Por Encarnación Castro Moreno. Cuentos sobre la libertad para niños.
El niño tejedor de alfombras es una historia triste pero, a la vez, de logro y superación, de un niño llamado Madhavi al que le habían quitado todo, hasta la libertad, pero a quien no habían logrado sacar las ganas de ser alguien en la vida y poder ayudar a su familia. Es un cuento de la escritora española Encarnación Castro Moreno, recomendado para niños y adolescentes.
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El niño tejedor de alfombras
Madhavi era un niño muy pequeño, al que sus padres vendieron a un rico mercader de alfombras, a cambio de algunas rupias que le permitieran comprar una tierra donde cultivar.
Madhavi intentaba comprender a su corta edad, ¿por qué le obligaban a seguir aquel hombre?, no entendía ¿qué era lo que estaba sucediendo? aunque su padre, le había prometido que irían a verlo a la ciudad, que aprendería a tejer alfombras y podría estudiar, todo esto ocurría por su bien.
Madhavi confiaba en su padre, este era un hombre justo y bueno.
El día que vinieron a buscarlo, se despidió de su familia con una entereza que a todos sorprendió, escondió sus lágrimas, ya lloraría después.
El corazón se le desgarraba al ver el llanto silencioso de su madre, mientras le ponía las sandalias de cuero y peinaba sus cabellos.
Abrazando uno a uno a sus queridos hermanos, les prometió volver, cuando ya hubiese aprendido lo suficiente para poder enseñarles a tejer alfombras, serian unas grandes y maravillosas alfombras que venderían y con las ganancias montarían un pequeño negocio familiar.
Con estos sueños revoloteando en su cabeza, inició el camino de la mano de su padre, pues éste le prometió que lo acompañaría hasta la salida de su pequeña aldea.
A cada paso que daba, miraba de reojo hacia atrás para que su padre no viera, la nostalgia que como el agua del río, le iba entrando a raudales por los ojos.
Dejaba atrás a su amado pueblo, a su madre, a sus hermanos y amigos.
Por un momento, solo por un momento se vio a si mismo jugando, bañándose en el río, y comiendo con toda la familia, en su humilde hogar.
Hoy no tendría el beso de las buenas noches en Bombay, ese era el lugar a donde iban otros niños como él para trabajar.
Cuando terminaron de subir, llegaron a donde el mercader los esperaba. Su padre le miró a los ojos y abrazándolo lo entregó al comerciante. No le hicieron falta las palabras, el lenguaje del amor habló por los dos.
Madhavi pudo ver como iban recogiendo a otros niños a lo largo del camino.
Al anochecer llegaron a la cuidad, tristes cansados y hambrientos.
A penas con luz los condujeron a una nave, donde el olor a humedad y a tinte lo inundaba todo.
Grandes telares con alfombras a medio tejer, y otras ya terminadas y enrolladas para entregar se encontraban a lo largo de la fábrica.
Esa noche descansó en una cama de cuerdas junto a los demás niños.
Al despuntar el día, cuando las campanas de los templos saludaban al nuevo día, entraron unos hombres y con muy malos modos, los llevaron a los telares y le pusieron a cada niño unos grilletes con una pesada cadena de hierro que los sujetaba al telar.
Madhavi no entendía por qué les estaban tratando de aquel modo, miró a su alrededor y vio a otros niños que habían llegado antes que él, con las miradas vacías, casi sin vida resignados a tanta injusticia.
El era un niño acostumbrado al trabajo, ayudaba a su padre a labrar la tierra, poco a poco, fue dándose cuenta de que habían engañado a sus padres, no iría a la escuela, no le pagarían y así no podrían pagar la deuda, sus sueños de volver y ayudar a sus hermanos estaba muy lejos.
Decidió que al menos aprendería a hacer alfombras y disfrutaría tejiéndolas, se aplicaría en aquel oficio, quizás algún día su suerte cambiaría y se vería libre, entonces todo lo que aprendiera mientras tanto le serviría para ganarse la vida.
El tiempo iba transcurriendo, fue creciendo y sus alfombras llegaron a ser de las mejores en el mercado.
