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La última sacerdotisa de la diosa Diana

La vi por última vez en el rio peinando sus largos cabellos aunque le gustaba mucho más el revoltoso, salvaje como reflejo de su alma; pero ese día era un día especial, iba a ver a la diosa virgen de la caza, protectora de la naturaleza y la Luna.

Algunos nos llaman hadas pero entre nuestros grupos, nosotras nos reímos cuando nos llaman así los humanos. Sí supieran como nos llamamos en realidad, ni siquiera podrían pronunciarlo. Yo siempre la vigilaba era como un imán a cualquier ser mágico. Además la cuidaba de cualquier problema que pudiera suceder, era un decir, ella era muy poderosa, todos aquí la respetábamos.

Me acuerdo de uno de sus tantos baños en el rio, salió abriendo los brazos y saltando como una niña traviesa, su piel blanca desnuda brillaba ante la sombra de los copas de los árboles, empezó a estirarse y a sacudirse como una felina, después de su baño empezó un ronroneo suave pero profundo. La naturaleza en respuesta la elevó y la convirtió en un huracán, luego pasó ser viento, y recorría el mar a toda velocidad, jugaba con los delfines y las olas, juntos armaban un concierto melodioso.

Tenía la habilidad de hablar con los animales y preguntarles por su estado de salud, se preocupaba mucho por ellos. Debía tener cuidado con los hombres le había dicho la diosa Diana, aunque Meredith tenía forma humana ella era diferente. Ella era mágica y sus palabras tenían mucho poder, una vez la vi hablando un lenguaje extraño, sanaba el ala de un murciélago. Contenta alzaba sus manos corriendo alrededor del murciélago. Este aleteaba más sus alas en acción de agradecimiento.

Nunca discriminaba a ningún animal por su apariencia o ferocidad. Había tanta armonía con todos los seres de la naturaleza; solo debía acordarse de que debía cuidarse de los humanos. Ya los conocía y los odiaba; pero en el fondo los compadecía porque destruían el único lugar donde podían vivir felices.

Camuflada donde no pudieran verlos miraba horrorizada como ellos cortaban sin piedad los troncos de los árboles en los bosques donde ella saltaba y se balanceaba en sus ramas convertida en una monita Macaca o cuando comía sus frutos dichosa del jugo que se le resbalaba entre sus labios.

No podía soportar los gritos de sus amigos, los árboles, su piel se agrietaba y ya estaba empezando a convulsionar, su primer impulso fue convertirse en un oso grande y demoníaco, una luz intensa paralizo sus acciones.

Era la misma Diosa Diana ante ella.

– ¿Por qué existe esto Diosa mía? No ves que están matando a mis amigos.

– Solo te digo esto una sola vez, tú no debes intervenir en esto, el destino ya está marcado en sus almas, cavaran su propia tumba ¡DÉJALOS! Es hora que regreses conmigo y estar con las demás sacerdotisas.

– Amada Diana no me pidas eso, yo soy feliz acá. Estoy muchos siglos en este mundo. Amo todo lo que tiene espíritu puro, sigo tus enseñanzas, ¿recuerdas desde la antigua Grecia?

– Lo sé, fuiste y eres una de mis mejores de mis pupilas; pero me juraste fidelidad y debes obedecer. En este mundo ya no hay nada que hacer, ellos se devoraran solos. Tu tarea, ya ha terminado.

Le tocó con el dedo el centro de su frente, Meredith sabía lo que eso significaba. La luz desapareció, y ella se arrodilló y con las manos en la tierra clavaba sus uñas en la tierra empezaron a convertirse en raíces largas llegando hacia los árboles que estaban siendo derribados, a través de sus raíces les decía que los recordaría y amaba, ellos le agradecieron pasándoles sus memorias guardadas de generación en generación.

Sus lágrimas bañaban su piel y encharcaban todo el terreno donde trabajan los taladores. Estos sorprendidos de la tierra mojada sin haber llovido. Después de eso dio la espalda y el brillo de su piel se apagó era ahora; oscura, caminaba sin rumbo, cerró sus oídos para no escuchar el lamento de miles de animales que habían vivido en esos árboles, ahora derrumbados.

