Saltar al contenido

Cuento sugerido para niños a partir de doce años y adolescentes.

Pedro pronto cumplirá dieciocho años aunque su alma siempre será la de un Peter Pan de ocho.

Le gustan los calendarios, tiene toda la pared de dormitorio llena de ellos, por eso cada mañana corre a contar días. Le encanta contar días.
Antes se demoraba mucho en contarlos porque: el señor 7 desaparecía, el 9 se marchaba de viaje y el 22 se quedaba dormido, pero su mamá le regaló una lupa busca números; le encanta su
lupa buscadora.

Pedro sabe que su Mamá estaría muy contenta si viera que ya apenas utiliza la lupa buscadora.

Eso sí, la llevaba colgada al cuello por siempre jamás; era uno de los mejores regalos de cumpleaños que se le puede hacer a alguien.

Ahora Pedro está muy contento porque ya solo tarda contar 15 números en ponerse los calcetines. Si sigue así, tiene intención de prestarse voluntario para dar clases de ponerse calcetines en la residencia.

Es domingo y va a salir a pasear por los alrededores:

“Ya son más de cuatro los años que salgo a pasear solo. De vez en cuando me acompaña algún amigo, es cierto, pero eso ha ocurrido muy pocas veces. Lo normal y habitual es que salga de casa con unos simples pantalones cortos, una camiseta de manga corta, y mi lupa buscadora, haga frío o haga calor. Me coloco los auriculares del iPod y a caminar sin rumbo. Pero es cierto que casi siempre empiezo por el mismo sitio y después ya voy variando el recorrido.

Suelo aprovechar esos paseos para pensar en mis cosas, en lo que hago bien y en lo que hago
mal, en lo que me pasa o en lo que no, en lo que desearía que me pasara y en lo que desearía que
jamás me hubiera pasado. Ya se sabe, uno se pone a pensar de todo y en todo.

A veces, mientras camino ensimismado, sonrío, otras veces río y en alguna que otra ocasión…afloran unas lágrimas que recorren mi rostro, algo que a todos nos ha pasado alguna vez.
Pero desde hace un tiempo para acá las cosas han cambiado un poco. Siempre me acompañas tú, mamá. Te hablo, te escucho, te oigo reír y te cuento a ti todo eso que me pasa por la cabeza.

Me ves reír, me ves contar, me ves soltar esas lágrimas. Estás a mi lado mientras ocurre todo eso. Hoy mismo me he parado en un lugar que estuve hace mucho con mi padre cuando ya estaba malito. Tú me habías apretado la mano mientras te lo contaba.

Aún lo veo allá, contigo mamá, hablando de lo que haríamos y dejaríamos de hacer en un futuro, aún cuando sabías que era muy difícil que hubiera un futuro para él. Y tanto miedo te daba el mío cuando tú no estuvieras tampoco.

Pero mi padre sonreía. No lo olvidaré jamás. Después he seguido por donde iba Lulú, el perrito que me regalaste. Se fue con Papa Noel ya hace dos años.

También lo echo de menos. Era un trasto. Eso también lo sabes.

Hoy era día de recuerdos, supongo. Mientras te hablaba de Lulú, lo busco con la mirada.

Siempre iba a su aire, era el perro más listo del mundo. Después hemos seguido paseando y yo te iba explicando que por aquí podremos buscar escarabajos y que por el otro lado, setas. Cosas banales, sí, pero que contigo al lado parecen mucho menos banales.

Tras cada curva de cada camino de tierra, bordeado de árboles, espero siempre verte
aparecer y que me digas: “ya estoy aquí y no tengo que marchar”, sueños que espero que algún día se hagan realidad.

Es curioso, vas a mi lado y aún así espero verte aparecer tras cada curva. ¿Estaré perdiendo
el norte? ¿O se me está curando la mente? Es más que posible que sí, pero ya sabes, estar perdido es algo que lo estoy desde que nací. Por eso me llamo Pedro y tú me llamabas Peter, y perderme algo más ya no me importa.

Todo lo que hay en mí es tuyo y de papá si lo deseas, y todo lo que me rodea, también.
Nunca sentí así, y sin faltar a la verdad, diré que no lo esperaba ya a estas alturas del paseo
dominical.

Sigo con el paseo. ¿Recuerdas mamá cuando íbamos compartiendo los auriculares?, arrimadizos el uno al otro, bien juntitos y de pronto saltaba una canción y bailábamos.

No te lo he dicho, pero te lo digo ahora. Creo que he crecido mucho y me gusta una chica de la residencia. Al menos, eso sentí en el último baile, cogidos de la mano. Era diferente a cuando te abrazaba a ti, tú con un poquito de frío y yo la mar de a gusto. ¿Ves? hemos pisado un campo de
hierba verde y húmeda, ¿recuerdas como nos llenábamos con un poco de barro y jugábamos
también como críos a atraparnos?

Tu sonrisa es ahora mismo mi faro, mamá. Sé que todo esto que imagino de que tú paseas a
mi lado es fantasía, pero no me hace ningún daño, ¿verdad? Eso creo yo. O mejor dicho… eso
espero yo.

Sonrío. Todo esto supongo que forma parte del anhelo de tenerte cerca, de que estemos juntos sea dónde y cuándo sea. Pero es bien cierto que te siento a mi lado, y también te siento en mí, mamá.

Así que si me lo permites y tú lo deseas también…pasearemos durante mucho tiempo juntitos. Te quiero mamá .Más que a mi vida.”

Pedro corre. Es la hora de la comida; aprendió a usar el reloj, aprende muchas cosas, no saben cuántas; y lo mejor es que muchos aprendemos de él, de Pedro, el niño de la lupa buscadora,
Pedro, mi Peter…

Fin
Cuento sugerido para niños a partir de doce años y adolescentes.
Autora: María García Jimenez

5/5 - (1 voto)

Por favor, ¡Comparte!



Por favor, deja algunos comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Recibe nuevo contenido en tu E-mail

Ingrese su dirección de correo electrónico para recibir nuestro nuevo contenido en su casilla de e-mail.



Descubre más desde EnCuentos

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo