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La ballena del pirata es uno de los cuentos de ballenas de la colección cuentos de piratas de la escritora Susana Solanes para niños a partir de nueve años.

El señor Rudinolfo de Cantré y su ballena Arilinda, se llevaban muy bien. Se habían conocido tres años atrás cuando él viajaba por el Océano Ïndico y decidió hacerse pirata. ¡Ah, pero no era tan fácil la cosa! Por eso al principio no le fue tan bien, hasta que doblando por una isla, se encontró a la ballena y pensó en hacerla socia.

-¡Sí, jefe!- Arilinda entendió perfectamente el plan y le pareció muy bueno porque así ella también se aseguraba una vejez tranquila.

El negocio empezó a prosperar, por decirlo así porque el señor de Cantré era una persona muy fina y culta y nadie podía sospechar que era él quien desvalijaba los barcos de excursiones.

Después cargaba todo lo robado en su barquito y se hacía a la mar. En el camino se encontraba con Arilinda y le tiraba todo a la boca, y ella contenta se lo tragaba. Cuando podían estar en peligro, marchaban juntos a la isla Ricaventura que él se había comprado.

-¡Qué buena idea trabajar con una ballena!- pensaba don Rudinolfo –Así me ahorro combustible- Decía, mientras Arilinda largaba junto a un chorro de agua, anillos, trajes, cajas de seguridad, pianos de cola y autos de carrera, frente a la isla. Allí estaba construyendo su palacio, que por ahora le servía para guardar todo lo que robaba.

Pero un día, después de tres años de enormes ganancias, sucedió algo terrible que puso en peligro la continuación de la sociedad con la ballena. Estaban recolectando todo lo robado en la playa, cuando Rudinolfo vio algo que lo deslumbró. Junto a un microondas y a los botines de fútbol del goleador sudamericano, había una corbata con una perla como prendedor. Pero no era la perla la que lo tenía fascinado, si no la corbata.

En vano la pobre Arilinda seguía tirando en la playa objetos raros y costosos: un ombú enano, dos arañas de cristal con lámparas de bajo consumo, un juego de dormitorio con el gato siamés que dormía sobre la cama y no pudo escaparse a tiempo. A partir de ese momento, ya nada tuvo significación para el señor de Cantré. Sólo vivía para conversar y hacerle mimos a su corbata.

La sacaba a pasear tres veces al día, la bañaba con su espuma favorita y la perfumaba con una loción especial que le había robado a un cantante de rock, muy popular en el polo Norte. La sentaba en sus rodillas cuando desayunaba, la acomodaba en una reposera cuando él tomaba sol en la playa y la invitaba con pororó mientras veía televisión.

Arilinda casi se enferma de tristeza y de indignación. Y la sociedad que habían formado, ¿dónde quedaba? Intentó hacerlo reaccionar de varias formas: haciendo piruetas en el agua para llamar su atención, bailando cumbia de cabeza en la arena o escondiéndole el desodorante que él usaba. Nada resultó. Al contrario, día a día aumentaba su fervor hacia la corbata. Y la ballena, que se había encariñado con el señor Rudinolfo y con la tarea que realizaban juntos, se desesperaba al no encontrar la solución.

Una linda mañana de verano, el señor de Cantré estaba conversando animadamente con la corbata en el balcón de su residencia. En ese momento pasó un avión y entonces ¡sucedió algo asombroso!: la corbata lo vio y partió volando hacia el cielo.

-¡Traidora! Se fue sin siquiera saludarme, después de tantas horas compartidas y de tratarla con el mayor de los cariños- se lamentaba Rudinolfo.

De la corbata, no se supo nada más. El señor de Cantré pasó de la furia, a la angustia y por fin, a la resignación. Una noche, al fin se acordó de su buena amiga Arilinda, que seguía siéndole fiel esperándolo en la costa. Cuando llegó, casi le da un ataque:

-¡Arilinda! ¿Qué hacés en la arena? ¿Cuántos días hace que estás aquí? ¡Qué ingrato que fui, abandonarte cuando fuiste la única que me ayudó en mi vida aventurera. ¡No te mueras, ballenita! Te prometo que nunca más te dejaré sola.

La ballena abrió un solo ojo, porque no tenía fuerzas para abrir los dos y solamente emitió un leve quejido en señal de despedida.

-¡Vamos a volver al mar, Arilinda! Pero ahora devolveremos todo lo robado, porque del mal trago que pasé con esa horrible corbata, saqué algo bueno. Es mejor ser pobre y honrado que pirata. ¡Ayudame, Arilinda! No puedo hacerlo solo.

Estas palabras fueron mágicas para la ballena. Aprovechó una ola enorme que vino hacia la playa y pronto estuvo en el mar otra vez, acompañando a su jefe en esta nueva tarea. Claro que con tanto que habían robado no podían ser muy prolijos. Los ricachones no entendían muy bien qué pasaba: al que le robaron el microondas, le devolvieron los botines del goleador de fútbol, al cantante de rock que triunfaba en el Polo Norte, le mandaron el corsé lleno de lentejuelas de una gordita, al capitán de un crucero por el Pacífico que le habían robado el timón del barco, le devolvieron la peluca pelirroja de una actriz holandesa.

Él volvió a ser quien era antes de convertirse en pirata: Oscarcito Rivarola y a pescar en su barquito por el río Paraná. ¿Y la ballena Arilinda, se preguntarán ustedes? Viaja junto a su jefecito asustando a los camalotes y a los moncholos, y por las noches recalan en alguna isla y recuerdan viejos tiempos. Entonces la ballenita larga un chorro de satisfacción, alto, bien alto, que toma distintos colores con las luces.

Y la gente en la ciudad, cree que son fuegos artificiales.

Fin

La ballena del pirata es uno de los cuentos de ballenas de la colección cuentos de piratas de la escritora Susana Solanes para niños a partir de nueve años.

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