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El Hombre que regalaba Soles

El Hombre que regalaba Soles. Cuentos de misterio.

Cuentan que aquel hombre era un ser extraño, de día amable y cariñoso incluso generoso.

Tanto que vivía esas horas haciendo felices a los demás.

Hacía una estupenda sopa de tomate. En una gran cazuela que cocinaba a fuego lento en el anafe de su humilde cocina. El olor impregnaba las paredes de su casa.

¡Qué rica sopa de tomate!

Sencilla hecha con amor y ternura.

Cuentan que mientras iba apartando a todos los niños, que sentados a su mesa esperaban impacientes, sus ojos brillaban con un brillo especial y casi se podía ver a través de ellos.

De un azul transparente, sus pupilas veladas por los años hablaban solos con mirar.

Cuentan que había sido hechizado, y cuando llegaba la noche y aparecía la luna en el firmamento, entonces…

Se convertía en un ser diabólico, y sus ojos se volvían duros y crueles; rojos por la ira, oscuros y tenebrosos.

Su boca, una mueca retorcida.

Andaba de un lado para otro, como buscando algo que había perdido.

Las mujeres se escondían con los niños.

Los hombres no se atrevían a salir, cerraban puertas y ventanas.

Cuentan que una noche lo vieron merodeando con un hacha en la mano, persiguiendo a un muchacho.

Otras veces aterrorizaba a todo aquel que se cruzaba en su camino.

Enseñaba los dientes y se reía como un loco.

Nadie podía explicar tan terrible cambio.

Lo único que habían observado es que al atardecer, tomaba un brebaje de color rojo que vivía en un vaso largo.

Entonces se convertía en un monstruo.

-¿Pero porqué se lo toma?-, se decían unos a otros.

– Para huir.

-Por miedo

-Para se poderoso.

Fuese por una cosa o por otra, nadie podía ayudarle.

Por eso al día siguiente como era su costumbre, consciente del daño que había ocasionado, volvía a ser el hombre amable al que todos querían.

Y con hojalatas fabricaba unos espléndidos soles dorados, en el centro ponía un espejo.

Los pintaba con unos polvos a los que añadía un líquido blanquecino y pincelada a pincelada, rodeado de chiquillos los iba bañando en oro.

Los dejaba secar al sol, mientras les contaba historias, que los dejaba embelesados.

Les decía que aquellos soles espléndidos, tenían el poder de reflejar los buenos sentimientos.

La bondad, la generosidad, lo mejor de su alma.

Cuando los terminaba se marchaba solo, sabiendo que pronto llegaría la noche y con ella todo cambiaría.

Volvían los recuerdos y el dolor del pasado.

De nuevo volvería a tomar aquel brebaje para olvidar.

Olvidar que una vez fue feliz.

Yo aún conservo uno de aquellos mágicos soles.

Cuentan que podrás descubrir que quien te mira desde el otro lado traspasa tu mirada y atraviesa tu alma refleja el amor que hay en tú.

Fin

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