Sus ojos se volvieron completamente azules, sus cabellos más enmarañados que nunca volaban dándole más voluminosidad, me recordaba a Medusa pero sin las serpientes, aunque sus rulos negros y fuertes daban la apariencia de una serpiente lista para atacar, yo de lejitos atrás de un árbol la veía convertirse en una pantera, primero empezó a caminar sigilosamente y luego empezó a tomar impulso, dando grandes saltos, trepaba montañas, árboles.

Cada pisada era un ligero temblor en la tierra, cuando vio a la luna llena toda para ella, grande, se detuvo bajo un poco su furia y volvió a su estado natural, hizo aparecer un vestido blanco y se lo puso, era tiempo de hacer un ritual para calmar su alma que solo quería destripar a los hombres, comiendo su carnes vengaría a los caídos.

Del rio donde se bañaba sacó agua en una vasija, escarbó en la tierra y encontró todos sus elementos para hacer su ritual. Primero con las manos levantadas lanzó letanías en una lengua oculta secreta de arcanos hacia la luna, de sus manos salían pétalos de rosas todas para el ojo grande y luminoso que la miraba dichosa de su ofrenda.

Empezó a moverse lentamente primero los hombros, las caderas junto con sus piernas y manos. Levantaba una pierna derecha y luego la izquierda, la blancura de su piel brillaba más con la luz de la luna. Ahora en cuatro patas empezó a dar vueltas a la vasija con agua cuando se acercó, sacó la espina de una rosa y se pinchó la vena mayor de la mano izquierda.

La sangre caía cambiando de color el agua transparente del rio; luego vertió unos polvos de distintos colores y con su dedo empezó a mover el líquido ahora trasformado, se sentó mirando la vasija su mejillas empezaban a tomar el color sonrosado que tenían; una sonrisa nacía desde el fondo de su alma, echó todo el contenido sobre su cuerpo y aulló hasta sacar todo el dolor que llevaba adentro, había tantas cosas horribles que los hombres hacían con su mundo, cazar animales solo por diversión y luego matarlos sin piedad o venderlos, ensuciar sus ríos y mares, contaminar el aire con sus edificios industriales.

La luna se volvió roja por unos minutos y los ojos de ella también. Se levantó en trance como si la luna dirigiera sus movimientos. El viento empezó a desnudarla empezando desde arriba resbalando la tela en su busto duro y erecto, la cintura delgada, las piernas delgadas y largas, mientras ella movía su cuerpo y la cabeza ligeramente, el vestido cayó completamente, quedándose desnuda de nuevo.

Empezó a bailar frenéticamente, en cada salto que daba, se convertía en una animal diferente: en un Jaguar, guacamayo Verde, delfín Rosado, armadillo Gigante, cocodrilo Americano, flamenco Andino, oso de Anteojos y así en todos los animales que estaban por extinguirse en el mundo, su energía era tan fuerte que nunca se cansaba de convertirse en un animal distinto en cada salto.

Era un tributo para ellos. Calmada, cayó su cuerpo de espaldas hacia la superficie en un éxtasis total mirando las estrellas y la luna ahora volvía a su color normal, tal vez era el último ritual que hacía antes de irse de este mundo. Yo me acerqué a ella y me sonrió,

-Ya llega el día, ¿ya lo sabes no? – Y luego se esfumó.

Claro que lo sabía por eso ahora la observaba como se peinaba con bastante esmero sus cabellos en ese rio, le regalé un vestido hecho por todas nosotras, cuando se puso parecían que las estrellas estaba pegadas en su vestido, le regalamos también un brazalete incrustado con las joyas más preciosas, sabíamos que nunca le gustaban los adornos, esta vez lo aceptó de buena gana.

– Diana me llama debo ir con ella y con mis demás hermanas, gracias a todos ustedes espíritus puros, trataré de ver sí convenzo a mi Diosa sí puedo regresar.

Como llorábamos todos; era la última sacerdotisa que convivió con todos nosotros. Y así su cuerpo se convirtió en un arco y una flecha. El arco desapareció cuando disparó la flecha, esta iba directo al cielo. Recuerdo la flecha, nos dejó un último mensaje mientras se perdía entre las nubes.

¡Hosanna tierra! Ven espíritu de magia a sanarnos con tu aliento divino.

Fin

La última sacerdotisa de la diosa Diana es uno de los cuentos de hadas de la escritora Maribel Gutierrez Cubas sugerido para adolescentes

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