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¿Papá Noel existe? Preguntáselo al niño que fuiste. Un recuerdo de cuando eras más feliz, más inocente, más todo…

Por Liana Castello. Cuentos de Navidad

Y esto va para cada uno de nuestros lectores jóvenes y adultos: ¿Papá Noel existe? Porque estoy seguro de que, si le preguntamos a un niño, no va a dudar en afirmar que sí existe. Entonces, ¿qué nos hace dudar?, ¿por qué perdemos tan fácilmente la inocencia que, seguramente todos, seguimos llevando adentro? Es así que el maravilloso cuento «Papá Noel existe» de la escritora argentina Liana Castello, nos da algunas razones para seguir creyendo, para afirmarlo sin dudar, por lo menos, enfrente de un niño 😁.

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Papá Noel existe

Papá Noel existe - Cuento navideño

– «No, no es una expresión de deseo ni lo digo porque algún gurrumín ande cerca. Papá Noel existe y, hasta te diría, es fácil comprobarlo».

– «Dejate de chiquilinadas, ¿qué querés lograr con esto?… ¡¿llamar la atención?!, si es así, ¡¡¡te doy la razón y listo!!!».

– «Te lo digo en serio, vos me conocés…».

– «Justamente porque te conozco…».

El bar era el mismo, un café y una cerveza -¡ojo que el maní viene con la cerveza!- (no podía faltar), la charla era como otras, también la propina y hasta el descredito eran similares. Nunca podía hacer un comentario en serio y que los demás lo tomaran en serio.

Y al decir los demás, no me refiero sólo a conocidos, no, también pasaba con quienes empezaba a conocer. Tal vez tendría que aprender de una vez por todas, que a la gente le gusta escuchar lo que sabe, o lo que quiere escuchar.

La tarde se alejaba cansada de tanto calor mientras una brisa, que pretendía ser fresca, apenas movía las hojas de los árboles. Seguro que en el campo se respiraría mejor, al menos la sensación de que el horizonte está más lejos…

-¿Me gustaría vivir en el campo? Claro que en el mar también, el clima sería otro… ¡y estaba el mar!… y el horizonte también estaba lejos.- Pero las costumbres son anclas de las ganas y los deseos, y suelen ser resistentes a los embates del viento de cambio, lamentablemente. – Otro ambiente ¿lo haría diferente?, más verde tal vez.

Por cierto, estaban faltando árboles en la ciudad.- Árboles de verdad y los pinos de Navidad, esos que antes decoraban los comercios, las plazas y que tratábamos de espiar dentro de cada casa a ver quien había armado uno más lindo que el propio…

– «¿Por qué siempre me tengo que ir por la ramas?» -me dije, y ahí nomás… ¡nuevamente el árbol!…

Ya en casa, a terminar con los preparativos para mañana. El 24 volvíamos a pasarlo en casa y estaba bueno, muy bueno. En especial porque en nuestro hogar realmente nos gusta festejar.

Es diferente a lo que se vive en el resto de la ciudad… Está triste la ciudad.
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Como todos los años, la casa vestía de un impecable verde y rojo, algunos toques de dorado, un hermoso aire festivo y olor a cosas ricas.

Estaba todo preparado para recibir a los invitados, mi mujer echó una nueva mirada, acomodó los últimos almohadones y se miró al espejo. Todo tenía que estar impecable.

– «¡Chicos, quédense quietos y no toquen nada que ya llegan los invitados!».

Los adornos, abundan en cada rincón y en especial, uno en cada rama del árbol de más de dos metros de altura. Colocados estratégicamente, los más chicos arriba y los más grandes debajo, respetando un orden para que no se superpongan los del mismo formato o color.

– «Fijate que si colocás una campanita roja acá, al lado tiene que ir una estrella o una esfera dorada…».

Por supuesto, no podía faltar uno nuevo para estrenar esa Navidad y ubicarlo donde todos pudieran verlo. Siempre alguien lo notaba.

– «¡Qué hermoso que está todo!, Ay ¿ese angelito es nuevo, no?»- se pagó sólo.

Yo controlaba que la música estuviese preparada, la bebida, el hielo, los tragos especiales (para esta ocasión un trago corto de vino blanco y maracuyá… ¡espectacular!) y la comida en una impecable mise en place. Todo listo. Pero este año también tenía la cabeza ocupada en otras cosas.

Como siempre, debíamos sorprender a los invitados. El esmero por hacer cosas diferentes, algo con lo cual agasajarlos siempre fue una de las cosas más hermosas de las fiestas. Los elogios, las caras de sorpresa, los mmmmm ¡¡qué rico!!, o los ¡da gusto venir a tu casa, siempre nos sorprenden, muchas gracias!, los cumplidos siempre fueron (son) bienvenidos, pero el placer, el verdadero placer, nunca fueron los halagos, sino el saber que cada uno que vino, lo pasó bien, quiere volver…, las caras de sorpresa, de satisfacción… el mejor regalo de Navidad.

El trabajo es mucho y empieza el 8 de diciembre con el armado del arbolito. Los preparativos, pensar alternativas para comer o de tomar, crear algo diferente, la mesa, la casa limpia, la comida en orden, las bebidas frías, el jardín, el gazebo, las luces, las velas (que otra vez tendremos que ver cómo hacer para que se mantengan prendidas), la música… todo preparado para que nuestros invitados se sientan lo mejor posible… Si, en nuestra casa se respira Navidad. Se nota.

– «¡Chicos, tocaron el timbre ¿quién va a abrir?!».

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La noche transcurría tranquila, en paz, el espíritu navideño había invadido la casa como otros años.

El clima no era agobiante y el jardín lo hacía aún más agradable, además el verde no estaba decorado. Nuevamente pasó por mi mente el hecho de no vivir en la ciudad, de lo lindo del campo, del mar de…

– Ahora me acuerdo de que quería explicar lo de Papá Noel…-.

– «¿En qué estás pensando?» -tiró de golpe mi viejo.

– «¿Te acordás, hace unos años, cuando los chicos eran más chicos… una conversación que habíamos tenido en tu casa para Navidad?» – le dije.

– «¿…?».

Intenté entonces con algo que le diera al menos una remota posibilidad de saber de qué estaba hablando.

– «Hace unos años, estábamos reunidos en tu casa para una Navidad y salió el tema de si Papá Noel existía o no, ¿te acordás?».

– «¡Cómo no acordarme!» -me sorprendió.- «¡No siempre uno puede presenciar a alguien –y en este caso a mi propio hijo- tratando de defender lo indefendible! Igualmente, quedate tranquilo que no se lo conté a nadie y a pesar de eso te sigo queriendo» -quedaba claro de quién saqué la ironía fina.

– «Como prefieras, pero si querés, puedo demostrarte que Papá Noel existe» -le dije y me quedé sin que se me moviera ningún músculo de la cara.

La conversación se mantenía en armonía y al mismo tono, pero el silencio se apoderó de los invitados como por arte de magia. Tuve la impresión de que se presentaba una oportunidad para demostrar (me) que no siempre hablaba en broma.

– «¡No me asustes, recordá que yo soy tu papá y lo fui durante toda tu infancia!» -quedaba demostrado que los genes también pueden ser culpables.

– «Dame una oportunidad, trata de entenderme… y en todo caso, y si quedaran dudas…» -decididamente hasta los chicos dejaron de jugar para escuchar.

Aún faltaba más de media hora para medianoche. Por un momento me dije -¿y eso qué tiene que ver, qué tiene de importante?- pero era preferible decirlo antes de que los cohetes y las luces interrumpieran mi relato.

– «Para empezar, tenemos que tratar de olvidarnos por un rato de los preconceptos y de la experiencia de Papá Noel que tenemos…» -estas palabras me sirvieron para que algunos fruncieran la frente y achicaran los ojitos como japonés para entender mejor, y otros abrieran los ojos preocupados por mi salud.

Así que decidí no generar expectativas con el silencio y darle prisa a los argumentos.