El mercader se dio cuenta de que Madhavi era un niño al que le gustaba dibujar con los hilos, tenía una fantasía que plasmaba en sus alfombras; estas se vendían cada vez mejor y su fama de tejedor de alfombras llego a los oídos del gobernador que compró una para su querida hija Aischa.
Días más tarde el gobernador mandó a buscar al rico comerciante y le dijo: que su hija quería conocer, al muchacho que tejió con tanto amor y dedicación la alfombra que le había regalado, ella cree que debe ser un joven muy feliz y afortunado porque disfruta con su trabajo. Mañana estaremos en tus telares.
Al oír esto el mercader se puso nervioso y tropezó al bajar los escalones, cosa que no pasó desapercibida para la avispada Aischa.
En cuanto aquel mal hombre salió de la casa del gobernador, la muchacha le pidió a su padre que lo mandara a seguir, pues había escuchado de Crisna el jardinero, que en la fabrica había niños sujetos con grilletes y cadenas, y los hacían trabajar como esclavos.
Contaba la gente que por las noches se oían los llantos y lamentaciones de aquellos pequeños.
El gobernador creyó en su hija, que le dijo: démonos prisa papá, a caballo llegaremos antes que él y podremos comprobar con nuestros propios ojos si todo lo que dicen es verdad.
El mercader corría a toda prisa por las calles de la ciudad para avisar a sus cómplices, tenía solo un día para hacerle creer al gobernador, que en su taller estaba todo en regla, tendría que esconder a los niños de menos edad, y a los otros comprarle vestidos y sandalias.
Haría desaparecer las cadenas, y todas las pruebas que pudiesen culparlo.
Los caballos adelantaron camino como había dicho Aischa, con gran estupor pudieron comprobar cómo centenares de niños medio desnudos, sujetos con grilletes a los tobillos, tejían sin parar.
De entre todos los telares sobresalía uno muy grande de un colorido maravilloso, la alfombra que estaba tejiendo era de una belleza sin igual.
Aischa lo reconoció enseguida. Debía de ser él, aquel muchacho tenía determinación en la mirada, él no era un esclavo entre esclavos, era un maestro enseñando a los demás niños, les enseñaba cómo se cruzaban los hilos para dar forma al dibujo al mismo tiempo que tejía les iba explicando "que la vida de cada uno era igual que aquellas alfombras".
Los caminos que les tocaba recorrer eran como aquellos hilos, que poco a poco se iban colocando en su sitio, para que al final podamos ver el trabajo acabado, y consolaba a los niños dándoles esperanza para un mañana en el que pudiesen ser libres.
Un mañana que estaba más cerca de lo que creía.
El gobernador mandó a encerrar al mercader y a todos los que estuviesen implicados.
Liberó a los niños y los llevó a casa de sus padres, a Madhavi le ofreció la posibilidad de estudiar.
Años más tarde este niño tejedor de alfombras, recorrería la India de punta a punta denunciando la esclavitud que sufrían muchos niños y niñas de su país, y reclamando el derecho a la educación.
Madhavi fue tomado como ejemplo de superación y premiado por su valor y buen corazón.
Fin.
El niño tejedor de alfombras es un cuento de la escritora Encarnación Castro Moreno © Todos los derechos reservados.
El niño tejedor de alfombras, por Rodo Barone
Sobre Encarnación Castro Moreno
Encarnación Castro Moreno nació en Sevilla, España. Siempre estuvo ligada al mundo de los libros, con un acusado interés por la lectura y la escritura. Ha estado a cargo, durante más de 30 años, de la librería Federico García Lorca en su ciudad natal.
De formación autodidacta, ha dedicado parte de su tiempo a las reivindicaciones sociales. Socia fundadora de Crisol, una asociación de desarrollo personal, donde le gusta enseñar a los niños cómo crear sus propios cuentos, labor que realiza en sus talleres.
Colaboradora del programa de radio Las 4 Estaciones (98.4 F.M.). Ejerce también el voluntariado en la Fundación Vicente Ferrer. En 2010 publica su primer libro, Cuentos del Jardín Encantado, editado por Hufeland Internacional, destinándose parte de esos beneficios a esa Fundación.
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