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Cierto día por la mañana Ana caminaba recogiendo flores silvestres (macachines) por la quinta de su abuelo.

En su cabecita rondaba siempre la idea de saber de dónde habrían venido los colores. Y se pregunto. ¿Habrán venido de las flores ?y al mismo tiempo se contestó: Si puede ser… Por eso son tan hermosos.

Siguió caminando bajo un cielo plomizo que anunciaba algunas lluvias. Entre paso y paso se internó por los senderos recién carpidos por las manos de su abuelo donde se levantaban hileras de árboles frutales con un aroma delicioso a fruta fresca.

Fue ahí donde volvió a comparar el color de las frutas con los colores y nuevamente se pregunto ¿Será que los colores vienen de las frutas ‘?
¡Cuánta belleza al alcance de mis ojos me estaba perdiendo dijo Ana! Pensar que mi abuelo siempre me invitaba a recorrer la quinta y yo no quería
El primer árbol que vio fue un manzano que la recibió con sus ramas abiertas como si fueran brazos llenos de rojas manzanas. La tentación fue más fuerte que ella y arrancó una sin demorar en darle un mordisco, ya sé que las frutas se lavan antes de comerlas pero estoy lejos de poder hacerlo
Siguió caminando y encontró un cajón con viruta y bananas y con una sonrisa en los labios dijo bravo: rayas negras se pintaron
La mañana transcurría y Ana seguía disfrutando de aquel paseo tan lleno de curiosidad.

De pronto tropezó con una pera que casi madura su verde había abandonado y llamándole la atención su forma dijo:
– ¡Qué linda! Parece una campanita, y siguiendo por el sendero a medida que descubría las frutas más le preocupaba el ruido de los truenos. Lo que lamento es que si llueve me voy a tener que ir y dejar visitar el resto de las frutas.

Entusiasmada siguió caminando y de pronto por el costado vio una fila de color violeta casi de su altura: que resultó ser, unos viñedos plantados a la perfección por las manos de su abuelo. Como si fuera poco y para su asombro los racimos colgaban besando una guía de sandias escapadas de su lugar original

Ana estaba emocionada y se lamentaba de no poder ver aquella sandia por dentro ya que había escuchado que esta era veteada por fuera y rojo su corazón.

Entre tanta mezcla de colores se le ocurrió preguntar ¿habrá algún fruto marrón?

Siguió su paseo y no muy lejos divisa un tejido con una copiosa enredadera y en forma de limones pero de color marrón el kiwi dijo… “¡aquí estoy yo!”

Ya no había ni un rayo de sol cuando descubrió a los dos juntitos como si fuera el uno para el otro era un duraznero y un árbol de pelón.

Cuando ya decidió que se iba a ir vio al ras del piso unas hojas verdes y algo rojo debajo de un naranjo, se puso contenta y murmuró: “¿La naturaleza habrá puesto esa fruta la alcance de los niños y así nosotros poder recogerlas con nuestras propias manos?

Y así fue que la frutilla muy sabrosa con sus pecas deslumbro, a la naranja madura que del árbol se cayó.

Los truenos y relámpagos no cesaban y Ana decidió regresar, apenas llegó a su casa se largó la lluvia pero no fue por mucho tiempo. Al poco rato cesó de llover y los rayos del sol se vislumbraban en el cielo.

Pero para alegría de Ana, vio a lo lejos un mundo de colores, que para premiarla le había traído el arco iris.

Fue un día maravilloso para Ana, no sé si sacó conclusiones pero si estoy segura que aprendió que la belleza está en todas partes cuando la queremos ver y los colores también

Fin

Todos los derechos reservados por Elsa Lidia Cesca.

Cuento infantil sugerido para niños a partir de nueve años.

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