– «La historia de Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, Viejito Pascuero o Colacho, creo que la conocemos todos…» -definitivamente había captado la atención de todos y la preocupación de cada vez más escuchas- «¡¡¡Gracias Wikipedia por brindarme información!!!» -dije rápidamente mirando al cielo, como si ese fuera el lugar donde se esconde Wikipedia y conociendo los efectos que causaría: por un lado todos, incluidos los más chicos y los más viejos, comprendieron que venía en serio y al menos me había dedicado a investigar un poco.

Por otra parte, me aseguraba que no iban a interrumpirme con otras interpretaciones. -¡Buena jugada! –me envalentoné internamente como si eso fuera digno de orgullo.

– «Dejemos algo claro, voy a abordar el tema desde diferentes puntos de vista» -parecía que hasta los mosquitos habían dejado de hacer ruido.

Entonces, hice un silencio, un pequeño largo silencio que disfruté muchísimo, estaba generando expectativas. Ahora tenía que esforzarme por cubrirlas.

– «En primer lugar, podemos abordar el tema desde la sabiduría popular, que –era una forma de atajar los comentarios destructivos- podemos o no darle importancia pero siempre tiene una gran dosis de verdad…» -vi de reojo a mi viejo como le brillaban sus ojitos sabiendo lo que yo iba a decir…, pero, si bien él me conoce desde toda mi vida… yo a él lo conozco desde que nací.- «Nadie puede negar que ‘los niños dicen siempre la verdad'»- dije sin pausa, y sin pausa también, me respondió: «¡También los borrachos!».

– «Bien, entonces tengo dos puntos a favor» -respondí levantando mi copa y sin casi dejarle terminar la frase.

Como en algunas artes marciales, aproveché la fuerza del contrincante a mi favor, lo que comprobaba con alguna mirada y risita tímida.

Quedaba claro que no resultaría fácil.

– «Si los niños no mienten… Todos conocemos por lo menos a un niño, o recordamos cuando lo éramos, que haya visto a Papá Noel».

Sabía que este no era mi mejor argumento, por eso seguí rápidamente con:

– «Claro que no me refiero a esos Papás Noeles que, con treinta y pico de grados, lejos de transmitir alegría, transmiten compasión por lo ingrato del trabajo. ¡Vos querés una pelota y yo quiero aire acondicionado!, se me ocurrió como respuesta apropiada al nene que estaba en la rodilla del falso barbudo en un sillón del shopping».

Alguna risita de aprobación conseguí, pero ojo que eso atentaba contra «mi seriedad». Tenía que continuar lo antes posible, había captado la atención y eso era invaluable.

Ya había pasado un tiempo considerable sin interrupciones, todo un logro que no llegaba a entrar en el Guinnes, pero que era alentador.

Ahora venía la parte que esperaba, y para la que me sentía preparado: tener que salir a responder.

Desconozco los motivos, pero cuando algo no está dentro de nuestros parámetros de conocimiento o entendimiento, las personas grandes salimos a agredir con preguntas para incomodar o para demostrar (nos) cuán inteligentes, sabiondos o astutos somos. No se los motivos, pero si que pasa, y también estaba atento a eso.

El primero fue un sobrino, se me ocurre que más que para denostar, lo hizo para encontrar razones para continuar creyendo. Es un momento muy desagradable cuando nos dicen que NO EXISTE. Es como obtener una maestría que no quisimos hacer. Por un lado nos sentimos GRANDES y por el otro pensamos «No es verdad, Papá Noel existe, yo lo vi, yo se que existe».

A partir de ese momento caminamos por la vida como si la verdad de la milanesa nos hubiese sido revelada, con la frente alta y el paso firme, como si nos hubiésemos recibido de adultos. Pero más tristes.

Todos, en mayor o menor medida, seguramente recordemos la angustia que vivimos a partir de ese momento. «¡Sabíamos algo que otros aún no sabían y eso nos hacía más importantes!». Aunque, seguramente, hubiésemos preferido nunca haberlo sabido… no se, digo yo.

En definitiva fue mi sobrino quien atacó con un:

– «¡Je! ¿Y cómo hace para hace para repartir tantos regalos en unas pocas horas, ehh?».

