Por Samuel Gutiérrez Ospina. Cuentos de perros para niños y adolescentes.
"Cariñito Santo" del escritor colombiano Samuel Gutiérrez Ospina explora la capacidad transformadora del amor incondicional encarnado en un peculiar perro callejero. En el Barrio La Selva, el feo pero entrañable Cariño conquista los corazones de una familia, convirtiéndose en el guardián y compañero de sus días. A través de sus travesías y gestos protectores, el relato resalta la pureza de las almas infantiles y la conexión especial entre humanos y animales.
El cuento, redactado con un nivel de complejidad adecuado para lectores de alrededor de 9 a 12 años. La narrativa, aunque emotiva, utiliza un lenguaje accesible y descripciones claras, lo que lo hace apropiado para lectores preadolescentes.
Cariñito santo
La ternura, el amor incondicional, anda por ahí, esperando quien lo acoja, para empezar a dar sus frutos, sobre todo si esos depositarios serán unos niños, porosos como esponjas, que se llenan de inmediato de amor y después lo destilan, para volverse a entrapar, y volver a fluir ese amor recibido. Estoy hablando de Cariño.
Barrio La Selva, nombre altisonante para unos cuantos árboles en crecimiento, en franca competencia con el cemento de calles y ladrillos en casas, pues estaba naciendo una nueva urbanización en una parcela de esa Cali que se extendía hacia el sur. Allá llegó él, una tarde.
Se arrimó al andén (vereda), dio unos pasitos cortos hacia la puerta cerrada, rascó con sus patas cansadas del camino, le abrieron y florecieron las amapolas. Con sus ojitos tiernos miró con dulzura a doña Esperanza y entonces, esa Alma Grande cayó en su red. ¿Qué la flechó?
Era feo el animalito. Un colmillo fuera de base, daba destellos cuando el sol se reflejaba en él. Le sobresalía sobre un pequeño hocico, con su mandíbula inferior algo hacia adelante (prognatismo), unos dientes pequeños y sin ninguna muestra de ferocidad. Su pelo hirsuto, amarillo blancuzco y “churoso” (ensortijado). Su pedigrí, en un cacho de la luna, bien lejano. Había nacido de un cruce de “calle con carrera”. Su raza podría ser, raza "andén" (vereda). Chiquito y feíto, pero era un tapetico de pelo sucio con el letrero: “Bienvenidos a mi corazón”.
Entró, comió, bebió agua y se quedó por mucho tiempo. Llegó a reemplazar a Pocholo, que se había muerto. Doña Esperanza, María Victoria (Toya), y Lida, vivían aún juntas.
Después del matrimonio de María Victoria con este narrador, se quedó en esa casa, ya dueño del corazón de todos los que caían en sus redes. Tres años después ya con Paul y Fabiana a bordo, nos fuimos los cuatro, a un apartamento, después a Palmira, y allá llegó él con sus actuales dueñas.
Conseguimos una casa grande, la cual llamamos “el túnel”, por lo larga. Allí inició él, la conquista de esas almitas puras y a fe que lo logró. Se quedó con ellos y no se fue con doña Esperanza a otra residencia cuando ella partió.
Fue la felicidad de esos chiquillos; salía con ellos al parque y mostraba su colmillo, subiendo un poco los labios de su hocico, gruñendo bajito, con la mirada de reojo de Pedro Navajas, -para que nadie sepa que está mirando-, ante cualquiera que no le generara confianza. Se volvía un dóberman. O así lo veían cuando notaban su "ferocidad" al cuidarlos. Regresaba al juego cumplida su labor de cuidador.
Nos trasladaron para Pasto, y allá fue a parar con nosotros, sus niños y Dorita, -la de los pies de bebe- según Paul. El único "quiltro", o perrito callejero, en toda la historia del “mundo mundial”, viajando en avión, en un huacal y por cuenta de la Empresa alemana-española, el Círculo de Lectores. No merecía menos. En el aeropuerto de Chachagüi, de Pasto, no lo recibieron con bombos y platillos, porque viajaba de incognito, -dada su condición de cero a la izquierda-.
Allí siguió su labor de darle amor a los niños, tanto que un día no soportó quedarse encerrado, mientras Toya llevaba los chicos al colegio acompañada solo de Dorita, y salió raudo, aprovechando un pequeño espacio de la puerta al abrirse. Allá llegaron, los tres, entregaron los pequeños, él moviendo su hermosa cola de lagartija.
Cabizbajo de regreso, se descuidó y sus antenitas de seguridad no funcionaron y lo atropelló una volqueta. Allí quedó su alma, su hermosura de animal. Le salieron alas y voló al cielo de los perritos, después de atravesar el puente del arco Iris. Leyenda según la cual, al morir estos ángeles peludos de cuatro patas, atraviesan ese puente, donde al otro lado, corren, brincan, sanan sus heridas, adquieren de nuevo sus cuerpos renovados, si fueron golpeados, mutilados o murieron con violencia.
Sin estar los niños presentes, pues aún estaban en el colegio, ellas dos lo enterraron en el patio de la vivienda y lo taparon con matas de bellos colores. Vivió con nosotros unos ocho años. Paúl tenía seis y Fabiana tres.
Al regresar los chicos, preguntaron por Cariño al no verlo, pues siempre los recibía a brincos y movimientos de cola, -en eso no era muy original-. Les contestaron recordándoles la historia que les habían contado de cómo llegó, cuál, enviado del cielo a cuidarlos y que allá le dieron otra misión de ir a alegrar otros niños. Simplemente se fue a cumplir con su apostolado. Sembrar cariño, haciendo honor a su nombre. Lo creyeron hasta jóvenes. Y tienen claro su legado. Ser amorosos con los animales, pues ellos vienen a esta tierra a salvarnos de nosotros mismos, de nuestra crueldad -a veces-, hacia ellos.
Paso a ser llamado Cariñito santo, cuando lo recordamos.
Fin.
Cariñito santo es un cuento del escritor Samuel Gutiérrez Ospina © Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin la expresa autorización de su autor. Parte del proyecto "Historias en Yo Mayor".
Sobre Samuel Gutiérrez Ospina
Por jugadas del destino, y en plena violencia política, año 1950, nació en el Puerto de Buenaventura, hijo de un manizalita y una armenita.
«¡Qué bueno ha sido ser porteño!»
El obispo Valencia Cano, quiso tener clero nativo y fue uno de los elegidos para ir al seminario. El sueño duro poco. Terminó el bachillerato y fue a Cali, porque quería licenciarse y ser maestro. Otro deseo fallido.
Sus cuatro hijos son profesores universitarios y de colegio de Bachillerato. Lo lograron por él, para cumplir su deseo. Su esposa da clases de manualidades y él trabaja con chicos como promotor de lectura.
Se graduó en el SENA técnico en Relaciones Industriales, y se dedicó a tender puentes con sus semejantes. Se convirtió en vendedor profesional.
Samuel Gutiérrez Ospina siempre ha estado ligado a los libros y la escritura ha sido una permanente compañera de vida. Caminar, mochiliar, montar bicicleta son sus pasatiempos.
Por su esposa, conoció a Historias en Yo Mayor y fue posible así, contar las historias que ya tenía escritas, y escribir otras.
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