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La princesa remilgosa

La princesa remilgosa. Elizabeth Segoviano, escritora mexicana. Cuentos infantiles. Cuentos de princesas.

A la princesa le regalan lirios, le regalan rosas. Pero la nena no quiere esas cosas, frunce el ceño, se tapa la nariz y hace una pataleta fea, hasta parece una lombriz.

A la princesa le dan perfumes, le dan joyas. Y la niña sólo hace bizcos, luego un puchero, suspira y se va corriendo a esconderse en la cocina ¡se mete hasta en las cacerolas!

A la princesa le llevan un plato de fruta, fresca sandía, relucientes uvas que parecen rubíes, dulcísimos dátiles y bayas de todos los tamaños y colores.

Pero la beba no quiere la fruta, no le importa que sea jugosa y parezca un tesoro sacado de la cueva de Alí Babá. La princesa saca la lengua, dice ¡fuchi, fuchi! Y se va a todo lo que le dan sus piecitos calzados con zapatillas de cristal.

A la princesa le obsequian hermosos vestidos de seda del oriente y mantas bordadas con hilos de plata y de oro traídos en barco desde el otro lado del mundo.

La niña se acerca curiosa, ve las delicadas prendas, la toca… se cruza de brazos, baja la carita… No, en verdad no es lo que ella quiere ahorita. A la puerta de la princesa toca su padre, el rey, viene con un osito de peluche tan alto y robusto como él, y también trae consigo un gran libro de cuentos y una rebanada de pastel.

– Mi princesa remilgosa –dice el rey– no quieres lirios, no quieres rosas, ni quieres perfumes o joyas. Mi princesa remilgosa no desea frutas exóticas, ni vestidos de seda o mantos bordados con plata y oro… ¿Qué será, qué será, lo que puede a la princesa remilgosa alegrar? ¿Será que sólo quieres pasar un rato con tu papá?

La princesa remilgosa se ríe, asiente con la cabeza, se sienta en el regazo de su papá y pasan la tarde leyendo cuentos sentados entre enormes almohadones de suave terciopelo y saboreando pastel y caramelos.

La noche cae ya y el rey arropa a la princesa, le deja el osito de peluche, le besa la frente, la princesa ya no corre ni hace pataletas, no hace fuchi, ni se esconde en las cacerolas, la princesa duerme tranquila con una sonrisa…

– Mi princesa remilgosa -dice el rey– no quiere otra cosa más que ser la princesa de papá.

Fin

©Copyright Elizabeth Segoviano 2012

Todos los derechos reservados

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