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El pájaro de Lucía. Cuentos sobre los sueños

El pájaro de Lucía. Cuentos sobre los sueños

Cuentos sobre los sueños. Cuentos cortos para niños.

La habitación permanecía en penumbras. Un sonido musical, semejante al que producen los cristales rozándose, comenzó a oírse.

Pedrito dormía algo intranquilo, sin embargo aquel misterioso sonido, hizo que despertara sobresaltado. Junto a su habitación, se encontraba la de su hermana Lucía, quien se dedicaba a coleccionar pequeñas piezas de cristal de variados colores y formas Siempre los lustraba y mantenía diariamente, con un brillo resplandeciente. Realmente sus piezas lucían como cristales verdaderamente hermosos con sus delicadas transparencias y suaves colores.

Lucía era una adolescente de doce años que amaba a sus piezas como si tuvieran vida y jamás permitía que nadie las tocara y mucho menos su hermano. Era una chica solitaria, según ella, incomprendida y desde que había nacido su hermano, todo había cambiado. Su padre se desvivía por él, hacía cuanto quería sin que nadie se opusiera a sus caprichos.

Pedro sólo tenía nueve años y su placer mayor consistía en herir a su hermana, haciendo todo aquello que pudiera provocar su ira.

Ese día, mientras Lucía había ido a estudiar con algunos compañeros de clase, a Pedro se le ocurrió robar el caballito de cristal sabiendo que era una de las piezas preferidas de la colección de su hermana. Lo trajo con cuidado y lo escondió en el último cajón de su placard, bien al fondo, para que nadie lo encontrara. Su próximo robo, sería la mariposa azul, cuyas alas tenían un borde dorado, haciendo de aquella pieza junto con el caballito, las más bonitas y también las preferidas de Lucía.

Esa tarde cuando Lucía llegó, dejó sus libros sobre el escritorio y observó sus piezas como siempre, se percató de la falta de una, buscó hasta el cansancio a su caballo, hasta que le surgió en el pensamiento, que su hermano tenía algo que ver con esto y rápidamente se dirigió al cuarto de Pedro…

– Pedro vos lo sacaste ¿Verdad? ¡Lo sacaste! Quiero que me lo devuelvas, ahora, ya-Decía mientras oprimía fuerte el brazo de su hermano y lo sacudía sin lástima – No voy a quedarme sin él. ¡Vas a dármelo ya! ¡Ahora!

– No, soltame, soltame, no seas boba ¿Por qué habría de sacártelo? No me importan esos bichos que no sirven para nada.

Lucía se sintió muy mal, sentía deseos de sacudirlo y de forzarlo a decir la verdad y seguía oprimiendo su brazo, hasta que Pedro empezó a gritar escandalosamente…

– ¡Papá! ¡Mamá! ¡Lucía me quiere pegar!

Lucía sentía que su pecho se abría en dos pedazos; dos cosas le habían dolido mucho, la llegada de su hermano y la desaparición de su caballo, a quien amaba tanto.

Pedro se trataba de cubrir con la manta, bajo la cual se reía en silencio, ante la desesperación de su hermana.

– Lucía – Dijo Pedro – Andate a dormir, no me molestes más, tu caballo querido ya aparecerá.

-¿Cómo? Él no vendrá solo, es imposible, además estoy segura que vos lo escondiste en algún sitio.

– Quién sabe… Quién sabe… – Contestaba Pedro en tono burlón.

Lucía no pudo contenerse, tomó fuerte a su hermano y lo sacudió sin lástima, mientras decía enojada:

– Vos sabés dónde está, quiero que me lo digas ahora ¡Ya!

– Huy…Huy… Me estás pegando ¡Mamá! ¡Papá! ¡Mamáaaa! ¡Papáaaaa! Lucía me está peleando y me va a pegar, yo no le hice nada….

– Gritá, gritá bastante peleador, egoísta, yo nunca te toco tus cosas, dame el caballo ¡Por favor Pedro!

Sobresaltados por los gritos y discusiones de los chicos, papá y mamá que se habían acostado muy cansados por el día de intenso trabajo, aparecieron muy molestos para ver qué sucedía…

– ¿Qué es esto? – Dijo papá – ¿Cómo pueden hacer un escándalo así a estas horas de la noche? ¿Qué es lo que está pasando ahora? Siempre lo mismo.

Era evidente que Pedro no se daba cuenta que en el fondo estaba agrediendo a su hermana, él sólo quería hacerla rabiar un poco, pero esta vez había ido demasiado lejos. Lucía lloraba desconsoladamente, mientras sus padres la consideraban culpable de aquella situación.

– ¡Qué cosa! – Dijo mamá – Semejante grandota, tendría que darte vergüenza una chica de tu edad peleando con su hermano más pequeño y a estas horas de la noche.

