, hasta que, de pronto la botella dejó de moverse y así permaneció, inmóvil, cubriéndose de musgo y tierra, escuchando los susurros de las piedras, y el príncipe durmió, soñando que volvía a su hogar con su familia.
De repente un extraño ruido sacó de su sueño a Karev, era un sonido curioso, como un rechinido suave, como algo pegajoso, como pasos pequeños, algo muy extraño, y el ruido continuó hasta que por fin aquella presencia frotó la botella y dejó salir al príncipe.
– A tus órdenes amo –decía Karev–
– ¿Tu amo yo? No chico, estás confundido –dijo una voz muy suave y pausada–.
– Has encontrado la botella, por ende eres mi amo y debo concederte mil deseos.
– Pero yo soy sólo un caracol … ¿que podría hacer un caracol con mil deseos?
– No lo sé amo.
– Y a todo esto … ¿cómo te llamas genio?
– Karev es mi nombre amo.
– Cuéntame Karev ¿de dónde vienes?
Y así el príncipe le contó toda su historia al caracolito, que lo escuchaba atento, con calma y muy sorprendido al ver que el genio de la botella comenzó a llorar desconsoladamente cuando le contaba de su lejano hogar y de su padre; y entonces el caracol lloró con el príncipe, y luego de un rato el caracol dijo :
– Ya sé que quiero pedir.
– ¿Cual es tu primer deseo amo?
– Yo no necesito los mil deseos, sólo necesito uno, sólo un deseo.
– Yo deseo que tú genio Karev seas libre y regreses a tu hogar con tu familia, como era antes.
– Pero amo … ¿acaso no quieres algo para tí?
– Yo tengo todo lo que necesito, tengo todo lo que cualquiera podría desear, tengo mi casita, que llevo a cuestas, es pequeña y es modesta, pero es mía y nadie me la puede quitar, y tengo todo el bosque para recorrer, y toda la hierba suave y fresca que se me antoje comer, y me gusta ver los amaneceres y las estrellas, y les cuento cuentos y me gusta cantar con los búhos en las noches de luna llena, y cuando es verano me encanta ver como se acercan las nubes cargadas de lluvia y sentir las gotitas que se deslizan en mi rostro y todos mis amigos salen en la lluvia a bailar, cantar y beber las dulces gotas que cuelgan de los naranjos, y cuando me canso, me encierro en mi casita y sueño … sueño con otro largo día de verano … soy libre y soy feliz, tengo mi familia y mis amigos y puedo recorrer de a poquito a poco el inmenso mundo que tengo a los pies … yo no necesito riquezas, ni palacios, tampoco sirvientes ni tesoros, tengo todo lo que un caracol podría desear, así que lo único que deseo es que tú seas libre y feliz, libre para ir y venir, para hacer y decir, libre para reír y ser tú, y hacer cualquier cosa que te haga feliz.
Ante aquellas palabras el príncipe Karev se sintió profundamente conmovido, y agradecido, pero también se sintió avergonzado por haber sido tan egoísta y ambicioso, por no saber apreciar todo lo que tenía, por no ver que era más que rico y afortunado por tener una familia que lo amaba y unos padres que lo cuidaban. Y no podía creer que un ser tan pequeñito fuera mejor que él, y que deseara de todo corazón que fuera feliz. Con una sonrisa el genio aceptó el gesto tan noble del caracol y el hechizo desapareció.
Cuando Karev abrió los ojos se encontró en el palacio de su padre y corrió, y atravesó los jardines y abrazó a sus hermanos y a su madre.
– ¡Pero que te pasa hermano! Nos abrazas como si no nos hubieras visto en años.
– Cientos, miles de años hace que no los veo.
– ¿Pero de qué hablas? Si tan sólo fuiste a dormir la siesta.
– Hijo mío –decía el rey– ¿aún deseas ir a buscar la montaña aquella del genio?
– No, ya no padre.
– ¿Ni si quiera por los mil deseos?
– ¿Para qué padre? Si aquí tengo todo lo que podría querer, los tengo a ustedes y tengo la luna y el sol, tengo la lluvia, las estrellas, el viento … y hasta a un caracol.
Fin

Califica esta entrada

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo