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El Gigante inesperado es uno de los fantásticos cuentos infantiles de gigantes escrito por Erika Paola Motta Totena.
No sólo se ve con los ojos, se ve con el alma
No eran más de las cinco de la mañana del trece de octubre, cuando Felipe, el hijo de Gustavo Hincapié, un niño invidente de siete años se levantó emocionado gritando por toda la casa -Papá anoche soñé tantas cosas, vi a mamá , pero estaba con un gigante que nunca he visto antes-, ¿Cómo así hijo? explícame.
– Sí Papá, era un gigante con un solo ojo en la mitad de su cuerpo, lo raro era que ese ojo no tenía ni pestañas, ni cejas, ni se movía como cuando toco los tuyos, y al palparlos no sentí lo que siento cuando toco tu rostro. Pero, cuéntame más acerca de lo que viste -le dijo Gustavo a su hijo –
– Papito, ese guardián misterioso me estaba cuidando, sentí que era alguien muy cercano a mí, pero no he parado de recordar que éste no tenía brazos, ni cabeza, ni piernas, ni pies, su piel era áspera como las paredes de la casa y cada vez que cerraba su ojo me dejaba ciego, ¿me entiendes papá, ciego?
– Claro, contestó él con una tristeza que se podía sentir en el aire.
– ¿Papá tú sabes de que gigante te hablo?
– La verdad no mi ángel de luz, pero te prometo que haré todo para saberlo.
Pasaron tres días y Gustavo no había encontrado un elemento con las características que le describió el pequeño, de repente, sonó el teléfono de la casa, parecía una llamada normal hasta que le propusieron que viajara a la costa este de Argentina con el objetivo de realizar una investigación arqueológica a unas piezas prehistóricas encontradas recientemente.
– Con gusto iré, estaré allí a más tardar en cuatro días- dijo Gustavo mientras colgaba el teléfono- Felipe, alístate vamos a ir a un sitio donde posiblemente encontremos al gigante que ves en tus sueños- le aseguró Gustavo a su hijo con la esperanza de encontrar algo que se asimilara al perturbador de los sueños del pequeño.
Pasaron exactamente cuatro días, para que el padre y el hijo llegaran al Mar de Plata argentino, con la gran sorpresa que lo único que pudo ver Gustavo fue un viejo y deteriorado faro que no alumbraba ya ningún puerto.
– Señor Angarita, ¿cómo está? Soy Gustavo y me encuentro aquí en el sitio que me indicó, pero lamentablemente no encuentro las piezas que me dijo.
– ¡Imposible!, la pieza que debe analizar y restaurar es el Gran Faro y le advierto, solo tiene quince días.
El tiempo tomó dos formas totalmente diferentes, para Felipe éste corría como el invierno, a paso torpe, mientras todas las noches seguía soñando con el gigante. Por su parte, Gustavo corría con la esperanza de vencer al poderoso Cronos, su labor se había visto obstaculizada, pues no encontraba el bombillo preciso para darle el soplo de vida al faro.
A tan solo dos horas para vencerse el plazo, Gustavo consiguió el bombillo; la satisfacción del deber cumplido empezó a navegar por todas sus arterias y venas; se había convertido en la Santa Lucía de los mares, en medio de tanta felicidad, Felipe dijo:
– Papá anoche soñé que hoy me mostrarías al gigante que acompaña mis sueños, -la angustia de Gustavo estaba de regreso y ya no era a causa de la inauguración del faro, sino debido a la promesa hecha al pequeño.
A las siete en punto se encendió el faro y con él la respuesta al sueño de su hijo, Gustavo comprendió que aquel guardián onírico no era más que un faro, el faro de los invidentes, el que él mismo había restaurado para dicha de Felipe.
– Hijo, ya sé quién es tu acompañante nocturno.
– ¡¡¡Si!!!!, papá me alegra, ahora voy a saber cómo se llama el gigante.
– El gigante se llama Faro.
Sin embargo, en la cabeza de Gustavo merodeaba constantemente una pregunta ¿cómo era posible que su hijo sin haber visto ningún faro en su vida era capaz de concebirlo en sus sueños?… esculcó incansablemente en el baúl de los recuerdos hasta que lo comprendió, su amada Lucía, la madre de Felipe momentos antes de morir le dijo a Felipe: Amor mío, no importa que tus ojitos no puedan ver, lo importante es que tu corazón siente más allá de las fronteras, tú verás lo que yo no he podido contemplar, toca esta pintura y siempre me recordarás.
Era un majestuoso faro, con una hermosa dedicatoria: “No hace falta mirar para sentir, siempre serás nuestro gigante soñador”. En ese instante Gustavo, tomó aquella pintura y la acercó a las suaves manos de Felipe, y cómo si existieran los milagros, éste replicó: ¡Seré un gigante soñador, mamá!
El Gigante inesperado es uno de los fantásticos cuentos infantiles de gigantes escrito por Erika Paola Motta Totena.

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