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El oso del abuelo

El oso del abuelo. Neil Reed. Cuento perteneciente al Proyecto Cuentos para Crecer. Cuento infantil de juguetes. Cuentos de niñas

Era la primera vez que Ruth se quedaba sola en casa de su abuelo. Dormía en la habitación que el abuelo tenía cuando era pequeño, pero ahora el cuarto parecía muy vacío.

Ruth lamentaba no haberse llevado algunos de sus juguetes. No tenía ninguno para jugar y además no le gustaba estar sola a oscuras. Pero pronto se le cerraron los ojos y se durmió enseguida.

De repente, Ruth oyó un ruido y abrió los ojos. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas e iluminaba un armario abierto. Ruth no se había fijado nunca en aquel armario.

Entre las telarañas, Ruth atisbó unas formas raras y polvorientas: una vieja raqueta de tenis, un tambor… un y un paquete envuelto en papel de embalaje suave y adornado con una cinta roja. Ruth cogió el paquete. Le costó un poco deshacer el lazo, pero dentro le aguardaba una maravillosa sorpresa.

Era un osito de peluche. Tenía una oreja medio descosida y el pelo gasto en algunas partes del cuerpo, pero era del mismo color marrón cálido y bonito del papel de embalaje y le brillaban los ojos. «Parece que esté vivo», pensó Ruth.

De pronto, notó que el osito se movía en sus brazos, y entonces se puso a hablar. Ruth no dejaba de mirarlo

—¡Hola, Ruth! —dijo el osito—. Yo era el oso de tu abuelo cuando era un niño. Pero creció y, como ya no quería jugar conmigo, me guardó en el armario. Desde entonces jamás había salido de él.

—Me alegro de haberte encontrado —dijo Ruth, sonriendo—. Ahora tendré a alguien con quien jugar.

Y se acercó para abrazarlo. Cuando su mano tocó el pelo del osito, Ruth notó un extraño cosquilleo. Y de repente, una ráfaga de viento se la llevó volando por los aires.

—¡Agárrate, vamos a subir más alto! —dijo el osito, mientras volaban por encima de los campos y del mar iluminado por la luna. Ruth no paraba de reír. Pero pronto terminó el viaje.

Ruth y el osito regresaron flotando a la Tierra y entraron por una ventana abierta. La habitación le resultaba muy familiar… pero ¡nunca había visto unos juguetes como aquéllos! Eran un poco anticuados, pero estaban relucientes y parecían nuevos.

—¡Te voy a presentar a mis amigos! —dijo el osito. El osito le presentó los demás juguetes. El muñeco de la caja de sorpresas le dio un buen susto a Ruth.

—Y éste es el capitán Elegante —dijo, orgulloso, el osito.

—¡A tus órdenes! —dijo un soldado muy alto, de bigote negro y reluciente

—. ¿Queréis desfilar con nosotros?

—¡Oh, sí, gracias! —respondió Ruth, y ambos se colocaron detrás del último soldadito.

Todos avanzaron marcando el paso y moviendo los brazos. ¡Ruth se lo estaba pasando en grande! De pronto vieron un reluciente tren de juguete.

—¡Vamos, Ruth! —exclamó el osito—. ¡Yo seré el jefe de estación y tú puedes ser la maquinista!

Todos se montaron y el tren se puso en marcha y recorrió toda la habitación, pasando por debajo de la mesa, y por delante de la casa de muñecas.

– ¡Qué viaje tan divertido! —¡Qué viaje tan fantástico! —exclamó Ruth cuando el tren se detuvo.

Entonces algo la tumbó al suelo.

—¡Cuidado! —dijo el osito, enfadado—. ¡Este perro necesita una lección de buenos modales!

El perrito Tomasito se había subido a Ruth y la lamía moviendo la cola.

—¡Basta! —dijo Ruth riéndose—. Me estás llenando de babas. Y le hizo cosquillas hasta que el perro se apartó.

—¡Y ahora te presento a la señorita Rita! —dijo el osito. La bella muñeca de porcelana hizo una reverencia y preguntó con voz dulce:

—¿Quieres bailar conmigo, Ruth?

Una música suave sonó en la habitación y Ruth y la señorita Rita bailaron un vals muy elegante. Ruth estaba todavía dando vueltas y flotando, cuando notó un pellizco en la oreja. Era el mono Tobías.

—Ahora juega conmigo —dijo, subiéndose a un dado de rompecabezas.

—¡Qué descarado! —dijo Ruth y lo persiguió por la habitación.

Pero llegó la hora de irse. Ruth se despidió de todos sus nuevos amigos y les dio las gracias por aquella noche tan especial.

—¡Adiós! —respondieron los juguetes.

Luego, cogiéndose de la mano y de la pata, Ruth y el osito regresaron a casa volando.

—¡Vaya, Ruth, has encontrado mi oso! —dijo su abuelo a la mañana siguiente—. Creía que lo había perdido hace mucho tiempo.

Ruth sonrió.

—Ahora también es mi amigo —dijo—. Es mi osito mágico.

Fin

El oso del abuelo Barcelona, Editorial Juventud, 2005

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