Formuló la primera pregunta que esperaba, no me había equivocado. Tenía varios lugares de donde agarrarme para responder, pero especulé nuevamente en la investigación del tema y lancé:

– «¿Supongo que estarás al tanto de todo lo relativo a los diferentes tiempos que se pueden suceder en el mismo espacio de tiempo?».

Un síndrome caricaturesco atacó la cara de mi sobrino -y la de algún otro presente- que quedó con los ojos desorbitados y la boca abierta.

Aproveché ese momento para que, antes de que alguno quisiera meter baza, continuar con:

– «Para explicártelo mejor, pensá, por ejemplo, que la esperanza de vida de una tortuga en su hábitat natural» -terminología que me permitía seguir con el halo investigador- «tiene un promedio de entre 150 y 200 años, en cambio, hay insectos que viven sólo un día…».-

Ya había logrado nuevamente la atención de todos.

– «… para ese insecto, que se mueve a altísima velocidad y que toda su vida pasa en 24 horas, posiblemente la tortuga sea algo inmóvil ¿no?…» –nunca iba a decir que esa idea la saqué de un diálogo entre Jim West y Artemio Gordón en la serie de Wild, Wild, West, porque le quitaría credibilidad… aunque realmente me servía como ejemplo.- «…esto, visto desde el lado de la tortuga, haría que por la velocidad del insecto pasara desapercibido para la tortuga».

– «Si no, pensá en algo que se mueve a una velocidad muy superior a la tuya, lo habrás visto en algún súperheroe como Flash o Súperman, pueden pasar tan rápido junto a vos que ni lo notás… -Eso tiene que ver con lo que te decía de los diferentes tiempos que transcurren en el mismo espacio tiempo…».-

Las miradas estaban entre sorprendidas y atónitas.

– «…eso es lo que creo también explica qué pasa con algunas cosas que no comprendemos, por no estar al alcance de nuestra vista…» -la atención era completa y atrás había quedado la idea de «con qué boludez vendrá ahora».

Presentar algo que no habían pensado me daba crédito.

Mi sobrino iba a hacer otra pregunta y mi hermano lo frenó:

– «¡Pará, pará, dejalo seguir!».

– «Tenemos la experiencia, la costumbre, el hábito de creer sólo aquello que vemos…» -continué- «…’ver para creer’ dice el dicho y lo tomamos, como tantas otras, como una verdad absoluta».

– «Pero entonces, ¿los ciegos no pueden creer?, ¿por qué confiamos en nuestra vista más que en nuestros otros sentidos?, ¿qué hizo que la vista pase a ser el principal sentido?, ¿en qué parte de la historia de la humanidad sucedió eso?».

– «Lo que escuchamos, lo que olemos, lo que degustamos, lo que tocamos… ¿no dejan recuerdos para siempre?» -dejé unos segundos para que cada cual recorriera sus propios recuerdos.-

– «El olor a mate cocido del colegio o las tostadas del domingo; la lluvia fría de las mañanas de invierno o la piel de gallina al rozar el brazo de la chica que te gustaba, esos recuerdos ¿no valen, son menos importantes?, las galletas de miel de la abuela o el tarareo de mamá al acostarnos ¿son menos verosímiles? No, evidentemente no. Hay mil ejemplos, incluso que van mucho más allá de los sentidos que podemos tomar como más creíbles» -seguí cada vez más convencido.

– «Lo que sucede es que cuesta creer en aquello, que nunca vimos, y que de alguna manera sabemos que no es verdad» -comentó mi otro hermano.

– «Esa es la trampa. Seguro que es así, estoy totalmente de acuerdo con vos, pero digo que es ‘por costumbre’. Pero para entender tenemos que dejar de guiarnos por los paradigmas de siempre…».

– «¿Podemos ver a Dios…? no, ¡creemos en Él!» -el ejemplo servía por sí solo pero tenía la desventaja de que podía encubrir un diálogo que me apartara de mis intenciones, por eso provoqué con- «pero… para no poner este ejemplo, te pregunto ¿existe el amor?, ¿alguna vez ‘viste’ al amor?, ¿y qué pasa con la felicidad?, ¿de qué color es, qué forma y qué tamaño tiene?».

