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Por Nataly Boveda Benitez. Cuentos de princesas

Se encontraron un día de fiesta dos niñas princesas. Una mostró con orgullo su bello peinado y vestido, se lo alzó un poco para que la otra viera sus hermosos zapatos, se miró al espejo que colgaba de una de las paredes del palacio y se dijo: Verdad que soy bonita, encontraré hoy el mejor pretendiente para cuando sea adulta poder casarme.

Después se alejó lanzando risas y a cierta distancia miró con desprecio a la princesa Maidelín, esta pensó “Mi vestido no es tan elegante como el suyo, tampoco mis zapatos ni mi peinado, sin embargo, tengo algo que ella no posee, solo hace falta que alguien sepa descubrirlo cuando posea más edad. Ahora únicamente me interesa educarme”.

El principito Rómulo se le acercó y conversaron largo rato. No era tan hermoso como con quien hablaba Yasiela, sin embargo, sus palabras gratas e interesantes sabían cautivar. Así se pasaron largo rato charlando y riendo por lo que llamó la atención de la otra princesa que se acercó y quiso saber por qué se divertían tanto. Rómulo, le contestó que hablaban de temas cotidianos.

—Bien sabía yo, tanta risa, poca sensatez —les dijo Yasiela con ironía y se fue adonde estaba Yoldri y le contó.

—Se han juntado dos tontos; nosotros hablamos de cómo serán nuestras vidas cuando pasen unos años y nos unamos. Ya estamos planeando qué haremos con toda la fortuna que nos legaran nuestros padres —dijo Yoldri con ironía.

Pasaron los años; tanto el padre de Yasiela como el de Yoldri no cuidaron ni aumentaron su fortuna pues la malgastaron a manos llenas en fiestas; en cambio, los de Maidelin y Rómulo, prudentes como sus hijos, se esforzaron todo el tiempo y su prosperidad fue en aumento hasta convertirse en los reyes más prósperos de las comarcas cercanas.

Al cabo del tiempo, se hizo una fiesta. Maidelin y sus padres, junto con los de Rómulo, vistieron de modo sencillo. Yasiela y sus progenitores, Yoldri y los suyos se presentaron con las mejores galas que todavía conservaban.

—Nadie se dará cuenta de nuestros infortunios—le comentó el padre de Yasiela al de Yoldri.

—Quien lo diría, nosotros teníamos tantas riquezas, ahora ante ellos, somos como cualquier cosa —dijo con pesar el padre de Yoldri—. Si Maidelin se fijara en mi hijo, podría cambiar mi suerte.

—Y si se fijara en Rómulo, mi hija Yasiela, también sería distinta la mía —dijo el padre de esta.

Y mientras duró la fiesta se pasaron el tiempo haciendo planes con sus hijos. Mientras tanto, Yasiela asediaba con coqueterías a Rómulo y Yoldri a Maidelin.

—¿Acaso se te olvida con el desprecio que muchas veces me mirabas porque mis padres no tenían tanta fortuna como los tuyos? —le dijo Rómulo a Yasiela, le dio la espalda y fue a donde estaba Maidelin que en ese preciso instante le decía algo parecido a Yoldris.

Ambos jóvenes se alejaron y planearon fijar la fecha de su matrimonio. En público manifestaron su amor que desde hacía tiempo había germinado. Los padres de Yasiela y Yodris quedaron atónitos con la noticia y vieron desmoronadas sus esperanzas.

Yasiela se acercó con desprecio a Maidelin y le dijo algunas frases hirientes, esta solo le recordó aquellas palabras que un día le dijo y le aclaró que no siempre la risa era indicio de poco juicio. Además que desde aquel tiempo Rómulo sentía por ella un sentimiento donde no se mezclaba el interés. Llena de rabia, Yasiela se marchó hasta donde estaba Yoldri, este le contó lo que momentos antes le había dicho Rómulo.

—¿Qué te dijo?

—Que la avaricia no se hermana con el amor, más bien se aparta de él —le contestó Yoldri y fue a donde estaba otra princesa que por su apariencia parecía tener tanta fortuna como Maidelin y dejó plantada a Yasiela quien despechada se alejó.

Desde una esquina del salón, Maidelin y Rómulo hablaron de las banalidades del ser humano. Entre caricias y palabras de amor fueron al jardín donde encontraron a Yasiela solitaria y triste. Sintieron lástima de ella y simularon no verla. Alguien se le acercó y le habló con afecto.

—¿Quién te crees que eres para hablarme así? Insolente, soy una princesa y tú un don nadie —le dijo con desprecio Yasiela.

—Es cierto, soy un don nadie que desde hace tiempo te ha querido y no como Yoldri que mientras pensó que tus padres tenían fortuna, estuvo a tu lado. Pero, ya lo vi coquetear con otra. Puedo ofrecerte algo mejor: El amor.

Yasiela inclinó la cabeza y lloró un buen rato. El joven se quedó frente a ella sin decir una palabra. Al fin, la princesa lo miró a los ojos y leyó en ellos que no mentía. Sintió arrepentimiento y reflexionó en las palabras de él.

—Puedo esperar el tiempo que quieras, mi amor es paciente, si te decides, sabes donde encontrarme —le dijo el joven y ya iba a marcharse cuando la princesa le pidió que se le acercara, lo miró nuevamente. Le pidió disculpas por sus anteriores palabras y se alejó.

Rómulo y Maidelin que habían presenciado la escena, sonrieron satisfechos porque al menos Yasiela, aunque un poco tarde, se dio cuenta que en el amor, no siempre la fortuna tiene que estar presente.

Cada cual tomó su camino y un día Rómulo y Maidelin se encontraron con Yoldris, quién con humildad de los derrotados, les confesó que su matrimonio había sido un fracaso. También con Yasiela que les contó con orgullo de la felicidad que disfrutaba con su esposo, a pesar de que no le había brindado riqueza de reyes, pero sí de sentimientos.

Fin.

Los príncipes es un cuento corto de princesas escrito por Nataly Boveda Benitez.

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