Don Cipriano es uno de los cuentos de misterio de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.
Cuentan que durante la revolución y después, cuando la guerra de los cristeros, en algunas regiones del país muchas personas enterraron su dinero para ponerlo a salvo de los guerrilleros. Dicen que mucho de ese dinero era producto de crímenes horribles: robos, engaños y aun asesinatos; hay mucho dinero maldito oculto en las entrañas de la tierra. Dicen también que de las personas que escondieron su dinero, mal habido o no, muchas no volvieron y hay dinero enterrado en casonas viejas y en terrenos mostrencos.
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En la familia muchas veces lo vieron, sobre todo las mujeres. Por eso decían que era un fantasma mujeriego y vividor, quién sabe qué quería con ellas. Le decían don Cipriano porque les recordaba un poco al tendero de uno de los almacenes del pueblo que así se llamaba y había muerto hacía tiempo. Pero no era él, no se parecía tanto. Y aquel otro don Cipriano nunca usó, que supieran, la indumentaria que vestía éste.
Casi todas lo habían visto por lo menos alguna vez, con el traje de manta típico de Los Altos de Jalisco, su gran sombrero y retorciéndose los bigotes debajo de la jacaranda, a varios metros frente a la entrada de la casa, parado junto a la valla del corral de las vacas. Casi siempre lo vieron ahí al atardecer, aunque algunas de las muchachas decían haberlo visto más cerca de la puerta, o incluso una vez, ya noche cerrada, lo vieron adentro del cuarto, parado junto al ropero.
También, una de ellas me contó que una vez lo vio hacerle señas. Con la mano la llamaba mientras le sonreía con una sonrisa extraña. “¡Por supuesto que ni me acerqué!”, contestó cuando le pregunté qué había hecho.
Había pasado mucho tiempo y lo habían visto muchas veces cuando les hizo saber lo que quería. Durante varios días seguidos les señaló con la mano hacia cierto lugar, un rincón del corral. Como no parecían comprenderlo, una tarde encontraron ahí la pala, la pala que nunca está ahí sino en la covacha de las herramientas. Si alguien pensó excavar a ver qué encontraba, no lo dijo. Sólo pensar que ahí pudiera estar algo terrible, como el esqueleto del fantasma, causaba escalofríos.
Pero las siguientes tardes lo miraron parado no ya fuera del corral, sino el rincón señalado, y con las manos hacía un ademán bien conocido, como si estuviera contando mucho dinero mientras las miraba de reojo.
“Lo que sucede es que ahí hay dinero enterrado”, comentaron en la sobremesa de la cena de una noche de tantas.
“¿Qué tal si buscamos? A lo mejor es mucho y nos hacemos ricos”, opinó alguien.
“¿Están locos?”, dijo la madre. “Si hay dinero ahí, ese dinero está maldito”.
“¿Por qué maldito, mamá?”
“No puede ser de otro modo. Si nosotros lo halláramos así nomás, bueno, pero si un ánima de otro mundo viene a mostrárnoslo quién sabe de dónde salió, ha de ser dinero mal habido. No quiero saber nada de él”.
Y, como la palabra de la madre es ley en esa casa, más desde que no vive el padre, pues ahí se acabó la discusión. Nadie buscó ni buscará nunca, por lo menos nadie de esa familia, el dinero que el fantasma de un hombre que bien podría ser antepasado del tendero, don Cipriano, parece indicar que hay enterrado en un rincón del corral.
Fin
Don Cipriano es uno de los cuentos de misterio de la escritora Raquel Eugenia Roldán de la Fuente sugerido para adolescentes, jóvenes y adultos.