– «Podemos asegurar que existe el amor, la felicidad, la alegría, el dolor aunque no lo hayamos visto… ¿por qué?… porque lo sentimos, no lo vemos, ¡lo sentimos!!!, esa es la clave».

Se notaba en las miradas que cada uno estaba evaluando su propia experiencia. Una pequeñísima pausa y apuré el relato porque iban a ser las doce. Ya estaban todos los regalitos en el árbol, un hermoso árbol de más de dos metros de altura, que tenía un adorno en cada rama, un adorno nuevo cada año y que hacía muchos años era el emblema de la Navidad en casa.

– «Vuelvo sobre lo que comentaba al principio ‘tememos que olvidarnos de los preconceptos y de la idea de Papá Noel que tenemos’. No es ese clon de la gaseosa que está fuera de temporada en nuestras latitudes. No viene con renos, aunque está bien que le dejemos un vaso de leche y unas galletitas. No entra por la chimenea, porque en casa no hay chimenea. Eso tiene que ver con una leyenda, eso tiene que ver con una tradición heredada, no con el espíritu de la Navidad«.

– «Festejamos el nacimiento del niñito Dios un 24, ¡pero el año nuevo de la cristiandad siete días después!».

– «¿Sabés qué pasa?, Nos olvidamos en realidad qué es lo importante, los regalos son algo… comercial… lo importante es el espíritu, ese que cada vez está más desvalorizado».

– «Sabés algo, Papá Noel existe, preguntale a cualquier chico, preguntáselo al chico que fuiste, el tema es que, cuando dejás de creer, cuando ‘te recibís de adulto’ que ya no cree, en ese momento, en ese preciso instante, Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás… pasa a ser sólo un recuerdo de tu infancia, un recuerdo de cuando eras más feliz, más inocente, más… más todo…».
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En ese momento se empezaron a escuchar algunos cohetes y a iluminarse el cielo con fuegos artificiales. Se descorcharon champañas y sidras, brindamos mirándonos a los ojos y deseándonos felicidad y buenos augurios. Hicimos un brindis a la luna por quien ya no está, por quien está lejos o por quien quisiéramos que esté. Y de repente- «¡¡¡llegó Papá Noel!!!» –gritó mi hermano, que era el encargado de repartir los regalos, entusiasmando en especial a los más chicos.

Uno por uno se fueron entregando, una por una eran las caritas de felicidad. Los más chiquitos recibían con total felicidad, quienes más lo disfrutaban, los chicos más grandes, los que estaban «avivados» tenían una felicidad de acuerdo a si era lo que esperaban o no. Los grandes… los grandes hacíamos otras evaluaciones.

– «¡Qué buena esa remera! Probátela a ver si te queda bien, si no se puede cambiar con la bolsita».

– «¡Qué bueno este perfume! Es justo el que había pedido».

En el arbolito había quedado un regalito para mi ahijada, la más chica de la familia. Los ojitos le brillaban más que nunca, se agarró al peluche y lo abrazo con toda su fuerza y no se despego de él durante toda la noche.
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En casa festejamos la Navidad, hay un hermoso espíritu navideño. Y les juro que por más que todos los dedos me señalen, no fui yo quien compró ese peluche.

Fin.

Papá Noel existe es uno de los cuentos de la escritora Liana Castello © Todos los derechos reservados.

Sobre Liana Castello

Liana Castello - Escritora

«Nací en Argentina, en la Ciudad de Buenos Aires. Estoy casada y tengo dos hijos varones. Siempre me gustó escribir y lo hice desde pequeña, pero recién en el año 2007 decidí a hacerlo profesionalmente. Desde esa fecha escribo cuentos tanto infantiles, como para adultos.»

Liana Castello fue, durante varios años, Directora de Contenidos de este portal. Junto con EnCuentos, recibió la Bandera de la Paz de Nicolás Roerich y se convirtió en 2011 en Embajadora de la Paz en Argentina.

Si quiere conocer más sobre Liana, puede leer su biografía Aquí.

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