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¿Dónde están los libros? – Último capítulo

¿Dónde están los libros? – Último capítulo de una hermosa historia que nos revela la importancia de leer cuentos, escrita por Liana Castello sugerida para niños a partir de los nueve años.

IX- Un final de cuento

Cuando el pequeño Tiago abrió los ojos, se sintió tan feliz como hacía tiempo se no se sentía. Sus ojos recorrían cada estante de la biblioteca, cada título, cada tapa, cada ilustración. Todos y cada uno de los libros estaban en su lugar, saltó de la cama lleno de alegría.

Dindón, muy a su pesar, despertó también. Hubiera seguido durmiendo todo el día, pero lo que vieron sus cansados ojitos bien valía la pena lo poco que había dormido.

-¡Es increíble! pensó Dindón los libros han vuelto y parecen estar todos. A decir verdad, había más de una cosa que al duende le costaba creer, que los libros estuvieran nuevamente en su lugar, que Tiago estuviera feliz con esa situación y lo que sin dudas más increíble le resultaba era haberse acordado las palabras exactas para deshacer el hechizo.

Hubiera saltado de alegría, pero no era conveniente, no podía ser descubierto. Intentó recomponer un poco su malogrado sombrero, pero no tuvo mucha suerte, el pobre ya no tenía remedio.

Ambos estaban felices y no eran los únicos, la ciudad también y no era para menos pues junto con los libros cada persona había recuperado algo muy importante para su vida.

Cuando bajó a desayunar, encontró a su madre releyendo las recetas del merengue, los alfajores y las galletas y preparando todo para volver a cocinar y redimirse con el abuelo.

Al llegar al colegio todo era alegría, sin dudas la más feliz era la señorita bibliotecaria que no dejaba de acariciar el ejemplar de Martín Fierro con encuadernación antigua con una mano, al tiempo que tomaba con fuerzas El Quijote con la otra.

Comenzó a contar página por página, pues temía que quien los hubiera robado les haya sacado alguna. Tiago la miraba contento y conmovido por ese amor con el que la señorita bibliotecaria trataba los libros. Sin dudas, tenía muchas cosas que aprender.

La clase fue divertida y como estaban todos los libros, nadie tuvo que copiar mucho.

-¿Alguien tiene ganas de leer el día de hoy? preguntó la señorita y para sorpresa de todos (sobre todo de la señorita), Tiago levantó la mano.

Fue un impulso, no tenía pensado hacerlo, pero le nació del corazón y para su sorpresa, también, lo disfrutó.

De regreso a su hogar, pasó por el puesto de flores y vio a don Cosme con una sonrisa más grande que su rostro. No necesitó preguntarle por qué y se alegró pensando que el anciano volvería a viajar de la mano de sus libros y que ya no se sentiría solo.

Cuando entró a su casa, el exquisito aroma de las galletas y los alfajores le dio al niño la seguridad de que su madre había tenía éxito con la receta y que su abuelito podría disfrutar de sus dulces preferidos.

-Iremos a visitar a los abuelos dijo la mamá.

El pequeño se alegró, amaba a sus abuelos y quería ver si el pie de su abuela había recuperado su aspecto o seguía pareciendo una berenjena.

Cuando llegaron y para sorpresa de ambos, abrió la puerta la abuela con el mismo delantal rosa con flores blancas que lucía el abuelo días atrás y el niño confirmó cuánto mejor le quedaba a ella que a él.

Grande fue la alegría del niño y su mamá cuando vieron que la abuela había recuperado su pie con toda su forma y color.

-El doctor tenía razón respecto al nuevo tratamiento. Como recuperó el libro, vino hoy y me ha dejado como nueva.

El pequeño no podía estar más feliz, todo se iba acomodando, la vida volvía a la normalidad. Mientras tanto, Dindón dormía aún sobre el armario, había hecho un esfuerzo muy grande para recordar y merecía ese descanso.

Despertó antes de la hora de la cena y tomó dos libros de la biblioteca, uno lo dejó arriba del armario para leerlo por la noche y el otro lo colocó –como tantas otras veces había hecho bajo la almohada de Tiago.

Dindón había aprendido su lección, no más hechizos, ni escarmientos que involucraran a otras personas, no más imprudencias, pero se preguntaba si Tiago habría aprendido algo de todo lo que había ocurrido. ¿Habrá sido útil tanto alboroto familiar, tanto lío en la escuela y en la ciudad toda? Faltaba muy poco para que el duende tuviera la respuesta.

Llegó la hora de irse a dormir y cuando el pequeño acomodó su cama, encontró el libro bajo la almohada. Lo tomó y se lo quedó mirando un rato.

-¡Ay no! pensó Dindón, que lo miraba atentamente. Ahora lo arroja por el aire con tanta suerte que me lo dará en la cabeza.

Mas para sorpresa del duende, el niño abrió el libro, se acomodó mejor en la cama y comenzó a leer.

Había pasado una hora y el niño seguía leyendo, y Dindón lo seguía mirando feliz y orgulloso, contento y agradecido.

-¡Tiago, apaga la luz que ya es tarde! gritó su mamá.

-¡Un ratito más, mami, termino el capítulo y apago! contestó un Tiago distinto que había dado paso a una nueva vida, donde los libros tenían el valor que realmente tienen en la vida de las personas.

Desde los estantes de la biblioteca, príncipes, hadas, brujas, piratas y princesas sonreían felices, aunque ninguna sonrisa igualaba a la del duende, que prometió firmemente no volver a hacer un hechizo y tomar un tónico para la memoria.

Fin

Todos los derechos reservados por Liana Castello

Capítulo VIII

Cuento sugerido para niños a partir de nueve años

¿Dónde están los libros? – Último capítulo de una hermosa historia que nos revela la importancia de leer cuentos, escrita por Liana Castello sugerida para niños a partir de los nueve años.

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