Por Elizabeth Segoviano. Cuentos de Navidad para reflexionar
Si estás buscando historias tristes de Navidad, Diciembre estaba triste es uno de los cuentos de navidad para reflexionar que comienza con el último mes del año desanimado y decaído, pero que sin embargo, algunas situaciones le hacen recuperar las esperanzas y la alegría. Es una historia de la escritora mexicana Elizabeth Segoviano. Cuento sugerido para niños a partir de ocho años.
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Diciembre estaba triste
El mes de noviembre comenzaba a alejarse ya, con sus divertidos disfraces de brujas y tiñendo las banquetas con follaje multicolor, para que Diciembre se sintiera bienvenido y juguetón. Pero el último mes del año no quería llegar con bombos y platillos, ni deseaba ser estridente o vestirse de luces titilantes. Diciembre estaba algo triste y temeroso, porque ser el mes que trae la Navidad no es nada sencillo.
Diciembre quería sentirse como antes, humilde, sencillo, alegre, feliz. Anhelaba las fiestas de antes en las que una taza de humeante y aromático ponche podían llenar el alma de calidez y dibujar una sonrisa. Aquellas fiestas en las que adornar el pino de Navidad y romper una piñata llena de fruta y dulces era más que suficiente para ser feliz...
¡Qué tiempos aquellos!
Ahora todo era diferente, ahora al llegar diciembre la gente abarrota los centros comerciales para comprar cosas que nadie necesita...
Y los niños, los niños ya no creen en Santa Claus y no saben de qué se trata realmente la Navidad. Tan solo quieren regalos y más regalos que terminan en el botadero y ya.
Por eso Diciembre estaba triste, porque ya casi nadie recordaba que debíamos celebrar el nacimiento de nuestro salvador. Y dar gracias por nuestras familias y amigos y reflexionar en lo afortunados que podemos ser si tenemos la suerte de compartir la cena con nuestros seres queridos en completa paz.
Diciembre quería ser como antes, pero no podía. Diciembre quería detener el calendario, o gritar al mundo entero que se detuviera a pensar lo que realmente era la Navidad... Aunque eso no era posible, el tiempo no espera a nadie y debe seguir su curso.
Entonces Diciembre decidió cerrar los ojos y tratar de pasar los días encerrado en sus recuerdos. De hecho diciembre cerró los ojos tan pero tan fuerte que empezó a nevar como nunca había nevado.
Fue en aquel silencio que Diciembre empezó a escuchar un sonido peculiar. Sonaba conocido, pero no podía recordar que era. Sonaba a un tintineo o una voz, sonaba como un timbre y una canción, le hacía cosquillas en las orejas, y sintió mucha curiosidad.
Decidió abrir los ojos, primero el derecho y luego el izquierdo.
Pero había nevado tanto que ni el propio Diciembre podía ver más allá de su nariz. Y tuvo que frotar sus manos y decir unas cuantas palabras mágicas (que no puedo repetir porque podrían causar un incidente climatológico) para que dejara de nevar y saliera un poco el sol.
Detrás de la cortina de espesos copos de nieve y neblina por fin encontró el sonido que tanta curiosidad le había causado.
Provenía de una campanilla de cristal en las manos de un niño que jugaba en su habitación con la ventana abierta.
Diciembre se quedó un rato observando al pequeño. Su casa tenía un hermoso pino decorado con esferas, flores y moños. Debajo de él no había regalos, pero en la cocina la mamá del pequeño estaba haciendo postres y la calle entera olía a galletas, fruta y canela.
Y el curioso mes decidió meterse en la casa como si fuera una sombra o un fantasma bueno. Como un huésped que llega de sorpresa y se enteró de que no había elegantes regalos en la casa. Ni una docena de juguetes para el niño que se llamaba Oli porque le había rogado a sus padres que en vez de regalos le dieran dinero. O ayuda al refugio de animales del que hacía apenas unas cuantas semanas él había adoptado un perrito llamado Zorro (porque su pelaje era rojizo y en realidad era un cachorro muy astuto).
Un perrito llamado Zorro
El niño había pensado que si Zorro iba a pasar una Navidad feliz, calentito, con la barriguita llena y con muchos mimos. Quería que los demás animalitos también tuvieran una mantita abrigadora y un plato de comida rica y abundante. Y los padres de Oli se conmovieron tanto con la petición de su niño, que gustosos ayudaron al refugio en vez de comprar un montón de regalos.
Oli estaba feliz con su Zorro y su pino navideño y ansioso de probar la deliciosa cena que su mamá estaba cocinando, y su corazoncito puro de niño rebosaba bondad y magia. Aquello había inspirado profundamente al mes de diciembre, que ya no estaba triste.
Así que volvió a frotar sus manos y dijo otras cuantas palabras mágicas (que sigo sin poder repetir porque son palabras secretas que solo Diciembre sabe pronunciar y escribir). Y el sonido de la campanita con la que jugaba Oli comenzó a tocar las notas que vibraban en su corazón... y en las del corazón de Zorro. Y el viento invernal llevó las notas por todo el mundo inspirando actos buenos y lindos, esparciendo palabras bellas y amables y sueños de paz.
Así, poco a poco cientos de personas en todo el planeta parecían salir de sus pequeños mundos y volvían a recordar la esencia de la Navidad. Y recordaban el ejemplo de nuestro salvador.
Y Diciembre volvió a sentirse orgulloso, porque gracias a Oli y Zorro él había recuperado la esperanza en las personas, y había recordado que no hay mejor momento para la esperanza que el día de Navidad. Cerró los ojos pero esta vez para escuchar las numerosas notas armoniosas que salían de los corazones de la gente y se puso a soñar que el tiempo corría despacito y la Navidad podía durar más.
Fin.
Diciembre estaba triste es un cuento de la escritora Elizabeth Segoviano © Todos los Derechos Reservados.
Sobre Elizabeth Segoviano
Elizabeth Segoviano nació el 2 de abril de 1982 en la Ciudad de México. Al ser estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Anglo Mexicano de cultura orientó su carrera hacia la enseñanza y desarrolló su pasión por la literatura infantil.
¿Qué es lo que te llevó a escribir? «Mi imaginación, desde muy pequeña he tenido una imaginación muy viva… Recuerdo que en el jardín de niños nos ponían a leer en voz alta, pero a mí no me gustaban esas historias y yo les inventaba toda clase de aventuras a los personajes y por hacer eso mi maestra me reprendía casi todos los días, diciendo que yo era una rebelde desobediente. Pero siempre sentí la necesidad de escribir lo que imaginaba.»
Si quiere leer más sobre nuestra colaboradora, la escritora Elizabeth Segoviano, puede ver la entrevista que le hicimos para EnCuentos.
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Que bonito cuento, en estos días de tanto consumismo, es bueno leer historias como estas para calentar el corazón.