– ¡Basta ya! – Dijo papá muy enojado – Esto se terminó, te vas ahora mismo a tu habitación y olvidas esos muñecos, ya estás muy grande para jugar y además te distraen de tus estudios, tendrías que ocuparte más de los libros ¿No te parece? Porque cuando no estás con tus famosos muñecos, estás en la computadora chateando con todo el mundo.

– Pero papá…

– Sin peros, ¡a tu cuarto, ya mismo!

Lucía bajó la cabeza llorando, era evidente que sus padres no la comprendían, siempre estaban trabajando, hubiera querido decirles tantas cosas…

Sin más, se retiró a su cuarto, cerró la puerta, buscó sus piezas de cristal y las depositó sobre su colcha, luego apoyó sus manos sobre ellas como si quisiera abrazarlas a todas y se metió en su cama.

Lloraba y lloraba por lo bajo mientras pensaba…

– ¿Por qué era grande? Siempre esa palabra ¿Por qué había perdido aquel privilegio, de ser ella quien jugaba en la casa? – Sin lugar a dudas, Lucía tenía deseos de jugar, de sentirse niña ¿No lo era?… Que también a ella le fueran permitidas todas aquellas cosas de las cuales hoy disfrutaba su hermano.

Apretó fuertemente aquellas piezas, como si ellas fueran capaces de entenderla y protegerla a un mismo tiempo. Recordaba muchas cosas…

Había esperado a su hermanito con ansiedad e ilusiones, pero también con miedo, miedo porque él le robaría definitivamente su lugar de privilegio en la casa, le sacaría a sus padres. Sin embargo, sentía que un hermano era lo más bueno que había, tener a alguien con quien conversar y compartir muchas cosas. También recordó cómo sus tíos y abuelos se desvivían por el “bebé”, sin darse cuenta de ella que estaba allí, que existía, nadie le prestaba atención, alguna vez había sentido odio por él…

Cuando se sentaba a realizar sus tareas para el colegio, Pedro le quitaba los útiles, le rompía cosas y la molestaba realmente, sus padres le decían siempre que tuviera paciencia, que era sólo un “bebé”.

Él le iba robando el amor de sus padres, el espacio en su casa. Quizá por eso Lucía había dedicado todo su amor hacia a aquellas débiles y frágiles piezas de cristal, ellas eran totalmente suyas y a las que nadie, absolutamente nadie, podía llegar.

Pedro se había dormido escuchando los sollozos de su hermana y pensando…

– Ella es buena, yo no tenía que haberle hecho eso – A pesar que se divertía mucho haciéndola enojar, reconocía que su hermana era la mejor del mundo – Pero en fin… Ya pasó, mañana le devolveré el caballo, le diré la verdad, le contaré todo y que la quiero mucho, mucho.

El ruido de los cristales que lo habían sobresaltado, se hacían cada vez más fuertes, lo sentía allí, en el bolsillo del pijama y no podía detenerlo. Metió su mano cuidadosamente en él y sacó una preciosa mariposa de cristal azul con sus alas bordeadas con un fino hilo dorado. La mariposa se agitaba y aleteaba nerviosa, como si quisiera escapar de su mano. Le producía un cosquilleo tan fuerte, que logró que Pedro la soltara de inmediato al suelo con pena y miedo que al caer se partiera en mil pedazos.

– ¡Pero si es la mariposa de mi hermana! – Exclamó

Por el ventanal del cuarto en penumbras, entraba un agitado viento que sacudía las pesadas cortinas, empujando a la mariposa que ahora ante los ojos de Pedro, se había convertido en un hermoso pájaro azul. Se tambaleaba por el suelo, tratando de mantener con sus alas el equilibrio para no caer, en ese instante aparece el caballito sobre su pequeña plataforma de madera, comenzó a despegar sus patas de ella con dificultad, y trotó hacia la mariposa como queriéndola proteger y brindándole su ayuda. Todo fue inútil, el viento continuó agitando las cortinas, de tal forma que arrojó el caballito al suelo, lo hizo con tanta fuerza, que estalló en veinte mil pedazos, bajo la mirada atónita y afligida de Pedro. En el suelo sólo había quedado un polvo casi transparente que invadía toda su habitación.

– ¡El caballito de mi hermana no puede romperse! ¡No quiero, no, no quiero que se rompa! No quiero…

Los ojos de Pedro no dejaban de mirar al pájaro azul que aún seguía agitando sus alas desesperadamente, revoloteaba con dificultad alrededor del caballito, luchando con las pesadas cortinas que movía el viento y hacían que perdiera el equilibrio.

Ahora a elegir el final que más te guste: hay dos opciones:

Primer final

– ¡Lucía! ¡Lucía! Yo robé tu caballo y el viento lo tiró y lo rompió, lo rompió, no tuve la culpa… ¡Lucía, Lucía!

Lucía despertó sobresaltada con los gritos de su hermano que lloraba desesperadamente en su cuarto. Corrió rápidamente, sin pensar.

– ¡Pedro! ¡Pedrito…Pedri! – Dijo mientras lo sacudía en la cama para que despertara – ¿Qué pasa?

Pedro abrió los ojos y miró a Lucía, nunca había mirado a los ojos de su hermana, ni tampoco se había dado cuenta de los dulces que eran. Ella lo adoraba, había corrido por él.

Se abrazó a Lucía desesperadamente y sollozando le dijo:

– Fui yo Luci, yo te saqué el caballito y también la mariposa azul… no, no, el pájaro azul.

– ¿Qué pájaro Pedro? ¿De qué estás hablando?

– Del pájaro que tiene un borde dorado en las alas.

Lucía miró a su hermano y se echó a reír. – No… Pedri… No es un pájaro, es una mariposa y no me la sacaste, ella está sobre mi cama.

– ¿De veras Lucía?

– Claro que sí.

– Lucía, creí que ese pájaro eras vos y que yo era el caballo que trataba de protegerte del viento, pero éste me atacaba, fue horrible.

– Bueno, ya pasó Pedri, fue sólo una pesadilla – decía Lucía mientras acariciaba la frente humedecida de su hermano – Eso te pasa por pelearme, por mentiroso.

– Lucía te quiero mucho y nunca más voy a tocar tu colección, te lo prometo.

-Yo también te quiero mucho Pedri, lo que pasa es que a veces siento ganas de jugar como vos.

Pedro abrazó a su hermana muy fuerte y le dijo:

– Sabés Luci, yo también a veces tengo ganas de ser grande como vos y poder ir al liceo y tener una colección como la tuya y salir con mis amigos.

Los dos hermanos se abrazaron muy contentos de sentirse amigos de verdad.

No crean que papá y mamá habían permanecido ajenos a lo que estaba ocurriendo, muy por el contrario, se habían acercado sigilosamente y como vieron que los chicos se estaban entendiendo también ellos muy contentos continuaron su sueño interrumpido. Estaban felices, por fin los chicos dejarían de pelear, aunque sólo fuera por una noche, dijo la mamá muy orgullosa

– Viste Jorge, Lucía está aprendiendo a crecer.

Y sin que los chicos se dieran cuenta que ellos habían estado allí, se marcharon en silencio a su cuarto.

Fin 1

Segundo final

– ¡Lucía! ¡Lucía! Yo robé tu caballo y el viento lo tiró y lo rompió, lo rompió, no tuve la culpa… ¡Lucía, Lucía!

Lucía despertó sobresaltada con los gritos de su hermano que lloraba desesperadamente en su cuarto. Corrió rápidamente, sin pensar.

Ya pasó Pedrito, ya pasó, fue sólo una pesadilla – decía Lucía mientras acomodaba hacia atrás el cabello de su hermano. Trataba de calmarlo.

– Pero fui yo, Lucía, fui yo.

– Ya lo sé, yo ya me lo imaginaba, pero dejaste que papá y mamá me rezongaran y que a vos te encontraran inocente, estuviste muy mal, siempre llevo la culpa de todo en esta casa. Pero está bien, ya pasó, quiero que te calmes.

– ¿Me perdonás?

– Sí, sí, te perdono, pero ¿Me prometés que nunca más me darás este susto? ¿Que nunca más pondrás tus manos en mi colección?

– Te lo prometo ¿pero puedo mirarlos y tocarlos alguna vez?

– Sí, pero sólo cuando yo te de permiso y tendrás que cuidarlas muy bien. ¿Sabés Pedro? Creo que entendí algo.

– ¿Algo?

– Sí entendí que sólo sos un niño que quiere jugar a ser grande y no lo sos, y que yo estoy intentando crecer y no puedo.

Pedro no comprendía nada. Se levantó, tomó de entre las ropas del último cajón del placard, aquel famoso caballito y lo devolvió a su hermana que satisfecha lo apretó cuidadosamente entre sus manos. Los dos se miraron sonrientes y felices. Pedro vio como Lucía se marchaba a su cuarto, suspiró hondo y se quedó dormido profundamente…

Amanecía, Lucía sintió que su colección podía romperse sobre la cama y tomó una por una con mucho cuidado y las depositó en la repisa. No imaginan cual fue su asombro, al notar que la mariposa azul había desaparecido. En ese instante, le pareció oír un ruido entre las ramas de los árboles, era un aleteo extraño. Se acercó a la ventana que estaba entreabierta y miró al jardín…

Allí entre los pequeños árboles, volaba un pájaro que parecía de cristal azul y tenía un borde dorado en sus alas. Lo observó hasta que se fue alejando lentamente entre las ramas. Lucía se sonrió, volvió a la cama y se durmió placidamente. Su mariposa azul, o mejor dicho su pájaro azul, estaba aprendiendo a volar.

Fin 2

Autora: Sunilda Angelero Regusci – Registrado en la Biblioteca Nal. como Zunilda Borsani

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