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La alegría de ser un perro 🐶 ¿Qué tenía de malo ser un perro? Esto es lo que ahora me pregunto…

Por Francisco Javier Arias Burgos. Cuentos de perros para niños.

Que más que la alegría de ser un perro: «Todo lo que tenía que hacer era portarme bien, no incomodar a mis queridos amos, no molestar a las visitas ni enojar con ladridos desaforados a los vecinos, jugar, dormir y pasar bueno«. Pero la envidia y la ingratitud le tenían otros planes a este can, que tuvo la mala suerte de poner la pata donde no debía. Un bello cuento con mucho para reflexionar, del escritor colombiano Francisco Javier Arias Burgos, recomendado para niños y niñas en edad escolar.

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La alegría de ser un perro

La alegría de ser un perro - Cuento
Foto de PxHere

Por curiosidad, o porque me sentía aburrido, hice lo que nunca había hecho antes: desobedecer a mis amos, que tan bien me han tratado. ¿Qué hice? Pues cogí la jarra de plata que estaba sobre la mesa de centro de la sala y me puse a jugar con ella. Cosas de perro, creo, porque ellos me tenían juguetes de plástico para que me mantuviera entretenido.

En el momento en que introduje mi pata derecha en la jarra aquella, sentí que me la agarraba algo y la saqué asustado. Y con mi pata salió un humo azul claro que fue tomando la forma de un perro algo más grande que yo.

Guauuuuu -no lo dije yo. Fue la voz de esa figura que salió de la jarra.

Me miró con enojo.

¡Perro tonto! -ladró furioso-. Interrumpes mi siesta de ciento veinte años. ¿Qué es lo que quieres?

No supe responderle. Me quedé petrificado, mirándolo a los ojos con miedo y con mi rabo entre las patas.

Ahora tienes que explicarme la razón de lo que hiciste. ¿Quién te contó de mí? Porque, por si no lo sabes, soy el genio canino más poderoso del mundo. Y, muy a mi pesar, ahora debo concederte un deseo por haberme despertado. Tienes dos minutos para decirme cuál es ese deseo.

¡Qué me ha dicho! Siempre he querido ser humano. No es que me queje de la vida que llevo. Mis amos me tratan bien, especialmente la señora, que me saluda con tanto cariño y me mima, y el señor que todos los días me saca a pasear al parque.

No me faltan ni comida ni cuidados, pero envidio la ropa que se ponen, sus comidas, sus fiestas y las reuniones que hacen con sus amigos, esos que no tengo.

No necesité los dos minutos: se lo dije de una vez.

Quiero ser una persona, como mis amos -le dije entusiasmado.

¿Estás seguro? -me preguntó desafiante-. Piénsalo bien, porque tendrás que aguantar tu nuevo estado por muchos años.

No hay nada que desee más -le respondí.

Dicho y hecho. Desapareció tal como había aparecido y yo me vi como un hombre joven, moreno y algo flaco, sentado en el sofá de la sala, ese en el que me prohibían sentarme.

¿Quién es usted? -oí que me preguntaba mi asustada ama cuando me vio-. Y ¿cómo entró a la casa?

Ni hablar del escándalo que siguió. Gritó, echó mano de un arma de fuego, me conminó a salir de inmediato. Yo salté por la ventana y salí a la carrera, muerto de miedo.

¡Y desnudo!

No sabía qué hacer. Como pude, me escondí en el bosque y esperé hasta que llegó la noche. Aguanté hambre todo el resto del día, me picaron los mosquitos, sentí frío. Salí en medio de la oscuridad y encontré en una bolsa unos pantalones, una camisa y unos zapatos viejos. Con eso me vestí y salí a buscar algo de comida.

Era mi primer día como humano. Al salir el sol, con hambre y desaliento, salí a recorrer las calles del barrio en el que mi amo me paseaba. La gente me miraba con desprecio, rehuían mi compañía, algunos se asustaban. Un niño que iba hacia la escuela, creo, me dio un pedazo de la hamburguesa que iba comiendo, y de un charco dejado por la lluvia de la noche tomé algo de agua. Era humano, sí, pero me comportaba como lo que había sido.

Empezaba a extrañar la comodidad en la que había vivido. Lo duro vino después: dormir en la calle, a la intemperie, rebuscar un pedazo de comida, carecer del cariño que me daban mis amos, el calor de una cama, la ducha semanal.

¿Qué tenía de malo ser un perro? Esto es lo que ahora me pregunto, arrepentido hasta las lágrimas.

Todo lo que tenía que hacer era portarme bien, no incomodar a mis queridos amos, no molestar a las visitas ni enojar con ladridos desaforados a los vecinos, jugar, dormir y pasar bueno. Pensé con tristeza sobre las palabras del genio canino: tendría que esperar muchos años en este nuevo estado.

Pero no podía echarme a morir. Tuve que aprender a ganarme la comida haciendo lo que nunca había hecho: trabajar. Esto era nuevo para mí. Hice mandados, limpié baños, me gané algunos pesos para pagar un humilde alojamiento, pedí limosna. Entendí el significado del verbo sufrir.

Cansado de todo esto, un día resolvía arriesgar mi vida. Volví a la casa de quienes eran mis amados dueños y me colé por la misma ventana por la que había escapado.

Yo conocía muy bien sus hábitos y sabía que a esa hora mi amo estaba en el trabajo y mi ama estaba durmiendo la siesta. Entré calladamente, busqué la jarra que me había puesto en este miserable estado y la manipulé de mil maneras hasta que, con inenarrable descanso, vi salir el mismo humo de la primera vez.

Ya sé lo que quieres -me dijo el genio canino, pero esta vez no estaba enojado. Sonreía de manera burlona-. Volverás a ser un perro, y espero que hayas aprendido la lección. La envidia solo trae desgracias al envidioso, y la ingratitud es imperdonable. Ahora déjame dormir mi siesta.

No tengo palabras para describir la alegría de mis amos al verme de nuevo en la casa.

Fin.

La alegría de ser un perro es un cuento del escritor Francisco Javier Arias Burgos © Todos los derechos reservados.

Sobre Francisco Javier Arias Burgos

Francisco Javier Arias Burgos - Escritor

Francisco Javier Arias Burgos nació el 18 de junio de 1948 y vive en Medellín, cerca al parque del barrio Robledo, comuna siete. Es educador jubilado desde 2013 y le atrae escribir relatos sobre diversos temas.

“Desde que aprendí a leer me enamoré de la compañía de los libros. Me dediqué a escribir después de pensarlo mucho, por el respeto y admiración que les tengo a los escritores y al idioma. Las historias infantiles que he escrito son inspiradas por mi sobrina nieta Raquel, una estrella que espero nos alumbre por muchos años, aunque yo no alcance a verla por mucho tiempo más”.

Francisco ha participado en algunos concursos: “Echame un cuento”, del periódico Q’hubo, Medellín en 100 palabras, Alcaldía de Itagüí, EPM. Ha obtenido dos menciones de honor y un tercer puesto, “pero no ha sido mi culpa, ya que solo busco participar por el gusto de hacerlo”.

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